Y dolía, verla de nuevo dolía.

888 Words
Mis parpados se abrieron suavemente. La luz del mediodía se extendía por las paredes de mi habitación iluminándola por completo, las motas de polvo bailaban en silencio sobre mí, y me uní a ese silencio embriagador también. Me senté sobre las sábanas revueltas, y no pude más que pensar en ella, en el olor de su cabello oscuro, el sabor de sus labios en mi piel, de mis propios labios en ella, sin embargo, había algo que dolía y dolía mucho. Quizá fue su mirada lo que me hizo caer en pedazos, o sus caderas moviéndose con suavidad, quizá fue la tormenta y sus labios hambrientos sobre los míos esa noche… Realmente no lo sabía. Bajé los pies hacía el frío suelo de madera, me estremecí y cerré los ojos tratando de entender lo que ella había hecho conmigo, en lo que me habían reducido su cuerpo y sus caricias, el sabor de mi propia estupidez. Lo recordaba. Había aparecido de la nada entre la lluvia, cuando yo ni siquiera la esperaba, cuando todas mis barreras habían caído en picada al ver su sonrisa traviesa, su maldita sonrisa… Esa sonrisa. Y es que ahora no podía siquiera conectar mis propios pensamientos en algo coherente, no podía mirar mi cama sin sonreír como idiota ante el recuerdo, porque al final es lo único que tenia de ella, el maldito recuerdo, solo el recuerdo. Pero incluso eso seguía doliendo como esa noche, como ese día. Habían pasado 8 meses desde que la había visto de pie fuera de mi casa, mojada y divertida. Ocho meses en los que me preguntaba todos los días lo mismo, ¿Dónde estaba? ¿por qué me había dejado tan repentinamente? ¿por qué simplemente se marchó sin decir adiós, rompiéndome en pedazos, los malditos pedazos de colores que tanto había aprendido a detestar todas las noches, todos los días… Y es que iba a volverme loco en algún momento, añorando su maldito cuerpo, el que solo había sido mío una vez, pero, la necesitaba para estar bien, para respirar mejor, para entender. Deje un momento mis ideas revueltas y camine hasta el espejo de mi desordenada habitación, hacia días que no limpiaba, los libros y tareas estaban esparcidos sobre la mesa de mi escritorio, la ropa sucia ya se acumulaba en el piso y en el pequeño sofá donde ahora pasaba la mayor parte del tiempo tratando de entender la vida, mi vida. Todo era extraño, como si una parte de mí, la parte importante ya no estuviera, cómo si del ala de una mariposa se tratara, tan frágil, tan frágil era yo desde ese día. Las ojeras oscuras bajo mis ojos verdes se marcaban más que otros días y es que a pesar de dormir mucho en algunas ocasiones, había otros días que simplemente no podía conciliar el sueño, pensando en esa noche. Porqué esa noche me mantenía unido, mantenía todos los pedazos de mi alma aun en su lugar, no me iba a permitir tirarlos a la basura, todavía no. Mi cuerpo delgado ahora mostraba signos aun más críticos, había dejado de lado la comida, ¿de qué me servía? ¿de que diablos servía si ella había desaparecido? Tal como llego a mi vida, había desaparecido en un instante entre mis dedos, demasiado de prisa, demasiado. Yo creí en ella, yo creía en mí. Creía en ambos, sin embargo, ella no lo hizo, ella simplemente me dejo atrás sin saber que luego de esto no sabría como respirar. Me coloqué una sudadera y salí de la habitación, las lágrimas en mis ojos cayeron en silencio por mis mejillas pálidas, pero debía salir de ahí, debía de salir antes de que los recuerdos de su suave piel contra la mía me hicieran daño, me hicieran perder la razón. Limpié las lágrimas de mis mejillas con una mano temblorosa cuando los ojos verdes cansados de mi madre me miraron con dureza, odiaba verme así y yo odiaba sentirme de esa manera. - Cariño, lo lamento – comenzó, pero yo la detuve alzando una mano, hoy no necesitaba sus sermones o sus consejos, simplemente quería que me mirara y guardara silencio para continuar odiándome a mi mismo por seguir deseándola, por seguir amando su fantasma. Y cómo esperaba no dijo nada más, y tomó mi mano con la suya suavemente, la vi depositar una tarjeta en mi mano con cuidado, y sin decir nada acaricio mi mejilla con suavidad para luego marcharse. Miré la tarjeta tenía escrita una dirección con la letra de mi madre, guardé la nota dentro del bolsillo de mi sudadera, y salí de casa. Pensando en que no quería regresar a esa estúpida habitación, a ella, a los pedazos que había dejado ahí. Que equivocado estaba en ese momento. ** Después de una hora, cuando llegué a esa dirección fue que los recuerdos llegaron de golpe, demasiado a prisa… Mis manos temblaron y las lágrimas cayeron aun más de mis ojos, cuando vi su cabello oscuro caer en ondas suaves sobre su espalda, cuando escuché la risa escapar de sus labios y el rubor subir por sus mejillas pálidas. Después de los restos y del polvo que había dejado atrás hacia ocho meses, ella estaba ahí. Ella estaba ahí, feliz. Y dolía, verla de nuevo dolía.
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