En ese mismo instante A Jon no le gustaba toda aquella confusión y, mucho menos, le gustaba aquel lugar. La Central de la Milicia egipcia no parecía un puesto de Policía, más bien una serie de ladrillos colocados unos sobre otros destinados a caer de un momento a otro. ¡Si solo eso hubiese sido su problema! En cambio, estaba preocupado de no resistir el interrogatorio que, pensaba, habría debido sufrir en poco tiempo. Temía que lo torturasen e incriminasen por quien sabe qué delito. Él se sentía a sus anchas solo en el refugio, con sus computadoras que consideraba a la misma altura de los hijos para un padre: para educar, amar y acurrucar. No era ciertamente su lugar, una fétida prisión, perdida en el medio del desierto con todos esos milicianos que lo miraban esperando desencadenar sobre