Prólogo del autor
Esta obra es un fresco histórico y social con aspectos policiacos. Está ambientada en Nápoles, sobre todo en 1943, durante esos Cuatro Días en que la ciudad se liberó por sí misma de la ocupación nazi. Junto a los personajes de carne y hueso hay un actor abstracto: el furor es también protagonista, tanto la ira colectiva que estalla sobre el campo de batalla y tiene por corolario, por la parte vencedora, violaciones y otras bestialidades, como, paralelamente, la cólera que se expresa en la rebelión particular ante unos abusos de la autoridad ya insoportables. Si un pueblo oprimido puede rebelarse y levantarse con pleno derecho y si, como admitía además Santo Tomás de Aquino, puede consentirse el asesinato del tirano cuando no queda otra vía para recuperar la libertad que el propio Dios ha concedido al ser humano, ¿es lícito o no matar a un mafioso al que la justicia no consigue atrapar y castigar y que continúa intimidando, explotando y asesinado al prójimo en su barrio? ¿Es culpable quien, no teniendo otra defensa posible, recurre a una defensa extrema? Y, si es que sí, ¿hasta qué punto? Este es el dilema privado que recorre la novela, a través de la historia pública de la rebelión de Nápoles contra los invasores alemanes. La historia empieza con la muerte violenta de Rosa, prostituta rica y estraperlista, además de confidente de la policía fascista. Gennaro, su presunto asesino, es detenido e interrogado inútilmente por un todavía inexperto subcomisario, Vittorio D’Aiazzo. Muy poco después será el 26 de septiembre de la insurrección que pasará a la historia como los Cuatro Días de Nápoles. Se unen a ella el propio subcomisario y, extrañamente liberado por el jefe de policía en persona, el presunto asesino de Rosa. También participa en la lucha la joven Mariapia, que, después de haber sufrido una violación múltiple por parte alemana, clama venganza. En un determinado momento de la obra, Gennaro resulta ser su pariente. En el curso de los enfrentamientos se produce otro homicidio que, al menos en apariencia, como pasó con la muerte de la prostituta, no está relacionado con la revuelta: la víctima es un estanquero, pariente de Maripia, a quien alguien ha degollado mientras estaba defecando, cortándole luego los testículos. Los dos muertos parecen relacionarse hasta cierto punto, ya que los muertos no solo estaban ambos ligados a la Camorra, sino también a los servicios secretos estadounidenses de la OSS. Entre un combate y otro entran en escena diversos personajes, como los padres de la joven Mariapia, su hermano paracaidista, ya dado por desaparecido en África en El Alamein, pero que reaparece vivo y muy activo, el voluntarioso forense Palombella, el gordo y flemático mariscal Branduardi, el valeroso subjefe Bollati y, personaje secundario, pero esencial, el anciano reparador de bicis Gennarino Appalle, que descubre el cadáver del estanquero y, al final de un enfrentamiento entre insurgentes y SS alemanes en la calle delante de su tienda, sale a la calle y encuentra jadeante al subcomisario D’Aiazzo, que ha participado en el enfrentamiento junto con su ayudante, el impetuoso brigada Bordin. El estanquero había sido una mala persona, en su momento matón de la Camorra y, después de que un accidente que había minado su capacidad de repartir porrazos, había quedado a disposición su jefe criminal, custodiando en un sótano los productos del contrabando en el mercado n***o y, después de que la Camorra contactara con los servicios de la OSS, armas estadounidenses destinadas a los insurgentes. En relación con la muerte de la prostituta, el desenlace se produce a mitad de la obra. En cuanto a la identidad del asesino del estanquero, continúan durante mucho tiempo las investigaciones de Vittorio, entre las vicisitudes de los demás personajes, hasta el punto de que la persona autora del crimen solo se desvelará con certeza en 1952, justo al final del último capítulo.