POV. PATRICE
—Ese vestido no me gusta, quiero otro. —Miré a Léonore por enésima vez despachar un vestido, me estaba mareando.
—El borgoña te sentaba bien, ni muy brillante ni muy opaco, era ideal para la recepción. —Tomé otra revista de la mesilla.
Léonore me lanzó una blusa. — Se nota que eres hombre, solo un hombre podía dar una opinión así. Solo para que te enteres nuestra boda será grandiosa, por todo lo alto, eso quiere decir que mi vestido de novia, de recepción y de fiesta; todos deben ser fabulosos, deben dejar sin aliento a todo el mundo que los vea.
—¿Y yo qué? Quise decir, pero sabía que iba a dar paso a otra rabieta de las que solo Léonore podía salir airosa.
—Disculpa, sigue buscando dije con tono sombrío.
Léonore me dio una última mirada y siguió en lo suyo. Mère de Dieu, no quería pensar mucho en nada con respecto a mi futuro como hombre casado.
–Mon fils, ¿cómo estás? Supongo que emocionado con tu boda, aunque no se suponga que tú estés aquí viendo a la novia con sus vestidos, dijo mi madre. —Se sentó a mi lado por lo que tuve que forzar una sonrisa a lo que ella respondió con otra que irradiaba felicidad de verdad. — Te dará mala suerte.
Si por eso fuera… me quedaría mirando a Léonore con los vestidos con mucho gusto.
Le di un apretón a su enjoyada mano y me di el tiempo para ver cómo iba vestida hoy. Iba como siempre; una muestra andante de que Channel era y será una tendencia, su traje era color café claro y armonizaba con unos zapatos bajos y con las perlas que colgaban de su cuello como mudo, testimonio de la elegancia y sofisticación. Su cabello colgaba suelto, pero a la vez en un peinado que no dejaba moverse ni un solo cabello, pero más parecía que ningún cabello se atrevía a desafiar a Sophie Bordeu. Si lo pensaba mejor yo tampoco me atrevía a desafiarla, ni a mi padre con el que se mantenían unidos solo por las campañas y la reputación. Y claro, para martirizarme a mí, su único hijo que era prácticamente una decepción, y que se estaba enmendando haciendo la única cosa buena en su vida; casarse con una rica heredera con buen pedigrí.
Pero todo fuera por llevar una vida en paz por una vez siquiera.
Le di un toquecito antes de separar mi mano de la suya. —No seas supersticiosa madre. —Por favor que así fuera, me dije nuevamente.
Me levanté del asiento, ya no podía estar aquí más, necesitaba desesperadamente aire fresco y un ambiente menos tóxico de felicidad artificial. Necesitaba mi consulta con el escritorio lleno de rayas de crayón y con huellas de manitas con tempera y mi ventana con pegatinas de animales. Eso me ayudó a relajarme, pero necesitaba estar en el lugar para sentirme mejor.
—Con tu permiso mère debo irme, tengo una consulta en media hora. — Enfaticé lo que estaba diciendo con un vistazo al reloj de pared en frente de nosotros.
Madre me miró con desaprobación. A mis padres no les hacía gracia que fuera pediatra, pero a mí en cambio me encantaba la idea de trabajar todo el tiempo con niños que alegraban cada día mi consulta con sus sonrisas y sus frases a medio entender o con sus diversas jugarretas para que el doctor no pudiera revisarlos.
Volví al mundo real del que debía huir con desesperación. Le di un beso en la mejilla a mamá. — Acompaña a Léonore, y despídeme de ella también.
No le di tiempo a refutar algo o a maldecirme que era lo que casi siempre hacía en estas circunstancias. Salí sin más pero antes de lograr mi cometido escuché un retazo de conversación.
— ¿Dónde va Patrice suegra? — Hice una mueca al escucharla tan melosa y entristecida a la vez, una mezcla que solo podía lograr ella.
La voz de mi madre se hizo escuchar de inmediato. — No te preocupes por él, no quiere traer la mala suerte a su compromiso viendo tus vestidos así que se va, pero te prometo que lo veremos pronto.
