30 años atrás.
María Guadalupe Juárez sólo tenía diecinueve años cuando pisó suelo americano. Una amiga de su abuela materna la había contactado cuando se enteró de que ésta última estaba gravemente enferma, así que le había propuesto irse con ella a trabajar a Estados Unidos luego de que le fallara. María Guadalupe así lo había hecho, pero el trabajo que ella esperó era totalmente diferente a éste que le proponían. La amiga de su abuela quería hacerla una prostituta.
¿ Qué podía hacer ?
No era capaz siquiera de imaginarse usando esos vestidos de escasa tela, para pararse en las calles para atraer y seducir clientes, para luego llevarlos al bar y mucho menos se sin ropa desnuda y permitiendo que hombres desconocidos pasaran sus sucias manos por todo su cuerpo, que entre otras cosas, nunca había sido visto sin ropa a ningún hombre.
Era una chica de pueblo, una muy inocente, aunque no demasiado ingenua. Y era bonita. Ser bonita sería para ella, un gran calvario.
Con el poco dinero que tenía, pudo pagar una semana de arriendo en una pensión donde había disponible una pequeña habitación. La señora encargada, parecía bastante estricta, pero también considerada ante la suerte de María Guadalupe.
¿ Qué podía hacer está chica, sin estudios, que no dominaba bien el inglés. ?
Volver a su tierra ya no era una opción, no contaba con los recursos económicos para hacerlo, y para que iba a volver si nadie la esperaba allá. Había llegado a los Estados Unidos con la esperanza de iniciar una nueva vida, tras la muerte de su mamá.
Aparte de prostituirse, no tenía otra alternativa: tendría que trabajar en ser la sirvienta de alguna casa de ricos. Pero las señoras de esas casas le echaban una mirada y la descartaban. Demasiado bonita, demasiado llamativa. Su cuerpo y su posaderas no podían pasar invertidas, por los caballeros de la casa. Sin embargo, necesitaba urgentemente conseguir un empleo antes que se le pusiera la cosa más difícil, con el poco dinero que tenía.
La promesa que le hizo a su mamá que jamás se rendiría, la impulsó a seguir hacia adelante, ya con los pies cansados de tanto caminar, paso por un parque y se sentó en una banca a pensar que podría hacer para solucionar su problema económico.
Estando sentada en el parque paso cerca de ella, una muchacha con un periódico en la mano y lo depósito en un cesto de basura que estaba cerca de ella. Espero un rato que la mujer se alejara y corrió a sacar el periódico, para hojear a ver qué conseguía.
A Dios gracias, había una oferta de trabajo encerrada en un círculo, cómo sí alguien la hubiese marcado, quien más podría ser la chica que arrojó el periódico en el cesto de la basura.
La oferta de trabajo era para trabajar en el área de la limpieza en una casa. Ubicada en la Ciudad de Nueva York donde ella se encontraba. Consultó si presupuesto y si le alcanzaba para pagar el metro, le pregunto a una señora que pasaba por casualidad le explicó como llegar, pero le dijo que el metro, la dejaba un poquito lejos y que tenía que caminar. Efectivamente el metro la dejo relativamente lejos, camino unas cuantas cuadras para llegar a la casa que estabas buscando.
Cuando por fin llegó quedó impresionada la ante tanta belleza y lujo de la mansión, lo grande que era, de varios niveles y un gran jardín espectacular, cómo sacado de una película, con flores de colores y unos pinos inmensos y un lago.
Sus pies ya no le daban del cansancio, pero la emoción de poder conseguir empleo la motivaba a seguir. Cuando se acercó al jardín vió un señor, que parecía por su vestimenta trabajar allí y le hizo señas para que se acercase.
—Hola,¿ cómo estás ?
—¿ Viene por el empleo?
Sin emitir sonido movió la cabeza en forma positiva y el señor le dijo:
— Sigueme, usted por favor.
Camino detrás del señor y este la condujo hasta puerta trasera de la casa.
