BRYCE
—No iré contigo, Camille, tengo que solucionar algunos asuntos en la empresa. Nos vemos más tarde.
—¿Qué te parece si esta noche cenamos en algún lugar bonito de la ciudad? Hace tanto que no salimos juntos. Yo invito—dijo, mientras se arreglaba con esmero. Yo la observé, aún perplejo, sin saber si realmente estaba actuando con naturalidad o si, por el contrario, estaba fingiendo que todo estaba bien.
—No, mejor nos vemos a las nueve de la noche aquí en la mansión. No creo que llegue antes, tengo varias cosas que hacer.
—Bryce, ¿me estás evitando? — Su pregunta me dejó aún más desconcertado. Camille actuaba de manera tan extraña esa mañana, como si no tuviera control sobre sus emociones. Su mirada, perdida, con las pupilas dilatadas, no era normal. La forma en que me miraba, casi como si me desafiara, era algo que no había visto antes en ella.
—No, claro que no. No quiero seguir con esta discusión. Las cosas entre nosotros no están bien ahora.
—¿Desde cuándo no están bien? ¡Dime! ¿Desde cuándo? Llevamos más de tres años de relación, ¡tres años! Y ahora actúas así conmigo. En todo este tiempo, de noviazgo y compromiso, jamás me habías hecho esto. Sé que eres un mujeriego y te he perdonado un montón de infidelidades. Has destrozado mi corazón una y otra vez, y aun así te perdoné porque mi amor es puro y sigo profundamente enamorada de ti— Camille no dejaba de hablar, sin tomar aire, tensa como una cuerda a punto de romperse.
—¡Lo sé, Camille! ¡Lo sé! Sé que no he sido el mejor de los novios, ni la mejor persona, pero ya te lo he dicho antes, más de una vez: yo no te amo. Este matrimonio fue arreglado por nuestros padres.
—Ya te he dicho que no. Ahora dime, ¿estás enamorado de otra mujer? ¿Estás saliendo con alguien diferente a esas mujercitas con las que acostumbras? ¡Dímelo, por favor!
Me sentía al borde de un colapso mental. Aunque no tenía claro en ese momento lo que quería con Isabela, tampoco quería estar completamente con Camille. Me gustaba la idea de tener un compromiso arreglado con una mujer tan deseable como ella, pero no la quería todo el tiempo a mi lado. Era demasiado intensa, sofocante.
—¡Mira! Ya basta, no quiero seguir con esta conversación innecesaria. Me voy, nos vemos a las nueve— le respondí, acercándome para darle un beso en la mejilla, ese gesto acostumbrado. En ese instante, solo quería huir de mi propia casa. No la soportaba. La dejé hablando sola, escuchando cómo sus tacones resonaban tras de mí, mientras me llenaba de improperios. Por suerte para mí, la dulzura que necesitaba en una relación la encontraba con Isabela. Ella era como un suave algodón, y aunque me sentía ridículo por lo cursi que me estaba volviendo a su lado, esa sensación de una relación sin tanta rigidez me estaba gustando.
—José, llévame a la compañía— le dije, subiéndome al auto. Miré hacia atrás y la vi en la puerta de la mansión, con su vestido gris platinado, sus manos en la cintura, mirándome desafiante. No me gustaban las discusiones, así que ahí se quedaría.
—Señor, ¿la señorita Camille irá con nosotros? — me preguntó José.
—¡Claro que no! Sal corriendo de aquí, antes de que se le ocurra la maravillosa idea de acompañarnos.
—Entiendo, señor. Bryce, por los años que llevamos de amistad, y aunque sé que debo conservar mi lugar como su conductor, considero que tengo derecho a opinar. Quisiera hablar con usted.
—Claro, José, siempre has sido mi amigo. Eres la persona en la que más puedo confiar, ni siquiera mis amigos son tan leales como tú. Dime, ¿qué pasa?
Ya sabía a dónde iba todo esto: la moralidad y la ética de José, me juzgarían una vez más por lo que estaba haciendo.
—¿Usted está sintiendo algo más profundo por la señorita Isabela, cierto, señor? — dijo, mirándome por el retrovisor. Sentí que mis mejillas se sonrojaban, y supe que no podía mentirle.
