Monte de la Virgen, 06.30 horas Santini no quería dormir, había descansado suficientemente durante las dos horas de vuelo del día anterior, salió del refugio atravesando un pasillo que desembocaba en la cantina subterránea del Monasterio benedictino. Los primeros rayos de sol iluminaban las Colinas Euganeas y el aire refrescante perfumado de primavera, lista para presentarse de allí a pocos días. El panorama, más allá de los bajos muros que lo rodeaban, era espectacular. Rompiendo el silencio, solo el rumor de un arroyo que pasaba por las rocas y el canto de las aves: un pequeño Paraíso. El viejo Fray Pascual tiraba granos a las gallinas. Los frailes del Monasterio cuidaban el huerto y los animales porque eran su principal fuente de sostén. La vastedad de aquella parcela de tierra y la ca