Si por mi fuera…
Pero había que admitir que nunca fue todo así, hubo un tiempo en que me había planteado mi futuro con ella, claro hasta que se había unido a mi padre en una contienda desesperada por casarse conmigo. Algo que a la larga beneficiaría a mi padre; ya que, el padre de Léonore había prometido ayudar en la campaña de él, si es que las familias se unían un día. A lo que faltaban un par de semanas más. Respiré. Dieciséis días con quince horas y sería un hombre ¿felizmente? Casado, o tal vez sería mejor dicho cazado.
Conduje todo el camino hasta el hospital donde atendía sin que nadie se diera cuenta de mi verdadera identidad, era mi pequeño respiro de todo el veneno que las intrigas dejaban como rastro por toda la casa, a la que debía llamar hogar. Mi departamento ya no era una opción desde que Léonore tenía una llave y cambiar la cerradura no era una opción muy buena entre las que tenía a mi mano, no a menos que quisiera un escándalo.
Cuando llegue al hospital entre como un relámpago hacia mi oficina.
— Doctor Patrice, su paciente le está esperando pacientemente desde hace cinco minutos y contando. —Le sonreí a la vieja enfermera que me ayudaba, pero ella no me devolvió el gesto, nunca lo hacía.
Tomé mi bata, mi bolso y partí rumbo a la consulta. La puerta estaba entreabierta cuando pasé, una niña rubia y de ojos verdes me esperaba con la que suponía era su madre. Les sonreí a ambas.
—Bien ¿a quién tengo aquí? — Me agache con la bata abierta y el bolso en el suelo para quedar de un tamaño con la niña. —¿No me dices?
La niña me miró con algo de temor y eso me partió el corazón. Había recibido niños así, por lo general eran maltratados por sus padres u otras personas cercanas.
—Me llamo… —Miró a su madre por lo que también lo hice. Tenía una magulladura en el pómulo izquierdo. Su madre asintió. — Jazmín.
Me tensé, pero aun así le regalé una sonrisa, ese nombre me traía recuerdos de un momento feliz. — Tienes un nombre muy bonito Jazmín, yo soy Patrice y voy a revisarte, ¿te molesta?
Ella me sonrió. — No… creo, respondió.
La tomé en brazos y la coloqué en la camilla que estaba pegada a la pared de la consulta. —Voy a revisarte bien y luego tengo una sorpresa para ti si te portas bien.
Apunté al cajón donde tenía paletas de colores, un cliché, pero me encantaba la idea de malcriar a los niños, tal vez como no se me fue permitido.
Revisé a la pequeña Jazmín, su madre quería que constatara lesiones y así lo hice, además de recetarle unas cuantas vitaminas y unas pomadas para las magulladuras que tenía en las piernas, según su madre se había caído por las escaleras. Era un horror del que me hubiera gustado evitar a cada niño, pero como mi destino, no podía, solo podía arreglar lo que esos malnacidos les hacían a los niños.
Salí a las siete de la noche de mi consulta, mi última paciente era una señorita de nueve años que no le gustaba comer y estaba muy resfriada. Me habían encantado sus modales a la hora de pedirme que le recetara vitaminas con sabor a naranja, con gusto se las había recetado y con urgencia.
En casa estaba la recepción más que habitual de Léonore y su familia alistando los preparativos de la boda. Me encaminé hasta mi habitación, no tenía ganas de soportar las indirectas del padre de Léonore que estaba casi seguro que una vez que me casara con su hija me iría a trabajar a su empresa, por el amor de Dios era doctor no empresario.
Caí en mi cama como un costal de arena y me dejé llevar por un sueño ligero, pero lo suficientemente como para descansar y llevarme al mundo de los sueños, esta noche revivía de nuevo lo pasado en la habitación de Jazmín, recordaba su piel y el aroma que tenía, y el tacto tan suave. Su cabello como seda. Los sueños con ella siempre eran así, recuerdos de su tacto, olor. Siempre la recordaba a través de mis sentidos, pero hoy era distinto, la vi en la cama, mi cama, tendida con las ondas de su cabello en la almohada y su cuerpo incitándome a que me uniera a ella. Moví mis manos hasta sus pechos tan blancos como la crema, recordaba como se sentían y como sabían. Les había dedicado mucha atención aquella vez en que por fin habíamos estado solos, juntos en su cuarto.
