Bryce permaneció tumbada, con las manos detrás de la cabeza, y parecía totalmente relajada. En un momento dado le temblaron los labios, y un hilo de lágrimas empezó a deslizarse fuera de sus ojos. Puso sus manos sobre las de Weintraub, que todavía le estaba masajeando las rodillas y no se había dado cuenta del cambio de expresión, y lo miró. Él la miró a su vez, dubitativo, y vio las lágrimas en su rostro. Se alarmó. —¿Qué sucede? —preguntó, preocupado, en voz baja—. ¿He hecho algo mal? Perdona... —No. Está todo bien. No eres tú —lo tranquilizó ella con la voz llena de emoción, moviendo la cabeza—. Soy yo. O, mejor dicho, mi vida. Lo que he pasado —añadió, poniendo los pies en el suelo y acercándose a él, sentada, con sus manos en las de él. Se apoyó en él, con su cabeza sobre su hombr