Es lunes por la mañana y me encuentro atascada en el metro. Entre una estación y otra en la oscuridad del túnel. Miro el reloj de bolsillo y noto que voy tarde veinte minutos. Hoy, Abigail no tuvo clases por lo que ahora estoy sola en esto. La gente está tan desesperada como yo, todos vamos tarde. Y, seguramente, todos estamos maldiciendo nuestra suerte.
Cuando al final el metro avanza, suelto un suspiro de alivio, por fin iba a salir de aquí. Y en el momento en que las puertas del vagón se abren empujo al hombre regordete con todas mis fuerzas y salgo corriendo.
Subo las escaleras lo más rápido que puedo. Y entonces… tropiezo, mi rodilla golpea con la orilla del escalón. Me da más rabia que dolor. Me levanto y salgo corriendo. No tomo taxi porque no llevo dinero, ni el bus porque va más lento haciendo esas paradas en cada esquina. Así que corro lo más rápido que puedo.
Cuando llego a la escuela ya no tengo energía para seguir corriendo, me duele el estómago y mis pulmones me están matando, lejos de permitir que el oxigeno entre y haga lo suyo, para que pueda continuar con vida. Debo recordar que, todavía no estoy del todo bien luego de la neumonía. Con el frio me duele la espalda, apenas y hago ejercicio me agito, y a veces también tengo tos de la nada.
—Señorita, Alondra, es su tercer retardo. Uno más y queda fuera de mis clases —Me indica el profesor, que trae en la mano un libro, he interrumpido, al parecer, su lectura.
Asiento, no puedo hacer más ya que la tos no me deja.
Camino hacia mi lugar, y mi mirada se cruza con la de Luis. Parece divertido.
No le hablo, ni en esa hora ni en la que viene, ni en todo el dia. Evado su mirada y su compañía. No es que esté enojada o arrepentida es solo que… no lo sé, me siento culpable.
A la hora de la salida él se acerca a mi y me susurra al oído mientras esperamos sentados en las escaleras a que Fernando salga del baño.
—¿No me vas a hablar? —su voz es tan cálida y llena de súplica...
—Sí —lo miro de reojo.
—Entonces, ¿Por qué has huido de mi todo el día? —su tono, aunque es bajo, no es lo suficiente como para no notar el toque nostalgico o triste por cómo lo he tratado. Lo lamento.
—No lo sé, de repente me siento tímida.
Sentado a mi lado, baja su mano entre nosotros, y acaricia la parte de arriba de mi tobillo. Lo miro, su mirada es intensa, es callado, casi nunca habla con la boca, pero son sus ojos los que casi siempre me dice cosas. Como ahora, que creo que me está diciendo, quiero besarte, quiero tocarte.
—Ya estoy listo, chicos —Fernando nos habla con voz alta. Me hace brincar en mi lugar.
Luis, se pone en pie y solo responde:
—Vámonos, Alondra te acerco a tu casa.
Y sin más continúa caminando como si nada hubiera ocurrido entre nosotros ayer o hace un momento. Durante el trayecto a casa de Fernando se enfrascan en una charla de videojuegos y aunque Fernando trata de meterme en su conversación yo solo respondo con monosilabos, porque no spe nada de videojuegos. Al rato se cansa de intentarlo y se olvida de mi. Lo que es genial. Me permito cerrar los ojos para calmar mis nervios y un poco los pensamientos. Abro los ojos cuando el auto se detiene frente a la casa de Fernando. Y luego, de decirle adiós con la mano, arranca el auto. Dos calles más adelante se detiene.
—Pasate al frente, no soy tu chofer —me dice Luis con cara de pocos amigos. Yo sonrío y hago lo que me pide.
—¿Contento?
Luis asiente y luego me dice:
—Te invito a comer —me dice.
Por un momento quiero decir que sí, pero…
—Abigail está en casa, no puedo.
—¿Por qué no puedes? ¿Qué tiene que ver que tu hermana esté en casa?
Nos encontramos en un semáforo en alto, por lo que él aprovecha para mirar en mi dirección buscar mi mano y llevarla a sus labios donde deposita un cálido beso.
—Si no llego temprano, preguntará a dónde fui.
—¿Y eso qué? ¿No puedes decirle que fuiste conmigo?
—Hará preguntas que no quiero responder —le digo. No me gusta que me presionen, pero tal parece que a él legusta presionarme. Es su juego favorito. Me irrita que no comprenda.
—¿Cuáles?
—No lo sé, ¿ok? —le digo con mal humor, mientras miro por la ventanilla del auto. No quiero ver su rostro, tan lleno de preguntas que no puedo responder.
—No quieres que sepan que salimos.
—Dijiste que sería sin compromiso, entonces ¿para qué decirles? —Ahora sí lo miro, no comprendo qué es lo que le exrtraña tanto que no quiera decirle al mundo—. No lo entenderían, ni siquiera yo lo entiendo. Mira, moralmente, no está bien que salga contigo. Tienes un futuro brillante y prometedor, el mío es incierto. Puedo hacerte daño sin querer y…
—Para, para… por favor. Alondra, no me importa nada de eso. Yo solo quiero estar contigo, hacerte feliz…
—Por favor, no quiero que nadie lo sepa. No quiero que digan que soy una mala persona por ceder a los deseos de mi corazón.
