Coloco mis ojos al frente del gesto de desagrado que viene del fornido y panzón, que lleva rato arruinándome mi noche de bebida favorita ¡Hoy dan chupitos gratis, imbécil! Pienso, resoplando. Estamos en el callejón del bar, con varias personas rodeándonos y animándole a que me muela a golpes. La verdad algunos chupitos ya me han llegado a la cabeza así que ganar de mi parte esta pelea… no es lo más probable.
Hago un traspié, parpadeando, esquivando uno de los golpes a puño cerrado que el sujeto me lanzó. Iba directo a mi rostro y he de admitir que tengo mis encantos. > Pero no hablemos de eso. En este momento estoy enfrentándome a un hombre fortachón, que me culpa de coquetear con su novia. Un patético inseguro.
─No sé de qué hablas ni la he mirado ─murmuro, arrastrando mi rostro a la rubia de buen escote que me sonríe ─. Bueno, hombre, tiene buenos pechos. Es un 10 de 10 ─Recalco jocoso > pienso de repente al ver a la montaña distorsionar su semblante a uno muy aterrador ¿Acaso eso es posible?
─¡Te voy a matar! ─ Gruñe, empuñando su mano en mi cara, para mi poca suerte, sin poder esquivarle esta vez.
Ahora imagínense, una película en cámara lenta, pero de mi cara mostrando una mueca desagradable de sangre y saliva por doquier. Y aquí estoy. Siendo el fracasado de la familia, soy bueno en la cama no en el amor. Rompe corazones sin dudarlo, deudas que me persiguen para matarme y un odio terrible por la navidad, gracias a un familiar en particular que hizo de mis navidades un tormento al igual que mis padres al llamarme “Christian Massimo” porque “Christmas” es muy obvio, si los juntamos… soy la burla de mi propia historia.
Navidad suele ser mi peor época y estamos en noviembre, donde las personas empiezan con su locura. Me sostengo de los codos, limpiándome las comisuras.
─Y no te vuelvas a acercar a mi chica ─amenaza el fortachón, escucho los vítores y burlas hacia mí mientras sigo en el frío y sucio asfalto. La rubia me sonríe, haciendo un gesto para que le llame. Ni en sueños.
Levantándome, sacudo mi chaqueta favorita de cuero que me regaló mi abuelo antes de fallecer. Resoplo, sintiendo el dolor en mi quijada. Inesperadamente, escucho cómo pasa un auto con villancicos ¿Esto es en serio? Me cuestiono, rodando los ojos. En estas festividades, todos celebras, son felices y mi familia se encarga de joderme una y otra vez con la pregunta del millón “¿Por qué no te has casado, tienes casi treinta años?”
─Porque soy una polla loca ─murmuro irónico para mí, o eso diría el chico que me acaba de reventar la cara.
Esbozando una sonrisa ladeada para caminar fuera del callejón. Adentrándome en la concurrida calle de mi ciudad. Respiro la suciedad y el bullicio, que se junta con la comida rápida de la misma. Ocultando mis manos en la chaqueta me resigno, en buscada del calor de mi pequeño cuarto, aún en la casa de mis padres. ¿Se puede ser más idiota? O solo lo hago para ahorrarme alquiler de un departamento lleno de ratas en esta costosa ciudad. Pateo una lata vacía, mientras levanto la vista vislumbrando unas personas que comienzan a colocar una guindarlas ¿En serio? Me cuestiono, arrugando mi entrecejo.
─¡A penas es primero de noviembre! ─Exclamo ofuscado hacia las personas.
─¡Cállate, Grinch! ─Gritan devuelta, riéndose.
Refunfuño, apresurando mi paso. Observo la puerta del sótano de la casa de mis padres, que es donde vivo, como un escurridizo polizonte. Esperando que no me escuchen entrar a la casa, empujo la llave con cuidado al igual que la puerta. Enciendo las luces de mi acondicionado “piso”, más bien es como un anexo, que solo tiene una habitación común y corriente, lo único de valor son mis guitarras firmadas que tienen polvo por no darles uso desde que me lastime la mano con una tendinitis, dejándome más inútil de lo que era.
