Fiscalía de la Republica, Roma, 15.00 horas
El jefe de la Doctora Casoni estaba imposibilitado de participar en la conferencia de prensa en el Vaticano, y ella sonrió al pensar que un egocéntrico como él nunca se habría perdido una oportunidad para mostrarse, sin hablar de ésta en que lo habrían visto en la televisión de todo el mundo. Aprovechó para investigar en el archivo de la Fiscalía sobre el misterioso señor Tommaso Santini, convencida que le había mentido respecto a su identidad, estaba decidida a saber más. La computadora trabajó por un par de minutos devolviendo un mensaje del tipo: ningún resultado. ¡Muy malo! Pensó, esa era una búsqueda simple en un archivo que hubiera luchado por encontrar incluso su nombre, dato que para ella estaba cubierto por cierto nivel de protección. Según lo veía, Santini era un individuo importante, tal vez una clase de gobernante, por lo que el secreto estaba descontado. Llamó al Capitán Andrea Baresi, responsable de la Policía Judicial de la Fiscalía y su asistente, para hacerse acompañar a la central de operaciones. Allí habría tenido a disposición los archivos de todas las Policía y de las Agencias de Inteligencia del mundo. Además, siendo ella una magistrada, podía guardarse los motivos de su investigación sin dar lugar a charlatanerías. Baresi acudió y la acompañó a la sala de computadoras de la central, cerraron la puerta y se ubicaron en la terminal reservada a los gerentes, aquellos con las más altas autorizaciones de acceso, escribió el nombre de Tommaso Santini. Esta vez la computadora se tomó más de diez minutos para dar la respuesta, descargar un archivo de datos tan amplio necesitaba cierto tiempo de elaboración. La misma respuesta también en este texto, esta vez, estaba en inglés: not found.
-¡Pero claro! Exclamó golpeándose la cabeza con el índice. Es un ciudadano del Estado Vaticano, ellos tienen documentos diplomáticos y no existen en ningún archivo.
Baresi la corrigió.
-También podría ser cierto, pero no puede haber nacido en el Vaticano, nadie nace en ese Estado: pueden ser ciudadanos, pero no desde el nacimiento. Debe haber un archivo, al nacer debe haber sido registrado en alguna parte del mundo. Si no pudiésemos encontrarlo, querría decir que Tommaso Santini no es su verdadero nombre.
La Casoni sacó de la cartera un vaso de plástico, guardado en una bolsa de pruebas y dijo:
-Es aquel en que bebió Santini, ¿quiere buscar las huellas o el ADN?
-¡Maldita mujer! Rieron ambos. A veces me aterrorizas en verdad. Seguro que descubro quién es tu misterioso Santini, dame algunas horas para analizar el hallazgo y también te diré si ha hecho milagros.
-Te pido, imploró la Casoni, nadie debe saber de esta búsqueda.
Baresi cruzó los dedos llevándoselos a los labios.
-Jurin jura.
La magistrada le dio un beso en la frente antes de volver a su oficina a esperar la respuesta que no se hizo esperar. Dos horas después, Baresi corría por los pasillos de la Fiscalía agitando un paquete de documentos en la mano. Se abrió paso a codazos entre la multitud para alcanzar a la Abogada en su oficina. Apenas llegó al umbral abrió la puerta, por el calor parecía casi destinado a caer abajo desde la ventana en el lado opuesto. Logró detenerse antes del trágico evento y se dejó caer en el sillón del salón estirando los brazos, e intentando recuperar el aliento. Miró a la Casoni sin decir palabra, esperando la fatídica pregunta que llegó al instante:
-¿Y entonces?
-¡Nada! Nada de nada, tu hombre no existe.
Para nada conmovida la Casoni precisó:
-¡No es un gran misterio! Está claro que Tommaso Santini es un nombre inventado para no dar a conocer su verdadera identidad.
-No es exactamente así. Precisó el capitán, en el vaso de plástico hay dos particularidades: la primera el ADN, como lo imaginaba, el archivo no encontró nada, pero es correcto porque la prueba de ADN empezó a usarse en los años noventa por lo tanto los archivos fueron actualizados desde ese momento en adelante, la segunda son las huellas, esas sí que son usadas desde hace tiempo, ¡pero no es este el problema! Las huellas digitales, si estás limpio, no se encuentran en las bases de la Policía, pero si hiciste el servicio militar entonces sí que estás archivado. Por lo que me dijiste, este Santini debería estar en los cincuenta, por lo tanto debe haber estado en el servicio militar. No se lo digas a nadie, pero en el archivo están todas las personas que han cumplido con la visita militar o que han cumplido el servicio militar en alguna parte del globo, lo que quiere decir que encontraría al menos a todos los varones hasta el 2002, año en que el servicio militar dejó de ser obligatorio.
