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Tu amor entre mentiras 3

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Una historia que comenzó con mentiras; con egoísmo disfrazado de buenas intenciones.

Un amor que surgió, sobrevivió y se mantiene vivo, a pesar de todas las adversidades.

Así es la agridulce historia de amor entre Cedrick Meuric y Aura Prince. Un camino largo, repleto de dolor, felicidad y sufrimiento, que finalmente alcanza su destino.

No te pierdas el impresionante desenlace de esta trilogía.

Tu amor entre mentiras 3, por J. I. López

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Formas de Amor
A media madrugada Aura despertó, la luz de la luna le golpeaba suavemente la cara y abrir sus ojos había sido casi doloroso, por lo mucho que había llorado; su cabeza dolía y su estómago también la molestaba, sólo que éste, exigiendo alimento.   Aura se maldijo internamente por tener hambre, cerró los ojos y se refugió en el calor que le proporcionaba una manta sobre su cuerpo. Frunció el ceño al extrañarse y se sentó sobre el colchón.   «¿Y esta manta?» se preguntó mentalmente. Ella no se la había colocado, entonces… Giró su rostro y buscó a Cedrick quien definitivamente tuvo que haber sido el que la cubrió.   Observó primero la cama y se notó sola en ésta, su vista fue atraída a la hermosa visión de la ciudad, el enorme río que los separaba de ésta y uno de los puentes, dejó de darle importancia y volvió a recorrer la habitación con la mirada. Un par de sofás vacíos estaban cercanos al ventanal, una palmera de interior se encontraba en una esquina, a un costado había un tocador y algunos productos sobre él, una pantalla suspendida en la pared justo frente a la cama y bajo ella un mueble con un par de portarretratos encima. Al otro costado estaba sólo el closet y una puerta, del baño, supuso, pero no estaba él.   —¿Entró sólo a cobijarme y salió? — se preguntó extrañada.   Su estómago quemó de hambre.   —Maldición— susurró. No había probado bocado desde mediodía del día anterior y no podía ignorar el hecho. El tonto de Cedrick le había dicho que comiera algo y ella lo ignoró al estar tan molesta.   Volvió a girar su rostro y observó el buró a un costado de esa cama, sólo estaba una lámpara y un pequeño reloj. Se quejó sin saber qué hacer… ¿por qué si Cedrick había ido a cubrirla no le dejó algo de comer y le evitaba la pena de bajar y buscar alimento? Él era demasiado consciente de las cosas como para dejar pasar ese detalle, ¿se estaría burlando de ella?   Era un odioso.   Suspiró derrotada y se abrazó a sus piernas, así, sentada sobre la cama.   —¿Qué voy a hacer?— se preguntó y ocultó su rostro entre sus piernas.   ¿Debería buscar a su padre y pretender hablar con él sobre todo eso? Sí, definitivamente, aunque conociendo lo drástico de sus decisiones, no sabía si estaba lista para volver a escuchar palabras tan hirientes como las antes dichas.   ¿Y Cedrick? ¿Ella creía en sus palabras?   Todo era un lío en su cabeza, lo único que sabía, era que algo, algo muy en su interior había dejado de angustiarle al grado de molestarle casi respirar…era tan tonta, seguro era por él, por saberse otra vez a su lado, ¿cuán patética se podía ser?   Gruñó molesta con ella misma y se puso de pie con cuidado, tenía mucha hambre y su estómago volvió a recordárselo.   Salió de la habitación y descalza comenzó a bajar. Un par de luces tenues mantenían iluminada la casa, una vez que se vio en la segunda planta lo que más le llamó la atención fue el bonito resplandor de la alberca varios metros afuera, si no hiciera tanto frío y no estuviera molesta con Cedrick, ya se hubiese sumergido en ella.   Aura se mordió el interior de su mejilla y siguió avanzando, apenas tuvo en su alcance visual la sala lo vio, Cedrick estaba acostado en uno de los sofás, el televisor estaba encendido pero casi sin volumen, el chico se tapaba los ojos con uno de sus brazos y luego de verlo por unos segundos, ella se percató que respiraba con suavidad.   «Está dormido» se dijo «¿Tendrá frío?» se preguntó al ser consciente que las noches de invierno eran realmente crudas, y aunque en el interior estuviesen amparados por la calefacción, eso no desaparecía en la totalidad lo frío del ambiente.   Ella negó en silencio, no tendría por qué estarle importando tal cosa, se recordó molesta y aun así no fue capaz de apartar la vista del rubio. La cobriza casi se asustó cuando sus pies se movieron solos y se acercó a él en silencio, lo vio fingiendo que no le importaba y notó su larga rubio pendiendo del sofá.   ¿Por qué tenía que ser así Cedrick? ¿Por qué no era como se supone que era cualquier otro chico y comportarse de una forma socialmente aceptable?, no era que le molestara, no del todo, pues había sido esa forma tan autosuficiente, segura y engreída de ser de él, lo que la hizo estar con él; porque de ser diferente, hubiesen solo sido un par de desconocidos que ocasionalmente se cruzaban por los pasillos de la universidad, ya que todo había empezado por ese capricho de él, que ella tuvo a bien aceptar.   Tragó pesadamente cuando casi le acaricia el cabello, entonces detuvo su mano y se arrepintió.   Que lo amara no significaba que ya no estuviese sufriendo por dentro o que olvidara lo que él y su padre habían hecho con su vida. Se sentía una tonta muñeca, o un vil adorno que pudiesen mover de un sitio a otro sin que nada importara, sin necesidad de ser informada y mucho menos pedir opinión al respecto.   Negándose a resignarse y continuar como sin nada, fue que se dio media vuelta para dirigirse finalmente a la cocina, dejando nuevamente solo y dormido al ojiazul. Al apenas haber dado un par de pasos fue que notó algo moverse en el sofá individual, achicó sus ojos y finalmente casi salta sobre el felino que volvía a ver luego de lo que le pareció mucho tiempo.   —Oreo, ¿dónde demonios habías estado? — le preguntó al adormilado gato luego de dejarse caer en la alfombra, a los pies del mueble donde él seguía acostado.   El felino pestañeó un par de veces y bostezó, Aura no pudo más que sonreír grandemente y acariciarlo, sin pretender hacer ruido. Luego de la sepultura de su madre había ido a buscarlo, pero no lo encontró, había vuelto varias veces e inclusive lo había esperado por horas, pero el gato no volvía, por lo que tuvo que suponer que había abandonado la casa; aquello se había sentido como un nuevo y pequeño golpe que la vida volvía a darle, por eso verlo ahí la puso realmente feliz.   —Me da tanto gusto verte— le dijo al cargarlo en brazos —¿Cómo llegaste aquí? No me digas que ese cretino te trajo, porque no pienso creerte— se burló al dirigirse a la cocina —¿Tienes hambre?— volvió a cuestionarle al gato y sonrió esta vez un poco más abiertamente al estar fuera del posible alcance visual del rubio — por supuesto que sí, tú siempre tienes hambre, ¿cierto? -    El regordete gato la siguió mientras ella se paseaba por la alargada cocina y comedor.   Aura batalló para encontrar las cosas con la media luz del lugar, por lo que optó por abrir el refrigerador e iluminarse con esa fuente de luz, pues no quería verse descubierta, era humillante, consideraba.   —¿Qué?— se preguntó al abrir el refrigerador.   En el interior y frente a ella apareció un pequeño plato con un emparedado, abajo del plastificado que Cedrick le había puesto, aquello lucía delicioso, sobresalía una hoja de lechuga y queso amarillo, el pan estaba tostado y eso sólo le abrió más el apetito. Ella extrajo el platillo con cuidado.   —Eres un cretino— murmuró luego de ver una pequeña nota asomarse entre el plastificado. “Sabía que te daría hambre, necia” se leía sobre el papel y ella sintió una punzada de molestia.   Entonces se debatió, comerlo y dejarle saber que tenía razón y que ella sí había bajado por comida; o, preparar algo por ella misma –arriesgándose a ser descubierta en su clandestinidad-, ocultar las evidencias y demostrarle que seguía muy molesta con él. La chica refunfuñó y se giró con el plato en sus manos —. Maldición—, susurró, mejor comería ese emparedado, de cualquier forma si él la descubría preparando cualquier otra cosa, iba a resultar más humillante.   