Capítulo 4. El deber de un esposo

3571 Words
La reina Panambi se llevó ambas manos en la boca al ver cómo Brett pudo derribar al soldado fácilmente. Gracias a un par de sirvientes que sentían simpatía por los príncipes, ella supo que un soldado quiso arremeter contra sus esposos, valiéndose de una reciente norma interna del palacio que la ex monarca creó para evitar que dañaran el jardín, para “castigarlos” por su reciente infracción. Lo primero que pensó la nueva monarca fue: “Oh, no. Mi esposo es muy débil, no podrá contra ese soldado”, por lo que de inmediato avisó a Eber y Uziel para que lo apoyaran. Y apenas llegaron, lo primero que dijo Eber fue: - ¡Jah! ¿De verdad ese tonto soldado pensó que podría derribar a Brett? ¡Pero si es el más fuerte de los cuatro! Después de mí, por supuesto. - ¡Rayos! ¡Me he perdido la pelea! ¡Le habría derribado a ese intrépido soldado de una! – bramó Uziel. - Esposa querida, de verdad lo lamento – dijo Brett, acercándose a la reina – no dañé ninguna planta, puede verificarlo por usted misma. - Brett, esta es tu casa ahora – dijo Panambi, quien se acercó al naranjo y arrancó de ahí una fruta – puedes tocar las plantas que quieras. Esa norma está orientada únicamente al personal del palacio. La reina le entregó al príncipe la naranja y éste la tomó, mientras sentía que sus mejillas se coloreaban. Luego, un par de guardias se acercaron al soldado intrépido y la joven monarca les ordenó: - Llévenlo a la celda. Estará encerrado ahí por tres días como castigo por intentar agredir a uno de mis esposos en plena boda. Los guardias obedecieron esa orden, sin dar ningún comentario. Luego, la reina se dirigió a los cuatro y les dijo: - Si alguien intenta agredirlos a mis espaldas, tienen derecho a defenderse. Pero, por favor, avísenme con antelación si el agresor requiere de un castigo severo en caso de que quiera sobrepasarse con ustedes. Solo yo tengo la jurisdicción para dictar sentencias. - Descuida, esposa nuestra – dijo Eber – la avisaremos para que se encargue de nuestros enemigos personalmente. - Bien. Me alegro que sean flexibles – Panambi dio una ligera sonrisa – la fiesta está a punto de terminar. ¿No les gustaría pasar un tiempito más con los invitados? Mañana comenzaremos con la distribución de sus dormitorios y demás normas de convivencia para nuestra relación. Por ahora, relajémonos y pasemos bien esta velada. ¿Entendido? - ¡Si, señora! Mientras se dirigían a la fiesta, Brett notó que algunos guardias y sirvientes comentaron entre sí sobre lo sucedido. El joven príncipe no ubicaba a muchos de ellos, por lo que supuso que, al cambiar de mando, también se reemplazó a gran parte del personal. La mayoría se retiró mientras que, otros, prefirieron seguir a Aurora para seguir trabajando a su servicio en su residencia privada situada a las afueras. “La ex reina Aurora dijo que tenía su casa de campo”, pensó Brett. “Aunque ya abdicó, muchos siguen considerándola la verdadera reina del Sur. Aun así, prefiere vivir una vida austera, lejos de los lujos y la vida protocolar de un palacio. Si tan solo esos nobles engreídos fuesen un poquito como ella el mundo sería mucho mejor”. Zlatan, quien se percató que Brett se fijaba en los sirvientes, le preguntó por lo bajo: - ¿Planeas buscar aliados, hermano? - Así es – le respondió Brett, también en voz baja – Cuando fui a buscarte, nuestra esposa me aseguró que contrató soldados para que nos protegieran en su patrullaje por el palacio. Y sin embargo uno de ellos intentó agredirnos valiéndose de una vieja norma interna... y nuestra ignorancia. A pesar de sus intenciones, no podemos dejar nuestra seguridad a manos de ella. Debemos saber defendernos y evitar que nos acusen de cualquier cosa para hacernos vivir un infierno en este lugar. - Lo entiendo. En ese caso, memorizaré las leyes y decretos. Leeré las letras pequeñas para tener con qué sostenernos en caso de que nos acusen injustamente de algo. Déjamelo a mi, Brett. - Cuento contigo, Zlatan. A pedido de Rhiaim y