María de una vez atacó al señor con una serie de preguntas
—Disculpe. ¿ Quien es la señora de la casa ?, ¿ Cuántas personas vivían allí?, ¿ Cuánto niños tenían los señores de la casa ?. El señor se le quedó mirando y le contestó.
—No existe señora ni niños. Sólo es el señor. Desconcertada solo dijo
—Ah, okey
La acompaño hasta una sala y la dijo
—Puedes, sentarte
—¿ Aquí ?
—Si, el señor no se encuentra y Susy le hará la entrevista
—¿ Susy?
—Es la encargada de la administración.
El señor dió media vuelta y se marcho, me quede un rato sentada esperando y en unos minutos se apareció una mujer muy morena y de cabellos oscuros, un poco mayor que ella y enseguida María Guadalupe se colocó de pie.
—Hola, soy Susana, soy la encargada de la casa. Tienes alguna recomendación.
Pensó que se había metido en tremendo problema no le entendía casi nada a la señora Susana y paso no tenía ninguna recomendación.
Armada de valor enseguida le dijo
—No, no tengo, pero déjeme decirle que soy honesta, se de los quehaceres de una casa y muy trabajadora. Deme la oportunidad y se lo demostraré.
La señora Susana se le quedó mirando y le pregunto
—¿ Hablas inglés ?
—Para serle sincera muy poco
—¿ Sólo español ?
—Si, señora
—Estamos urgidos de personal y podré darte la oportunidad que me estás pidiendo, sólo te daré una semana.
Cómo María Guadalupe no le respondía, ella pensó que no le había entendido y le volvió a repetir señalando con un dedo el uno
—Solo una semana de prueba
—Gracias, muchas gracias, vera usted que no se arrepentirá de darme esta oportunidad.
Pensó que se le iba a ser difícil conocer toda la mansión ya que habían cómo siete casas grandes dentro, pero si pone empeñó aprendería rápido y así no se perdería.
En ese momento se abrió la puerta principal y entro un hombre como de treinta y cinco años, de cabellos marrón oscuro y piel pálida, pero demasiado guapo, parecía un modelo de revista.
La señora Susana enseguida lo saludo
—Señor. Colocandose a la derecha para que pudiera pasar y María Guadalupe la imitó
—Tendre visitas hoy en la noche.
—Si señor, ¿ Cenarán aquí ?
—Si
—¿ Cuántas personas?
—Solo, seremos dos.
De repente aquel hombre guapo se le quedó mirando y vió sus ojos de color avellana luego volteo la mirada hacia la Señora Susana
—¿ Y quién es la joven ?
—Ella es María Guadalupe, le estoy enseñando la casa y quizás la contrate.
María Guadalupe se le quedó mirando, un poco preocupada.
—¿ Quizás ?
—No, domina el inglés, es una inmigrante, exactamente de México.
El hombre se volvió a mirarla y se presentó
—Soy Eduardo San Clemente, conmigo puedes hablar en tú idioma con toda la tranquilidad. ¿ Cuánto tiempo tienes en este país ?
Sorprendida que ese hombre hablará español, le tomó unos segundos en contestar
—Un par de semanas más o menos.
—No te angusties. Si Susana dice que eres eficiente te quedarás trabajando.
—Por supuesto señor, que me esforzare y seré muy eficiente. Gracias, señor.
Volvió su mirada hacia la Señora Susana y hablando inglés, le dijo que su visita era un amigo de nombre Mike Carrie y que prepara algo sencillo, mientras hablaban de negocios y que luego les llevara café, para seguir trabajando. Enseguida la señora Susana tomó nota y se dirigió hacia la cocina.
Cuando Eduardo San Clemente salió de la sala. María Guadalupe volteo a verlo, en verdad era guapo y rico y parecía buena persona.
Eduardo San Clemente empezó a ser demasiado consciente de la nueva empleada. Ya había superado la semana de prueba, y siempre que podía, la retrasaba para conversar con ella. Al principio le había dicho que era para oxigenar su propio idioma, luego tuvo que admitir ante sí mismo que le agradaba hablar con ella. Era inteligente, tenía chispa, e ideas muy firmes. Y además era guapa. No debía estar mirando a la muchacha del servicio, por más que su uniforme le ajustara perfecto, e imaginara unas espectaculares piernas debajo.
