Salvatore Bianchi
Milán 10: 00 am
—Señor, pero dígame ¿Qué es lo que quiere que haga? —Una de mis secretarias estaba parada frente a mí, con su rostro desencajado por la insistencia de mi madre, llevaba dos horas esperando afuera de mi oficina, como si fuera un guardián.
—Quiero que te pongas de rodillas frente a mí, saques mi m*****o y me lo chupes, ven Sasha, preciosa —Puse mi cara de borrego y le estire la mano a mi secretaria favorita.
La mujer bajó su cabeza y se sonrojó.
—Señor, en este horario es casi imposible que yo pueda hacer eso —Nerviosa comenzó a juguetear con su lapicero
—¡Entonces lárgate! Si no puedes chuparme la v***a, ¡Lárgate de aquí! Y dile a mi madre que no estoy de genio para atenderla. Tengo muchos putos problemas.
Mi secretaria salió despavorida al escuchar mis gritos y cerró la puerta detrás de su espalda.
Giré mi sillón para quedar frente al gran ventanal de mi oficina, las vistas hacia la bella Milán me relajaban, tener una doble vida era demasiado agotador.
Mi familia pensaba que era el hombre más respetado, inteligente, millonario y honorable de la ciudad, pero mi realidad, un mafioso de 28 años, consumido por el placer y la adicción al dinero fácil, despiadado y con cientos de enemigos encima.
La visita de mi madre solo tenía un objetivo, saber cuando iba a casarme, mi padre estaba enfermo terminal y el sueño más grande de los Bianchi, era conocer mi descendencia, pues era hijo único, ¡Se quedarían esperando! Porque jamás me casaría y menos con Dolores Stirling, es que tan solo su nombre me provocaba náuseas.
Coloque música clásica para olvidarme de mi último cargamento perdido, y relajé mi cabeza sobre mi gran sofá de cuero, pero mi tranquilidad se vio opacada cuando escuché los gritos de mi madre afuera de la oficina.
«¡Escúchame bien Sasha! Déjame entrar, o te despido»
«Señora por favor, pero es que el señor Bianchi me dijo que no podía atenderla, entiéndalo, se lo ruego» Sacha suplicaba con vehemencia y más al saber a los castigos que podría someterla si no me obedecía.
Cogí mi cabeza a dos manos, moví el cuello y me levanté de mi paz, siendo consciente de lo que me esperaba, ¡y así fue! La puerta de mi despacho se abrió abruptamente. Mi madre, la gran Antonella Bianchi entró imponente, con su cabello dorado, sus ojos verdes y su labial palo de rosa. Me arrojó una mirada fulminante.
—¡Salvatore! No tengo porque agendar una cita contigo ¡Eres mi hijo! ¿Estás loco acaso?
—Madre estoy ocupado en reuniones importantes—Miré a Sacha —Mi pobre secretaria te dijo que no podía recibirte, que obstinada eres —Me acerqué a mi madre, y le planté dos besos, uno en cada mejilla, seguido a eso, ella se sentó en la silla de visitantes y con sus ojos me señaló mi puesto.
—Ya puedes retirarte Sacha —Le guiñe un ojo.
La mujer salió palideciendo, haciendo rechinar sus tacones, lo que le esperaba después de que mi madre se fuera, no tenía límites, la pondría sobre mi escritorio y con una tabla golpearía sus nalgas hasta verlas arder.
—Salvatore, tu padre se está muriendo. —mi madre me sacó de mis pensamientos
Abrí los ojos y subí los hombros.
—Madre, me siento demasiado acongojado por eso, ya han sido tres largos años de sufrimiento para el pobre viejo, déjalo descansar en paz por favor.
—¿No te importa verdad? —mi madre se victimizo, como siempre
—¿A qué te refieres mamá?
Los ojos azules de mi madre se encharcaron, mirándome con nostalgia, con la leve intención de hacerme sentir una mierda, pero no podía lograrlo.
—¿Vas a dejarlo que se muera con el deseo de ser abuelo? De verte casado con una honorable mujer como… —La interrumpí.
—Madre, así se muera mi padre y me entierren con él, no voy a casarme con Dolores, es tan… tan.. —Hice un gesto demasiado desagradable, tanto que mi mamá me lanzo un lapicero que había sobre mi escritorio.
—¡Salvatore! Hijo de tu madre, respétala que es una mujer
—Pero una mujer muy fea madre, ya te dije, te prometo que en poco tiempo conseguiré una prometida —Me levanté y me fui hacia donde ella estaba sentada—Ahora , debes irte, tengo mucho trabajo.
La tomé de la mano y la ayudé a levantar, justo en ese preciso momento sonó mi telefono.
