━═ Joshua ═━
Una leve sacudida en el hombro me despierta, y abro los ojos para encontrarme con una azafata sonriente que me avisa que estamos a punto de aterrizar en Las Vegas. Miro a mi alrededor, recordando todo lo que sucedió en las últimas horas. El zumbido constante del avión parece más intenso ahora que estoy de vuelta en la realidad.
Al haberme dormido después de Maya, las horas de sueño fueron breves, pero durante ese tiempo mi mente no dejó de dar vueltas. Mis pensamientos se enredaron en los acontecimientos que ocurrieron en las últimas horas: la confesión de Sunmi, el pacto entre Maya y Justin; todo es un misterio que parece no tener fin. Además, no podía dejar de preguntarme por qué Sunmi aceptó ayudar en los preparativos de la boda. Me sentía inquieto al tratar de comprender cómo pudo soportar el peso de la situación mientras ocultaba su amor por Justin, y pensar en ello me atormentaba.
Demasiadas preguntas rondan en mi mente, y ninguna de ellas parece tener una respuesta clara. «¿Qué está pasando con Maya para que haya tenido que recurrir a un acuerdo de matrimonio? ¿Hay algo más detrás de esta historia?».Todo esto me tiene sumamente confundido, sin saber qué pensar.
Maya, que tiene mejor semblante al haber descansado un poco, me mira con preocupación mientras ajustamos nuestros cinturones para el aterrizaje.
—¿Cómo estás, Joshua? —pregunta, y su voz rompe el silencio de mis reflexiones.
—Intentando asimilar todo esto, supongo —respondo con una mirada perdida en la ventana, la que revela las brillantes luces de Las Vegas.
Aterrizamos en medio del caos en un aeropuerto que está rebosante de turistas. La curiosidad en las miradas ya no es tan intensa al ver a una pareja vestida de novios, ya que en Las Vegas, la extravagancia es parte de la cotidianidad y nada sorprende demasiado.
Abordamos un taxi en dirección al Hotel casino Orion . La noche está impregnada de luces de neón y la ciudad late con una energía vibrante. Al llegar al hotel, solicitamos dos habitaciones, solo para descubrir que la ciudad está abarrotada debido a una convención de Hotelería y Turismo. La recepcionista nos informa que solo queda una habitación disponible: la suite nupcial, reservada para emergencias o parejas que deciden casarse de improviso como suele suceder en un lugar como este.
Ante esta situación nos miramos indecisos. La encargada, con una comprensión de la situación, menciona que no hay disponibilidad en otros hoteles debido a la convención, la que tiene a la ciudad completa colapsada.
—¿Qué opinas, Maya? —pregunto con una mirada que busca su aprobación—. Aceptemos la suite por esta noche. Podemos pedir más almohadas y cobijas para acomodarme donde sea —digo, intentando sonar convincente. Maya duda por un momento, pero luego asiente con una sonrisa ligera.
—Está bien. Aceptamos la suite. —La mujer, aliviada de que decidamos quedarnos, completa el registro y nos entrega la llave.
Subimos en el ascensor, y cuando las puertas se cierran, me doy cuenta de la ironía de la situación: después de un día que comenzó con una boda fallida, nos alojaríamos en la suite nupcial.
La habitación se muestra ante nosotros, un lujo opulento que contrasta con la tensión palpable en el aire. Maya entra, habilita su celular y, en un instante, la calma da paso al caos digital. Miles de mensajes y llamadas perdidas titilan en su pantalla, evidencia del torbellino que ha desatado su ausencia.
El teléfono suena con insistencia, y cuando Maya responde la llamada, su rostro se tensa. Escucho fragmentos de la conversación, al parecer, su interlocutor a quien llama “Saba”, parece imponer su voluntad con una autoridad inquebrantable al otro lado de la línea. La tensión crece y, finalmente, veo a Maya colapsar al cortar la llamada.
—¿Estás bien? —pregunto preocupado. Suelta una bocanada de aire, como si la revelación de sus demonios internos la hubiera dejado sin aliento. Se sienta en el borde de la cama y, al mirarla, sé que necesito respuestas.
—Era mi abuelo —susurra en tono de derrota—. Hasta hace unos meses, vivía mi sueño en Italia —dice con una sonrisa melancólica—. Mi familia es conocida en el negocio textil, y mi abuelo, con sus tradiciones rígidas, no confía en que una mujer pueda liderar la empresa. —Sus palabras revelan una realidad que va más allá de las apariencias. La presión familiar, la lucha por la aceptación y las expectativas que pesan sobre sus hombros.
»Cuando mandó a mi madre a buscarme, me dio un ultimátum: o regresaba a Nueva York para casarme con un socio-proveedor designado por él, o perdía mi lugar en la herencia familiar y mis padres pagarían las consecuencias —bufa negando—. Las mujeres, según él, no son aptas para dirigir un negocio; y para su mala suerte, sólo tuvo una hija y una nieta. —Su voz resuena con amargura, y en sus ojos veo la carga de años de lucha.