La besé una y otra vez, pero algo faltaba y cuando me di cuenta, la escena cambio y ahora estábamos en el jardín del salón donde se celebraba la fiesta de cumpleaños de Irina. No quería mirarla, pero me obligué a hacerlo, la vi llorar, vi la tristeza en esos ojos azules y se me partió el corazón. Cuando la imagen cambio estaba solo en la oscuridad y eso me aterró. Desperté con la frente poblada de sudor y el corazón agitado por el remordimiento, le debía una explicación… pero había optado por la vía fácil y le había roto el corazón que sabía ya me tenía un espacio en él.
Me levanté de un saltó, el reloj de mi pared me indicaba las once y media. Me desperece y salí de mi cuarto en busca de comida y cerveza que me ayudara a quitarme la imagen de Jazmín. No podía vivir sabiendo lo que había hecho, debía de haber una forma de compensarla, claro cuando supiera donde estaba porque Pierre no me había dicho nada sobre ella, todo lo contrario, cada vez que hablábamos él evitaba el tema de una forma épica.
La cocina estaba vacía, a pesar que al bajar por las escaleras había visto luz en el salón, por lo que las visitas no se habían ido aún. Un nuevo récord. Siempre se iban a las siete de la noche en punto.
Decidí comer calmadamente para darles tiempo para que se fueran de la casa. Mi suerte no estaba hoy conmigo. Entré a la sala a las doce de la noche y estaban todos (mis padres y Léonore con los suyos), lo que me dijo que algo andaba mal era el hecho de que todos sonreían al verme y si no hubieran hecho eso, me hubiera asustado el que Léonore se levantara de su asiento para abrazarme.
—¿De qué me perdí? —Le pregunté con amabilidad.
Ella me sonrió abiertamente. —Hemos tomado una decisión.
Sonreí por inercia porque eso de la decisión no me agradaba nada. —¿Sobre qué sería?
Su padre se levantó y se nos acercó. —Hemos decidido que adelantaremos la boda, Léonore dijo que todo está listo así que… ¿para qué esperar?
Miré a todos, en especial a mi padre que sonreía complacido por lo que estaba oyendo como si fuera la mejor idea del mundo ver casado a su hijo de una vez por todas.
Asentí —Lo que sea.
El padre de Léonore me miró seriamente. —No pareces muy motivado.
Me encogí de hombros. —Ustedes ya tomaron la decisión, creo que me retiro, avísenme cuando es y allí estaré con mi padrino.
Léonore me dio una sonrisa estudiada. —Será en una semana para que podamos avisar a todos los asistentes. Así que, no olvides avisar a Pierre.
Sonreí con ironía. —Descuida no lo haré.
Me alejé de ella y dejé a todos en el salón. Estaban todos locos, pero ya no podía echarme atrás con esto, si lo hacía mis padres sufrirían la ira de un magnate y por más que se portaran mal conmigo aún los amaba, eran mis padres.
Una vez en mi cuarto tomé el teléfono y marqué el número de Pierre.
—¿Aló? —La voz de Irina sonaba algo adormilada.
—¿Tomando una siesta? —Le pregunté con cariño, la pequeña me caía tan bien.
La risa de Irina me llegó desde el teléfono. —Si, Catalin hace que me de mucho sueño. ¿Pero querías algo? No llamarías solo para decirme que estaba tomando una siesta.
Respiré profundo. —¿Está Pierre por ahí?
—No, tuvo que salir de viaje, dijo Irina.
Suspiré. —¿Podrías decirle que adelantamos la boda? —Me atraganté con el
“adelantamos”. —Será en una semana a partir de aquí.
La línea se quedó en blanco, cuando pensaba que se había cortado Irina me respondió. —¿Por qué?
—Porque ya está todo listo, no podemos esperar.
—Estas cometiendo un error. —Su voz sonaba tan triste. —Pero le diré sobre el cambio de planes.
—Gracias.
Colgué después de hablar un poco sobre mi pequeña ahijada y después de enterarme como estaban mis pequeños amigos que eran David y su novia Alina.
Un error. Volví a recordar, sí, todo era erróneo, pero ya no había marcha atrás.
