El hombre del Bar
Harta, exactamente así era como sentía, no había sido su semana, ni su mes, ni su año, todo le había salido terriblemente mal y se sentía al borde de una crisis nerviosa, esta vez, la desalojaban de su departamento, las deudas se habían acumulado y el banco, por supuesto, no podía seguir esperando, sus muebles ahora mismo, estaban en la banqueta fuera del edificio, las miradas comenzaban a amontonarse sobre ella y los cuchicheos no se hicieron esperar, algunos vecinos, realmente lamentaban lo que estaba pasando, otros, en cambio, encontraban bastante graciosa su situación, no disimulando sus risas ante la hermosa mujer en sus 25 que los miraba con rencor a cambio, Alice Wright era una simple y totalmente ordinaria profesora de arte, y además, una violinista, sus ojos azules, casi agua marinos, amenazaban con derramar lágrimas de frustración ante la nueva desgracia que caía sobre ella, su cabello castaño se encontraba sujetado en una cola mal hecha, sus muy proporcionadas curvas y sus grandes pechos, no se notaban bajo aquel suéter holgado que se encontraba totalmente arruinado por la pintura, había estado trabajando en un nuevo lienzo, justo en el momento en que llegaron a echarla de su hogar, y no había tenido ni siquiera tiempo para cambiar su ropa.
– Firme aquí, con esto será suficiente por ahora –
Decía el abogado que venía en representación del banco extendiendo aquel papel frente a ella, Alice sabía que no podría negarse a firmar aunque lo quisiera, su flamante ex esposo, que había huido hace alrededor de 6 meses con nada más y nada menos que su hermana mayor, había firmado el departamento de ella como hipoteca para un préstamo con el que, supuestamente, emprendería un nuevo negocio para ayudar a mejorar la economía familiar, aquello, por supuesto, había resultado ser una farsa, y el infeliz se había llevado hasta el último dólar de aquel préstamo y sus cuentas bancarias, para seguramente darse la gran vida con aquella traidora a la que, desgraciadamente, siempre tendría por hermana.
Firmando aquel papel, Alice se dejaba caer sobre una de las sillas que habían botado a la calle, sus piernas temblaban y estaba al borde de una verdadera crisis, sin embargo, sabía que no podía permitirse el lujo de ello, tenia que encontrar la manera de resguardar lo poco que le quedaba antes de que cayera la noche.
Sacando su teléfono celular de entre sus ropas, marcaba el numero de aquella vieja amiga del secundario que una vez le había hecho una propuesta demasiado indecente, propuesta que por supuesto, había rechazado a todas luces, trabajar en un bar elegante donde se daban bailes exóticos, no era lugar para ella, que era una mujer decente y casada, sin embargo, dadas sus precarias y sumamente penosas situaciones actuales, no tenia demasiadas opciones frente a ella, sus padres ya eran personas mayores que además, le habían dado la espalda cuando su hermana escapo con su marido, amigos de toda la vida se alejaron definitivamente después de aquel escandalo y de a poco, se había quedado realmente sola, marcando aquel numero grabado en la memoria del teléfono, se sentía sumamente ansiosa.
– Si, ¿Eres tú Alice? – preguntaba la voz femenina al otro lado de la línea.
– Hola Becca, perdona por llamarte, pero quería preguntarte algo – decía Alice sintiéndose un completo fracaso por lo que estaba a punto de hacer.
– Por supuesto amiga, ¿Qué necesitas? – decía la mujer al otro lado de la línea.
Alice se tomo unos momentos antes de formular aquella embarazosa pregunta, sin embargo, al recapitular de nuevo su situación, sinceramente no tenia mas opciones.
– Dime Becca, en ese lugar donde me ofreciste trabajar hace meses, ¿Aun están contratando? – cuestiono la castaña con demasiada vergüenza en su haber.
– Oh amiga, lo lamento, bailarinas no estamos contratando, sin embargo, si necesitamos meseras, hermosas como tu lo eres, puedo ofrecerte eso, no ganaras igual que una bailarina, pero las propinas son excelentes, te aseguro que recibirás mas dinero que en esa escuela donde trabajas, y mas adelante, por supuesto que habrá un lugar para ti en el tubo si así lo deseas – dijo Becca con sinceridad.
– Eso es perfecto, dime algo Rebecca, ¿Cuándo podría comenzar? – pregunto esperanzada Alice sintiendo que definitivamente ser mesera era mejor que ser bailarina.
– Puedes comenzar esta misma noche, ¿Hay alguna otra cosa que necesites? – cuestiono la mujer con aprecio.
– Si, lamento mucho tener que molestarse, pero, ¿Podrías ayudarme a encontrar un sitio barato? Tengo muy poco dinero y estoy en la calle junto a mis pocos muebles, me han desalojado de mi departamento, ya lo sabes, la deuda de Henry que nunca pude pagar – dijo Alice sintiéndose una aprovechada.
– No te preocupes, dime bien la dirección en donde te encuentras, mandare a alguien para que te traiga junto a tus cosas, puedes quedarte conmigo en lo que encontramos algo privado y para ti – respondió Becca con amabilidad.
– En verdad no sabes lo mucho que te agradezco esto – dijo la castaña dejando caer sus lágrimas.
– Tranquila, somo viejas amigas, me ayudaste en mi peor momento, déjame ayudarte en el tuyo – dijo la joven Rebecca con sinceridad.