Maldito fuese Cedrick y esa forma de demostrarle amor que tenia tan propia de el.      Por la mañana el chico de ojos azules se despertó con un leve dolor de cabeza y de cuello.   —Joder— soltó molesto mientras se levantaba con la ropa arrugada —, esas porquerías deberían de ser más cómodas con lo que costaron— dijo viendo el sofá en el que durmió.   Se talló la cara al dirigirse a la cocina, el televisor seguía encendido y no le prestó atención. Abrió el refrigerador y sonrió al darse cuenta que Aura al final sí había decidido comer algo.   —Bien, al menos sé que no entrará en huelga de hambre— se dijo en medio tono irónico.  Y aunque de momento le causó gracia, era algo que le preocupaba, no olvidaba que Aura era todavía una casi adolescente, que aunque bien lucía mucho más madura que cuando la conoció y era legalmente mayor de edad, eso no quitaba que en algunas ocasiones se comportara infantilmente por meros impulsos.   Se sirvió un poco de jugo de naranja mientras se animaba a subir a ver a su pequeño tormento.   «¿Seguirá muy enojada?»   —Ni siquiera sé por qué me lo pregunto— se dijo al ir escaleras arriba.   El rubio suspiró cansadamente y tocó la puerta para de inmediato comenzar a desabotonar su camisa.   —Aura, ¿estás despierta?   No hubo respuesta y eso lo hizo resoplar cansadamente.   —Aura… — él pausó sus palabras cuando la puerta se abrió. Tuvo ante el la figura de Aura de espaldas, su cabello lucía húmedo y todavía portaba la ropa del día anterior — necesito entrar por algo de ropa, me daré un baño y…— dijo él al extrañarse al verla recogerse el cabello en media coleta alta —, ¿saldrás?— le preguntó al detenerse en medio del cuarto al verla ignorarlo.   Aura asintió —Sí, tengo clases— respondió secamente.   —Pero no tienes tus cosas aquí— dijo el otro al seguirla con la mirada, la cobriza recogió el plato de la noche anterior y comenzó a caminar directo a la salida.   —Iré por ellas entonces.   —Ayer te dije que hoy las traerían, no hace falta que vayas.   —Entonces iré a la biblioteca— respondió ella pasándolo de largo, su tono era distante y su mirada nunca se clavó en él.   —¿A qué se supone que estamos jugando?— preguntó secamente el rubio al detenerla del brazo antes de que saliera.   Aura sonrió molesta —¿A la familia feliz?— respondió de inmediato al verlo de medio lado —Sólo que aquí, ambos tienen obligaciones, ¿o es que acaso pretendes tenerme encerrada aquí? -    —Sabes que no haría tal cosa -    —Por supuesto que lo sé— se burló ella —, por eso estoy por salir -    —Aura…   —¿Tendrás un juego de llaves para mí?— interrumpió ella al soltarse de su agarre.   —¿Y en qué demonios se supone que te irás?— preguntó molesto al seguirla a la planta baja —Ni siquiera tienes contigo tu coche -    Ella resopló molesta pero no lo dejó verlo, eso era algo que también tendría que agradecerle, pensó molesta e irónicamente —Pediré un taxi -    —De ninguna manera -    —No iré caminando— aclaró la chica al dejar el plato en el lavatrastos, para luego abrir con extraña confianza el refrigerador y también servirse un vaso de jugo, todo esto bajo la mirada azulina del chico recargado en la entrada de la cocina.   Cedrick resopló cansadamente, así que sí seguía molesta, bien, no era para menos; aunque no sabía cuánto tiempo estaría él de humor para tolerarlo. Luego de unos segundos de verla beber, él terminó por negar en silencio y abrir uno de los cajones de un mueble cercano a la puerta.   —Este es tu juego de llaves— le dijo dejándolas sobre la barra, Aura se apresuró a tomarlas pero él se lo impidió al no soltarlas. La vio a los ojos —. Estas dos son las principales— le dijo señalándoselas.   Aura asintió sin darle mucha importancia.   —¿A dónde irás? -    —No he decidido el orden, tengo varias cosas que hacer— dijo ella — ¿compraste comida para Oreo?