Salió del baño bajo la excusa de llamar a Anita. Pasó a gran velocidad por la sala, ignorando todo lo que había allí y tratando de controlar el temblor de sus manos. Abrió la puerta del lujoso departamento y salió al enorme pasillo en donde el aire se respiraba mejor. Marcó, primero, a la mujer indicándole que viniera lo antes posible a ese lugar. Luego de colgar observó durante unos minutos el nombre de Carlos escrito en la pantalla de su teléfono. El pulso le temblaba y sus manos pronto dejarían caer el aparato. Respiró varias veces antes de marcar. El tono sonó un par de veces y por fin escuchó esa alegre voz.
—Maiia, bella — le dijo en ese acento tan característico de él.
—Ho-hola Carlos. Yo...perdón que te moleste.
—No, mi bella. Decime qué pasa— preguntó con su calidez de siempre.
—Yo…¿Te acordás que te hablé de un nuevo trabajo que me ofrecieron? — preguntó pasando su temblorosa mano por el oscuro cabello. Carlos se había puesto muy feliz al saber del nuevo puesto que ostentaba su protegida. Ella iba a tener la fortuna de estar al lado de uno de los mejores músicos del momento. Tal vez algún día él también lo podría conocer.
—Sí— respondió con algo de duda.
—Este...em… había-había un poco en la mesita — explicó sintiendo la ansiedad crecer en su pecho —. Yo-yo llamé a alguien que la va a limpiar.
—Bien. Me parece bien. Si no te sentís cómoda esperá lejos a que esa persona llegue. Sabés que no es necesario que te presiones — Ella asintió aunque él no la pudiera ver.
—Es-eso haré — afirmó con la voz temblorosa.
—¿Querés contarme qué otras cosas tenés que hacer, además de limpiar? — Siempre lo lograba. Ella no sabía explicar cómo, pero Carlos siempre lograba sacarla de esa espiral que la absorbía y consumía por dentro. Se dedicó los siguientes veinte minutos a contarle los planes, hasta que Anita llegó y debió despedirse de él.
—Me llamás cuando llegues a casa — le pidió y ella sonrió embobada. Claro que lo llamaría, siempre lo hacía.
—¡Esto es un desastre! — exclamó la mujer ni bien puso un pie dentro.
—Lo sé — respondió la morocha apoyando su mano en el hombro de la señora —. Usted limpie la sala y yo me encargo de la cocina — explicó —. Pero cúbrase la nariz con algo — ordenó, después de todo no quería que la señora se embarcara en un viaje por inhalar aquello sin querer. Anita asintió y ambas caminaron hacia la cocina para comenzar la faena.
Ya casi estaba todo en su lugar y los amplios ventanales abiertos, renovando así el enviciado aire del lugar. Maiia notó que el morocho aún no salía de la ducha por lo que decidió ir a sacarlo. Tal vez el infeliz se había muerto y ella ni enterada. Suspiró de alivio al verlo aún con vida y le ordenó salir de allí.
Nada odiaba más la morocha que alguien ignorará sus órdenes. Sí, era una hipócrita porque ella misma lo hacía todo el tiempo desde que tenía memoria, pero una cosa es que decidiera no hacerlo y otra muy distinta es que la ignoraran a ella. Cuando vió la espalda del alto hombre alejarse pasillo arriba decidió ir tras él. De algo le iban a servir los años que lidió con su hermano mayor para que se levantara a tiempo. Aplicó la misma técnica que había implementado miles de veces y contuvo una sonrisa al ver la mueca de sorpresa en ese atractivo hombre. Ella había hablado con Walter y no pensaba hacerle perder el tiempo. El hombre ya estaba aguardando en la sala mientras que el imbécil insistía en dormir.
Debía admitir que el rubio era un genio en su trabajo. Es verdad que Alex no dejaba de ser un tipo atractivo hasta con el pelo enmarañado, pero ahora, ahora se veía deslumbrante.
Luego de una hora de pelea pudo sacar al morocho a la calle y plantar su culo en el asiento trasero del auto.
—Puedo manejar — dijo él desde el asiento trasero.
—Que manejar ni una mierda. Estabas tan duro hace unas cuantas horas que pensé que te habías muerto en la ducha. Apuesto que no te enteraste que pasaste casi tres horas bajo el agua. Cuando entré no salía caliente sino que parecía traída del mismísimo Aconcagua — finalizó con una suave risa. Alex rodó los ojos fastidiado aunque bastante sorprendido por aquel dato. Él no había sentido el agua fría y mucho menos notó la cantidad innecesaria de tiempo que estuvo en la ducha. "Mierda".
