Si algo le habían enseñado sus padres era a ser incondicional con su hermanito, a protegerlo de cuanto idiota se le cruzara en el camino. Tal vez porque los padres de Leo lo intuían desde siempre, o tal vez sólo querían fomentar el amor fraternal, la verdad no lo sabía y jamás lo preguntó, era incómodo, raro, extraño, hablar de Santino cuando él ya no estaba, cuando hacía ya tres años había decidido que lo mejor era dejar de existir, que una bala en medio de frente, regalo del arma que su abuelo paterno siempre ocultaba cargada dentro de la mesita de luz de su oscura habitación, era la mejor decisión que tomaría en toda su patética vida. Es que Santino ya estaba harto, agotado, drenado, de sentirse miserable, de ser una burla para todos. Ya no podía más, ya no tenía ganas de explicar que s
