Unos días después de enviar su documentación, sonó su teléfono. Cuando Ari miró el identificador de llamadas, era AmericanMate.
—¿Hola? —preguntó, contestando al primer timbre. Las mariposas bailaron en su estómago. Era la llamada que había estado esperando.
—Sí. ¿Es la señorita Ari Douglas? —preguntó una voz femenina al otro lado.
Ari se esforzó por mantener la voz uniforme: —Sí, soy Ari —respondió, con el corazón palpitante.
—Hola. Me llamo Alba y llamo de AmericanMate. Hemos recibido su documentación y el propietario quiere hablar con usted personalmente sobre su pareja. ¿Tiene un momento?
—Sí, por supuesto. —Por su mente pasaban todos los escenarios, desde una cita con un millonario hasta un rechazo... y todo lo demás.
—Espera un momento, por favor. —La música de espera empezó a sonar inmediatamente en su oído.
A Ari no le importó. Se alegró del momento de paz. Respiró hondo y con calma mientras esperaba. Vickie miró desde su escritorio, donde estaba haciendo los deberes, y enarcó las cejas. Ari asintió ampliamente, diciéndole en silencio que era AmericanMate.
—Mira si puedes llamar por Skype —susurró Vickie—. O al menos ponlo en el altavoz.
Ari no quería hacerlo al principio, pero luego se dio cuenta de que sería bueno que otra persona controlara la llamada. Estaba tan nerviosa y emocionada que temía perderse algo.
—Si lo hago, tienes que prometerme que no dirás nada.
Vickie asintió con la cabeza, mientras su boca se abría de par en par con incredulidad, como si dijera: «¿No lo hago siempre?»
—Buenas tardes —dijo una alegre voz masculina en la línea—. Soy Hugh Franklin, propietario de AmericanMate. ¿Cómo está usted?
—Estoy bien, gracias —respondió Ari—. ¿Importa si pongo el altavoz?
—No, en absoluto —respondió. Ari pulsó rápidamente el botón para que Vickie pudiera escuchar también.
—Señorita Douglas, sólo quería agradecerle que haya solicitado su ingreso en nuestra agencia y darle personalmente la bienvenida a AmericanMate.
—Gracias —Ari se sorprendió de que el propietario llamara y se preguntó si era el procedimiento habitual.
—También quería que supieras que no te puse en el sitio, sino que te encontré una pareja adecuada que insiste en la total discreción. Por supuesto, se te hará un contrato de absoluta privacidad.
Ari miró a Vickie, que estaba igual de confundida: —Sí, por supuesto.
—Bien —continuó el Sr. Franklin—. Dicho esto, quiero que sepas que acabamos de recibir la oferta más alta que hemos recibido nunca, pero le gustaría hablar por Skype contigo antes de que se complete la transacción.
—Sí, por supuesto —aceptó Ari—. ¿Puedo preguntar cuánto fue la oferta?
—Tres millones de dólares... y él pagará los gastos de viaje y cualquier otro gasto en el que puedas incurrir, por supuesto.
Ari casi deja caer el teléfono. En el otro lado de la habitación, Vickie bailaba en silencio una danza de felicidad. Ari la ignoró.
—¿Estarás libre mañana... digamos... alrededor de las doce del mediodía? —preguntó el Sr. Franklin—. Con la diferencia horaria, serían las cinco de la tarde de él.
—Sí. Está bien —aceptó. Le daría tiempo para prepararse—. ¿Puedo preguntar dónde vive?
—No puedo dar muchos detalles, pero es de Estrea, un país soberano y europeo —respondió el Sr. Franklin—. Él informará de los detalles, pero si ambos aceptan, tendrán que volar a Estrea para vivir de inmediato. ¿Sería eso aceptable?
Ari suspiró. Odiaba la idea de dejar a su madre y a su hermana, pero estaría dispuesta a hacer casi cualquier cosa si eso significaba la oportunidad de salvarla.
—Sí, por supuesto.
—¡Bien!
—¿Cómo se llama?
Hubo una pausa, y luego el Sr. Franklin dijo: —Por supuesto, usted ya ha firmado un acuerdo, por lo que ha jurado guardar absoluto secreto.
—Sí, por supuesto —Ari miró a Vickie—. Mi amiga Vickie está escuchando. ¿Está bien?
Hubo una ligera pausa y luego respondió: —Preferimos la discreción. Por favor, quítame el altavoz del teléfono.
—Sí, señor.
Hizo lo que le pidió y Vickie se dejó caer dramáticamente de espaldas sobre su cama, muriéndose de ganas de saber quién era.
—Bien. Estoy lista. —El corazón de Ari palpitó con fuerza en la anticipación.
—Su nombre es Príncipe Grayson Pierce de Estrea. Es el príncipe heredero.
Ari casi se cayó de la cama.
—Entonces, si nos casamos, ¿eso me convertirá en una princesa?
A Vickie casi se le salen los ojos de la cabeza. Pudo oír la sonrisa en su voz al otro lado.
—Sí, lo haría. Y si todo va bien, su futura reina, cuando llegue el momento. Pero eso será un asunto para discutir más adelante.
—Ya veo....
—Entonces, ¿están de acuerdo? —el Sr. Franklin esperó expectante.
Ari suspiró. Era mucho a lo que había que renunciar, pero también mucho que ganar. Y su hermana valía cada pedacito... sin duda.
—Sí, por supuesto.
—¡Bien! —exclamó el señor Franklin como si acabara de oír que le había tocado la lotería—. Le diré a Alba que le envíe el enlace de Skype dentro de un rato.
Vickie estaba literalmente saltando en su cama de nuevo.
Ari puso los ojos en blanco.
—Lo estoy deseando.
Después de colgar, miró a Vickie.
—¿Crees que estoy haciendo lo correcto?
Vickie se dejó caer en la cama, mirándola con los ojos muy abiertos, recordando a Ari a un niño.
—¿Quién es? —preguntó en voz baja.
Ari suspiró: —Te juro que si se lo dices a alguien, no volveré a hablarte.
Vickie se cruzó de brazos.
—El Príncipe de Estrea... dondequiera que esté.
Vickie pensó un momento y luego se encogió de hombros.
—¿Y bien? Podría ser peor…