Al llegar a la sala de ensayo, la que los había visto nacer y crecer como banda, esa ubicada en la zona del Bombal, de ese barrio que estaba cerca de todo pero a la vez un tanto apartado, Alex sintió la urgente necesidad de huir. Dentro estaban esos cuatro chabones que aún mantenían un mínimo de esperanza en él, pero que últimamente lo miraban con tanta pena que tenía ganas de borrarles el gesto de una trompada. Sus tres amigos de toda la vida, junto con el representante de la banda, habían hecho hasta lo impensado por ayudarle y él, sin remordimiento alguno, los había apartado una y otra vez. Esta vez era la última, lo había visto en la determinación de la mirada de Luca y en el tono duro que usó para hablarle. Ellos no bromeaban. Dentro de su pecho algo comenzó a apretarse y sintió cómo el aire le faltaba. Sus manos comenzaron a sudar mientras que mordía histéricamente su labio inferior. Si la cagaba esta vez no habría próxima. Necesitaba salir de allí, necesitaba estar lejos antes de que volviera a hacer alguna estupidez frente a sus amigos, a sus hermanos. ¡Dios, no trajo ni cigarrillos!
—Ni se te ocurra escaparte — La voz seca y distante de Maiia lo devolvió a la realidad. Al interior de su cómodo auto y al día con sol que los acompañaba. Retornó de aquella espiral del horror y se relajó apenitas en cuanto esa canción de Babasónicos llegó hasta sus oídos.
—¿Qué? — susurró porque su voz casi no salía.
—Que mejor no muevas tu culo en otra dirección que no sea la sala de ensayo porque juro que te voy encontrar y te voy a traer a patadas — La determinación en su voz lo hizo reír, pero no reír suave, no, todo lo contrario, rió con fuerza, en una exagerada carcajada. Esa muchacha que no media más que un metro sesenta y cinco, lo amenazaba a él, y sus casi dos metros, en llevarlo a la fuerza. Esa sí sería una imagen digna de ver.
Maiia lo observaba desde su lugar, con el cuerpo girado para poder observar mejor. ¿Él se estaba riendo de ella? Oh, no. No tenía idea de lo que era capaz. Si se lo disponía podría arreglárselas para llevarlo de una oreja al interior del edificio.
—Perdón — dijo él secando una lágrima que logró escapar —. Ya podemos ir. Prometo no huir— finalizó llevando una mano a su corazón en un gesto que intentaba ser solemne. Maiia sonrió por el gesto mientras negaba con la cabeza. Ese tipo le iba a dar más de un dolor de cabeza.
En serio no lo podían creer. Después de casi un mes de nuevo Alex ponía su hermoso rostro delante de ellos. El muy mierda podría ser todo lo cabrón que quisiera, pero eran como hermanos y se alegraban de tenerlo ahí de nuevo. Maiia sonrió satisfecha. Había logrado las tareas propuestas para el día. Observó que a la izquierda del enorme espacio, espacio en donde en el centro de todo ya estaban los distintos instrumentos colocados sobre gruesas alfombras que daban a todo un estilo bastante bohemio, habían unos cuantos sillones para descansar. Siguió su inspección hasta que sus celestes ojos se encontraron con una mujer de pelo cobrizo, tan lacio y brillante que la dejó impactada. Caminó hacia ella, después de todo no tenía nada más que hacer hasta que el ensayo finalizara y Alex debiera volver a su casa. Puta madre, no era su chofer pero así se sentía.
—Hola — saludó con suavidad. La otra mujer la observó unos segundos antes de plantar una enorme sonrisa en su rostro.
—¿Sos Maiia, verdad?
—Em...sí — ¿Acaso la conocía?
—Todos hablaban de que seguramente podías traer a Alex por fin a un ensayo — explicó la mujer —. Pero, posta, que realmente pasara no lo esperábamos — dijo antes de reír con suavidad. Maiia levantó una ceja. ¿Por qué hablaba en plural y quién carajo era? —. Perdón, no me presenté— dijo la muchacha al ver la mueca en el rostro de la morocha —. Soy Luna, la novia de Donato — explicó extendiendo su mano. Donato era el guitarrista de la banda y, a ojos de Maiia, el más lindo. Aunque debía admitir que Alex no estaba para nada mal.
—Un gusto — respondió devolviendo el gesto.
