Orión Llegué a la ubicación que el número desconocido me había dado. Al entrar en el bosque, olí la sangre, y mi cuerpo se tensó de inmediato. La sensación de ese olor metálico y rancio se apoderó de mis sentidos, como una advertencia de que algo terrible había ocurrido. Mis fosas nasales se llenaron con el olor de la sangre derramada, y mi piel se erizó en respuesta. "No, no puede ser de ella", ladró Ciro, también percibiendo la inquietante fragancia. Su voz era un eco de mi propia preocupación. Cuando encontré las tiendas de acampar, vi dos cuerpos tendidos en el suelo, y mi corazón se apretó en el pecho. Me acerqué lentamente, sintiendo la gravedad de la situación. Uno de los hombres estaba lleno de cortes superficiales, que habían dejado rastros de sangre en su piel. Los cortes no