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Capítulo XXII A las ocho en punto de la mañana, como cada día, el rector McKintock salió de casa y se dirigió por la avenida frente a la puerta de su casa hacia su coche, aparcado enfrente. Un instante justo antes de llegar, un taxi se paró delante de él y se abrió la puerta posterior. Crenshaw asomó la cabeza y lo miró intensamente. McKintock suspiró y volvió a meter las llaves del coche en el bolsillo, después se dirigió con resignación hacia el taxi, y entró, sentándose al lado de Crenshaw. —¿Qué ha pasado? ¿Vuestro coche secreto especialísimo se ha averiado? —intentó bromear. —En esta misión usamos este taxi falso como cobertura, para no llamar la atención. A los ojos de los posibles curiosos, usted habrá cogido un taxi, simplemente —explicó en voz baja Crenshaw. McKintock empezaba