Por la manera de conducirse y de hablar, sospechaba que rechazaría un avance suyo, así que mejor no le hacía propuestas incómodas y seguía como hasta ahora. Pero a menudo se sorprendía a sí mismo observándola mientras limpiaba, o sacudía, o simplemente caminaba de un lado a otro de la casa. Ahora, por ejemplo, la observaba mientras regaba unas flores en el jardín a través del ventanal de su despacho privado.
—Deberías saber lo mono que te ves admirando a la chica de la limpieza dijo tras él la voz de su amigo Mike. Tomado por sorpresa a Eduardo se giró a mirarlo. Lo habían anunciado hacía un par de minutos, pero él se había puesto perplejo observando a María Guadalupe
—No admiraba a nadie, sólo meditaba mientras te esperaba.
—Sí, meditabas en un hermoso par de piernas. A que sí. Eduardo no insistió en defenderse. Conocía demasiado bien a Mike, y cuando a éste se le metía un tema en la cabeza, era difícil sacarla. Mike se sentó en uno de los sofás del enorme despacho, y observó a María Guadalupe al otro lado del ventanal.
—Sin embargo, tengo que admitir que tienes buen gusto. Te has acostado con ella?
—Estás loco? No ves quién es?
—Por eso mismo. A algunas de esas muchachas no les importa tener una aventura con el señor de la casa. No te has acostado con ella?
—No, por supuesto que no. Y deja el tema ya, por favor. —Tienes treinta y ocho años y nunca te he visto demasiado entusiasmado por ninguna mujer. Tal vez sólo era que no había llegado a ti.
—He entrado en tu punto de mira. Se resignó Eduardo
—. Está bien, habla todo lo que tengas que hablar, di lo que piensas y luego déjame en paz. Mike rió por lo bajo.
—Sólo digo que no pierdes nada, y seguramente ella tampoco.
—Respeto a la gente que trabaja conmigo. No corromperé a mi propio personal.
—Pero ella es diferente, verdad?. Eduardo no dijo nada, caminó hasta su escritorio y sacó unos documentos esperando desviar la atención de su amigo.
— Yo sólo te estoy dando una idea. Siguió Mike— Has estado tan inmerso en los negocios, hasta tu vida personal trata de negocios. Mira tu nueva casa, incluso tienes un ama de llaves ahora. Descansa, échate una cana al aire… y si es con la chica piernas largas, mejor!. Eduardo sonrió.
—Una cana al aire, eh?. Repitió él para sí. La idea le gustaba, le gustaba mucho.
En la noche entró a la cocina bajo la excusa de ir por un vaso de agua, aunque al lado de su cama podía encontrar una jarra llena.
Sin embargo, era más probable encontrarse con ella si iba hasta los sitios que más frecuentaba. La encontró en la mesa comedor de la cocina con varios cuadernos abiertos sobre ella.
—Qué haces?. Pregunto Eduardo intrigado, y ella se puso en pie asustada.
—Ah, lo siento. Dijo ella.
—No, lo escuche entrar. Son… tareas. No puedo hacerlas en la habitación, despierto a mi compañera…
—Tareas? Estás estudiando?
—Estudio Inglés.
—Qué bien. Déjame ver. Él se acercó y miró los apuntes. Sonrió al notar que tenía buena letra y muy ordenada. su l—Tienes bonita letra.
—Gracias.
—Puedo ayudarte?. Ella lo miró sorprendida.
—No quiero molestarlo.
—Tengo insomnio. Tal vez ayudándote me entre sueño. Sin esperar respuesta, se sentó a su lado y se puso a revisar los cuadernos. Con un poco de desconfianza María Guadalupe empezó a mostrarle las partes en las que tenía dificultad para comprender, y se dio cuenta de que su jefe era también un buen maestro, paciente, y con sentido del humor.