Yehohanan, la reina accedió a que los cuatro príncipes se alojaran en la mansión de la condesa después de la fiesta. La misma se encontraba en la Capital, a unos cuantos kilómetros del palacio. Como la ruta que conectaba la ciudad con el palacio real estaba asfaltada, el trayecto duraba unas pocas horas. Y los visitantes podían disfrutar del bosque en donde estaba oculta la construcción, lejos del bullicio y seguro de cualquier tipo de ataques gracias a los frondosos árboles característicos de la zona. Una vez ahí, los jóvenes se metieron en sus respectivos dormitorios. El hermano mayor decidió quedarse por la Capital por un tiempo para asegurarse de que estuvieran bien, a la par que quería pasar tiempo de calidad con su esposa y arreglar algunas gestiones relacionadas a su título y ducado. - Hay una joven que busca hablar conmigo – le comentó Rhiaim a su esposa – era una compañera del instituto de la actual reina Panambi y la duquesa Dulce quien, hace poco, le cedieron unos terrenos para que las gestionara como su primer ducado. En las aldeas que se formaron ahí también están sufriendo de la desaparición de los niños pero… es extraño. - ¿Por qué es extraño? - Es porque, ahí, los bandidos no atacan de forma directa, sino que hacen que los propios niños sean quienes abandonen sus hogares. - Yo creo que, en ese caso, puedes hacer que tus hermanos se encarguen. Ahora que están casados con la reina, deberán ser ellos quienes se encarguen de brindar soporte a los ducados que están fuera de tu jurisdicción. - Así es. Es el deber de cada duque, encargarse de sus propias tierras. Al día siguiente, cuando los jóvenes estuvieron a punto de partir, Rhiaim le comentó a Brett sobre lo que conversó con su esposa. Éste asumió con la cabeza y dijo: - Déjanos que nos encarguemos de esto. Por cierto, ¿quién es esa duquesa que acudió a tu ayuda? - Es la duquesa Sofía. Seguro que la recuerdas. - Ah, si. La recuerdo – repentinamente, Brett hizo una mueca extraña – esta vez le cederé a Zlatan y Uziel. - ¿Qué pasa con ella? – intervino Eber - ¿Te hizo algo, Brett? - No es ella. Es su… esposo – Brett acentuó aún más su mueca. - ¡Ah! ¡Entiendo! ¡Era ese tal caballero del Oeste con quien tuviste un extraño romance! - ¡No me lo recuerdes! ¡Y no lo digas en voz alta! O nuestra esposa pensará que no podemos controlarnos y que “todo nos va bien”. - Entiendo, está bien. No diré nada. Rhiaim dio un ligero suspiro. En el fondo no quería soltarlos aún, en especial a Brett a quien lo supervisó directamente para que se encargara de los más pequeños en su ausencia. Sin embargo, sabía que ese día llegaría pronto, en que debían tomar sus propios caminos. Así es que solo atinó a sonreír diciendo: - Si pasa algo, pueden avisarme. Recuerden, entre todos nos apoyamos. - Está bien, hermano – dijo Brett – me encargaré de las comunicaciones como el hermano mayor y esposo principal de la reina. Una vez que estuvieron listos, entraron en una limusina con muchos asientos y partieron rumbo al palacio. El trayecto estaba rodeado por un túnel de árboles, dando así una espectacular vista para aquellos que deseaban visitar a la reina. Brett recordó que le habían contado que, en tiempos antiguos, se decidió construir el palacio real en el medio del bosque para, así, protegerlo de cualquier ataque enemigo. De los demás reinos, era el único que no se situaba en la Capital por lo que, la mayoría de los eventos protocolares y reuniones diplomáticas internacionales, se organizaban en una residencia especial construida en la ciudad. Pero las reuniones del consejo se celebraban en la sala de reuniones del palacio. Cuando llegaron, fueron recibidos por un mayordomo y cuatro damas, todos vestidos con conjuntos negros, ya que era el uniforme oficial de la servidumbre. El mayordomo llevaba una corbata blanca para marcar su rango. Éste, al ver a los príncipes, se acercó a ellos y les dijo: - Bienvenidos, majestades. La reina Panambi los está esperando en su oficina. Pero, mientras, tendrán una hora para acomodarse