— cambió de tema mientras husmeaba en los distintos compartimentos de esa cocina integral.   El rubio se dirigió a pasos firmes al fondo y de uno de los cajones sacó el pequeño costal de alimento, para dejarlo de mala gana sobre la mesa.   —Yo también voy a salir— dijo y sacó las llaves de su coche, cediéndoselo, para dejarlas sobre la mesa a un costado del alimento felino — Asegúrate de estar aquí antes de las dos, que es cuando traerán tus cosas, ya que yo no podré recibirlas— dijo dándose media vuelta sin intención de discutir.   Ella pareció ignorarlo al acariciar a Oreo que recién llegaba.   —Me extraña que algo tan simple no lo tuvieses previamente resuelto— soltó ella sarcásticamente pero moderando su voz.   El rubio rodó los ojos y siguió avanzando, al parecer Aura seguía a la defensiva, eso era algo que no iba a cambiar, no al menos ese día. Volvió a subir y tras buscar algo de ropa, se dispuso a ducharse, de no ser porque justo ese día tendría asuntos que tratar con su suegro y socio, no saldría de esa casa hasta no solucionar los problemas con esa necia chica.   Abajo Aura tomó las llaves que Cedrick le había dejado, sólo porque no tenía el de ella, ni dinero para pagar un taxi, ahí las hubiese dejado; para su desgracia lo necesitaba y tendría que usarlo. Subió de prisa a la habitación que sabía –por la ropa de Cedrick colocada en el closet- también era de él, y esculcó entre las prendas varoniles algo que le quedase y le cubriera del frío; antes de que él saliera de la ducha, ella ya estaba bajando las escaleras externas para salir de la casa.   Aura entró al auto que la llevó hasta ese lugar la noche anterior y suspiró cansada y melancólicamente al encenderlo… definitivamente todo eso estaba muy lejos de la ilusión que ella tenía de vivir formalmente con él, justo como lo habían planeado cuando volvían de aquél viaje que había sido de ensueño, al menos para ella.   Luego de salir de la casa y vagar durante eternos minutos por las grandes avenidas de la ciudad, Aura dejó de pensar, siguió conduciendo y no se dio cuenta cuándo fue que llegó a las inmediaciones del panteón donde su madre había sido sepultada.   Una vez que se estacionó dudó sobre si debía bajar o no. Su mirada se clavó en sus manos sujetas al volante, y contuvo la respiración unos segundos, se sintió una cobarde y finalmente se obligó a bajar.   El viento frío en ese gris día le ondeó el cabello sujeto en esa coleta. Se abrazó de una chamarra de piel negra que le quedaba grande al ser justo de ese rubio que mantenía su mundo de cabeza, y no fue hasta que cruzó las grandes puertas abiertas que se armó de valor para recorrer los metros que le faltaban, y llegar ante esa tumba blanca y elegante que resguardaba los restos mortales de su madre.   Los altos árboles mecieron sus ramas al paso del viento entre ellos, y un par de hojas secas volaron frente a la mirada vacía de la cobriza. Llegaría frente a la tumba con una sensación de culpabilidad que le apretaba el pecho.   Sonrió sin ánimos.   —Seguro me dirías que luzco deplorable, ¿cierto?— le habló a la tumba y sus ojos picaron en llanto. Aura fingió una sonrisa y se sentó sobre el fino mármol.   Acarició la piedra en la que se grabó el nombre de su madre.   —Me pregunto si te sentirás traicionada— volvió a mencionar en voz alta y su garganta le dolió —. Ya debes saber todo lo que está pasando— dijo y esta vez su vista se distorsionó por las lágrimas que inundaron sus ojos.   Un par de personas caminaban a lo lejos y ella no les prestó atención.   —No creí nunca que algo como esto nos llegara a pasar a nosotros jamás— añadió y tragó dolorosamente —, tú no tenías la culpa y yo todavía no me acostumbro a que no estés— volvió a hablar e hizo una pausa intentando no llorar sonoramente —¿Sabes qué es lo peor de todo esto?