Así las noches de ayudar a María Guadalupe con sus tareas se volvieron una costumbre, una peligrosa costumbre. Ella fue mejorando en el idioma, y él fue descubriendo que la chica le gustaba cada vez más. Eso era un verdadero problema.
—Tienes libre el domingo, verdad?. Le preguntó una vez. María Guadalupe lo miró con un poco de cuidado
—Sí, Señor. La mayoría del personal tiene libre ese día.
—Mmm… te molestaría mucho si te propongo llevarte a un sitio bonito? Los Hamptons tiene sitios preciosos, y estoy segura de que tampoco conoces New York. Se puede ir y venir en un mismo día…. Antes de que terminara de
hablar, María Guadalupe ya se había puesto en pie y recogía sus libretas de apuntes.
— Perdona.¿ Te incómoda ?
—No, no me incómoda, pero creo que se equivoca conmigo, señor. Contestó María Guadalupe en voz baja y la mirada en el suelo—. Yo no salgo con mis patrones.
—No te estoy proponiendo…
—Le agradezco mucho, señor pero ya tengo planes para este domingo. Y para todos domingos… Y desapareció tras la puerta que llevaba a las habitaciones del personal de servicio, y Eduardo se quedó allí, mirando la cocina vacía, y arrepintiendo de haber hecho tal sugerencia. Estaba seguro de que de ahora en adelante ella lo evitaría.
Tonto Mike y sus ideas locas. Pasaron los días, y tal como Eduardo había pronosticado, María Guadalupe no se estaba mucho tiempo en la misma sala que él si sólo estaban los dos. Por más que volvió a la cocina por las noches, nunca la encontró allí haciendo sus tareas.
Se preguntaba a dónde iba ahora. Decidió no prestarle demasiada atención, aunque por más que lo intentaba, ella volvía a meterse en sus pensamientos. Tenía otras cosas en qué pensar. Las tiendas que había fundado hacía sólo unos ocho años estaban creciendo de una manera vertiginosa, y estaba ganando socios que confiaban plenamente en su capacidad para llevar el negocio al éxito. En la tienda ubicada en la Quinta Avenida se vendía no sólo ropa y calzado, sino que ahora también estaba incursionando en todo tipo de accesorios para mujeres y hombres. La respuesta del cliente no se había hecho esperar. La mesa directiva tenía la idea de extenderse e ir más allá, pero para eso necesitaban capital, que lamentablemente ahora no tenían. Iba en su auto un Mercedes AMG SL, de color rojo, luego de una reunión con un posible socio inversionista cuando vio a María Guadalupe.
Estaba sentada sola en una restaurante pequeño, mirando lejos y con unos apuntes delante. Sonrió y detuvo el auto dejándolo en una zona de estacionamiento público, y sin dudarlo, se encaminó a ella.
Entró al restaurante y pidió dos tazas de café, del mejor, n***o y muy aromático. Esta chica venía de México tierra, donde se prepara un buen café de olla, así que no podía traerle cualquier cosa. María Guadalupe se sintió seducida por el aroma a café y levantó la mirada. Al ver a Eduardo
sosteniendo un par de tazas y sonriéndole con cierta picardía, entrecerró sus ojos.
—Parece que después de todo, sí pude invitarte a una taza de café, no como el que preparan en tú país, pero este también es bueno. Dijo él, y le puso la taza delante de ella. María Guadalupe cerró las libretas y miró la negra y humeante bebida bastante tentada a recibirla. Para tener derecho a estar sentada aquí, había pedido un simple jugo, y sospechaba que los meseros del lugar no estaban muy contentos con esta cliente en particular.
— Vamos, no lo mires así. Te arrepentirás toda la vida. Eso era verdad, pensó ella, y tomó la taza y le dio un sorbo. Ah, directo de las montañas de México, se dijo, y pegó la nariz a la taza saboreando con todos sus sentidos disponibles. Eduardo se echó a reír.
—Echas de menos tu tierra?
—Mucho.
—Pero no piensas volver. Ella la desvío la mirada.
—Ya no puedo. Prometí hacer cosas grandes aquí, así que volver sería una derrota.
