Devona se apresuró hacia la puerta y vio a Hitchin hablando con el cochero. Se acercó a ellos. —Aquí está la carta— dijo—, y tenga mucho cuidado de no perderla. Aquí también está la guinea para recompensar sus molestias. De verdad que le estamos muy agradecidos. Los ojos del joven brillaron al ver la moneda, que se metió de inmediato en un bolsillo. —Espero que su señoría dé otra igual para que le haga compañía — comentó. —Si lo hace— intervino Hitchin—, entonces me deberá usted un trago en el mesón. —Así será— prometió el joven—, pero sólo si su señoría se alza a las circunstancias. Los dos hombres rieron. Y, al fin, el cochero subió a su vehículo, dio la vuelta a los caballos y comenzó a alejarse por el camino. Devona respiró hondo y se volvió a Hitchin. —Fue usted muy hábil— l