Residencia Papal, 12.30 horas
El actual Pontífice había heredado el lugar dejado por uno de los más grandes Papas que la historia de la Iglesia hubiese tenido jamás: Juan Pablo II, llamado Karol Josez Wojtyla. Juan Pablo III, así se había hecho llamar en honor a sus dos predecesores y para dar una significativa señal de continuidad en la obra pontificia extraordinaria llevada a cabo hasta ahora. En efecto, desde el principio se reveló como un gran Pastor de su grey y un punto de referencia muy respetado, reconocido por gobernantes y comunidades religiosas de todo el planeta. Este Papa había hecho dar a la Iglesia varios pasos hacia adelante, modernizando el concepto católico y religioso, ayudando a los oprimidos e indefensos, contribuyendo a la superación de los tiempos oscuros a los que se estaban enfrentando.
El Papa de ochenta años parecía ansioso por ver a Santini, lo había hecho llamar sin cuidar el protocolo que él mismo había, hasta aquel momento, aplicado siempre. Sabía bien que el verdadero trabajo de Santini debía permanecer en secreto entre él, el Secretario de Estado y el Inspector General de la Gendarmería Vaticana. Era un riesgo, pero el interés mediático por aquellos horrendos homicidios era de tal magnitud que cualquier precaución habría sido inútil en ese momento. No obstante, haciendo esto estaba exponiendo a los medios también aquel secreto secular, de cualquier forma, se prometió a sí mismo encontrar una solución también para aquel problema. Pero a su debido tiempo.
Aunque pudiese parecer inusual que el Papa haya dispuesto hacer acomodar a Santini en su residencia personal, nadie discutió su decisión. El Santo Padre no esperó más, fue al encuentro de Santini. Cuando llegó a su lado. Santini se arrodilló reverencialmente, el Papa lo tomó por las manos invitándolo a levantarse convencido que, en aquella ocasión, era él quien debería hacer reverencia a Santini a causa de lo que le habría pedido.
-Amigo mío, empezó el Pontífice, no me ofrezcas tu reverencia, no estoy seguro de poder aceptarla.
Los guardias suizos cerraron la puerta de la residencia papal con la orden de no dejar pasar a nadie. Aunque con ochenta años, el Papa estaba lleno de salud y energía física. No desdeñó, entonces, ofrecer a su huésped una copa de vino rojo, un n***o de Avola con mucho cuerpo, de catorce grados, abriendo personalmente la botella. Santini se sorprendió ante aquella infracción al protocolo, las hermanas a quienes estaba confiado el cuidado del Papa, habitualmente, lo ayudaban en todas sus necesidades incluidos el servicio de comida e, incluso, la simple apertura de una botella de vino. El Papa, sin embargo, tenía intención de quedarse solo con Santini.
-Cómo te decía, Tommaso, empezó, lo que te exigiré es algo que nunca habría pensado llegar a pedirte.
Santini saboreó aquel vino bebiéndolo, aunque su estómago reclamaba comida, más que alcohol.
Con tranquilidad contestó:
-¡Su Santidad! Nada de lo que pueda pedirme seria desobedecido y mucho menos puesto en discusión.
-¡Sí, sí, lo sé! Contestó el Pontífice sacudiendo la mano como para alejar a un insecto molesto. Por favor quitémonos de encima las convenciones que, entre otras cosas, no se adaptan al momento. Dime, sobre los guardianes, ¿qué piensas?
El Papa escuchó en silencio la narración de Santini, el descubrimiento del cuerpo del Vice Prefecto en la tumba del Papa Pío X, el Bibliotecario y el Prefecto, muertos por monóxido de carbono. También expresó sus sospechas: uno o más asesinos conocían la conformación estructural de todo el Estado Vaticano por lo que sospechaba que existía al menos un topo o por añadidura cómplices que, conociendo la organización de la seguridad interna al punto de poder eludirla, hubiesen permitido el acceso sin problemas en el territorio. Pero Santini estaba convencido que el punto de partida de la investigación era el archivo. No habrían asesinado a los tres guardianes si no hubiese sido ese lugar el verdadero objetivo. El Papa había bebido todo su vino y se preparaba a servirse otro.
-Tienes razón, Tommaso, precisó el Papa, ¡el archivo fue su objetivo y también encontraron lo que buscaban!
Santini estaba sorprendido, el Papa daba la impresión de conocer todos los hechos, parecía mucho más informado él, que todos los investigadores que habían trabajado en el caso hasta el momento.
Su pregunta se daba por descontada.
-Usted sabe algo, ¿verdad?
-¡No! Contestó el Pontífice. No sé quién pudo haber sido, pero conozco el motivo. Han robado un manuscrito; un manuscrito muy antiguo, muy importante, rarísimo y, sobre todo, secreto.
Hizo una pausa casi como para alejarse de pensamientos destructivos y volvió a hablar.
-Los asesinos mataron a un guardia afuera y a los dos guardias suizos de la entrada del archivo, los que debían hacer el cambio de guardia los encontraron muertos.
