Capítulo 3 - Hermandad

2625 Words
Matt Blackstone estaba apoyado contra la barra del bar del pub irlandés de su amigo John McLean de la calle treinta y cinco oeste, con la mirada clavada en la puerta. De modo que Lauren lo vio cuando entró, y vio la amplia sonrisa que iluminó su apuesto rostro caucásico cuando ella lo saludó con la mano. Se arrojó en brazos de su hermano y  se abrazaron con fuerza. Desde la infancia siempre habían sido muy unidos; Matt, el perpetuo hermano protector; ella, la sabia consejera. Desde pequeña se la pasaba diciéndole lo que debía hacer y por qué. La muerte prematura de su madre los unió aún más, y fueron un mutuo consuelo además de sentirse ambos más seguros cuando se encontraban cerca el uno del otro. Matt había viajado a Italia, invitado por su primo Jack para una especialización en criminalística y durante las semanas que estuvo allí, ambos se vieron con frecuencia. Pero eso había sido seis meses antes y, de repente, los dos se dieron cuenta que hasta qué punto se extrañaban. Por fin se apartaron, y Matt miró el rostro de su hermana. -       Eres un espectáculo maravilloso para un par de ojos cansados, querida. -       Tú también, Matt -       ¿Qué te gustaría beber? -       Un vodka tonic, por favor — contestó ella, tomándolo del brazo y mirándolo sonriente. El alivio que le producía verlo sano y salvo eran tan grande que no conocía límites. Se preocupaba constantemente por él, y supuso que siempre seria asi, fueran cuales fuesen las circunstancias de las vidas de ambos. Después de todo, Matt era de su misma carne y sangre. Permanecieron parados frente al bar, bebiendo y poniéndose al día de sus noticias, tan felices de estar juntos que el tiempo voló. Hasta que John McLean mismo se acercó a saludar a Lauren a quien hacía varios años que no veía, y después de algunos instantes de conversación, los condujo a la mesa preferida de Matt, situada en la parte trasera del comedor. Después de instalarse y ordenar la comida, Lauren miró a Matt con intensidad. -       Ojalá renunciaras — murmuró -       ¿Renunciar a qué? — preguntó él, partiendo en dos un pan y untándolo con mantequilla. -       A la policía Matt la miró sorprendido, incrédulo -       ¡Jamás creí que llegaría el día en que te oiría a ti, Lauren Blackstone, diciendo una cosa así! La mayoría de los hombres de la familia han permanecido al Departamento de Policía de New York. -       Y algunos murieron a causa de ello — señaló Lauren en voz baja — Incluyendo a papá. -       Ya sé, ya sé, pero soy el último de la generación de papá, hago parte de la tercera generación de la familia, no hay manera de renunciar a eso, Lauren. No sabría qué otra cosa hacer. Creo que, en mi caso, se puede decir que lo llevo en la sangre. -       Oh Matt, supongo que no me expresé bien. No quise decir que debías renunciar a la policía… simplemente me gustaría que dejaras de ser agente secreto. ¡Es muy peligroso! -       La vida misma es peligrosa en muchos sentidos, querida. Yo puedo matarme cruzando la calle, viajando en avión, manejando un auto. Podría ahogarme con un bocado de comida, contagiarme de una enfermedad mortal o tener un infarto y morir repentinamente… — Dejó la frase inconclusa y le dirigió una larga mirada, después se encogió de hombros casi con indiferencia. — Todos los días mueren personas que no son agentes secretos, Lauren. Sobre todo ahora, que hasta los más pequeños están armados y las balas son disparadas por todas partes. Ya sé que amas esta ciudad y, a mi manera, yo también la quiero, pero ha caído en la más espantosa de las violencias, para nombrar tan solo uno de sus males. Pero supongo que esa es otra historia. -       No quiero que te maten como mataron a papá — insistió ella -       Ya sé… Cuando uno lo piensa, el caso de papá fue extraño, luego de que mamá muriese cayó en una depresión de la cual no pudimos sacarlo, se hundió en alcohol y volvió a estos bares, donde pasó la mayoría de sus años como policía, quieras o no, nuestro viejo solo venía a embriagarse y pensar que lo mataron por accidente… -       Dirás que lo mató la mafia — interrumpió ella. -       ¡Sssh! No levantes la voz — recomendó enseguida Matt mientras miraba alrededor, aunque sabía de memoria que no había ninguna necesidad de hacerlo. Estaban en un bar restaurante conocido y respetado del lado oeste. Pero pese a todo, no lo podía evitar. La cautela era un habito que había perfeccionado a los largo de sus diez años de trabajar en la policía, ese era el motivo por el que cada vez que estaba en un lugar público, siempre se sentaba de espaldas a la pared y no de cara a la puerta. En su trabajo jamás podía permitirse el lujo de que lo sorprendieran por la espalda. Se inclinó sobre la vela que ardía en su mantel colorado y acercó la cabeza a la de su hermana. -       Supuestamente papá fue muerto por la mafia, pero nunca hubo verdaderas pruebas, y yo mismo nunca he estado completamente seguro de que haya sido