Al ver el identificador de llamadas sabía que no podía dejar de contestar, le sonreí a mi madre y me fui hacia un lado.
—Jordano ¿Qué pasó?
—Amigo mío, vente para la oficina del norte, la rata traidora que estábamos buscando apareció, pero no lo trajimos a él solo, detrás de nosotros hay un ejército completo.
Palidecí
—¡¡¿Qué?!!
—Así como lo oyes, corre cabrón, te necesitamos, trae unos 40 hombres más —Jordano, mi mejor amigo y mano derecha colgó la llamada.
Mi madre se quedó viendome, su expresión lucia demasiado confundida.
—¿Pasa algo cariño?
—Negocios que debo atender madre mía, con permiso—me acerqué y le asesté un beso en la mejilla.
—Pero Salva espera por favor, hijo, debemos hablar.
—Sera otro día madre, ahora, sal de mi oficina, adiós.
Salí corriendo hasta donde los talones se encontraron con mis muslos, y llegué hasta el parqueadero, Leonard tenía el auto listo.
—Yo conduzco Leonard.
—Pero señor, esta alterado
Le sonreí de una forma macabra.
—Así me encanta conducir, ahora, hazte en el puesto del copiloto, tenemos que irnos, me encanta cuando tenemos que enfrentarnos a otros clanes.
Leonard apretó los ojos y en contra de su voluntad se sentó a mi lado.
Arranque a toda velocidad, sintiendo como la adrenalina consumía todo mi cuerpo, mi auto salió sin control introduciéndose por las abarrotadas calles llenas de gente que simplemente esperaban a que su vida se extinguiera, mientras que yo, disfrutaba cada momento como si no hubiera un mañana.
***
MÍA
—Sebastián, ya te dije que no quiero hacerlo, no le voy a pedir dinero a mi padre y a ti ni se te ocurra pedirle dinero a tu hermano, el día que nos fuimos de su lado prometimos que jamás regresaríamos.
—Lo sé, lo sé, pero estamos jodidos, debemos un par de meses de renta, ya no tenemos con que comer Mía, estamos en nuestro peor momento, acabaste tu carrera, pero eres invisible, nadie te contrata, a ver dime, ¿Cuántas entrevistas has tenido?
Rodé los ojos, quité el telefono de mi oreja para no escucharlo más, era la puta decima entrevista en la que me rechazaban, era abogada de profesión, había optado por la carrera más dura de la vida, después de todo “El camino correcto era la solución”
—Sebastián, hemos estado juntos desde hace muchos años, y mi amor, te juro que vamos a salir de todo esto, te lo prometo, no tendremos que volver a tocar ese dinero.
—¡No soporto más esta situación Mía! —La voz de mi prometido al otro lado del telefono sonaba llena de desespero, eran casi 5 años que llevábamos juntos, en los que decidimos luchar contra la corriente y en contra de nuestras familias, ahora éramos solamente él y yo.
—Mi amor, déjame llegar a casa y allí te prometo que hablaremos, pero por ahora, necesito pensar las cosas, voy a ver que soluciono de dinero ¿Sí?
—¡No Mía! No soporto más trabajar como un simple mesero, menos al saber que nuestra familia tiene tantas comodidades, esto es un infierno.
—Sebastián, no vas a llamarlos — me estaba exasperando, la pelea me estaba consumiendo, no era lo que quería en ese momento, no por favor, ya había soportado mucho de sus berrinches, y él seguía con la maldita pésima idea de conseguir dinero como algun día nuestra familia lo hizo: con la mafia
Comencé a caminar a paso apresurado, debía llegar a casa antes de que él cometiera el error de hacerlo, no debía llamarlos, debíamos sobrevivir, estábamos juntos en esto, no él, por favor ¡Sebastián yo estoy contigo! Pensé.
—Lo siento Mía, pero no es si quieres, es una decisión tomada.
—Sebastián, espera mi amor…
El estruendo ensordecedor de las llantas chirriando al frenar rompió el silencio de la calle, cortando abruptamente mi conversación telefónica. Me volví bruscamente, y lo que mis ojos encontraron en ese instante, selló mi destino de manera irrevocable.
El estrépito de un ensordecedor pitido resonó en mis oídos, anunciando la inminente tragedia que se avecinaba. Mis pies perdieron el contacto con el suelo y fui lanzada por el aire como una marioneta descontrolada, mientras un dolor agudo atravesaba mis entrañas con la fuerza de un puñal.
El impacto fue devastador. El metal contra mi frágil cuerpo, la sensación de ser arrollado por una fuerza imparable, y entonces, el vacío. Solo alcancé a sentir el cruel beso del pavimento contra mi cabeza antes de que la oscuridad me envolviera por completo.
¿Era este mi estúpido final?