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De Plebeya A Reina

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Blurb

Tras una noche de copas y desenfreno, Hadassa se da cuenta de que está embarazada y ella ni siquiera recuerda quién le quitó su virginidad. Sin posibilidades a mantener a un bebé por su inestable y casi inexistente economía, considera interrumpir el embarazo. Pero un día en el que su abusivo jefe la está humillando frente a todos sus compañeros por desmayarse en medio de una importante junta, llega un hombre alto, de pelo oscuro, ojos azules y fríos, con un semblante imponente y deja en claro que ella es su prometida. Todos quedan en shock, pero Hadassa es la peor, ¡Ella ni siquiera conoce al hombre! Y eso no es todo, él se presenta como el futuro rey de Luxemburgo y asegura que el bebé que espera es de él.

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Capítulo 1: Embarazada y Asustada
¡Embaraza! Hadassa gritó mentalmente al ver la prueba casera con el signo de más, ¿Cómo podía ella estar embaraza tras una sola noche? ¡Ni siquiera recuerda que fue lo que pasó aquel día! Aturdida por lo que se acaba de enterar, metió la cabeza en el inodoro para vomitar, ahora no era porque la comida le había caído mal o por el cansancio como ella decía para no aceptar el embarazo, ella está vomitando gracias a los nervios y la preocupación. ¿Quién es el padre de ese bebé? Solo fue una noche de locura, alcohol y desenfreno, apenas puede recordar lo delicioso que fue entregarse a ese hombre dominante, pero ni siquiera una parte de su cara se quedó grabada en su memoria. Saliendo del baño, fue directo a su oficina, ¿Qué hará ella con ese bebé si ni siquiera tiene para mantenerse ella? Incapaz de pasar por eso sola, llamó a su mejor amiga, es la única a la que tiene y sabe que la ayudará. ―Necesito verte a la hora del almuerzo, por favor, dile a tu jefe que te deje salir en una hora. ―Saray alzó las cejas, trabajan en el mismo edificio, ambas son secretarias de una empresa multinacional, son esclavas del sistema. ―Si me invitas la comida, por supuesto que le pediré para ya mismo. ―Hadassa lo pensó, quería esperar una hora para que se le bajara lo que estaba sintiendo, pero necesitada de explotar y gritarle a su amiga porque fue ella quien la llevó a ese lugar de alta gama, lo aceptó. ―Bien, nos vemos en la recepción, te doy tres minutos. ―Colgando la llamada se puso en pie y salió nuevamente de su oficina. El corazón le va a mil por hora, su estómago le da retorcijones que la están poniendo a sudar y su cabeza quiere explotar. ¿Embarazada? ¡Solo tiene veinte años y nada que ofrecerle al mundillo en el que vive! ¿Cómo no pensó en un posible embarazo? Por supuesto, la borrachera le duró unos dos días y aunque estaba consciente de que había perdido su virginidad con un desconocido, en lo menos que podía pensar ella era en el futuro y en las consecuencias tras esa noche. Saray llegó después que su amiga, ella es así: irresponsable, loca, libre y divertida. Al verla con el gesto serio, corrió a ella y la abrazó con fuerza hasta hacerla quejarse, solo así la soltaba siempre que la abrazaba. ―Están en el trabajo, señoritas. ―El presidente de la empresa y jefe de Hadassa las miró con superioridad. ―Señorita Klein, debe usted mantener las apariencias, me representa a mí y a la empresa, no esté con esos jueguitos de niñas. ―Hadassa asintió de inmediato. ―No estamos en medio de una junta o frente al dueño de la empresa. ―Saray no se quedó callada. ―Quien representa a esta empresa es usted, el presidente. ―Hadassa tiró de su mejor amiga. ―Lo siento, señor. ―Se disculpó tirando de la loca que pretendía seguir diciendo cosas que seguramente le conseguirían un despido. ―¿Acaso estás loca? ¿Se te olvida que te pueden despedir? ―La miró molesta. ―¿Qué te pasa? ―Descompuso el gesto. ―A mí nadie me puede despedir, soy yo la que hago el trabajo del inútil de mi jefe, ¡Soy intocable! ―Chilló abriendo los brazos en medio de la acera. ―Ya, en serio, ¿Por qué estás tan irritada y poco feliz? ―Hadassa no le respondió, tiró de ella casi arrastrándola hasta llegar al restaurante donde la mitad de los trabajadores almuerzan. ―Me estás asustando, gata, ¿Qué pasa? ―¡Estoy embarazada! ―Soltó desesperada por la despreocupación de su amiga. ―¡Mientes con todos los dientes! ―Saray no le creyó. ―¿Acaso tienes algún sugar daddy por ahí y no me lo habías dicho? ―La miró sorprendida, ellas no se ocultan nada. ―¡Todo fue por tu culpa! ―La señaló. ―Si no le hubieras robado la tarjeta de crédito a ese viejo, nada de esto hubiese pasado. ―¿Por qué me culpas a mí? ―Hizo un puchero dándole poca importancia a la noticia. ―¡Por querer vengarte, me llevaste a ese lugar exclusivo y perdí mi virginidad con un hombre que ni siquiera recuerdo! Y para colmo jamás me cruzaré en su camino por nuestra diferencia social. ―Negó un par de veces. ―No debí acompañarte aquel día, ¿Qué haré ahora si apenas puedo sobrevivir con ese sueldo tan patético? ―Saray se puso