BRYCE
Me desperté temprano al día siguiente, con la sensación de que debía ponerme al día con todo, especialmente con Camille. Sabía que estaba a punto de estallarme de furia, y aunque aún no había amanecido, ya estaba fuera de la cama, fuera de los brazos de Isabela. Ella, que también tenía que cumplir con sus obligaciones en la biblioteca, seguía dormida como un ángel. Me encantaba verla así, con su rostro sereno y su piel suave, tan natural. No había siquiera rozado su cuerpo y ya me sentía completamente cautivado.
Le di un beso suave en la frente y salí sin ducharme, sabiendo que debía parecer que había pasado la noche en la empresa. Dejo una nota en su mesa de noche y salgo rápidamente. Tomé un taxi, y en unos 30 minutos, llegué a la mansión. Eran las 6:30 de la mañana, y pensé que Camille aún estaría dormida, pero me equivoqué. Estaba despierta, esperándome.
—Dime la verdad, ¿dónde estabas? —me confrontó al instante.
—Hola, Rox, sabías que estaba en la empresa, trabajando —le respondí, intentando mantener la calma.
Pero antes de que pudiera decir más, me dio una bofetada tan fuerte que me dejó sin palabras.
—¡Tú no estabas en la empresa! —me dijo con furia, y aunque me sentí humillado, me mantuve callado. Sabía que debía controlar la situación, aunque mi orgullo estuviera herido. Jamás, en ninguna circunstancia, maltrataría a una mujer, pero de alguna manera ya les estaba haciendo daño sin necesidad de golpes.
—¿Por qué dices eso? —logré preguntar, tratando de recuperar el control.
—Porque anoche quise llevarte una cena, y cuando llegué, tus guaruras no me dejaron entrar. Me dijeron que no había nadie en la empresa. ¿Dónde estabas? ¿Con quién estabas? —su mirada me atravesaba, llena de ira y dolor. Me estaba devorando con sus ojos, y lo sabía. Su corazón estaba roto una vez más, por mi culpa.
La mentira se me salió automáticamente. —¿Es por eso, querida? Si me hubieras llamado...
—¡Te llamé cien veces y no contestaste! —exclamó, mientras sacaba su teléfono y lo encendía, mostrando que mi celular estaba apagado.
Me sentí atrapado.
—Ay, amor, mira, la batería está descargada. Ellos jamás dicen cuando alguien está dentro del edificio, perdóname, por favor, no quería que te sintieras así —dije apresuradamente, abalanzándome sobre ella para abrazarla y tratar de calmarla, pero ella me apartó con fuerza.
—¡Tú tienes una amante! Lo sé, lo presiento, estoy segura. Estás muy extraño conmigo —me miró fijamente, y sus palabras me golpearon—. ¡Quítate el pantalón!
—¿Qué? —la miré completamente confundido.
—Sí, quítate el pantalón, y la ropa interior, inmediatamente, Bryce. Haz lo que te digo.
No entendía nada de lo que estaba sucediendo, pero, sin saber por qué, lo hice. Ella comenzó a olfatearme, tratando de detectar algún olor.
—¿Está todo bien? —la miré aún más confundido.
—No hueles a que hayas tenido sexo.
—¿Qué? ¿Estás loca? —respondí, completamente indignado—. Esto no lo puedo tolerar, Camille. Te estás pasando conmigo.
Me puse rápidamente el pantalón de nuevo y salí apresuradamente hacia el baño, buscando alejarme de la situación.
—¿Es que te piensas ir de nuevo? —dijo, con una furia que parecía no tener fin. Se desnudó y se metió a la ducha conmigo, dejándome sin palabras.
—Eres realmente insoportable, Camille. No te soporto más —dije, con el pecho oprimido por la frustración—. Aún tengo mucho trabajo que hacer, debo entregar un proyecto antes del matrimonio.
No quería seguir en esa escena, pero sus palabras seguían martillando en mi cabeza. Me sentía atrapado, entre el dolor que había causado y la necesidad de alejarme de una relación que me estaba destruyendo.
—¿Y preciso tienes que trabajar cuando yo vengo de visita? ¿Por qué eres así conmigo, Bryce? —su voz tembló con frustración, y sentí cómo su dolor se transmitía a través de cada palabra.