—Te entiendo. Me identifico mucho contigo, sabes?. María Guadalupe, lo miró un poco incrédula.
— Yo también dejé mi tierra siguiendo el sueño americano. —Pero usted lo consiguió. Él sonrió un tanto enigmático.
—A costa de unas cuantas cosas. Ella tuvo curiosidad de preguntarle qué cosas, pero no se atrevió. Él siguió hablando, buscando entablar con ella una conversación, y al fin, María Guadalupe cedió y puso de su parte contestando, haciendo comentarios, y hablando a su vez. Cuando hubieron terminado el café, ella recogió sus apuntes.
Viendo que ella tenía intención de irse, él también se puso en pie.
—Sabes, no te invité para nada extraño aquella vez. Dijo él, y ella lo miró de reojo sin creerle. Eduardo se echó a reír.
— Bueno, tal vez sí, un poco. Pero siempre es sabido que el hombre llega hasta donde la mujer le permite. Quedó claro que yo ni siquiera llegué a invitarte a tomar algo.
—Ya lo hizo.
—Esas, palabras son muy fuertes
—Claro que no. Pero no puedo permitir que el señor de la casa me haga este tipo de invitaciones otra vez. Sería muy fácil caer si me descuido.
—¿ Estás diciendo que no te soy indiferente?
—Señor San Clemente no me obligue a renunciar a mí trabajo, por favor.
—No! Claro que no. Qué difícil eres, mujer. Ella sonrió, y él adoró los hoyuelos en sus mejillas.
— ¡ Hey ustedes dos!. Exclamó una mujer, vestida con una falda larga y llena de estampados de colores vivos. Era de tez oscura, llevaba puesta una pañoleta y caían en su frente cabello rizado, n***o, cargaba muchas pulseras y collares y tenía un tono de voz española. María Guadalupe y Eduardo la miraron un poco tomados por sorpresa e incluso Eduardo dió un paso atrás para tomar a María Guadalupe y salir corriendo con ella en caso de que la mujer se pusiera agresiva, pero ésta sólo cerró sus ojos y arrugó su frente como si estuviera sufriendo mucho.
—Esta sangre. Dijo ella con voz queda—, esta sangre me quiere decir algo María Guadalupe miró a Eduardo como pidiéndole salir corriendo de aquí, pero la mujer abrió de nuevo sus ojos y miró fijamente a María Guadalupe que tuvo un poco de temor al ver esta extraña mujer comportándose de un modo más extraño aún.
—Harás un largo viaje. Le dijo la mujer a María Guadalupe—. Uno muy cansado. Uno casi interminable. Pero no temas; cuando todo lo des por perdido, cuando tus esperanzas se hayan agotado, llegarás por fin a tu dulce destino. María Guadalupe levantó una ceja, sorprendida por esas palabras. Pero la mujer dejó de prestarle atención a ella y miró a Eduardo, y con el mismo tono de voz le dijo.
— Nunca olvides estas palabras: El sirviente que se esfuerza llegará a convertirse en el jefe del mal hijo, y hasta se quedará con la herencia que a éste le tocaba. Y mirando al cielo dijo
—Esta sangre está destinada a unirse.
Eduardo y María Guadalupe la miraron pestañeando un par de veces, sorprendidos por este gran espectáculo. María Guadalupe incluso estaba a punto de aplaudir.
Debían estar promocionando la visita de algún circo, o algo así. La mujer luego los observó y se aclaró la garganta. Miró en derredor como preguntándose dónde estaba y Eduardo guió a Sandra en dirección al auto queriendo reír por lo extraño de todo, y ella, olvidando que había prometido guardar las distancias con su jefe, aceptó ser llevada en el auto hasta la mansión.
En el camino fueron hablando y riendo de la extraña mujer y sus locas palabras, y el camino se les hizo muy corto.
Al llegar a la casa, Eduardo borró de inmediato su sonrisa al reconocer el automóvil, un BMW, de color verde, estacionado frente a la mansión. Miró a María Guadalupe y ella vio un poco de preocupación en su rostro.
—¿ Está todo bien?. Preguntó ella.