—Creo que sí, José, no lo sé... me siento terriblemente confundido. Toda esta situación está fuera de control. Comencé a vivir una doble vida, y aunque no es algo que no se pueda solucionar, bien sabes que tengo un compromiso con Camille desde hace tiempo, y por ninguna razón puedo romperlo ahora... o al menos no por Isabela. Sabes que a ella casi ni la conozco. No sé qué hacer, ¡no sé qué hacer! —dije, sintiendo que las palabras se me escapaban sin poder contenerlas.
José me miraba a través del retrovisor, sin decirme nada. Su rostro mostraba que tenía algo importante que decirme, pero no sabía qué era. Sus ojos me juzgaban, pero se limitó a guardar silencio hasta que llegamos a la compañía. Sin embargo, antes de bajarme del auto, su actitud me impulsó a decirle algo importante.
—José, prométeme que lo que está pasando entre nosotros no saldrá de esta conversación, ¿sí? He puesto toda mi confianza en ti, y sabes los problemas a los que me enfrentaría si se llega a saber—le dije, mirándolo fijamente.
Él me miró a los ojos, y con total seguridad me respondió:
—No se preocupe, mi lealtad está con usted y jamás le fallaría. Y aunque hay cosas con las que no estoy de acuerdo, jamás le faltaría el respeto a mi mejor amigo—sonrió, y su sinceridad era evidente. Sin embargo, en su mirada percibí algo más, algo que no me estaba diciendo, algo que no iba a contarme tan fácilmente.
Esa mañana había estado tan cargada de emociones que no me di cuenta de que no había encendido el teléfono. No había estado pendiente de este últimamente, pero cuando lo encendí, una luz en mi interior también se encendió.
—Te fuiste y no supe a qué hora lo hiciste. Ya te extraño. Gracias por la compañía, besos. —Isabela…
El mensaje me reconfortó el alma. En seguida respondí.
—Discúlpame, no tuve oportunidad de despedirme antes de irme a trabajar tan temprano, pero esta tarde te compensaré. ¿Te gustaría un helado después de la biblioteca? —le escribí, sabiendo que siempre tomaba la molestia de responderme en cuanto podía, incluso si solo habíamos hablado unas horas antes.
—¡Hola! Claro que sí, me encanta el helado. Te espero (acompañado de un emoji de corazón)—respondió al instante. Ya le había dicho a Camille que llegaría tarde, así que aprovecharía para ir por Isabela después.
Para rematar mi día, Jonathan me esperaba en mi oficina. Ya sabía de qué quería hablar, y no me sorprendió en absoluto.
—Amigo querido, qué placer esperar en tu oficina. Es tan cómoda, llena de lujos... un gran sillón, una laptop de última generación, y ni hablar de tu minibar. Qué lástima que no te guste llegar temprano al trabajo—dijo con esa ironía de siempre.
—Como siempre, con tus ridiculeces—le respondí, dándole un apretón de manos y un abrazo. Era patético, pero era mi amigo.
—¿Qué ha pasado con tu teléfono? He intentado chatear contigo, pero no he podido. Estás muy desconectado, ¿qué ha pasado ahora? —comenzó a rodearme, buscando algo de información, pero no confiaba en él al cien por ciento.
—Nada ha pasado—contesté, algo seco—. Si lo que quieres saber es si ya me acosté con Isabela, no, aún no lo he hecho. Pero quiero que rompamos esa apuesta.
—¡Qué conveniente eres! Como sabes que vas a perder, porque por lo visto esa "mosquita muerta" no se va a acostar contigo—dijo, y al escuchar cómo se refería a Isabela, la ira me invadió de inmediato. No podía permitir que hablara así de ella. Sin pensarlo, me lancé hacia él y lo agarré del cuello.
—No te vuelvas a dirigir así a Isabela—le gruñí, apretando con más fuerza. Vi su gesto de levantar las manos en señal de paz, y lo solté al ver esa sonrisa suya de siempre.
—Mi hermano, no te pongas así, por una mujer no vamos a romper una amistad de años, y menos por una mujer como ella. Lo que me sorprende es cómo no ha caído ante los encantos de uno de los hombres más deseados de la ciudad. ¡Mírate, hombre! —dijo Jonathan, con ese tono que solía tener.