seria como pocas veces. ―De verdad estás embarazada, pensé que era una broma. ―Frunció el ceño. ―¿Por qué bromearía yo con esto? ―Se llevó las manos a la cara. ―Estoy embarazada, Saray, nunca me imaginé esto. ¡Tengo veinte años y nada que ofrecer! ―Saray le quitó las manos de la cara y se las apretó. ―Sabes que nos tenemos una a la otra, desde el día que salimos del orfanato nos juramos siempre apoyarnos. ―La miró a los ojos con amor. ―Lo que tú decidas yo te apoyaré sin cuestionarte. ―Hada sollozó. ―Me da miedo abortar, la monja dijo que eso era pecado. ―Saray se colocó en la silla junto a su amiga y la abrazó. ―Esa vieja no sabe nada, estaba poseída por el diablo. ―Bromeó. ―Es tu cuerpo y tu decisión, lo sabes. ―La obligó a mirarla. ―Pero piénsalo, ahora mismo no tenemos estabilidad económica, vivimos en un pequeño piso y dormimos en la misma cama, trabajamos como esclavas y apenas tenemos tiempo los fines de semana, es un mundo asqueroso y a personas como nosotras nadie nos ayuda. ―Respiró hondo. ―Pero también hay un lado hermoso, tendríamos a un pequeño o pequeña a la que defender y proteger para que no le pase lo que nos pasó a nosotras, sin importar lo difícil que sea, lo amaremos como nadie nos amó. ―Hadassa sonrió, por muy bonito que se lo pinte traer a ese bebé al mundo sería una irresponsabilidad. ―¿Podrías acompañarme a la clínica? ―Saray asintió. ―Vamos, ya comeremos cuando llegamos a casa, gracias a Dios es viernes. ―De la mano salieron del restaurante directo a la estación de taxi. Terror, eso sentía Hadassa tras tomar una decisión tan apresurada, pero correcta, ¿Qué podría ella hacer si deja nacer a ese bebé? ¿Abandonarlo tal y como lo hicieron con ella? ¿Quedárselo y que sufra en la miseria? ¿Dárselo a una pareja que lo cuide? Por supuesto que no, ella se encariñaría con ese bebé y no se los daría después. ―Te esperamos en tres días. ―La doctora la miró, ella le explicó todo, pero la chica parecía estar en el limbo, perdida en sus pensamientos. ―Aquí estaremos. ―Saray le dio un golpe en la pierna a su amiga. ―Gracias doctora. ―Ambas salieron del consultorio. ―La situación se resolverá en tres días… eh, tenga cuidado que no me quiero ir con usted. ―El hombre la miró al instante. ―Lo siento, señorita. ―Se disculpó de inmediato. ―¿Qué hace en esta clínica un hombre? ―Rodó los ojos y sin prestar más atención salió de la clínica con Hadassa más callada que nunca. ―¿En qué puedo ayudarle? ―La recepcionista llamó la atención del hombre, no deja de mirar a las dos que acaban de salir. ―Necesito toda la información de la consulta de Hadassa Klein. ―El hombre le tendió un cheque con una ridícula suma de dinero, la chica no se lo pensó dos veces y tras sacarle copia al expediente se la entregó. Mareos, debilidad y muchas náuseas. Hadassa estaba aguantado tanto como podía para prestarle atención a lo que se estaba hablando en la junta para hacerle un informe a su jefe, pero no conseguía controlarse, ella simplemente podía pensar en el malestar que tiene, pero no pudo hacer más; todo a su alrededor se le oscureció y desmayó. ―¿Está bien? ―Todos los presentes se preocuparon. ―Miller, ¿Qué le sucede a tu asistente? ¡No te quedes ahí, ayúdala! ―Los superiores lo miraron como un incapaz. ―Debes llevarla a un hospital cuanto antes. ―Todas las miradas se posaron en el hombre quien no sabía como actuar, esa tonta lo estaba dejando mal ante sus superiores. ―Está bien, denme permiso. ―Cuando intentó tomarla en brazos, Hadassa despertó un poco desorientada, pero al recordar donde estaba y verse bajo esas tantas miradas preocupadas y una de furia espabiló de inmediato. ―Lo siento mucho. ―Se disculpó alejándose de todos. ―Yo estoy cansada, nada más. ―Bajó la mirada. ―No deberías pedir disculpas. ―Uno de los hombres la tranquilizó. ―Más bien tu jefe debería darte un poco menos de trabajo. ―Todo lo miraron con severidad. Hadassa pasó el resto de la junta pensando en lo furioso que estaría su jefe, todos estuvieron de acuerdo en que se tomara el resto del día, pero sabía que eso solo sería enterrarse un poco más. Su jefe es capaz de despedirla y no necesita eso, debe pagar el aborto y de quedar sin trabajo se le hará difícil reponer ese dinero. ―¡Eres una inútil! ―Gritó el hombre en cuanto llegaron a presidencia. ―¡¿Cómo fuiste capaz de desmayarte en medio de esa importante junta?! ―La miró con rabia. ―No sirves más que para dejarme mal, ¿Acaso no puedes hacer algo bien? ¡Debería despedirte o cambiarte a limpieza! ―Apretó los puños. ―Pero dudo mucho que sirvas para limpiar siquiera, ¡Para nada sirves! ―Dejándose llevar por la furia intentó agarrarla del brazo, pero un fuerte agarre lo detuvo antes de que pudiera tocarla. Todos miraron sorprendidos al recién llegado, hombre con semblante imponente e intimidante. Es alto, cabello oscuro, ojos azules y fríos. Hadassa miró al hombre, ella jamás lo había visto en la vida, pero le estaba agradecida por salvarla. ―¿Osas a tocar a mi prometida?

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