Lanzo mi cuerpo en la cama, sacando mi celular para ver las notificaciones alzándolo sobre mi cara. Deslizo sí y no, en la aplicación de citas que me he descargado para mis noches de necesidad. Esbozo una sonrisa, observando a una morena que sale en bikini, dándole un “sí” absoluto.
─Hola, Elenita ─murmuro jocoso hacia la chica, escribiéndole.
─¡Hijo, sube para que me ayudes a hacer galletas! ─Exclama mi madre sobresaltándome, el celular se resbala de mis manos, cayendo en mi cara. >
─¡Ya voy! ─Exclamo de vuelta. Corriendo hacia el baño para limpiarme un poco la cara que me han dejado. Observo en el reflejo del espejo, mis ojos grises adornados de cansancio mientras que mis facciones al ser similares a las de galante padre, no me veo nada mal, solo con un moretón en la boca. Procedo a enjuagarme el rostro, para retirar la sangre seca y polvo. Alboroto mi cabello rubio, pensando que ya necesita un corte, para salir con prisas, cambiándome la camisa.
Al colocarme una de las blancas que estaban en la cesta de ropa sucia, olisqueo para proceder a echarme un poco de perfume. Corro hacia las escaleras, encontrándome para mi sorpresa la casa de mis padres con adornos de navidad. Resoplo, ante el dolor de cabeza que comienza a darme.
Camino hacia la cocina, encontrándome a mi dulce madre, con un mandil de santa Claus > pienso, llevando mis ojos a la sonrisa de mi madre, quien me recibe con un gran abrazo de oso.
─Como sabes, es tradición de la familia, adornar con guindarlas con mucha anticipación ─menciona, pellizcándome una mejilla. Se me había olvidado que mi familia es muy obsesionada con la navidad, mientras que para mí es un infierno.
Ruedo los ojos, llevando mis ojos a mi padre, que con sus canas y aún porte de galán. Está luchando con las enredaderas de luces.
─¿En serio este año tenemos que hacerlo? A penas está iniciando Noviembre ─declaro, tomando en mis manos el tazón que me entrega mi madre.
Me pasa por encima de la cabeza, un delantal, con un árbol de navidad en él. Genial, esto de verdad es una ironía completa ¿Acaso pertenezco a esta familia loca por esta festividad? Porque estoy convenciéndome que se equivocaron de bebé en el hospital.
─Me haré judío ─murmuro, vertiendo los ingredientes en el tazón. Por lo menos soy bueno en la cocina, pero ni la estudié ni pienso cocinarle a un montón de personas estúpidas.
Siento un golpe en mi brazo de una cuchara de madera, que mi mamá carga en la mano.
─¡Auch! ─Exclamo, riéndome. Mientras que ella me mira con molestia.
─No vuelvas a decir eso ─regaña, la admiro desde arriba, por su baja estatura y a diferencia de mi metro noventa, parece más pequeña.
─Está bien, cálmate y baja esa cuchara ─digo, esbozando una sonrisa.
Niego con la cabeza, mezclando los ingredientes en el tazón. Le agrego un poco de ron y pasitas, ya que las galletas favoritas de mis padres son las borrachas. Abro el horno, luego de una lucha con mi madre, que quería las galletas todas en forma de arbolito de navidad, mientras que a mí me gustan deformes y más gruesas. Coloco la bandeja, mitad bolas deformas y mitad, navidad a todo dar.
Sacudo mis manos llenas de harina, quitándome del delantal. Acomodo toda la isla, mientras mi madre calienta leche. Camino hacia donde se encuentra mi padre, luchando con los adornos. Tomo de sus manos las mallas de luces.
─Gracias, hijo ─murmura, tosiendo. Él hace poco se ha jubilado de su trabajo de minería, pero ha quedado en él la tos particular de tragar tanta tierra.
─¿Este año también pondrás al regordete arriba de la casa? ─Inquiero, sabiendo que siempre se esmera en adornar la casa, sobretodo la fachada. Que compite todos los años con los vecinos.