así. Nadie ha estado seguro, ni siquiera Edward Collins, el ex compañero de papá. Y enfrentemos una realidad: los mafiosos no tienen la costumbre de balear policías, así sean ya retirados y nadando en dinero como papá. Es muy poco conveniente para su negocio. Esos degenerados prefieren usar otros métodos para neutralizar a la ley, ya sabes a que me refiero… ponerlos en una lista de pagos. Los tipos realmente inteligentes prefieren distribuir dinero en lugar de ataúdes. -       Supongo que tienes razón — admitió ella entre sus dientes — para ellos un detective deshonesto es más valioso que uno muerto… que es sinónimo de problemas -       Exacto Lauren -       Pero de todos modos, Matt, me encantaría que trabajaras abiertamente para la policía. ¿No podrías conseguir un trabajo de escritorio? -       Ah Lauren, Lauren — suspiró el con voz estrangulada cuando pudo dejar de reír — Ambos sabemos que podría, pero ni pienso hacerlo. Porque no quiero una tarea de escritorio, te lo digo en serio. El trabajo con el que me gano el pan es el centro de mi vida. -       Expones tu vida cada día de la semana, Matt, persiguiendo asesinos, ladrones, criminales y traficantes de drogas que, para mi modo de ver, son los peores. Y sin duda los más peligrosos. Matt permaneció en silencio -       Bueno, lo son, ¿no es cierto? — insistió ella -       Sí, por supuesto que lo son, y sabes bien lo que pienso de esas basuras — exclamó Matt con furia, aunque con voz contenida, en un esfuerzo de no atraer la atención sobre su persona Hizo unos instantes de silencio antes de continuar hablando. -       Escucha Lauren, hoy en día casi todo el mundo del crimen gira alrededor del narcotráfico. Yo odio y detesto a los traficantes de drogas… Todos los policías lo odiamos. Son el cáncer más grande de la tierra, y comercian con la muerte las veinticuatro horas del día. Ahora hasta matan niños con tal de obtener ganancias. Venden m*******a y coca en las puertas de las escuelas y envían a niños de siete años. ¡De siete años, Lauren! Para mí esa es una inmoralidad que no tiene nombre. Y mi trabajo consiste en destruir a esos seres espantosos, esos… esos… animales. Mi misión consiste en clavar en la cruz a esos hijos de puta, en llevarlos a la Justicia, en ponerlos entre rejas y, si fuera posible en una prisión federal. De esa manera los encierran por un mínimo de cinco años, y por lo general, mucho, mucho más tiempo, según el peso de sus crímenes. Y no olvides que, gracias a Dios, en el sistema federal no existe la fianza. Personalmente desearía que pudiéramos encerrarlos y tirar las llaves para siempre. Frunció los labios en un gesto de odio, y en su rostro se pintó una expresión de dureza que, de repente, lo hizo parecer mucho mayor que sus treinta y cuatro años. -       Mi trabajo es muy importante para mí, Lauren — agregó — Al luchar contra el crimen en la forma en que lo hago, creo y es la única manera de conservar mi salud mental — enseguida extendió la mano y tomó la de su hermana, que descansaba sobre el mantel colorado, y la oprimió cariñosamente Lauren inclinó la cabeza. Comprendía perfectamente los sentimientos de Matt. En realidad fue una tontería suponer que accedería a cambiar de trabajo. Era igual a su padre. El Departamento de Policía de la Ciudad de New York era el centro de su existencia. De todos modos, durante los últimos seis años Matt había estado embarcado en una especie de inestabilidad a causa de Lily. La hermosa chica dorada del grupo era una víctima. Las drogas malévolas le habían destrozado el cerebro. Ese era el motivo por el que yacía en la cama de un hospital para enfermos mentales, catatónica, un alma perdida. Perdida para si misma. Perdida para ellos. Perdida para Matt, que estaba tan enamorado de ella. Lily nunca se recuperaría, nunca volvería a ser ella misma, siempre continuaría siendo un vegetal, pudriéndose en ese lugar donde se encontraba recluida, donde su novio y su amiga de la infancia tuvieron que internarla, desesperados. Les costaba una fortuna mantenerla internada pero esto no era problema gracias a que tenían suficiente dinero para costearse una cosa de ese calibre incluso así no fuese para su propia familia, pero en el fondo, Lily era su familia también. Lauren siempre creyó que Lily y Matt se casarían y lo habrían hecho si las drogas no hubieran hecho de ella un c*****r viviente. Ninguno de ellos sabía cómo empezó a tomar drogas, como fue cayendo en un exceso cada vez peor, ni quién se las suministraba. De alguna manera, fue algo que simplemente sucedió. Tal vez Lily Richards estuviera mejor muerta que como vive hoy en día, pensó Lauren, estremeciéndose. A ella nunca le interesaron las drogas, solo una vez, años antes, aspiró unas bocanadas de m*******a e instantáneamente se descompuso del estómago y tuvo ganas de vomitar. Matt se puso furioso con ella en esa ocasión por haber aceptado el cigarrillo en esa fiesta a la que asistieron juntos, y durante días la