—Nuestros amigos no dirán ni pensarán así.
—¿Lo crees de verdad?
—Sí.
—Luis, decirles lo hace formal y esto no es formal.
—Está bien, como quieras. Dile que haremos un trabajo.
Le envío un mensaje a Abigail. Ella está con David que tampoco fue a la escuela. Porque según él tenía malestar estomacal. Tenía el presentimiento de que él había querido pasar el día con ella a solas.
—Al final creo que ella está màs que feliz de que todavía no llegue a casa. Esta con David.
Luis sonríe y niega con la cabeza.
Me lleva a la plaza en donde había tenido mi cita con Diego. No le menciono esto a Luis para no arruinar el momento. El tema de Diego todavía tocaba las fibras nerviosas más sensibles de Luis.
—¿A dónde quieres comer? —me pregunta. Lo cual me parece genial porque no quiero que me lleve a comer hamburguesa. Donde cené con…
—Comida china.
Luis asiente y me toma de la mano. Lo cual me pone nerviosa. No quiero que nadie me mire, siento que todos me juzgan. Disimuladamente, o eso es lo que creo, me suelto del agarre de Luis. Él me mira a la cara, pero yo finjo no ver en su dirección.
Entramos al restaurante y somos recibidos por una chica oriental.
Hacemos nuestros pedidos y cuando ella se marcha ambos nos quedamos en silencio. Estoy tensa, tengo la espalda recta, los labios en una línea y miro a todas partes.
Él se levanta y me tiende la mano para ayudarme a hacer lo mismo. Cundo lo hago, me lleva hasta el rincón de la habitación. Es una mesa que queda en un lugar discreto, dado que las plantas sirven de escudo y no hay ventana por la que por fuera puedan vernos. Ha notado que no solo estoy nerviosa y que no quiero que nadie me reconozca, sino que también estoy arrepintiéndome. Se sienta a mi lado en el mismo sillón y pasa el brazo por mis hombros; con su mano libre atrae mi rostro hacia el suyo. Me besa.
Sus besos me hacen suspirar y derretirme, es tan cálido y sensual diría. Que podría quedarme entre sus fuertes brazos para siempre.
Pasamos una hora comiéndonos a besos en el rincón del restaurante hasta que finalmente mis entrañas gruñen en protesta, groseramente por no darles alimento.
Cuando vamos rumbo a mi casa él nuevamente se detiene en el callejón donde me llevó la vez pasada.
¿Qué hacemos aquí?
—¿Besarnos? —Me pregunta.
—Luis…
—Solo un beso de despedida.
Accedo porque soy débil y sus besos son lo mejor que he probado. Su lengua juega con la mía y todo estaba bien, pero de pronto su mano, la que estaba sujetando mi rostro comienza a bajar poco a poco. Pensé que se atrevería a tocar mis pechos, pero en realidad él se fue por la piel expuesta de mis piernas.
Me hizo gemir en sus labios. Luego se aleja de mí mirando su ventana.
—¿Qué sucede? —le pregunto agitada.
—Me gustas muchísimo. Y… creo que escucharte me ha puesto… —Mira debajo de su cintura y sonríe apenado y diría yo sonrojado.
—¡Oh! —me sonrojo—. Será mejor que me vaya.
Le digo apenada. Él me hace sentir muchas cosas que pensé que había perdido. Abro la puerta de auto y él también baja detrás. No me importa caminar un par de cuadras. Él ha hecho mucho por mí. Cuando salgo él está dando la vuelta al coche para quedar frente a mí.
—¿Puedo besarte de nuevo? —me pregunta con el rostro de perrito limosnero.
—Solo una vez.
El me recarga en el auto y se me besa, como si no hubiera mañana, ahora sé como se siente cada centímetro de su cuerpo estar pegado al mío. Ahora sé que no me será tan fácil mantener mis hormonas quietas, mi tonta aventura con Luis estaba siendo peligrosa y me estoy dando cuenta de ello.
Me separo de él.
—Debo irme.
—Ok, te puedo llamar.
—Mejor por mensaje.
Cuando llego a casa David ya se ha ido y Abigail está comiendo. No me siento con ella a comer, todo lo contrario, estoy nerviosa y me siento paranoíca, creo que ella lo sabe y hasta mi madre lo sabe, pero no es así es solo un pequeño desliz mental. No me animo a llamar a Esteban y contarle, sé lo que siente por mi, y bueno no quiero torturar al chico. Espero durante toda la tarde el mensaje de Luis, se que no debo esperar la llamada de un chico mirando la pantalla casa cinco minutos, sin embargo lo hago. Y aunque muero de las ganas por escuchar su voz, o por simpremente escuchar el timbre de mi telefono, lo le llamo, no lo mensajeo. A las nuevo de la noche me doy por vencida. Ahora sé que no me enviará ningún mensaje.
