Capítulo 5. La alteza

1279 Words
En un primer momento, creí que la rubia era la cabecilla del grupo, pero al parecer me equivoqué, pues ahora veo que es Carolina quien está visiblemente lastimada. Me pregunto qué pudo haber ocurrido, pero claramente no es mi asunto. Me volví hacia Sara y, con una mezcla de desconcierto y desdén, le susurré: —¿Estos se creen de la alteza? A pesar de que ellos estaban a una distancia considerable, Valeria me miró con una expresión fulminante. Fruncí el ceño sin entender; si fue por mi comentario, en todo caso, no podrían haberme escuchado. Sin embargo, ella cambió rápidamente su expresión y optó por levantar la mano y saludarme con una sonrisa. Valeria continuó su camino, desapareciendo por uno de los pasillos principales. Me giré hacia Sara, aún confundida. —¿Qué demonios acaba de pasar? —murmuré, esperando que ella tuviera alguna respuesta. Sara se encogió de hombros. —No lo sé, pero no le des mucha importancia. Y así fue, porque el día se pasó en un cerrar de ojos, pero cuando estaba doblando la esquina de un pasillo, vi a una persona salir prácticamente volando hacia los casilleros y deslizar su cuerpo magullado sobre el suelo de baldosas con un ruido sordo. Me agaché a su lado, con la preocupación grabada en mi rostro. El hombre gimió, luchando por sentarse derecho y agarrándose las costillas maltratadas como si intentara contenerse para no desplomarse de nuevo. Su gemido de dolor llena el pasillo estéril, un recordatorio audible del daño infligido por el golpe descuidado de un imbécil. —¿Qué carajos estás haciendo? —preguntó una voz con fastidio. Levanté la mirada y vi a Lucas, parado allí con una expresión de desdén e impaciencia. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, su ceño fruncido transmitió una mezcla de irritación y superioridad. Su postura era tensa, con los brazos cruzados sobre su pecho, destacando aún más su figura atlética bajo la chaqueta de cuero n***o. Asumiendo que fue él quien lo hizo, sentí una oleada de ira y me levanté rápidamente, enfrentándolo sin titubear. —¿Fuiste tú, idiota? —le espeté, señalando al chico herido en el suelo—. ¿Qué te crees, golpeando a la gente así? Él levantó una ceja, sorprendido por mi confrontación, pero no mostró señales de arrepentimiento. En cambio, una sonrisa fría y burlona apareció en sus labios, como si encontrara entretenido mi arrebato. —Oh, cariño, realmente no tienes idea de lo que soy…—hizo una pausa, logrando un efecto dramático, dejando que las palabras cuelguen pesadamente en la atmósfera opresiva—. En cuanto a él... simplemente una lección aprendida y cicatrices ganadas. Castigo por cruzarse en mi camino. Mi furia aumentó ante su actitud despreciativa. Podía sentir el calor subiendo por mi cuello, mi corazón latiendo con fuerza y mis manos temblando de pura indignación. Tomé un respiro profundo, tratando de mantener la calma, pero mis palabras salieron con un tono ácido y cortante. —Eres patético si crees que eso te hace poderoso. No eres más que un abusador —dije con los dientes apretados. —¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó con sarcasmo—. ¿Llamar a la policía? ¿A tus papás? no seas ridícula. —Te aseguro que esto no se quedará así —respondí. Él acercó su rostro al mío, con sus ojos brillando de malicia. —Escúchame bien —dijo en un susurro helado—. No tienes idea de con quién te estás metiendo. Si quieres un consejo, mantente alejada de mí y de mis asuntos, si sabes lo que te conviene. No retrocedí ni un centímetro, manteniendo mi mirada fija en la suya. —No me das miedo, Lucas. Y no voy a quedarme callada mientras tú y tus lacayos se pasean por aquí como si fueran los amos del puto mundo. Si tengo que enfrentarte, créeme, lo haré sin pensarlo dos veces. Él frunció el ceño y su sonrisa se desvaneció por un momento, antes de volver a su expresión arrogante. —Buena suerte con eso, valiente. Veremos cuánto duras en este juego. Con esas palabras, se giró bruscamente y se alejó, dejándome completamente sola. Miré a mi alrededor, el pasillo parecía más frío y hostil que nunca. El chico al que había defendido ya no estaba a mi lado, y una sensación de impotencia comenzó a apoderarse de mí. Eso me pasaba por meterme en donde no debía. Así me pagaban. Pero, de cierta forma, lo entendía; si alguien estaba siendo víctima de esta gentuza, la mejor opción sería huir. No sabía en dónde me había metido. La falta de empatía de mis compañeros era indiscutible, y los maestros, aparentemente, solo existían dentro del aula. Fuera de clase, parecía que no les importara lo que ocurriera en los pasillos. Nadie mostraba verdadera autoridad ni se preocupaba por mantener el orden. Me sentía completamente desamparada en un entorno donde la justicia y el respeto brillaban por su ausencia. Era como si todos estuvieran dispuestos a ignorar lo que pasaba, mientras no les afectara directamente. La indiferencia de los demás hacía que la situación fuera aún más desalentadora y solitaria. A mí nadie me había intimidado antes y eso no iba a cambiar ahora. Era fuerte, y si tenía que defenderme, lo haría hasta con las uñas de ser necesario. No iba a permitir que un matón arrogante me hiciera retroceder. Había aprendido a luchar por mí misma desde joven, y este no sería el momento en el que dejaría de hacerlo. Si tenía que enfrentarme a todo la maldita universidad, así sería. Suspiré y, pese a todo, decidí continuar con mi rutina, rezando para no encontrarme con nadie más que obstaculizara mi camino. Recorrí los pasillos, ahora familiares, pero esta vez con una curiosidad creciente por explorar más del campus y encontrar un lugar calmado donde poder estar. Giré en una esquina y, para mi sorpresa, descubrí una entrada que conducía a una imponente piscina olímpica. Los enormes ventanales dejaban pasar la luz del sol, iluminando el agua cristalina que parecía invitarme a sumergirme en ella. La piscina era inmensa, con ocho carriles perfectamente delimitados por boyas de colores. A un lado, había una sección de trampolines y plataformas de diferentes alturas. Las gradas se extendían a lo largo de un costado, ofreciendo un espacio amplio para espectadores. En el otro lado, se encontraba una fila de duchas y vestuarios modernos, todos con acabados impecables en azulejos azulados que combinaban con el tono del agua. El techo alto y abovedado estaba adornado con luces que imitaban el cielo nocturno, y las paredes estaban decoradas con murales de paisajes marinos, creando una atmósfera casi mágica. El suave sonido del agua filtrándose y el ocasional chapoteo rompían el silencio, dando al lugar una sensación de serenidad y paz. Todo en la piscina parecía diseñado para ofrecer un refugio tranquilo. De alguna forma, esta vista me hizo recordar los paseos que hacía en compañía de mi familia a distintos ríos. Cierro los ojos y dejo que los recuerdos me inunden. Puedo vernos a todos, mamá y papá con sus sonrisas relajadas, mi hermano riendo mientras salpica agua en mi dirección. Los días eran más simples entonces, llenos de risas y sin preocupaciones. Solíamos pasar horas nadando, explorando las orillas y disfrutando de la naturaleza. La sensación del agua fría en mi piel y el sonido del río fluyendo tranquilamente siempre lograban calmarme, llenándome de una paz indescriptible. Abro los ojos de nuevo y la piscina está allí, esperando. Quizás, en este lugar, pueda encontrar un poco de la tranquilidad que tanto necesito.
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