—¿Y quién no?— dijo Hitchin en tono triste. Devona sintió que no había tenido mucho tacto. Por lo tanto, le informó que en el lago habían nacido muchos patitos. Hitchin no pareció muy interesado, pero aquello los mantuvo hablando hasta que llegaron al comedor. Cuando se sentó, advirtió que apenas eran las seis y media. Supuso que quizá Hitchin no hubiera comido a mediodía por haber tenido que salir de compras. Cuando ella hubiera comido una buena porción del conejo, entonces ellos se comerían el resto. Tras haber comido, Devona se alegró de poder tomarse una taza de café, aunque después la mantuviera despierta. Le dio las gracias a Hitchin y, para sorpresa suya, éste le dijo: —Que Dios la bendiga, señorita Devona. Espero que el nuevo Conde se porte bien con usted; pero si es parec