El lunes, Christine se levantó muy temprano para ir a su trabajo.
Hizo una mueca al verse al espejo, pensando en que su atuendo no era el más elegante, aunque era la ropa más decente que tenía y que se podía permitir pagar.
“Ahora debo recortar aún más gastos con esto del tratamiento,” pensó con un nudo en la garganta.
Recordó que a su jefe le gustaba ser recibido en su oficina con un café de Starbucks, así que tuvo que hacer una larga fila para obtenerlo, corriendo casi sin aliento hasta llegar a la oficina.
—Es tarde —susurró con voz temblorosa, mirando el reloj.
Esperaba que el ascensor se moviera más rápido de lo que siempre hacía, pero la lentitud del mismo parecía estarse burlando de ella.
“Demonios, ahora quién aguanta al malhumorado ese,” pensó con agobio, dirigiéndose a la oficina de su jefe.
—Llega cinco minutos tarde, señorita Reynolds —espetó una voz seria.
—Lo siento... señor, no volverá a ocurrir de nuevo —dijo nerviosa y algo avergonzada.
—Claro que no sucederá de nuevo, porque si vuelve a haber una próxima vez, la despido ¿entendido?
—Sí, señor.
—Y me gusta que me miren a la cara cuando hablo —dijo él.
La tensión en aquella oficina se hizo presente al notar la mirada de él en sus piernas.
—Señorita Reynolds —dijo él con aquel tono de voz glacial.
—Sí señor, lo entiendo. Esto no volverá a ocurrir —dijo presa del
pánico, recordando que no podía perder su empleo.
“Maldita sea, tengo que aguantar sus desplantes groseros como sea,” pensó algo irritada.
—Señor Stone para usted —le corrigió con arrogancia.
—Sí, señor Stone —repitió con dientes apretados.
—Bien, le informo que a partir de hoy usted será mi asistente —habló Xander de manera casi aburrida—. Por supuesto, su sueldo será cuatro veces mayor al que tenía como una simple secretaria, pero tendrá más responsabilidades que cumplir.
—¿Eh? —Christine miraba a su jefe como si le hubiera crecido un tercer ojo.
—¿Le hablé en otro idioma, señorita? —espetó de manera seria—. Necesito que se encargue de mis agenda y cancele un par de reuniones, llamando a los proveedores para agendar otra cita.
Ella no había salido del shock. ¿Cómo es que había pasado a ser su asistente de la noche a la mañana? ¿Tendría que ver con lo que había pasado en el hospital…?
No, era imposible que su jefe se hubiese dado cuenta.
—¿Me está escuchando, señorita Reynolds? —exclamó él, impaciente y de mala manera—. ¿Se puede saber en qué mundo imaginario anda metida?
“No tiene que ser tan grosero, idiota,” pensó molesta.
—En ninguno, señor —su tono frío le causó diversión a Xander, le gustaba cuando ella se enojaba—. De inmediato me pongo a hacer lo que me ha pedido.
Christine se esforzó en desempeñar su labor, aprendía rápido y sabía que ese aumento de salario le vendría de maravilla en esos momentos.
—Quizás pueda pedir un préstamo —habló para sí misma, sin notar que alguien muy cerca de ella la había escuchado: su jefe.
“¿Un préstamo? ¿Para qué lo necesitaría?,” pensó Xander, frunciendo el ceño.
Le dio vueltas la cabeza al recordar a su asistente junto con su padre en el hospital, además de su mirada latente de preocupación.
Sacó su celular y marcó un número que ya sabía de memoria.
—¿Señor Stone? —habló una seria voz a través de la bocina.
—Charles, necesito información de una mujer —habló con el ceño fruncido—. La necesito lo más pronto que pueda.
—¿Le sirve hoy mismo, señor?
—Perfecto. Gracias, Charles.
Se recostó en su asiento luego de colgar la llamada, sin poder sacarse de su cabeza a Christine y a su padre, un hombre con enormes ojeras que cojeaba de un pie.
—Terminé, señor Stone —le informó ella después de pocas horas.
A pesar de que estaba sorprendido, no lo demostró.
Debía reconocer que era una chica muy eficiente, ya que le había puesto a procesar una gran cantidad de archivos, no pensó que terminaría ese mismo día.
—Muy bien, señorita Reynolds —dijo con fingida indiferencia—. Ahora prosiga a redactar el contenido de estas carpetas y cuando termine necesito que se lo envíe al señor Cowell, es el encargado de estadísticas.
Notó cómo ella fruncía el ceño.
“Te lo mereces por haberme rechazado,” pensó prepotente.
A pesar de sus pensamientos, sabía en el fondo que todo era una táctica sucia para cumplir sus propósitos.
—Pero no me dará tiempo de terminar todo esto hoy, solo falta una hora para mi salida —protestó ella.
—Entonces lléveselo a casa o termine aquí, no me importa, el punto es que debe enviarlo esta noche —dijo implacable.
—Pero es que…
—Nada de peros, me disgustan las personas incompetentes —la miró fríamente—. ¿Tiene algún problema en hacer lo que le ordené?
—No, señor Stone —susurró resignada.
Él se marchó y ella volvió a su lugar con una expresión de tristeza. No le quedaba de otra más que quedarse, ya que no tenía una computadora en casa.
Sentía tanta impotencia, quería mandar todo al demonio pero no podía, ella estaba consciente de que todo eso era una forma de él vengarse por haberlo rechazado.
Luego de unas horas trabajando, sintió todo su cuerpo adolorido, así como los dedos de la mano debido a todo lo que escribió.
De pronto unas terribles ganas de llorar le invadieron, sentía tanta rabia contra aquel hombre. Se dirigió al baño y allí dejó salir las lágrimas que había contenido, mientras se maldecía por ser tan
débil.
—¿Ahora como regresaré a casa? —se quejó entre lágrimas.
A esa hora no había casi ningún medio de transporte disponible, solo taxi y no tenía dinero para pagarlo.
Salió del lugar, sorprendiendo al guardia, ya que era de noche y no había nadie por la oficina a esas horas.
—¿Le llamo a un taxi, señorita? —preguntó amablemente el hombre, pero ella negó.
Contuvo las lágrimas al mirar las solitarias calles de camino a su casa. Sentía que se caería de un momento a otro del cansancio, pero tenía que volver a casa aunque fuese a pie para cuidar de su padre.
De pronto, un lujoso y costoso auto se estacionó enfrente y vio salir a Xander.
—Señorita Reynolds, ¿qué hace aquí afuera a estas horas? —le dijo con tono burlón y ella deseó golpearlo.
—Mirando las estrellas —le respondió con sarcasmo, él sólo
sonrió.
—Veo que está usted de buen humor, dígame que cumplió con mi encargo —la miró atento.
—Sí, hace unos minutos le envié el documento al señor Cowell —suspiró ella, comenzando a caminar—. Buenas noches, señor Stone.
—Entra al auto, Christine —ordenó él, haciendo que ella se detuviera abruptamente.
—¿Pero qué…?
Vio la portezuela abierta y dudó unos segundos. El cansancio le estaba pasando factura y solo quería llegar a su cama a dormir.
Se dirigió hasta el auto de Xander, y éste sonrió complacido.
En el camino solo había silencio entre ambos, Christine sentía una electricidad recorrer su cuerpo al notar la mirada de su jefe.
—Señor, gracias por traerme… —comenzó a decir, bajando del auto.
—Espera, Christine.
—¿Por qué diantres me llama por mi nombre? —se volvió a él, algo irritada.
—Cásate conmigo —fue su respuesta.