Ante el silencio de los dos hombres, la pobre joven continuó, mirando alternativamente al subcomisario y al hermano: —Finalmente me puso en pie por la fuerza y me ordenó que me lavara y volviera a vestir. Mientras lo hacía, me amenazó, diciendo que él y sus amigos acabarían con papá y mamá y también conmigo si revelaba la violación a alguien y que tampoco me convenía hablar de la de los alemanes —Aquí Mariapia dejó de mirar a Giuseppe y se dirigió solo al subcomisario—. Me dijo, con palabras exactas que recuerdo de memoria, que me convenía stàrme zitta pecché ‘na fémmena che nun è spósa de l’òmmo che l’ha chiava’ è ‘na zòccola pe’ tutt’o munno e resta signurìna e nun se ‘mmarèta cchiù.100 Me hizo jurar por Dios y la Virgen de Pompeya que callaría: ¡era devoto de la Virgen! Luego me mandó