sermoneó interminablemente acerca de los peligros que tenían las drogas. Pero Lauren no necesitaba tanta advertencia, sabía bien lo peligrosas que eran. En cambio, Lily no lo supo y de allí la tragedia. -       Estas pensando en Lily — dijo Matt con suavidad, rompiendo el silencio, como si pudiera leerle los pensamientos. -       Si, pensaba en ella 3 admitió Lauren. Vaciló brevemente antes de preguntar: — ¿La has visto últimamente? -       Hace como dos meses -       ¿Cómo estaba? -       Igual. Nada ha cambiado. -       Pensé en la posibilidad de ir al internado antes de regresar a trabajar para… -       ¡No lo hagas! — exclamó el con cierta dureza, pero enseguida meneó la cabeza, arrepentido — Lo siento, no quise hablarte de mal modo, pero no debes ir a ver a Lily. Ni siquiera sabrá que estás ahí, Lauren, y lo único que conseguirás será angustiarte. Sinceramente, no vale la pena. Sin responder, Lauren simplemente asintió inclinando la cabeza, convencida de que no valía la pena discutir con Matt. Y decidió que tal vez tenía razón. Quizá sería mejor que no fuera a visitar a Sunny, tal como había planeado. ¿Qué significado tendría eso para ella? Lily ni siquiera se enteraría de que ella estaba en el mismo cuarto y de todos modos, no ganaba nada. No había nada que pudiera hacer por su vieja amiga para hacerle más llevadera la existencia. En realidad, si veía a Lily en su lamentable estado actual, lo único que ganaría sería crearse otra preocupación. Sería otro problema que no tenía posibilidades de resolver. Y de esos ya tenía bastantes. Después de beber un sorbo de agua, Lauren se acomodó en la silla y dedicó una leve sonrisa a su hermano. Él se la correspondió. Pero había tristeza en esa sonrisa, y dolor en sus ojos. Lauren sabía que ese dolor era el reflejo de la profunda pena del alma de Matt. Una pesadumbre casi intolerable. Sofocó un suspiro, interiormente dolorida por su hermano. Sin embargo, sabía que Matt era valiente y que seguiría adelante, a pesar de todo. Mientras continuaba mirándolo comprobó que el dolor que le provocaba Lily y la vida que le exigía su trabajo no habían empañado su postura. Matt era muy guapo, poseía esa apariencia sugestiva que por lo general se asocia con los más grandes del cine, además de ser físico corpulento, fuerte y muy masculino. Esa noche, el parecido de Matt con la madre de ambos era muy marcado. Decididamente nadie podía negar que Matt Blackstone era hijo de la gran Alhe, tenía el pelo n***o de su madre y resplandecientes ojos negros negros como la obsidiana. -       Estas muy callada, Lauren. ¿En qué piensas? -       Estaba pensando en lo parecido a mamá que estas esta noche, Matt, eso es todo -       Mamá habría estado muy orgullosa de ti, de tu triunfo en el negocio de la familia, papá también lo estaría. Recuerdo que cuando no eras más que una niña, mamá te alentaba cada vez que te veía resolviendo ejercicios de matemáticas. -       Sí, yo también lo recuerdo. Estarían orgullosos de los dos. Supongo que resultamos bien… somos sanos, cuerdos, trabajamos en lo que queremos y somos exitosos en ello, y eso era lo que ellos querían para nosotros. Papá hubiera estado especialmente orgulloso de ti por tomar con valentía de seguir la tradición de los Blackstone, eres la tercera generación de policía de la familia. Me pregunto si habrá una cuarta generación para seguir los primeros pasos de papá y los tuyos. -       ¿Qué quieres decir? Lauren lo miró unos instantes pensativa antes de responder. -       ¿No crees que ya es hora de que empieces a pensar en casarte, en tener hijos? -       ¿Quién me va a aceptar? — replicó él, muerto de risa — no tengo mucho que ofrecerle a una mujer, sobre todo considerando mi trabajo y mi forma de vida. -       ¿No tienes ninguna novia, Matt? -       No -       Ojalá tuvieras -       ¡Mira quién habla! ¿Y por casa cómo andamos? Ahí sigues, desde hace años, en esa situación ridícula. Ya es hora de que soluciones el lío que tienes con el amor. -       ¿Eso piensas? -       Por supuesto, pienso que estás desperdiciando tu vida. Y sería mucho mejor que dejaras atrás todos esos malos ratos que pasaste con chicos que no valían la pena, pasa la página y busca a alguien nuevo, comienza a salir a fiestas, tal vez puedas conseguir un tipo decente que… -       Hablando de fiestas — interrumpió ella — ¿Piensas pasar navidad conmigo? Me lo prometiste -       Ya sé que lo prometí, pero no sé si podré… — se interrumpió y afortunadamente la llegada de la mesera con la comida les evitó tener que inventar una serie de excusas. La mesa ya estaba lista, y la muchacha llegaba con las hamburguesas que habían pedido. Matt la miró y le dedicó una cálida sonrisa. -       Y aquí llega la New Yorkina con unas esplendidas hamburguesas — dijo con su peculiar encanto que la mayoría de las mujeres encontraba irresistible. Al observarlo Lauren pensó: Que desperdicio, es tan coqueto.
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