en sus habitaciones asignadas. Estas muchachas – continuó, señalando a las cuatro mujeres de n***o – serán sus damas personales. Si necesitan algo, pueden acudir a ellas para gestionar a los sirvientes que estarán a cargo de servirlos. - Gracias por el recibimiento – le dijo Brett – estaremos a su disposición. Cada dama se acercó a un príncipe y procedió a guiarlo a su respectivo dormitorio. La dama personal de Brett parecía ser una chica muy amable y cándida. El joven príncipe intuyó que ya tendría alguna experiencia porque, en todo momento, se dirigió a él manteniendo su etiqueta y respetando su estatus. - Su habitación es la única que tiene instalada un comunicador, majestad – le explicó la dama a Brett – ya que es el esposo principal, se le enviará los mensajes urgentes en caso de que la reina se encuentre ocupada. También recibirá el desayuno en la cama y me ocuparé que cambien las sábanas diariamente para su mayor comodidad. En cuanto al cambio de sus ropas y su baño… - Yo me podré encargar de eso por mi cuenta, salvo eventos especiales – le dijo Brett, dirigiéndole una pequeña sonrisa de amabilidad – aunque soy un príncipe, puedo bañarme y vestirme solo ya que viví casi la mitad de mi vida lejos de la vida protocolar del palacio. - Entendido, majestad. Aún así, si necesita algo, no dude en pedírmelo y lo gestionaré. Llegaron a la habitación. La misma era bastante espaciosa y contaba con una cama bien mullida, un armario amplio, una mesa de escritorio, un par de sillas y un sillón, por si recibía alguna visita. El baño también era grande, contaba con una hermosa bañera con glifos que contenían agua y perfumes, además de lavabo, inodoro y espejo tocador. - Gracias por la guía – le dijo Brett a su dama personal. - Lo dejaré que se acomode, su alteza. Cualquier cosa, estoy a las órdenes. Cuando la mujer se retiró, Brett se lanzó al colchón de su cama y respiró el agradable aroma de las sábanas recién cambiadas. Luego, se acercó a su ventana, la cual lindaba con los árboles del bosque. No tenía barrotes y era suficientemente grande como para poder salir de ahí fácilmente. Pensó que si en la habitación de Uziel también tenía una ventana de ese tamaño, él podría escapar por ahí sin problema. Cuando llegó la hora acordada, Brett y los demás se dirigieron a la oficina de la reina. Ésta ya los estaba esperando y lucía un vestido blanco sin mangas junto a una pechera circular dorada. Los jóvenes príncipes, en cambio, vestían conjuntos de camisas con pantalones de distintos colores cada uno. El único que portó una túnica fue Zlatan, ya que él estaba más acostumbrado a las vestimentas propias de su reino. Pero, el resto, prefería usar la ropa típica de los sureños ya que les era más cómodas y prácticas en caso de que debían participar en los combates. - Hola, queridos esposos – saludó Panambi, adoptando una postura informal – espero que les haya gustado sus habitaciones. Pensé en respetar su privacidad proveyéndoles a cada uno de su propio espacio. Tomen asiento, por favor. Tengo algo urgente que decirles. Los cuatro príncipes se sentaron delante del escritorio en cómodas sillas de madera acolchada. La reina se sentó también y, mostrándole unos apuntes que tenía sobre la mesa, les dijo: - He estado planificando el aumento de la vigilancia de los ducados del Sol y de Jade, a petición de Brett. Y debo decirles que les admiro el cómo han podido gestionar ese problema, casi sin la intervención de la anterior reina. Pero supongo que las cosas se les complicaron cuando surgió la etapa de las elecciones y cambio de mando, ¿verdad? - Así es, esposa nuestra – dijo Eber – estos bandidos están portando armas de fuego y usan a los niños de escudo para evitar que los atrapemos. - Como nuestro tonto hermano mayor creía que podría solucionarlo solo, no acudió a la reina para ayuda extra – dijo Uziel – y las cosas se le complicaron un poco. - Todos nos equivocamos, Uziel – dijo Zlatan – nuestro hermano mayor sabía que las elecciones serían pronto, así es que no