Me siento a su lado, sin decir nada, dejándola hablar. Se ve obligada a contraer matrimonio para salvaguardar su posición, y esa es la razón detrás del acuerdo con Justin. Las lágrimas amenazan con emerger mientras continúa.
—Tras muchas discusiones, había logrado llegar a un acuerdo con mi abuelo. El trato con Justin me daba la posibilidad de elegir con quién casarme, pero bajo sus términos: tenía un plazo limitado —explica—. Si no cumplía, debía casarme con el socio, crear alianzas comerciales y expandir el negocio… pero como la boda con Justin no se llevó a cabo, mi abuelo está llamándome para que mañana mismo me presente frente a él. —Su mirada se encuentra con la mía, y en esos ojos castaños encuentro una mezcla de miedo, desafío y resignación.
Sus palabras caen sobre nosotros como un balde de agua fría, y mi mente se agita tratando de asimilar la complejidad de su situación. Las decisiones difíciles que ha tenido que tomar, las cosas a las que ha tenido que renunciar, y ahora, el inminente compromiso con un destino que parece ajeno a su voluntad.
—No puedo creer que estés atravesando por todo esto, Maya —murmuro con una mezcla entre incredulidad y compasión.
Maya se pierde en sus pensamientos mientras mira por la ventana, donde Las Vegas se extiende con sus luces titilantes. Mi mente da vueltas tratando de comprender cómo he llegado hasta este punto. Nunca imaginé encontrarme en una situación tan surrealista, como si estuviera atrapado en el guion de una película de Hollywood, o las páginas de un libro de ficción.
Soy solo un chico de veinticinco años de Norwich, un rincón apacible al norte de Nueva York, donde la vida fluye en ritmo pausado. Crecí entre campos verdes y cielos estrellados, lejos del bullicio y las extravagancias de una ciudad como Las Vegas. Jamás anticipé que mi vida se entrelazaría con la de Maya de una manera tan inverosímil.
En mi pequeño pueblo, tenía una vida sencilla y plena junto a mis padres y mi hermanita. Mis mayores preocupaciones son mi empleo, un lugar en el que amo trabajar, tener dinero para pagar las cuentas en el apartamento que comparto con mis mejores amigos, y disfrutar de la animada vida urbana de Nueva York. Pero aquí estoy, en la capital mundial del entretenimiento, enfrentándome a realidades que parecían reservadas para tramas cinematográficas.
Con la mente más clara, me giro hacia Maya, cuyos ojos reflejan un universo de incertidumbre y pesar. Es hora de abordar la situación de frente, y aunque la propuesta que estoy a punto de hacer suena descabellada, sé que es la solución temporal que ella necesita, y la única forma en la que creo que puedo ayudarla.
—Maya, sé que esto suena completamente loco, pero... ¿y si nos casamos? —lanzo la idea al aire, con la seriedad que merece la situación. Maya parpadea incrédula, sus ojos buscando los míos en busca de algún rastro de broma. Pero mi expresión revela mi sinceridad. No lo hago por capricho o como una ocurrencia de último minuto; lo hago porque sé que está atrapada en una encrucijada y, de alguna manera, esta podría ser una solución.
—¿Casarnos? ¿En serio? —Su voz vacila entre incredulidad y asombro. Asiento con determinación, dispuesto a llevar a cabo esta propuesta inesperada.
—Piénsalo, Maya. Estamos en Las Vegas, con la ropa apropiada y en una situación complicada. Aprovechemos esto para solucionar temporalmente tus problemas. —Mi tono es tranquilo, pero mi mirada refleja la empatía y el deseo de ayudar.
Maya me observa con ojos que mezclan incredulidad y desesperación. Aunque la propuesta puede parecer absurda, siento que es una manera de ofrecerle una salida momentánea a sus problemas. Después de todo, el matrimonio en Las Vegas es conocido por su rapidez y sencillez.
—Acepto, pero bajo una condición —responde finalmente, una chispa de determinación en sus ojos.
—Lo que sea, Maya. Estoy aquí para ayudarte en lo que necesites —aseguro, listo para escuchar sus condiciones.
—¡Dios, creo que necesito un trago! —exclama entre nerviosa y ansiosa, haciéndome sonreír—. Prepararemos unas cláusulas. Esto no puede ser un matrimonio convencional —expone con claridad. Asiento, comprendiendo la necesidad de establecer límites claros.
—Lo que necesites, Maya. Estoy aquí para apoyarte en esto y en lo que venga después.
Con la decisión tomada, nos preparamos para la tarea de redactar las cláusulas que regirán nuestro matrimonio temporal, mientras Las Vegas aguarda en silencio, testigo de un acto de conveniencia, más que de una unión por amor, pero al menos, ofrecerá a Maya una pausa en la tormenta que se avecina.