Él no tuvo tiempo de contestar, pues por la puerta principal salió una despampanante mujer, alta, pelirroja, de ojos marrones y piel muy clara, que al ver a Eduardo se ajustó sus lentes de sol y caminó a él. Al advertir a la mujer a su lado, no dudó en echarle una mirada de arriba abajo y menospreciar enseguida.
—Parece que tenía razón en estar preocupada. Dijo ella con voz muy educada y una sonrisa estudiada.
María Guadalupe se empezó a sentir como un pequeño bicho frente a la fineza de esta mujer, sus ropas, su bolso, o tan sólo sus lentes de sol debían equivaler a su salario.
—Hola, Mía. Saludó Eduardo.
—¿Hola?. Reprochó ella—. Así tan simplemente saludas a tu prometida? .
Eduardo sintió la mirada de María Guadalupe y no pudo hacer nada cuando ella se disculpó y se alejó.
Tuvo deseos de salir corriendo de allí, ir detrás de María Guadalupe cambiarlo todo.
Pero no podía. Mía era la hija de su nuevo socio inversionista.
El hombre había dejado en sus manos casi toda su fortuna a cambio del matrimonio. Si bien él no tenía renombre, estaba demostrando ser un brillante hombre de negocios. Había ganado mucho dinero con esta transacción, pero sospechaba que había perdido algo mucho más valioso y para siempre.
—¿ Tengo que preocuparme por la muchacha del servicio?. Preguntó Mía cruzándose de brazos.
—No. No tienes que preocuparte, por nada.
—Mira, no me molesta que tengas tus desliz, pero no las pases delante de mí, ni las subas en el mismo auto en que me subiré yo. Ten un poco de respeto, por favor.
—A qué viniste?
—A esto, precisamente.
—¿Estás molesta?
—No demasiado. Preguntó ella entrecerrando sus ojos. ¿ Tenías la esperanza de que cancelara el compromiso? dicho esto se echó a reír, con una risa sarcástica.
Eduardo la observó mientras se encaminaba a su convertible BMW y subía en él para irse.
Buscó a María Guadalupe para hablar con ella, pero a mitad de camino se detuvo. ¿Para qué? ¿ Qué ganaba reteniendo la? Si ella decidía irse, estaba en todo su derecho, no?
El matrimonio con Mía era un hecho. Nada en este mundo lo detendría. Había fantaseado un poco con la muchacha del servicio, pero no era más que eso, un sueño. La vida real era muy diferente, y él había hecho sus compromisos y sus promesas ya.
Cuando una semana después ella presentó su renuncia, no fue capaz de pedirle que recapacitara, sintió que el corazón le dolía un poco, pero él no tenía ningún derecho.
—¿Podría ubicarte ?. Propuso Eduardo —. Has mejorado mucho tu inglés. No tienes que ser siempre una muchacha del servicio. Puedo…
—No tiene que hacerlo. Tal vez aceptando su ayuda llegue más rápido a mi meta, pero no estaré cómoda con eso. Él la miró y pasó saliva tratando de desatar el nudo en su garganta.
—Entonces intentaré arrancarte una promesa. Ella lo miro. —. Prométeme que cuando necesites ayuda, vendrás a mí. No importa qué tan grave sea la situación, o cuán desesperante. Acude a mí, por favor.
—¿ Prometerle eso le hará sentirse mejor?. Él sonrió triste. —Nada hará que me sienta mejor, María. Pero cuando te conocí, ya estaba comprometido con Mia. Si las cosas fueran diferentes…
—Se lo prometo. Le cortó María Guadalupe—. Algún día, si necesito algo con mucha desesperación, lo tomare en cuenta y acudir a usted. Pero lo haré sólo como último recurso. Espero no tener que cruzarme mucho con usted en el futuro
Eduardo hizo una mueca, pero no tuvo más que aceptar lo que ella decía.
Se le quedó mirando, cuando salía de la casa, por la ventana de su despacho y su corazón, está muy triste y no dejaba de pensar " Que se arrepentiría toda su vida por dejarla ir".