Santini intervino sin darse cuenta que lo interrumpía.
-¡Pero nadie nos avisó!
-¡Calla! Tronó el Santo Padre descompuesto. Fui yo quien ordenó no divulgar la noticia. No quiero que este hecho sea también de dominio público y que la Iglesia aparezca tan indefensa ante ataques criminales.
Ahora el tono era furioso y levantó la voz. Nos robaron, Tommaso, nos robaron en nuestra casa y en la fortaleza más protegida del mundo, robaron un texto Sagrado, indispensable para la cristiandad y su equilibrio. ¿Quieres que todos lo sepan?
Después de su descarga, el Papa se sentó en el sillón retomando el control sobre sí mismo.
-No, amigo mío, esta noticia la guardaremos para nosotros, mantendremos el secreto porque no todo está perdido todavía. Estoy seguro que los saqueadores querrán usar los conocimientos de ese manuscrito contra la Iglesia, debemos impedirlo, a cualquier costo pero sin publicidad. Bebió más vino y prosiguió. Tienes una misión, Tommaso, ¡la recuperación del manuscrito! Confiarás en Wolfgang, él será tu ángel guardián en caso que necesites moverte allí afuera, pero solo nosotros dos sabremos la verdad, ni una palabra a los demás, mucho menos a Wolfgang. Solo hablarás conmigo a través del canal seguro que conoces y me traerás el manuscrito.
Santini sabía cómo hacer su trabajo, pero quería más precisiones:
-¿Qué reglas me puedo permitir, Santidad?
El Pontífice se levantó con agilidad.
-¡Tendrás indulgencia plenaria, Tommaso! ¡Cualquier cosa que debas hacer, hazla! Confío en ti, tráeme ese manuscrito, aunque te cueste la vida, ese es el sacrificio que te voy a pedir y te ordeno que cumplas tu deber por cualquier medio que creas oportuno, sin excluir ninguno.
Santini siguió impasible mientras la mirada del Papa expresaba determinación, pero también miedo. La doctrina de la indulgencia era un aspecto de la Fe Cristiana, afirmado por la Iglesia Católica, que se referí a la posibilidad de quitar una parte muy precisa de las consecuencias de un pecado, llamado pena temporal, del pecador que hubiese confesado sinceramente su error y hubiese sido perdonado por medio del sacramento de la confesión. La indulgencia podía ser parcial o plenaria, estaba establecida por los documentos Indulgentiarum Doctrina o Manual de las Indulgencias. A menudo, en el pasado, la indulgencia plenaria o parcial era garantizada en forma discutible a los reinantes o a los nobles, previa entrega a la Iglesia de grandes sumas de dinero, pero muy pronto, esa usanza había fallado por la fuerte oposición interna de la misma Iglesia, sin embargo tal institución existía todavía. Solo el Papa, o un encargado suyo, podían garantizar indulgencia plenaria, previo arrepentimiento y expiación de una pena, de parte de quien la recibía; no mucho tiempo atrás, se entendía por pena la autolesión por latigazos o el uso de un cilicio. Santini ya había recibido dos veces la indulgencia plenaria del Papa precedente y la pena nunca había sido tan tremenda, la tarea de infligirla era confiada a un fraile anciano, por indicación papal: Fray Pascual, un simpático fraile franciscano relegado a un pequeño monasterio de la Provincia de Padua, el monasterio del Monte de la Virgen sobre las colinas Euganeas. Fray Pascual era también el sostén espiritual de Santini, además de su mejor amigo y confidente. Conocía todo sobre el rol y las actividades de Santini desde hacía decenios. Lo recibía con alegría, sufriendo junto a él por la pena que debía cumplir, consciente que aquel hombre, independientemente de la indulgencia, habría debido convivir con los pecados que, a diferencia de la Iglesia, su mente no olvidaba. Pero el viejo fraile no sabía que Santini odiaba más podar los árboles del Monasterio o cuidar el jardín, aquello sí que era un verdadero sufrimiento, él nunca había tenido el coraje para decírselo porque su compañía lo revitalizaba tanto en lo físico como en lo anímico. Santini también imaginaba el gran sufrimiento y el esfuerzo del Santo Padre al pedirle ayuda justo a él: el Resolutor. Por muy necesario que fuese, la llamada en cuestión al Resolutor, figura tan extrema, significaba que la recuperación del manuscrito era esencial. Santini había sido nombrado, por el Papa Juan Pablo I desde 1978, con el título de Resolutor, por lo tanto a la cabeza del Sanctum Consilium Solútionum o, traducido, Santo Consejo para las Soluciones. El SCS era un Organismo Eclesiástico de los más secretos, instituido por el Papa Bonifacio I en el siglo V quien había nombrado al primer Resolutor y, estos, sus seguidores. Desde entonces cada Papa había tomado, en el acto del nombramiento, entre los otros secretos que fueron transmitidos, también la existencia del Resolutor y el rol desempeñado por estos. De hecho, el Consejo tenía la tarea de defender los intereses eclesiásticos de la Iglesia con cualquier medio. No solo una defensa física o militar, más bien la defensa de la Fe y de su fundamento, asignación, entonces, delicada y determinante que esperaba al Papa, quien podía valerse del Resolutor para la utilización de medios para él personalmente menos apropiados. Entonces, Santini era un sacerdote, relevado de su tarea eclesiástica, pero siempre un sacerdote. No podía dar misa pero podía impartir los Sacramentos. Estaba obligado a la abstinencia y estaba en la plenitud de su mandato eclesiástico. No podía, eso sí, renunciar al juramento de secreto, fidelidad al Papa y al Consejo, así como a su cargo de Resolutor, so pena de excomunión papal. Por eso habría llevado a cabo, como siempre, las órdenes del Papa. La resolución y la preocupación del Pontífice, que después de la muerte de los guardianes se transformaba en el único testimonio oficial del secreto contenido en el manuscrito, convencieron a Santini para no hacer demasiadas preguntas. Otros conocen este vital y pesado fardo, de otra forma no habrían robado solo ese documento, pensó Santini que dijo:
-¿Quién es nuestro enemigo, Santidad? ¿Sabe quién, además de Usted, está en conocimiento de tal secreto?