─¡Por supuesto! El año pasado el Frank el vecino, estaba celoso, eso hizo que nuestra casa fuera la mejor adornada. Gracias a tu tío Ben, patrocinó ese santa costoso ─acoto, nombrando a mi más odiado némesis, mi tío Bennedict Warlock, el hombre más obsesionado con esta festividad, por encima de mis padres. Con él la familia está más que feliz, ya que él aviva las tradiciones familiares como nunca antes, además de que siempre me obliga a disfrazarme del Grinch y reprocharme mi malhumorado rostro durante los villancicos.
─Ese imbécil ─murmuro.
─¡Massimo! ─Exclama en reproche mi padre, con mi odiado segundo nombre.
Miro hacia la ventana, suspirando, mientras mi madre enciende la chimenea. El frío ya comienza a calar nuestras pieles. Y así es como comienza mi tortura que dura aproximadamente, dos meses.
Suelto el aire de mis pulmones, marcando los precios de los anaqueles del supermercado > pienso, mirando mi traje azul y a las personas caminar a mí alrededor, como si quisiera siquiera ayudarles a saber dónde se encuentra la leche de almendras.
─Hola, disculpe, joven ¿Dónde puedo conseguir las galletas de vainilla francesa? ─Inquiere una señora, llevándome a arrastrar mi rostro de los anaqueles hasta su rostro. Me encuentro con los anteojos más grandes que he visto en mi vida.
─Pasillo tres, sección de navidad ─murmuro con pesadez.
─Muchas gracias, joven guapo ─suelta la señora pervertida, dándome una sonrisa.
Abro los ojos, sorprendido. Mientras que escucho una carcajada familiar, de Sonia Velvet. Llevo mi mirada hacia ella, viendo sus rizos oscuros más llamativos que nunca. Se cruza de brazos, dejándome ver su camisa blanca de trabajo. Ella es una importante banquera de la ciudad, aparte de pronto culminar su carrera de derecho. No entiendo cómo ella puede ser mi amiga.
─Eres la tentación de todas las señoras ─menciona, llegando a mí para abrazarme. El olor a vainilla de su perfume me lleva a sonreír. Se separa, dejándome ver sus ojos color miel.
─¿Y esa cara? ─Cuestiona, levantando una ceja.
─Nada, solo que estás preciosa ─digo jocoso.
Ella ríe sonoramente.
─Ni lo pienses, solo pasó una vez en la secundaria. Ya no tienes chance aquí, Chris. No juego a tu liga ─reitera con la sonrisa.
─¿Me estás diciendo que no soy atractivo? Y eso que hoy me levanté sintiéndome el rompe corazones de las señoras ─suelto, ella me empuja con gracia.
─Cuéntame ¿Cómo te va? ¿Volviste a pelear? ─Inquiere cambiando su tono de voz. Carraspeo, rascándome la nuca. Con su mano, acaricia mi quijada, observando el moretón de mi labio. Puedo notar nostalgia en sus ojos.
─No es nada, prometo que será la última vez ─digo, agachándome para tomar uno de los paquetes de harina para colocar en el anaquel.
Sonia resopla.
─No me tienes que prometer nada a mí, eres el chico más dulce que conozco, pero eres muy testarudo para ver eso ─dice, tomando dos paquetes de harina para ayudarme a ordenarlos.
Arrugo mi cejo por sus palabras.
─Sonia, no tienes que ayudarme, no trabajas aquí ─digo. Ella se apoya del anaquel, sonriéndome.
─¿Cómo están tus padres, ya comenzaron con la locura de navidad? ─Cuestiona, cambiando de tema drásticamente.
─Ni lo digas, ayer hornee galletas de navidad ─suelto, para recibir una carcajada de su parte.
Nadie me conoce más que ella.
─Pobre de mi Chris… si quieres podemos tomarnos algo, tengo que contarte algo importante ¿Te parece? ─Propone, tomando un paquete de harina.
Asiento, Sonia se alza de puntilla para dejar un beso en mi mejilla, despidiéndose. Suspiro, observando cómo se va alejando de mí.