-¿Y bien? Lo apuró la Casoni curiosa.
-¡Y bien! Baresi hizo una pausa para aumentar el suspenso. No hay nada, no existe. Para ser claro, cuando digo que no existe, no digo que no existe Tommaso Santini, digo que no existe un tipo con esas huellas digitales.
La Casoni quedó pensativa.
-¿No puede ser una coincidencia? En el sentido que si todos los hombres fueron sometidos a la visita o hicieron la milicia, están también los que fueron descartados o quienes no prestaron servicio por exención o por razones familiares. Debe haber otra respuesta, tal vez nació o vivió en el exterior, en tal caso habría hecho la milicia en otro lugar.
-¡No, no! Contesto él. En todo caso las huellas estarían registradas. Tengo en el archivo cualquier cosa que pueda relacionarse también con el Papa, desde las huellas al ADN e incluso cuando ha tenido indigestión, a qué hora se fue a la cama anoche o cuándo se tiró el último pedo. ¡Tú hombre no existe, Sonia! Fíjate, no existe, no tanto porque no hay rastros, ¡más bien porque nunca existió! No sé si me explico. Si me escuchas, al menos una vez en tu vida, bueno, esto es cosa de servicios secretos, entonces detén la curiosidad y sigue tu vida serenamente y con prosperidad. En lo que a mí respecta, tengo el culo bastante descubierto con este truco tuyo, cada búsqueda es registrada en manos de quien la hace, borré todas las huellas, pero tengo dudas sobre si me pedirán ciertas explicaciones. Dame una excusa para presentar y cerrémosla aquí si no queremos terminar los dos buscando ovejas perdidas en Barbagia.
La Casoni se paró y empezó a caminar de un lado a otro de la oficina. El capitán la conocía muy bien, había pedido la transferencia a Roma cuando ella había obtenido aquel puesto de Fiscal Sustituto en la ciudad eterna. Juntos habían trabajado en la Fiscalía de Turín recibiendo elogios y honores en la lucha contra la criminalidad internacional, habían hecho centenares de excelentes arrestos, evitando además dos atentados, en uno de los cuales el Capitán había sido herido escudándola. Cuando la Casoni caminaba así, sabía que era la calma antes de la tormenta, parecía que de esa forma se cargase como un manantial y, una vez terminada la carga, la rabia habría explotado como una mina terrestre. Y no estaba equivocado.
-¡Y una mierda! Tronó ferozmente. ¡Me importa una mierda de los servicios secretos o de los malditos misterios del Vaticano o de sus habitantes! ¡Tengo una investigación que conducir, lo quieran o no y esto es obstaculizar a la justicia!
-¡Paraaaaaaa! El Capitán la tomó del brazo y la hizo sentar en el sillón de al lado. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Quieres ir al Vaticano y arrestar a una eminente autoridad gubernamental por obstaculizar la justicia? ¿Y si te dijeran que tu justicia y la de tu país vale una mierda para ellos? ¿Crees que estarían equivocados? O mejor aún, ¿si te acusaran de haber infringido sus leyes, crees que el arresto caería sobre Santini o sobre ti? ¡Vamos, vamos!
Tenía razón el Capitán, pensó, estaba cegada por la rabia, por el hecho de haber entendido que el Vaticano habría hecho de todo para evitar que ella tuviese el campo libre, habían jugado bien sus cartas, no había nada que decir. De hecho estaban excluidos de la investigación. ¿Cómo se podría investigar en el lugar del delito sin hacer la autopsia a los cuerpos de los tres guardianes? ¿Y cómo se habría podido investigar en el lugar del delito si ya habían hecho desaparecer cuerpos y huellas? Peor aún, ¿si nadie podía poner los pies dentro del Estado Vaticano si no era escoltado por la Gendarmería?
¡Un controlador más que un colaborador! Estaba cabreada, pero tenía razón Baresi, ella era una insignificante Abogada frente a los fuertes poderes que la Iglesia habría puesto en el campo.
Suspiró y, mirando los ojos de Baresi, dijo:
-Tienes razón, discúlpame.
-¡Bravo! Es la única cosa sabia qué hacer, sabía que estarías de acuerdo conmigo.
-Ah no, mi buen amigo, se puso de pie, tienes razón, no podemos chocar, ¡debemos actuar con astucia, con discreción e inteligencia!
-¿Debemos?