quería molestar a la ex reina en la última fase de su mandato. - Sé que, con el anterior mandato, se decretó que cada duque o duquesa se encargara de su propio terreno – dijo Panambi – incluso se asignó alcaldes para los pueblos que estuviesen lejanos a esas regiones gestionadas por los nobles y que, en su mayoría, están habitados por burgueses que poseen el suficiente poder adquisitivo para comprar propiedades. Sin embargo, esto no ha evitado que surjan los problemas delictivos en distintas regiones del país y, tras saber del caso de la desaparición de niños en el ducado del príncipe Rhiaim y la duquesa Dulce, ahora me envían notas de otros pueblos con el mismo problema. Brett recordó lo que le dijo Rhiaim la noche anterior. En eso, se levantó y dijo: - Pu… puede que sea una red criminal que bu… busque hacer algo con los ni… niños… - el joven príncipe respiró hondo para evitar tartamudear ante su nerviosismo. Cuando consiguió calmarse, continuó – la duquesa Sofía también tiene ese problema. Habló con mi hermano mayor para pedirle un consejo, pero él considera que lo mejor sería que nosotros nos encarguemos, ahora que somos tus esposos, majestad. - Llámame Panambi, por favor – le dijo la reina, con una sonrisa amable – ahora que estamos casados, me gustaría que dejásemos de lado nuestras etiquetas y podamos tener una relación más… informal. Y, por cierto, estaré armando los horarios para poder hacerles visitas nocturnas y cumplir así nuestros deberes de esposos. Solo ténganme paciencia, es difícil equiparar las cosas al ser una reina. - Descuida, siempre estaré listo para esperarla, esposa querida – dijo Eber, cuyos ojos brillaron de la emoción. - Nos estamos desviando del tema – dijo Zlatan – lo que estoy entendiendo es que hay una red criminal que atacan a los niños en distintos ducados, no solo el de nuestro hermano. En ese caso, ¿se trataría del mismo grupo? ¿O es solo un caso aislado? Todos quedaron en silencio ante las preguntas de Zlatan. Brett, en el fondo, intuía que se podría tratar de algún enemigo del nuevo régimen que, por A o B motivo, buscaba desestabilizar el gobierno robándose a los niños para aumentar el inconformismo del pueblo. Y mientras se debatía internamente sobre eso, Panambi dijo: - Puede ser que se trate de un mismo grupo. Quizás aprovecharon el cambio de mando para hacer sus fechorías y arruinar mi reputación como reina. La verdad me preocupa que surja esto y, por otro lado, me alegro haber tomado esta decisión de casarme con ustedes para crear un gobierno más fuerte y próspero en los próximos diez años. Por cierto, ¿qué creen que podemos hacer? ¿Por dónde iniciar? Ya hice mi parte mejorando la vigilancia del ducado del Sol y ducado de Jade. Ahora es su turno. - Habría que unir todos los testimonios – dijo Eber, tomando la iniciativa – y ver si tienen algo en común. Tampoco podemos descartar que sean casos aislados. - Si se trata de un grupo criminal, yo creo que debemos infiltrarnos – propuso Uziel – Puedo hacer ese trabajo. ¡Solo mírenme! ¡Soy tan pequeño que puedo hacerme pasar por un niño y dejarme capturar para ir hasta su base y…! - No te expondrás innecesariamente – le cortó Brett – Ahora eres esposo de la reina. No querrás que ella entre en conflicto con nuestra madre si te llega a pasar algo. - ¡Pues cúlpenme a mí! ¡No a nuestra esposa! – dijo Uziel, cruzándose de brazos - ¿Acaso, como esposos, no estamos destinados a sacrificarnos para complacer las exigencias de nuestra dueña? - Lo de la infiltración no me parece nada mal – intervino Panambi – pero si consideran que es algo riesgoso, será mejor buscar otras soluciones. Aunque sean mis esposos, no deseo que les pase nada malo. Me aseguraré de protegerlos y orientarlos en este caso. - Lo mejor es capturar al primer sospechoso que nos encontremos – dijo Zlatan – lo interrogaremos y así éste nos dirá lo que queremos saber. - ¿Y si se niega a hablar? – le preguntó Panambi – En el pasado, los antimonárquicos se mordían la lengua para no revelar la ubicación de