La noche había caído, y con ella, el desperdicio de la humanidad salía a las calles buscando un poco de insana diversión para pasar la noche, Alice se sentía verdaderamente incomoda, su idea de un uniforme de mesera, distaba mucho de lo que estaba usando, aquella falda era demasiado corta y pegada al cuerpo y no se le permitía usar un short por debajo, la blusa, no era en sí, una blusa, era mas bien un crop top también entallado a su cuerpo con un escote demasiado pronunciado, dejando ver en demasía, sus pechos casi expuestos, era casi como ir desnuda, nunca antes había usado “ropa” como esa, que no dejaba nada a la imaginación de nadie.
Dando un vistazo hacia fuera, Alice no se sentía preparada para salir vestida así a atender clientes en estado de ebriedad, sin embargo, sabia bien que no podía simplemente marcharse y conservar su dignidad como deseaba hacer justo en ese preciso momento, necesitaba el dinero con urgencia…su pequeño hijo, al que apenas hacia un rato atrás había recogido del colegio y dejado en casa de Rebecca con la niñera que se encargaba de cuidar de su pequeña, estaba pasando junto a ella demasiados malos momentos.
Tomando todo el aire que sus pulmones pudiesen soportar, Alice salía hacia el área de clientes del bar, Tentación en Éxtasis, ese era el nombre de aquel lugar, donde, según palabras de Rebecca que administraba el sitio junto a su marido, solo asistían clientes de primera, millonarios, gobernadores, mafiosos, personas con demasiado dinero y poder, aquellos que tenían los millones suficientes para comprar hasta la risa de cualquiera.
Acercándose hasta la primera mesa que vio sin una mesera atendiendo, la castaña tomo su pequeña libreta para tomar la orden de los muy serios hombres revestidos en finos y costosos trajes que la miraron de arriba abajo sin perder detalle de ella.
– Buenas noches, ¿Están listos para tomar su orden? – pregunto con demasiada timidez la pintora, completamente inexperta y sin saber que más decir.
Los hombres, con apariencia casi criminal, soltaron una sonora carcajada ante su pregunta, ella, no lograba entender que era lo que había hecho mal.
– No te había visto por aquí, ¿Eres nueva? A nosotros solo nos atiende Becca en persona, no una niña que parece que se confundió de puerta, aquí no es una cafetería –
Dijo uno de los hombres que, sin duda, tenia toda la apariencia cliché de un mafioso, un hombre en sus 40 años, podría decir, demasiado feo y temible.
– Yo, lo lamento, no lo sabía – dijo Alice avergonzada y esperando no haber ocasionado un problema a su vieja amiga, dando la espalda a aquellos hombres, la hermosa castaña se disponía a buscar otra mesa para atender y esta vez, procurando no ser tan estúpida.
– Espera –
Dijo uno de los hombres a sus espaldas haciéndola voltear.
– ¿Me ha llamado? – pregunto Alice mirando a aquel hombre joven.
Su apariencia era demasiado intimidante, tatuajes visibles que parecían cubrir todo su torso hasta su cuello que se hacían notar, incluso, bajo aquel costoso y elegante traje n***o, su rostro, aunque muy hermoso, de perfectas facciones varoniles, se hallaba en una mueca de aparente molestia, sus ojos, eran profundos, de un hermoso color azul zafiro, completamente agresivos, penetrantes, que la escudriñaban sin piedad en cada ángulo y curva de su cuerpo, un hombre demasiado apuesto, demasiado intimidante y, quizás…demasiado peligroso.
– Acércate, quiero verte bien – ordeno aquel hombre rudo, logrando poner nerviosa a la castaña.
Alice, se acercó con timidez y sintiéndose francamente intimidada, aquel hombre se había puesto de pie y, sin duda, era mucho mas alto que ella, pasando los 1.90 que la hacían lucir casi diminuta en sus 1.70, mirando a los ojos de aquel imponente hombre, la castaña estaba frente a frente ante él, sin bajar la mirada a pesar de sentirse casi asustada.
– Eres bonita, demasiado bella para ser una simple mesera, ¿Cómo te llamas? – pregunto aquel hombre de hermosos e intimidantes ojos azules.
– Alice, me llamo Alice señor – respondió la castaña sin decir su apellido.
– ¿Solo Alice? ¿No hay apellido? – cuestiono el hombre tomando el hermoso rostro de la chica entre sus dedos.
Alice sintió que le faltaba el aliento ante aquel hermoso hombre, sin embargo, no parecía, ni parecería jamás, el tipo de hombre con el que saldría, mucho menos decir su apellido.
– Así es, disculpe, pero no lo conozco, no suelo dar mi nombre completo a los desconocidos – respondió la hermosa castaña.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de aquel hombre intimidante.
– Me gustas Alice, y veras, yo siempre suelo tener lo que deseo, mi nombre es Hades, Hades Dogaru, y me darás todo lo que quiero de ti, incluyendo tu apellido – dijo con arrogancia aquel hombre intimidante.
Alice no bajo su mirar de la de aquel hombre, ¿En que se había metido? El hombre del bar la miraba con lujuria…con pasión, y algo muy dentro de ella gustaba de ello, una nueva historia comenzaba, una que destara ríos de sangre, Alice había conocido a Hades Dogaru, sin saber lo que aquel evento, terminaría desatando en su vida, sin saber, que había marcado su destino.