POV. JAZMÍN
Desmayarte no es agradable porque:
a) Sientes como si te fueras volando.
b) Es un imprevisto.
c) Porque no tienes idea de dónde vas a caer. Este punto es el más terrible.
Me desperté a las ocho de la noche, con un hematoma en la frente y un dolor de cabeza increíble. Al parecer alguien me había rescatado de donde había caído porque estaba en mi cuarto y había analgésicos en la mesilla de noche. Algo bueno. Pero todo lo bueno tiene algo malo, no podía recordar que se me estaba pasando, al parecer tenía algo pendiente, pero ¿qué?
Me tomé los analgésicos y me recosté de nuevo en la cama, no quería moverme para nada. Tal vez mañana.
Al parecer me volví a dormir porque la siguiente vez me desperté con la caricia de alguien que no podía definir, abrí los ojos para ver quien me estaba acariciando el cabello y me encontré de frente con los ojos marrones de Velkan.
Me levanté, pero él me hizo una seña y me quedé donde estaba.
Se sentó a mi lado. —¿Qué pasó?
Le fruncí el ceño. —¿Hola?
Me sonrió de medio lado, había escuchado a una amiga de Nadia decir que daría todo porque él le diera una sonrisa así, que esa sonrisa deslumbraba y robaba el aliento. Pero yo no podía sentir de la misma manera que ella. Yo veía a mi primo, al mismo chico que sobornaba junto a Nadia para comer fresas con chocolate en la cocina.
Suspiré, me hubiera gustado sentir de esa forma.
Velka me tocó la cara con sus manos. —Me parece que mi rayito de sol no está aquí conmigo.
Hice una mueca. —Sabes que no me gusta ese sobrenombre.
—Y a mí me encanta, ¿te parece si me acuesto contigo? —Se separó de mi lado y me hizo señas para que me moviera, volví a suspirar.
Me moví con algo de dificultad, pero lo logré. Velkan comenzó a desvestirse y de pronto solo estaba en bóxers, la camiseta negra que siempre vestía estaba en el piso con sus jeans. A diferencia de mis movimientos esto fue algo muy diferente, quitarle la vista a Velkan era algo muy difícil, tenía el mejor cuerpo que había visto y aunque tenía varias cicatrices en el cuerpo, no lucían horribles ni nada en él.
Debía sentirme algo mal porque a pesar de que no sentía esa conexión con él, no me molestaba para nada tenerlo muy cerca de mí.
—Me estas comiendo con los ojos belleza. —Se acercó a mí y me dio un beso
en la boca. —¿Cómo te sientes?
Enrojecí porque ahora estábamos juntos en la cama. —Me duele la cabeza horrores, estoy muy mal…
Él me volvió a besar sin dejarme terminar, ya podía imaginarme que iba a pasar, Velkan era una persona que le agradaba el contacto, siempre que estábamos juntos tenía que despegar sus manos de mí. Como me lo esperaba, comenzó a quitarme la camiseta que llevaba antes de desmayarme, ahora que lo pensaba; estaba metida en la cama totalmente vestida.
El broche de mi sujetador se separó.
—Velkan…
—¿Qué? —Sus besos siempre me encantaban, eran tan húmedos y deliciosos.
Con un esfuerzo me separé. —¿Qué pasa cielo?, dijo Velkan agitado.
Miré mi camiseta que estaba sobre mis pechos dejándolos descubiertos; ya que el sujetador había cedido. —¿No te parece que vamos rápido?
Velkan cubrió uno de mis pechos con su mano y yo respingué por el contacto áspero de sus manos que parecía como si escalofríos me recorrieran.
Velkan me miró. —Yo creo que no, te prometo que tendré cuidado con tu cabecita mi amor.
Respiré profundo, no podía dejarme llevar por mis deseos… Esta vez. Ahora tenía que hacer lo que había planeado hacer, era el momento.
—¿Recuerdas que me hiciste una pregunta?
Velkan me dio un beso en uno de mis pechos y se apartó de mí, bajando mi camiseta de paso.
—¿Vamos a hablar si o sí? —Se recostó en una de las almohadas mirando al techo. —Dejémoslo para mañana, hoy no.
