El tercer turno era hasta la una de la mañana, pero habían suficientes empleados a esa hora, como para que Marco necesitara que Susana hiciera horas extras. Por donde se mirara era absurdo y la castaña no hacía más que desprender chispas de coraje, al ver que realmente no era necesaria su presencia. —Ya es más de medianoche, mañana tengo que trabajar —su tono tajante era imposible de disimular—. ¿Hasta cuando me va a tener aquí, señor Riviera? —Marco —atajó él, mirándola con el ceño fruncido. —Señor Riviera, esto es absurdo —resopló Susana, cansada de estar haciendo cosas que bien podría hacer en su turno del día siguiente—. ¿Podría irme a mi casa? En verdad estoy muy cansada y… —¿A tu casa o a buscar al idiota ese? —la interrumpió de manera brusca, haciendo que su mirada se ensombre