Camino cabizbajo, con mis manos en los bolsillos, observando cómo se va viendo la entrada de la casa de mis padres, arrugo el cejo, entrando por la puerta principal. Inesperadamente, me los encuentro entristecidos, en el sillón de la sala. Lanzo las llaves en la mesa.
─¿Ocurrió algo? ─Cuestiono desconcertado.
Los ojos azules y llorosos de mi madre se posan en mí.
─Nos quieren quitar la casa… el banco ─suelta, como una bomba.
Abro los ojos, mirándoles.
─Pero… ¿Por qué? ─Cuestiono nervioso.
─Tu padre olvidó pagar las últimas cuotas y si no lo pagamos pronto, nos quitan la casa ─explica con la voz ronca.
Parpadeo, pasando mi mano por mi cabello y por mi rostro con ofuscación. Dejo salir un suspiro, sentándome en uno de los sillones para tratar de pensar, levanto mis ojos en ellos que ven el final de todo en este momento.
─Yo me encargo… no permitiré que el banco les quite la casa, aquí es donde he crecido y con tanto esfuerzo han obtenido… mañana mismo iré al banco ─declaro, levantándome.
─Espera, hijo ¿Qué harás? ─Inquiere mi padre, tomo una bocanada de aire, irguiendo mi espalda.
─No se preocupen ─digo, dándoles una última mirada, camino a pisotones hacia mi habitación, bajando las escaleras hacia el sótano. Camino en círculos en ella, con desesperación analizando si quizás uno de mis riñones aún estén buenos para ser vendidos ¿Acaso estoy pensando en vender partes de mi cuerpo? Me cuestiono, negando la cabeza como una respuesta certera.
Mi corazón late con fuerza, observando las guitarras… ya no les doy uso, creo que sería justo que las sacrificara por salvar la casa de mis padres. Las desempolvo, colocándolas en sus forros, para tomar un suspiro por lo que haré. Determinado, tomo un taxi junto a mis tres guitarras firmadas por grandes músico, en la primera de color n***o por s***h, la segunda moradita por Jimi Hendrix y la última amarilla, por Billy Gibbons. Espero por lo menos me den por ellas más de la deuda, así me compro un mejor auto que la herencia de auto que me dio mi padre. Recuerdo haberlo restaurado junto a él, la vieja camioneta está descansado en el garaje.
─Sí, déjeme por aquí ─anuncio al señor del taxi, visualizando la tienda de artículos de colección y música. p**o con el billete, bajándome con prisas.
Al cruzar la puerta de la tienda, suena una campanita, anunciando mi entrada. Una señora con grandes lentes y cabello de colores me mira con escrutinio.
─Hola, quisiera saber… cuánto me podrían dar por estas guitarras ─menciono, rascándome la nuca luego de abrirlas y dejárselas para que las inspeccionen.
La señora se acerca, con una lupa, hacia la firma y detalla cada milímetro de los instrumentos. Mi corazón late con fuerza, mientras espero a su reacción. Muerdo mi labio inferior, escuchando cómo entra otra persona, pero esta vez una chica de cabello rojizo y ojos verdes, con buenas curvas y un atuendo que me deja ver sus grandes cualidades visuales. Le doy una sonrisa ladeada, tratando de coquetear con ellas. Quizás este sea el día de mi suerte, conseguiré mucho dinero y aparte una chica linda podrá dormir en mi cama hoy.
─Estas dos son falsas, la única con firma real es la de Billy Gibbons ─anuncia la señora, sobresaltándome. ¡Mierda! Exclama mi interior.
─Eso no puede ser… cierto. Me las vendieron como originales, mierda ─farfullo, revisándolas. Observando más a detalle.
─Si no me crees, aquí te enseño unas originales, cada una aproximadamente cuesta un millón, si fuera reales, no podría comprártelas… tendrías que ir a otro lugar. Te doy doscientos mil por la de Billy Gibbons, es mi única oferta ─menciona sin tapujos. Dándome la noticia penosa al frente de la chica guapa que se ríe por lo bajo. Lo que me ofrece solo me alcanza para una cuarta parte de la deuda, si es lo que pienso y no más. Resoplando, asiento, tomando las dos guitarras falsas para llevarlas de regreso a donde no debieron de salir.