Me quedé con la boca abierta. —¿No te interesa mi respuesta?
Velkan ni se movió. —Me interesan otras cosas ahora y si no estas dispuesta…
—Me miró, pero yo me cubrí con el cobertor. —Entonces durmamos, ¿quieres que te abrace?
No, quisiera que me prestaras atención para poder dejarte y sentirme culpable, pero no me lo estas dejando fácil.
—Estas teniendo un dialogo mental ¿no? —Le fruncí el ceño, pero él estaba sonriendo mientras acomodaba los brazos detrás de su cabeza. —¿Quieres saber por qué no me interesa tu respuesta?
Asentí muy lentamente, mi cabeza aún se sentía como un globo de aire. — Si, por favor.
Velkan se apoyó en un codo. —Porque sé que vas a decir que no, mencionó.
Lo miré sorprendida. —¿Desde cuándo eres adivino? Hasta donde yo sabía eras guardaespaldas.
Se rió quedamente. —Ven, abrázame y te lo cuento.
Con cuidado me abracé a él y me quedé ahí un largo rato calentita y esperando a que me contestara.
Cedí a la tentación y le di un beso en la boca, no seríamos los mejores novios, pero había algo entre nosotros. Velkan me besó con cuidado de no moverme bruscamente, cuando se separó de mí se quedó tan cerca como lo habíamos estado besándonos, pero sin llegar a tocarnos.
—Porque ninguno de nosotros está enamorado del otro y tú lo sabes. —Me acarició el rostro —Buscamos algo que ninguno de los dos tiene para ofrecer al otro, podemos besarnos, acariciarnos, jugar entre nosotros, pero ninguno de los dos ha dejado de pensar en “es mi primo con el que estoy”. —Le fruncí el ceño, no entendía entonces porqué… —Te pedí que te casaras conmigo por mera debilidad, ambos vemos a nuestros padres felices y queremos eso, pero seamos realistas tú, yo… no funciona. Solo esto que no es más que atracción física.
—Nos divertimos juntos. —Me abracé más a él. —¿Seguimos siendo amigos?
Velkan me besó hasta dejarme sin aliento, tanto que me olvidé momentáneamente de que mi cabeza estaba a punto de explotar.
—Dame algo más de crédito, quiero ser tú amigo, primo y… —Me sonrió todo dientes. —Algo más.
Lo besé para confirmarle, tal vez no tuviera la posibilidad de encontrar mi amor verdadero, pero podía disfrutar de esto juntos.
Me separé y me quité la camiseta y el sujetador que aún colgaba de mis brazos. —Creo que ya me duele menos la cabeza.
Velkan me colocó sobre mi espalda y se colocó encima. —¿Qué tanto permiso me das?
Fingí pensármelo bien. —Solo tocar.
Velkan se quejó. —Nunca me dejaste que…
Lo callé atrayéndolo a mí. —¿Eso quiere decir que no quieres…?
Velkan comenzó a besarme con desesperación.
Me desperté al otro día con un suave dolor de cabeza y semidesnuda, solo llevaba las bragas puestas. Me estiré sin preocuparme de nada más.
—Me encanta la vista que tengo, dijo Velkan.
Me cubrí de inmediato y lo miré, no se veía que llevara nada más para confirmarme, el hecho levantó las cubiertas. Enrojecí aún más por eso, sabía que no debía sacar a mi suelta interior porque después podía arrepentirme.
Me golpeé en la frente e hice una mueca, dolía aún.
—Eso no fue lo más inteligente que pudiste hacer. —Me acercó a él y me dio un beso en los labios. —Buenos días Jaz.
Lo abracé, de apoco iba recordando lo que había pasado anoche y me sentía más clara.
–Aún estoy dormida.
Velkan me revolvió el cabello y eso que sabía que lo odiaba. No se sorprendió cuando lo golpeé. —Oye, ¿no eres como un poquito gruñona?
Vamos, arriba que es un día nuevo y…
—¿No tienes una vida a la cual volver? —No me gustaba el optimismo matutino.
Velkan me volvió a revolver el cabello, le gruñí. —Bien, me voy de vuelta a mi vida. Espero te sientas culpable por tratarme como un juguete s****l y luego botarme.