-¡Sí! ¡Debemos, tú y yo!
Baresi se dejó caer en el sillón con un profundo suspiro.
-¡Estás completamente loca!
Ya conocía aquella mirada decidida en su amiga, era la determinación de quien no quiere rendirse ante la primera dificultad, por lo que le dijo:
-¿Qué tienes en mente, porque tienes algo que te ronda en la cabeza, verdad? ¡Dispara!
A la Casoni se le iluminó la cara.
-Antes que nada, analicemos bien toda la dinámica de lo que sucedió. Hizo espacio en la pequeña mesa de reuniones, sacó todas las hojas, extendió en orden los apuntes y las fotos que habían tomado en el Vaticano. Aquí es donde fue encontrado el cuerpo de Monseñor Paolini.
Acomodó las fotos que retrataban la tumba del Papa Pío X en la que habían puesto el cuerpo del Vice Prefecto, acomodado a los pies del cadáver en posición fetal, apoyado sobre su costado izquierdo. Con seguridad una señal de la profesionalidad del comando, la intuición de la Casoni consideraba que los culpables eran sin duda del interior del Vaticano; por eso, estaba convencida, había hecho uso de una suerte de reverencia por aquel pobre viejito.
Compartió su pensamiento con el Capitán.
-Lo asesinaron con un gas inodoro, monóxido de carbono, el mismo usado con el Bibliotecario y el prefecto, pero de ellos hablaremos después. Si hubiese sido muerto en los subterráneos, en un lugar tan amplio, el gas se habría dispersado en pocos instantes, además, cayendo, se habría ensuciado la ropa, debido al polvo en el piso. Descartó algunas fotos, eligió la ampliación del lado derecho de la cara de Monseñor Paolini y siguió. Mira aquí, hay un hematoma en la sien derecha, significa que cayó y golpeó la cabeza de ese lado, en cambio en la tumba fue encontrado del lado izquierdo. La ropa estaba limpia y eso quiere decir que no luchó y no cayó allí por un simple hecho: porque estoy casi segura que el Vice Prefecto se encontraba en otro lugar, todavía no sé dónde pero, de todos modos, en un lugar limpio y cerrado. Lo asesinaron con el gas y después lo transportaron desde un lugar bastante cercano y cómodo a los subterráneos, de otra forma, con toda la seguridad que hay en el Vaticano, veinticuatro horas de veinticuatro y sobre todo en la Basílica, los habrían descubierto o, por lo menos, habrían sido registrados por las cámaras colocadas por todos lados. Por el contrario, las cámaras no revelaron nada y la que está en el sótano, orientada hacia la tumba, era defectuosa. ¡Por eso lo pusieron justo allí, los asesinos sabían que no funcionaba! Ya verifiqué dos o tres lugares que pudieron servir para esto, en esos lugares en los subterráneos no hay cámaras, aparte de aquella dañada, en mi opinión, por alguien del interior. La Casoni tomó aliento y miró la cara del Capitán para asegurarse que la estaba siguiendo, entonces continuó. Otro hecho seguro es que lo acomodaron con cuidado, en resumen, lo pusieron en posición fetal, con un maníaco respeto por su cuerpo y el del Papa allí sepultado, que de resultas, ni siquiera fue rozado. Entonces, ¿qué puede significar toda esta reverencia?
E hizo una pausa para dejar responder al Capitán.
-Que fue alguien del interior del Vaticano, contestó él, rindiéndose a aquella lógica, más bien, una o más figuras eclesiásticas: un sacerdote o uno de ellos. Esto explicaría todo, porque los guardianes o, al menos el Vice Prefecto y el Bibliotecario, fueron dos de sus iguales, dos eminentes personajes que merecían respeto por compartir la Fe de pertenencia, ¿no?
-Es bravo mi Andrea, dijo exultante la Casoni, ¡exactamente así! Y si queremos dar nombres, ¡tengo uno listo y bueno!
Baresi se sobresaltó.
-Oh Dios mío, no me lo digas. Tus poderes telepáticos lo están enviando a mi frágil cerebro: ¿Tommaso Santini?
-Cuando haces eso, me casaría contigo. Terminó victoriosa la Abogada. ¡Es él! Quizás por orden de alguien que lo protege, pero es él quien manejó el juego, me juego la carrera.
-Y la carrera en serio te la jugarás, si te equivocas, junto a la mía. Le precisó Baresi.
Él puso una mano segura en la espalda de la amiga antes de dejarla con sus cosas.
-¡Estoy contigo! Dime cómo quieres que nos organicemos, qué y cuántos hombres necesitas.
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