Por la vergüenza, mis mejillas se calientan al pasar por la chica, que no puede aguantar la risa… al cabo ni quería estar con una idiota. Suelto un bufido, ocultando mi tarjeta donde han enviado el dinero. Espero alcance un poco, pienso con desgano.
Lanzo las guitarras, para no verlas en mucho tiempo, al cabo no sirvieron de nada. Reviso mi celular, dándome cuenta que la morena me ha respondido, para quedar. Decido pautar para mañana, tengo que mantener la mente enfocada en salvar la casa de mis padres. Y quizás ella sea la última persona con la que me acueste y tenga un solo riñón, pienso, con gracia nostálgica.
Me acomodo la corbata al recibir la gran suma de dinero que necesitamos. Le doy un apretón de mano al banquero, para salir nuevamente derrotado de este lugar, normalmente el banco me da pavor, solo he venido a pagar deudas y pedir préstamos. Cabizbajo, camino hacia mi camioneta. Inesperadamente, recibo una llamada de mi madre. Arrugando el entrecejo, deslizo el dedo por la pantalla.
─Hijo… ocurrió algo muy… malo ─murmura, asustándome.
─¿Qué pasó? ─Inquiero rápidamente.
─Tu tío Bennedict Warlock… acaba de fallecer ─manifiesta y no sé si dar saltos de alegría mientras finjo que de verdad me dolió.
─Lo… lamento mucho, madre ─menciono, tratando de calmar sus sollozos. Era un hombre muy querido en la familia, menos para mí.
─Ven a la casa, por favor, Chris ─murmura, asiento. Colgando la llamada, para dirigirme a la que por el momento puedo llamar “mi casa”
Con mis manos entrelazadas, observo de lejos la urna de mi tío Ben, el hombre que hizo odiar una festividad porque me utilizaba de burla. Suelto un bufido, observando cómo muchas personas lo veneran. Más luego, observo a una de sus hijas, la mayor. Una rubia de ojos azules y belleza llamativa. Es algo que los Warlock tienen, y es la buena genética. Ella sollozo, abrazando a su otra hermana.
Mi tío ben tuvo solo tres hijas, las cuales decidieron estudiar medicina. Para seguir los pasos del gran médico cirujano, importante y multimillonario. Ruedo los ojos, tomando una de las copas con vino blanco que se posaba en bandeja que llevaba el mesero. Camino hacia donde están mis padres, recibiendo las condolencias, decido salir de la gran mansión donde él pidió que se realizara la velación. El aire fresco pega en mi rostro, indicándome que en mi vida no puede ocurrir nada más que la desnivele. Ya tengo un desalojo y un funeral en una semana. ¿Qué más quiero? Inquiero en mis pensamientos.
─Hola, disculpa ¿Eres Christian Massimo Warlock? ─Cuestiona un sujeto calvo a mi costado. Se baja los lentes de sol, mirándome con una sonrisa.
Con desconcierto, asiento.
─Sí… pero solo llámeme, Christian ─acoto, tomando su mano en un apretón.
─¿Conocido del tío Ben? ─Agrego, entornando mis ojos. Es raro que alguien se sepa mi nombre completo, a menos que quiera matarme o sea el banco.
─Era su abogado, lamento su perdida ─menciona, sin quitar su sonrisa.
─Lo lamento yo, que perdió su trabajo ¿Entiendes? Está muerto ─suelto con gracia, carcajeándome en soledad. Carraspeo, al no recibir la reacción que buscaba.
─Soy Damián Carrión, y te estaba buscando a ti… tu tío dejó escrito algo sobre ti en su testamento y mi deber es indicarte las condiciones ¿Aceptas la herencia que él te dejó? ─Cuestiona, sorprendiéndome. Abro los ojos, sintiendo cómo mi corazón late con fuerza.
¿Él me dejó una herencia? Me pregunto, anonadado. ¿Acaso la condición es que ame la navidad? Suelto un bufido por ese pensamiento.