El dormitorio de los dos hijos lo había transformado Concetta en una capilla doméstica, llena de velas y estatuillas de la Virgen, san Genaro y otros ilustres santos y las fotos de los dos chicos. Pocas fotos, pero reveladas muchas veces y puestas juntas, también sobre las dos camas. La madre tenía cerrada la habitación con llave y solo entraba para quitar el polvo cada día y rezar por ellos al principio de la mañana o después de cenar, algunas veces con el marido que, aunque no era un hombre religioso, bisbiseaba algo y hacía algún ruido en memoria de los dos, independientemente de los avemarías y de los eternos descansos de ella. La hija no entraba nunca, sí rezaba por la paz eterna de los hermanos, pero sola y mentalmente, cuando le salía naturalmente. Maripia, ni fea ni guapa, aun sie