A la mañana siguiente lo ignoro, lo ignoro de veras. No le respondo cuando me llama. Y Fernando y David le han preguntado si hemos discutido. No lo hago porque esté molesta por no mensajearme, para nada. No tengo derecho a reclamarle nada. Es solo que tampoco quiero mirarlo a los ojos y ver su derroche de amor. El me hace sentir extraña, se me revuelven las tripas cuando me sonríe.
Al finalizar las clases él está distraido por lo que solo le susurro a Fernando que tengo que irme ya que voy a comprar algunas cosas antes de llegar a casa. Miento. Por supuesto. No quiero que él me lleve a casa. Tomo un taxi para que me lleve directo a mi hermana le mando un mensaje diciendole que voy a pasar a la farmacia a comprar un medicamento que me hace falta. No es cierto, claro, pero a ella le gusta pasar todo el tiempo que le sea posible con David, a solas.
Cuando llego a casa mi teléfono comienza a sonar una y otra vez. Lo dejo sonando, no por venganza por todas esas veces que miré mi telefono a noche en busca de un mensaje, claro. Solo porque sé que estará molesto. Luego de la decima llamada le respondo.
—¿Qué te sucede?
No saluda él simplente pregunta indignado, por lo que solo me hace suspirar hondo. y tras un par de minutos le respondo.
—Nada.
—¿Nada? ¡Me dejaste de hablar!
—¡Porque actúas como un idiota enamorado! —le susurro en alto—. Si no lo hicieras no habría necesidad de borrarte tu sonrisa de autosuficiencia.
¿Es qué este chico acaso es idiota? Luis de veras no entiende el concepto de guardar un secreto y es desesperante.
—Estoy a dos calles, sabes dónde. ¡Ven ahora! —Miro la pantalla de mi telefono como si de pronto le hubiera salido otra cabeza, ¿Qué le pasa a este chico?
—¿Me los estás pidiendo o me lo estás ordenando? —Le pregunto todavía dudando haberlo escuchado mal.
—Estoy aquí y no me moveré hasta que vengas y si no lo haces en un tiempo considerable estacionaré mi auto fuera de tu casa.
Corto la llamada, estoy molesta me ha amenazado. Cuando llego él está recargado en una de las puertas la del copiloto para ser exactos.
—¡No vuelvas a hacerlo! —me ordena. De nuevo lo hace, pero al ver su estado todo lo que pensaba decirle, acerca de que no debe ordenarme nada pues no tenía ningún derecho a hacerlo, se me olvida.
—¿Hacer qué?
—Dejarme de hablar sin decirme ¿por qué lo haces? Lo odio Alondra, de verdad lo odio.
Me abraza y aspira mi cuello. Ahora siento remordimiento.
Nos sentamos en la parte trasera de su auto y platicamos de algunas cosas, de cuando éramos pequeños, de música. Me enseña su canción favorita y me dedica otra tonta canción romántica. Me rio de él. Sí no soy una chica muy agradable. Pero en realidad me ha agradado.
Él me promete que me llevará al concierto de mi banda favorita. Cuando notamos que ha pasado una hora desde que salí de mi casa y despido. Sus besos de despedida son una mentira porque son tan largos como deliciosos y siempre me dejan esperando, queriendo otro, por lo que si termina uno busco la manera de darle otro.
Media hora después me tiene recostada en el asiento trasero, está besando mi cuello y estoy en una nube de placer y deseo que es interrumpido por el sonido de su celular. Se detiene y sin mirar responde.
—Sí…
Sus ojos están más oscuros, sus labios hinchados.
—…
—¿Quién llama? —pregunta extrañado, me acerco a él y deposito un beso en su cuello.
—…
—Ah, sí… Sandra, Dime ¿qué se te ofrece?
—…
—Lo siento tal vez en otra ocasión tengo mucha tarea.
—…
—Sí, yo te llamo.
La llamada ha roto la magia por lo que me siento y acomodo mi blusa y mi cabello.
—Era… —Él está nervioso, lo noto al ver sus manos. están temblando. Bueno ahora sé que no sabe menir ni fingir.
—Sandra. Lo dijiste en voz alta —mi voz sale más dura de lo que quiero.
—Oye, ¿estás molesta?
—No, ¿Por qué habría de estarlo? —pero lo estoy, estoy furiosa. Pero de tantas veces que Rogelio me hizo la misma pregunts cuando alguna de sus chicas nos interrumpia o le llamaban, pienso que puedo disimular mejor que Luis, el estado de mis sentimientos. Eso es lo que pienso.
—No la he visto ni hablado desde ese día —me dice, avienta el telefono al sillón del copiloto en forma de desprecio. No le creo auqnue deseo hacerlo. Rogelio me habia dejado tan dañada, que tengo problemas de confianza.
—Sí, bueno, no es mi asunto.
—Ok. ¿Ya te vas? —me pregunta.
—Ya me iba desde hace una hora.
Abro la puerta y salgo de allí. Dejándolo con la palabra en la boca, el cabello desordenado y un gran problema de excitación. No lo siento en absoluto.