Una absurda exigencia

1167 Words
Xander sonrió de nuevo, al recordar la urgencia de Christine por alejarse de él. Siempre había sido de esa manera entre ellos, un trato de fría cordialidad desde que había entrado a trabajar como su secretaria, recordando claramente su molestia al hacerle la propuesta. Flashback: —¿Bailamos? —propuso él, pero aquello no sonó como una petición sino como una orden. —No —dijo firme. Hombre como aquel era de los que necesitaba alejarse. —Mmm. No creo que esa sea una decisión inteligente —murmuró él de una forma seductora, lo cual hizo que su corazón se acelerara frenéticamente. —Es mejor que se marche —dijo un poco nerviosa. —No hay que temer, sólo será un baile —le aseguró él, ocultando sus verdaderas intenciones. —Solo uno —accedió Christine, pensando que quizás así la dejaría en paz. Con todo el pesar del mundo, ella se levantó de la silla y se dirigió a la pista de baile, seguida de Xander. Una vez allí, la tomó de la cintura y ella colocó sus manos en el pecho de él para tratar de alejarlo un poco, pero Xander la acercó más a su cuerpo y el olor de su perfume inundó sus fosas nasales. Un aroma varonil que le provocó un fugaz escalofrío recorriendo su cuerpo. Christine se sorprendió al sentir un bulto cerca de su estómago, en cambio Xander le regaló una sonrisa cínica. —¿Qué es lo que pretende? Suélteme —exigió. —Creo que eso no se va poder, te he estado observando desde que entraste por esa puerta y no he podido dejar de imaginarme cómo sería tenerte en mi cama, completamente desnuda y expuesta para mí. —¡¿Qué?! —Te puedo dar todo lo que quieras, lo que sea. Dime, ¿cuánto dinero quieres? —dijo firme, pues para él todas las mujeres tenían un precio. Fin flashback. Xander se había percatado de que aquella chica no había caído rendida a sus encantos como las demás, pero quizás el dinero pudiera despertar el interés por él. Aquello le había resultado humillante, ya que nunca antes había tenido que ofrecerle dinero a una mujer para llevarla a la cama. Ellas eran quienes se le insinuaban y lo perseguían como abejas a la miel. Xander se había fijado en sus ojos color ámbar y su abundante cabello castaño rizado, teniendo una belleza natural sin necesidad de maquillaje. Además, sus amplias caderas le incitaban a poner en práctica sus fantasías más perversas. Por otro lado, Christine estaba algo nerviosa, preocupada de que su padre se diera cuenta de la tensión que existía entre ella y su jefe. —No es nada, papá —trató de excusarse, sonriendo—. Es solo que no esperaba encontrarlo en este lugar y encima, abusar de su amabilidad. —Pero hija, es tu jefe —hizo una mueca de incomodidad. “Podrá ser el mismísimo rey de Roma, pero ese tipo me trató como si fuera una cualquiera. Es un descarado arrogante,” pensó con molestia. —Mi jefe está muy ocupado, seguramente no tiene tiempo para llevar a su secretaria y su padre a ningún lugar —dijo Christine con una sonrisa, restándole importancia—. Vamos a casa, pasaré buscando a Matty y luego a preparar la cena. Su padre frunció el ceño, pero no dijo nada más. Christine aún no salía de su asombro y disgusto, su jefe era un cínico descarado, siempre la veía con esos ojos lascivos que parecían querer desnudarla solo con la mirada. Se dijo que lo que tenía de guapo y sexy, lo tenía de idiota y engreído. “Yo no estoy a la venta, imbécil,” le había espetado aquella vez, soltándose de su agarre. El hombre era un completo capull’o con ella, ¿por qué se había comportado tan amable frente a su padre? —Señor Stone, el chófer lo espera. Tiene una reunión importante en quince minutos —dijo su asistente, mirando la agenda. Xander vio a Christine alejarse rápidamente, y el deseo de quererla en su cama volvió con fuerzas, haciéndolo tragar saliva. Estaba cansado de la mujeres frívolas con las que solía acostarse, necesitaba un cambio. Algo nuevo, diferente, y esa chica era justo lo que estaba buscando. Era como un soplo de aire fresco en medio del desierto. La chica no era del tipo de mujer con las que solía salir, aún así, aquello le gustó mucho más. De pronto recordar la rubia con la que tenía una cita en la noche le pareció poco atractiva. “¿Por qué se veía tan preocupada?” Frunció el ceño, recordando su expresión. Pero pronto, cada uno de sus pensamientos y deseos pecaminosos quedaron de lado, cuando el motivo de la reunión tan urgente que tenía lo había sacado un poco de sus casillas. —¿Casarme? ¡No puedes estar hablando en serio, abuelo! —gritó, asombrado y molesto. El anciano lo miró con reproche, alzando una arrugada mano para que se callara. Xander lo hizo a regañadientes, no se atrevía a faltarle el respeto, pero eso que acababa de decirle lo había puesto fuera de sí. No podía concebir una peor propuesta para su vida de soltero empedernido. —Estoy hablando completamente en serio, muchacho —dijo frío, esbozando una pequeña sonrisa—. A tu edad ya tenía a tu padre, los socios se preguntan si con tu vida de libertino eres capaz de convertirte en el presidente de las industrias Stone y mi heredero. —Pero… —Te casarás o te quitaré el puesto como CEO de mi empresa, además de desheredarte por completo —amenazó el viejo, dándole un golpe al escritorio—. Harás lo que yo diga, es mi dinero. —Dinero que te he ayudado a multiplicar en los años que llevo al frente de la empresa —espetó Xander, pasando una mano por su cabello de manera frustrada—. Ni siquiera tengo novia o interés en formar una maldita familia. —Cuida tus palabras, muchacho —amenazó su abuelo. —Bien, puedes quitarme todo lo que con tanto esfuerzo te ayudé a construir… —Puedes elegir a la mujer que se te antoje, pero que sea una dama —el anciano lo interrumpió como si no hubiera hablado—. Será solamente un matrimonio falso, busca una mujer de esas que frecuentas y haz un contrato. No es difícil, ¿o sí? “Lo difícil es aguantar tu arrogancia, querido abuelo,” pensó Xander, apretando los dientes. —De acuerdo, buscaré a una chica que llene los requisitos que pides —dijo irritado, mirándolo a los ojos—. ¿Por cuánto tiempo será el maldito acuerdo? —Un acuerdo de un año es suficiente —dijo el anciano, complacido—. Si decides tener un hijo, no me opondría. —Ni lo sueñes, ya estás pidiendo demasiado —tajó de manera seca, levantándose airado para salir del lugar.
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