—No quiero hacerte daño, Camille, pero tú bien sabes que este matrimonio es por conveniencia nada más. Tú sabes más que nadie mis sentimientos por ti, y es algo de lo que ya no me quiero sentir culpable —le dije con la voz baja, aunque mi corazón se rompía al decir esas palabras. No quería ser tan cruel, pero necesitaba ser honesto.
—Este matrimonio no es por conveniencia… yo… ¡yo a ti te amo! —las palabras de Camille me golpearon, y vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Era un llanto pausado, lleno de sentimiento, pero tan desgarrador. Aguantaba todo lo que yo le hacía, porque me amaba. Pero el problema era que yo no la amaba a ella, y mucho menos ahora.
—Pero tú siempre has sabido que yo a ti no —respondí, mirando cómo el agua caía sobre nosotros, mezclándose con sus lágrimas. Sus ojos estaban tan marchitos y tristes que sentí una profunda compasión por ella. Siempre había sentido compasión, y ese había sido mi gran error. No debía haberla dejado llegar tan lejos en mi vida.
—No, debemos casarnos, Bryce. Yo sé que entre nosotros nacerá el amor verdadero. Tú me amarás y tendremos una hermosa familia, como lo quieren nuestros padres. Nuestro emporio será el más grande y seremos muy felices, lo sé, lo presiento, mi amor —me dijo, aferrándose a mi cintura, su cabeza recostada sobre mi pecho. Estuvimos allí bajo el agua, pero el peso de sus palabras me aplastaba por dentro. No sabía cuánto tiempo habíamos estado allí, pero sentía que el momento de tomar una decisión estaba llegando. No podía dejar de pensar en Isabela. Ella era la mujer que habitaba en mi alma, no Camille.
Finalmente, con un suspiro, la separé suavemente de mis brazos. Ya era hora de salir de la ducha.
—Vamos, nos vamos a resfriar —dije, con la voz cansada.
Ella me miró como si no pasara nada, y una parte de mí sintió que no entendía la gravedad de la situación.
—Sí, tienes razón. ¿Qué harás hoy? —me preguntó, y luego añadió—. Quisiera saber si podrías acompañarme a un almuerzo con unos relacionistas públicos.
A pesar de todo lo que estaba pasando, una parte de mí quería cumplir con mis compromisos y seguir con mi vida, pero algo en mí sabía que todo se estaba desmoronando.
—Ya te dije que aún tengo mucho trabajo, Camille, ¿no acabas de asimilar lo que acabamos de hablar? —le respondí, sintiendo cómo cada palabra se me atoraba en la garganta. A veces me preguntaba si de verdad lo entendía, o si solo quería aferrarse a una idea que la mantenía a flote.
—No te entiendo, ¿a qué te refieres? —dijo, secándose el cabello con una toalla. Su calma era inquietante, como si todo lo que le decía fuera un mal sueño del que pensaba despertar en cualquier momento. Me sorprendía su manera de perdonarme tan rápido, o quizás era masoquismo, no podía saberlo. ¿Por qué toleraba tanto? ¿Por qué seguía aferrándose a algo que ya no tenía fundamento?
—Lo que hablamos hace un momento en la ducha, sobre el matrimonio y esas cosas —le expliqué, ahora sintiéndome completamente agotado. Ya no podía jugar más a este juego. La mentira, la doble vida, me estaban desgastando.
—Ya no lo vamos a cancelar, nos vamos a casar, así sea por conveniencia. Es una decisión que ya está tomada. Por ninguna razón la cancelaremos. Entonces, ¿vas conmigo? O esta noche, ¿también tienes que trabajar? —dijo con una firmeza enfermiza, como si no hubiera otra opción.
La miré sin saber qué hacer. Cada palabra de ella me hacía sentir atrapado, como si no pudiera salir de esta espiral que había creado. ¿Debería ir con ella, hacerle frente a esta mentira, y seguir adelante con el matrimonio por el bien de los negocios y la conveniencia? O, por el contrario, ¿debería irme y enfrentarme a lo que realmente deseaba, que era estar con Isabela, a pesar de las consecuencias?
El pensamiento de llevar una doble vida me aterraba. Pero aquí estaba, enfrentando mis propios caprichos, atrapado en una red de compromisos y deseos que ya no podía desenredar.