su líder. Ni siquiera el príncipe Rhiaim pudo hacerles hablar tras someterlos a intensas torturas en los tiempos de las colonias. ¿Qué harían si se encuentran con esa clase de personas? ¿Si estos “nuevos criminales” son parecidos a los antimonárquicos? Repentinamente, los rostros de los príncipes reflejaron una sonrisa maquiavélica. Sus ojos se tornaron fríos, emanando un aura tan maliciosa que hizo estremecer a la reciente monarca. - Olvidas que somos los hijos de la reina Jucanda – dijo Brett. - Su sangre podrida recorre nuestras venas – continuó Eber. - Si lo deseamos, podemos hacer hablar hasta a las rocas – murmuró Zlatan. - Y no dudaremos en ir al infierno para hallar la verdad – terminó Uziel. En el fondo, Panambi pensó que nunca querría tenerlos como enemigos. “Me casé con ellos para controlarlos”, pensó la joven reina. “Pero si un día deciden rebelarse contra mí… ¡No! ¡Es muy precipitado! Mientras limite sus movimientos, no se atreverán a hacerme daño. Aún si se casaran conmigo, todavía son extranjeros y están lejos de la protección de su madre. Sí, debo domarlos para que no se me salgan de control”. La extraña atmósfera se relajó y, al instante, los jóvenes volvieron a su estado habitual. - ¡Ya sé! – dijo Eber, mostrando una amplia sonrisa infantil - ¿Y si recurrimos a las espías de tía Yehohanan para que puedan infiltrarse? ¡Así Uziel no correría peligro! - Y nosotros nos encargaremos de recopilar información para atrapar a esos criminales – dijo Brett, también mostrando entusiasmo – en ese caso, que Zlatan y Uziel vayan a ver a la duquesa Sofía. - ¿Por qué nosotros dos? – preguntó Zlatan, sorprendido por la decisión de su hermano. - Bueno, alguien tiene que quedarse aquí para… ya saben, familiarizarse con las reglas – dijo Brett y, esta vez, miró a la reina Panambi de forma gentil y continuó – y estoy seguro que nuestra querida esposa ya previó asignarnos nuestros propios escoltas, para que podamos salir sin correr peligros. - ¡No necesito escoltas! – dijo Uziel, poniéndose de pie - ¡Puedo pelear y defenderme solo! - Mi pequeño esposo, con más razón, irá con el triple de escoltas – decidió Panambi – escuché de ti que eras revoltoso e impulsivo. No importa qué tan fuertes seas, igual puedes lastimarte. Así es que pórtate bien y obedece a Zlatan durante la reunión con la duquesa Sofía. Uziel estuvo a punto de replicar cuando Brett le dirigió una mirada de advertencia. El muchacho de inmediato se calmó y volvió a sentarse, pero se mantuvo con el ceño fruncido por ser regañado, una vez más, por su mala conducta. - Bien. Entonces hablarán mañana con la duquesa Sofía – decidió Panambi, al fin – Brett y Eber se quedarán aquí para pasar un momento agradable juntos. En cuanto a los menores… no se entretengan y regresen pronto. Los escoltas tienen órdenes de traerlos a la fuerza si se resisten en regresar después de la entrevista. - Entendido, esposa nuestra – dijo Zlatan, manteniendo una expresión serena – me encargaré de que mi hermanito no haga alguna de sus locuras. - Ya no soy un niño – refunfuñó Uziel, cruzándose de brazos – y me comportaré como un digno príncipe. ¡Ya lo verán! ¡Puedo ser tan elegante y calmado como lo era Brett a mi edad! - ¿Entonces nos tocará a Brett y a mí cumplir nuestros deberes de esposos? – dijo Eber Panambi soltó una risita. Todos la miraron, extrañados. Al final, la joven monarca dijo: - En verdad me divertiré mucho con ustedes. Y espero que piensen lo mismo de mí. Les prometo que, si se portan bien, tendrán su recompensa – ante esto, dirigió una mirada pícara a Eber, haciendo que éste se sonrojara. Brett lo notó y, de inmediato, pensó que su esposa estaba interesada en Eber. Así es que supuso que se enamoró de él ya que le cautivó su gran carisma y personalidad. Aún con eso, estaba dispuesto a seguir en su papel de esposo y aprovechar su estadía en el palacio para encontrar personas en quienes realmente confiar y protegerse, así, de todos sus enemigos.
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