-Hay una sola organización que conoce la historia de aquel manuscrito, contestó el Pontífice, se llama el Crepúsculo. Son ellos quienes lo encontraron y lo entregaron a la Iglesia más de mil años atrás, antes era custodiado en el Monasterio de Santa Catalina, en el Monte Sinaí, en Egipto. Se dice que allí se encuentran todavía algunas páginas, de hecho, ese documento Santo esta todavía incompleto, el Bibliotecario había recuperado parte de esos fragmentos de un rico coleccionista alemán que tenía pocas páginas y que no había logrado traducirlo. Pero para un texto tan imponente, también pocas páginas son un patrimonio incalculable.
El Santo Padre se entristeció, corrió la cortina y miró fuera de la ventana.
-Joseph, en resumen, el Bibliotecario, estaba ocupado en catalogar los fragmentos para insertarlos cronológicamente en el manuscrito, a fin de dar continuidad a la lectura. Ese manuscrito fue escrito utilizando un código, sin el cual no es posible traducirlo. Ese código, Tommaso, se encontraba en la tumba del Papa Pío X, exactamente en la tumba que fue profanada y donde encontraron a Monseñor Paolini. A esos asesinos les sirvieron las huellas digitales y la córnea de Paolini para abrir la caja blindada en la que estaba guardado el código. No podían esperar demasiado tiempo porque el sistema de apertura verifica también la temperatura corporal. Por lo tanto el pobre Paolini debía estar vivo o recién muerto o, en todo caso, suficientemente caliente.
Se volvió mirando a Santini.
-Lo asesinaron y lo llevaron con ellos porque debían actuar rápido, solo servían algunas partes del cuerpo de Paolini, por lo que lo deben haber arrastrado hasta la tumba y dejado allí. Profanadores además de asesinos.
Tomó aliento, la amistad que lo ligaba al Bibliotecario y al Vice Prefecto parecía haberlo sacudido al punto de hacerlo parecer débil, pero se repuso enseguida.
-Ves amigo mío, esto es lo que puedo decirte, por ahora. Estás en conocimiento de cosas que podrían trastornar tu mente, pero si lograras recuperar el manuscrito, deberás confiar con toda tu fuerza para abrirte a aquel saber.
El Papa agarró las manos de Santini casi para confiarle las propias.
-Cuenta con tu capacidad, pero nunca pierdas la Fe. Deberás venir enseguida a mí con el manuscrito, sin pensar en otra cosa por ninguna razón. Tu vida valdrá menos que nada, te darán caza para quitarte aquel manuscrito, solo aquí podremos guardarlo seguro. Daré órdenes al Inspector General Wolfgang de emplear todo recurso de la Gendarmería, en cualquier lugar que te encontrases, para escoltarte aquí y garantizar tu incolumidad. Ese manuscrito te hará la persona más importante en el mundo para la Iglesia, pero el más buscado por el Crepúsculo. La Iglesia custodiará el secreto; mientras esa secta diabólica querrá usarlo contra nosotros y toda la humanidad. Ahora sabes lo que te espera, mi querido amigo.
El Santo Padre dejó las manos de Santini y sacó un anillo de una caja escondida en un mueble de antiguo esplendor.
-Toma esto, dijo poniéndoselo en el dedo, muéstralo a cualquier autoridad eclesiástica, en cualquier lugar que te encuentres, será la señal que tienes mi bendición y que actúas en mi nombre. Todos te obedecerán. Vete ahora, hoy tengo mucho que hacerme perdonar.
Santini tomó la mano del Papa y se la pasó delicadamente por la mejilla, la besó con reverencia. Con ese gesto confirmaba su dedicación y obediencia. Sin agregar nada más, fue despedido. El Santo Padre lo acompañó con la mirada mientras salía impartiéndole su bendición.
6