Durante los siguientes minutos las cosas rápidamente tomaron otro color. Los muchachos habían decidido aclarar con su amigo los términos de esta nueva etapa. O él buscaba ayuda profesional o no lo dejarían tocar hasta que lo hiciera. A Alex el asunto no le cayó para nada bien y comenzó a perder el control. En unos meses sería la gira por Europa y ellos pensaban dejarlo fuera. Debía ser un maldito chiste. El morocho sentía cómo su pecho se cerraba y la ansiedad comenzaba a susurrarle cosas al oído. Necesitaba meterse algo ahora o todo se iría a la mierda. Sin pensarlo, ni escuchar las voces que lo llamaban, salió del lugar caminando a paso rápido, pisando con fuerza mientras su manos comenzaban a temblar y sudar sin control. Seguro Johny sabría de alguna fiesta o juntada o lo que fuera, donde conseguiría coca de la buena. Después de todo salió de su casa sin nada encima. Tres horas más tarde ya estaba tan colocado que ni siquiera notó cuando Maiia lo cargaba hasta el auto mientras lo insultaba en todos los idiomas que conocía. Tampoco supo en qué momento entró a su departamento y sólo volvió en sí cuando el agua congelada cayó con fuerza sobre su cuerpo. Miró atemorizado hacia todos lados y se encontró dentro de su baño, empapado y con frío, mientras Maiia lo observaba fijo con los brazos cruzados y claramente enojada.
—Cuando terminés vas a encontrar ropa seca en tu cama. Vestite y andá a la cocina para comer algo — Sin más salió de allí dejándolo confundido.
¿Cómo mierda lo había encontrado? Pero peor, ¿fue sola a ese barrio de mierda en el que él se había metido? El frío le caló hasta los huesos. Salió tiritando y un poco más lúcido. Aunque debía admitir que todavía su mente volaba un poco alto, por lo menos estaba algo consciente de las cosas que lo rodeaban. Sobre su cama encontró un pijama, que no recordaba tener, y, nuevamente, el desodorante junto al perfume. No supo porqué pero eso lo hizo sonreír. Listo y más despierto, caminó a la cocina. Allí Maiia leía algo en su teléfono. Ni bien entró en la cocina la muchacha levantó la mirada.
—Volvé a hacer la mierda de hoy y juro que busco un arma solo para pegarte un tiro en las pelotas — le dijo señalándolo con su fino dedo índice. Él rió —. No es un chiste — gruñó la morocha.
—Me quieren sacar de la banda, ¿cómo se supone que debo actuar? ¿Tengo que decirles: Oh, muchachos, por supuesto. Si yo nunca me rompí el culo junto con ustedes para llegar a ser la mejor maldita banda del país y la región. Solo saquenme y busquen a otro que me reemplace? — Su voz se fue endureciendo, junto con sus rasgos, a medida que la frase avanzaba.
—Entonces dejá de ser un imbécil y, por una vez en tu puta vida, tomá la responsabilidad que te corresponde— respondió ella con tanto desprecio que lo enfureció aún más. Ella no sabía una mierda de su vida y ahora se creía en el derecho de opinar. Que se vaya a la mierda ella, la banda, y la puta gira.
Se levantó furioso de su lugar para caminar directo hacia la habitación. Buscó en el cajoncito de la mesa de noche su cajita con coca. Sabía que ella estaba en la puerta, sabía que lo observaba, pero mejor que ni se le ocurriera detenerlo porque sería mucho peor. Ahí sí lo vería completamente enojado. Colocó un poco de polvo en la pequeña cuchara de metal y la acercó a su nariz. Esnifó con fuerza y se dejó llevar por la hermosa sensación que recorrió su cuerpo. Al girar para enfrentar a la morocha, la encontró mirando hacia un costado. ¿Acaso era tan mojigata que no podía siquiera tolerar que alguien se metiera un poco de droga delante de ella? Podía apostar su mano derecha a que la minita ni siquiera tomaba alcohol. Sonrió petulante, orgulloso de saber que aquello la incomodaba demasiado.
—¿Acaso a la damisela le incomoda mi comportamiento? — preguntó divertido. Ella giró su rostro para mirarlo directo. Alex no supo decir si lo alucinó o realmente ese brillo en los ojos celestes de la muchacha no eran normales. Sacudió la cabeza con fuerza. Poco debía importarle lo que le pasara por la cabeza a la mujer.
—¿Terminaste? — preguntó volviendo a su fría mirada y su tono duro.
—No, querida — respondió acercándose a ella —. Si no te gusta lo que ves, la puerta es bastante grande para que te vayas. Por mí no vuelvas más — dijo desafiante.
—Vos no me pagas el sueldo asique no podés dar órdenes. Me voy si yo quiero o si tus amigos me lo piden. Mientras tanto, aguantá como niño grande — No le bajó ni un segundo la mirada, solo lo desafiaba con tanto asco que comenzó a irritarlo.
—Mirá. Estoy seguro que sos una de esas minas bien que vienen de una familia funcional y amorosa. Este no es un lugar para vos. Yo estoy hasta el cuello de mierda y seguro no querés ensuciar tus manos — "Oh, si supieras" pensó ella —. Asique, ¿por qué mejor no renunciás y cada uno sigue con su vida? — Maiia se incorporó, acomodando su espalda bien recta y tirando los hombros hacia atrás.
—Nos vemos mañana, señor Alex. Avíseme si quiere algo especial para el desayuno — Y simplemente se giró para dejarlo solo, drogado y desconcertado.