— le preguntó a la mujer que jamás le respondería; Aura dejó de lado los problemas con su padre y todo lo que de pronto había ocurrido es esos días luego del sepulcro — Que ahora vivo con el hombre al que mi padre acusa de haber provocado tu muerte— controló un sollozo pero dos largas y calientes lágrimas rodaron —, y yo lo amo más que nunca— fue ahí cuando su voz se quebró por completo y apoyó sus codos en sus piernas para llorar frustrada.   El viento hizo rodar medio centenar de hojas secas en el suelo y Aura extrañó más que nunca las palabras de su madre. Ella hasta el final había apoyado su relación con Cedrick aunque en ese tiempo desconociera su identidad… ¿qué le habría dicho en ese momento?   Luego de largos y fríos minutos, Aura todavía continuaba llorando, no sabía qué le dolía más, saber muerta a su madre y ser consciente que nunca más la volvería a ver o escuchar, creer que le fallaba al amar a Cedrick al sentir que era la traición que su padre decía, o no saber qué era lo que ella le diría en un momento como ese.   Limpió sus lágrimas y volvió a tapar su rostro con sus manos, ya no tenía el valor de hablarle a su madre en voz alta y tampoco se sentía digna de hacerlo. Volvió sus ojos a la blanca placa y repitió su caricia. No supo cuánto tiempo había estado ahí pero se había cansado de llorar, sus ojos ardían y ya no derramaban llanto.   —¿Me pregunto de quién habré heredado mi tonta forma de ser?— soltó al tiempo que se levantaba con poco ánimo.   Bajó la mirada y sonrió sin ganas, su padre era un hombre fuerte y de decisiones firmes, su madre una mujer de un carácter suave pero con una gran determinación y luego estaba ella, tan insegura y torpe.   —Algún día dejaré de ser tan patética— le dijo a la tumba a modo de despedida y volvió a acariciarla. Se paró frente a ésta y tras inclinar la cabeza y hacer una pequeña oración, se dio media vuelta y regresó tras sus pasos para salir de ahí.   Con la mirada clavada en sus botas y los pasos que daba, Aura recorrió varios metros ignorando el frío y el andar de un par de personas que también visitaban el lugar. Fue hasta que estuvo a escasos metros de cruzar la puerta, que su vista fue atraída por la figura cansada y robusta de una mujer familiar. Ella detuvo sus pasos.   —¿Nana?— mencionó tan alto como le fue posible.   La mujer de cabello cano volteó a ver extrañada al reconocer esa voz. Nicoleta sonrió al ver a Aura sonreírle apenas con ánimo.   —No creí encontrarte aquí— confesó la chica al acercarse a ella y abrazarla, teniendo cuidado de no arruinar el bonito arreglo floral que cargaba.   —Tampoco lo esperé— confesó la mayor — creí que estarías con tu esposo— añadió y vio ensombrecer el semblante de la cobriza, hecho que le extrañó de alguna manera, pues en ese par de semanas que Aura estuvo viviendo en la mansión, había sido testigo de cómo ella extrañaba a aquél chico en silencio —¿Todo está bien?   Aura negó al dar media vuelta y pretender acompañar a Nicoleta a dejar esas flores, necesitaba hablar con alguien aunque no lo dijese.   Nicoleta también retomó sus pasos y la vio de reojo —Estuviste llorando— le dijo y la cobriza sonrió con tristeza.   —¿Cómo está papá?   —Supongo que bien, ya sabes que desde hace días apenas se detiene en la casa. Hoy salió a muy temprana hora— informó mientras caminaban a paso lento, Aura asintió —. Me ha ordenado traer un ramo de flores cada cinco días, al parecer no se atreve a ser él quien ponga un pie en este lugar— le dijo y eso le formó a la joven una mueca de llanto.   —¿Cuándo fue que las cosas se volvieron tan terribles?— se preguntó en voz alta.   Nicoleta negó sin saber qué responder.   —Luces muy mal, mi niña— reconoció la madura mujer.   —No he dormido bien.   —Creí que estarías mejor lejos de esa casa y sus presiones, ¿tu esposo no…?   —Ni siquiera lo llames así— interrumpió la cobriza extrañando a su acompañante.   Avanzaron un par de metros en silencio —No sé por qué siento que te estás culpando de todo esto— volvió a hablar Nicoleta al haber llegado ya a la tumba de Johana. Aura no dijo nada y ella interpretó su silencio como una muy clara afirmación —. Nadie tiene la culpa de esto— dejó claro mientras limpiaba con calma el polvo acumulado sobre la lápida.   