—Ella no se va a acostar conmigo—respondí, mientras tecleaba rápidamente en mi teléfono y le transfería el millón que habíamos apostado. Cuando Jonathan vio la notificación en su teléfono, me miró perplejo.
—¿Qué? ¡¿Te rendiste?! ¡NO! —exclamó, aún sin poder creerse que hubiera cumplido mi palabra.
—Es sencillo—contesté con calma—, ella no se va a acostar conmigo. Ya, soy un hombre de palabra. Te he pagado lo que te debo, sé que es por eso por lo que me has estado contactando, pero no te preocupes, así estaremos bien.
—Dime una sola razón por la que esa mujer no se va a acostar contigo. Si se está quedando en tu apartamento, tiene una relación contigo, no entiendo, amigo, me confundes—insistió, con ese tono de incredulidad en su voz.
—Es virgen—le solté de golpe, sin rodeos.
—¿Qué? ¡Pero si eso es un manjar en estos tiempos! ¿Cuántas chicas vírgenes encuentras hoy en día? No, amigo, debe ser tuya, Bryce. Si no fuera porque ella ya...—comenzó, pero lo interrumpí con una mirada fría. Lo detestaba. No entendía cómo había sido ese tipo en el pasado, y me molestaba más que nunca escucharlo hablar así.
—Ya, dejemos el tema aquí—dije con firmeza—. Si algún día ella llega a ser mía, lo cual quisiera, quiero que sea especial, que se sienta amada y querida. No quiero que se sienta utilizada, como siempre lo hemos hecho. Ella es diferente, Jonathan. Hablar de ella me hace sentir cosas que no sé cómo describir.
Jonathan, que a pesar de todo me conocía bien, me miró unos segundos, como si evaluara mis palabras. Luego, con una sonrisa astuta, dijo:
—Amigo, ya que has pagado tu apuesta y ese millón no me cae nada mal, y sabiendo que mis padres me han cortado el presupuesto, te voy a ayudar con Clement. Haz que ella le pregunte qué quiere para su primera vez. Yo te lo digo a ti, y tú lo preparas. ¿Qué te parece? —propuso, con ese aire de confiado cretino, pero, para mi sorpresa, tenía buenas ideas.
No estaba seguro de cómo sentirme. ¿Era esta la solución para poder darle a Isabela lo que merecía, o me estaba arrastrando nuevamente a mi vieja vida de manipulación y juego? Pero, por el momento, no respondí. Solo me quedé pensando.
—¿Si es algo que no te cuesta hacer? Te lo agradezco, hoy saldré con ella—le dije a Jonathan, mientras trataba de mantener la calma ante la propuesta.
—Bueno, no se diga más—respondió él, sin pensarlo demasiado—. Esta tarde trataré de decirle a ella. Por cierto, con Clement ya se consumó todo y está un bombón. Me quedaré allí un buen tiempo.
—Afortunado tú, que no tienes un padre presionándote por un matrimonio falso—respondí, frustrado.
—Sí, es que tú eres un idiota que se deja manipular, pero allá tú—dijo Jonathan, encogiéndose de hombros—. Adiós, amigo. Hablaremos. Gracias por el millón, estará bien para una semana de entretenimiento.
Lo miré mientras se iba, y un sentimiento de repulsión me invadió. Jonathan era mi amigo, pero algo en su forma de ver la vida, en sus prioridades, en sus valores, me estaba asqueando. La clase social, el juego de poder y control, el tratar a las mujeres como objetos... todo eso me comenzaba a repeler, y empezaba a entender perfectamente a Isabela.
Mientras él se alejaba, no pude evitar pensar en lo que había dicho sobre la manipulación. Me sentía atrapado entre dos mundos: el que siempre había conocido y el que Isabela representaba. Uno lleno de superficialidad y promesas vacías, y el otro lleno de algo más genuino, pero que parecía fuera de mi alcance.
De alguna manera, algo en mí estaba cambiando, pero no sabía cómo enfrentar lo que venía. Solo sabía que, a su manera, Isabela me había mostrado lo que realmente valía la pena.