Aura negó y sonrió con ironía, sin poder darle crédito por sus palabras.   —Deberías dejar de torturarte… eso diría tu madre— aconsejó y dejó saber la canosa mujer.   La cobriza sintió una punzada de molestia que no pudo controlar —No me digas tal cosa sólo por hacerme sentir bien— pidió y su tono sonó más seco.   Ahora Nicoleta fue quien negó en silencio —Conocí a tu madre desde que era una casi una niña, la vi crecer y casi fui yo quien la crio en las horas de ausencia de tu abuelo— dijo y sonrió con nostalgia —, ese hombre trabajaba de más por darle lo mejor que pudiese— recordó y negó al sentir que divagaba —.La conocí mejor que tú, sin que eso te moleste— le dijo y tras sentarse sobre la lápida, la invitó a hacer lo mismo.   Aura cedió negándose a creer en sus palabras, porque sentía que de creerlas, sólo se estaría justificando para dejar atrás el dolor de la muerte de su madre.   —Estoy segura que no le gustaría verte así— le dijo apoyando su cansada mano sobre la blanca de ella, la misma que todavía lucía el par de anillos que la distinguía como una mujer casada —. La vi llorar de alegría cuando te tuvo en sus brazos por primera vez— agregó haciendo llorar a Aura —, lloró incluso al saber que estaba embarazada— dijo e hizo una pausa —. Tu madre te amaba más que a cualquier otra persona sobre este mundo, tal vez ahora te resulte increíble, pero cuando seas madre sabrás que la felicidad de un hijo vale más que la de uno mismo— le dijo y sobó su hombro mientras ella se ponía de pie, dejándola llorar libremente al mismo tiempo que ella pretendía no verla, al acomodar las flores.   Aura tapó su boca y apretó sus ojos pretendiendo controlarse.   —Lo que le pasó…   —Lo que le pasó no es culpa de nadie, y nadie debe de sentir o creer lo contrario— interrumpió la madura mujer y Aura volteó a verla —. Yo no culpo a nadie y me atrevo a decir que tu madre sentiría lo mismo.   —¿Cómo puedes decir tal cosa?— reprochó la cobriza sintiendo que había ido demasiado lejos.   Nicoleta negó en silencio al acomodar uno de los muchos lirios blancos sobre los contenedores para las flores.   —Porque es la verdad— le dijo sencillamente, sin ningún cargo de conciencia o duda siquiera —. Tu padre se culpa, culpa a aquél chico, tu esposo— especificó —, tú también te sientes culpable y no sé por qué -   Aura negó y bajó su mirada, en el acto dos gotas pesadas de lágrimas cayeron hasta sus piernas.   —Esto es a lo que llamamos destino— retomó la mujer —. Ese que nos fue marcado desde que nacimos y que nos encontrará, así nos encerremos en lo más recóndito de la tierra.   —Un absurdo— dijo Aura sin atreverse a mirarla.   —No lo creo. El destino existe, nosotros decidimos cómo vivir, pero siempre habrá ese algo, o esa fuerza, que irremediablemente nos guíe o nos lleva al final de nuestras vidas, marcándola en el trayecto— Aura volvió a negar, eso era tan absurdo e iba contra lo que ella creía –   Nicoleta tomó su tiempo en retirar un par de hojas y dejar las flores lo más bonitas posibles.   —Nadie es culpable de su muerte— volvió a decir la anciana viéndola de reojo —. Cada uno debería de avanzar, recordar a su madre tanto como les plazca, pero sin culpabilidades, sin sentir que le debe nada –   —Suena tan cruel –   —No lo es tanto— debatió Nicoleta — Ella más que nadie desearía verla feliz, a ti y a tu padre— dijo y deseó algún día tener el coraje de decirle eso al padre de la desconsolada chica — Tu padre tampoco es culpable, aunque él lo sienta… ¿tú crees que él hubiese salido siquiera de la casa, sabiendo que aquel accidente ocurriría? –   —Por supuesto que no –   —Nadie lo esperaba— dijo Nicoleta —. Si tu padre no sabía, ese joven con el que te casaste menos podría saberlo — le dejó claro y suspiró lentamente después —. Tu padre poco a poco deberá de entenderlo, mientras tanto tú deberías dejar de torturarte por eso, mi niña. Sé feliz.

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