Isabela
Durante el resto de la noche, no supe nada más de Bryce, y sabía que debía aceptarlo así. Ni siquiera teníamos una relación formal. Como cada mañana, llegué a la biblioteca, donde mi amiga estaba siempre lista para escucharme.
—Bueno, querida, cuéntame todo. ¿Cómo les fue ayer? Me imagino que fue una noche apasionada. —Me miró con una expresión curiosa, como si realmente esperara una respuesta detallada.
—Si estás insinuando que te voy a contar algo íntimo sobre nosotros, te diré que no fue así.
—¿Cómo así? ¿Bryce no te hizo suya anoche? Vaya, ese hombre sí que respeta.
—Hemos tenido momentos muy cercanos, no te miento. Besos apasionados, caricias que podrían considerarse comprometedoras, pero él es muy consciente de que llevamos poco tiempo.
—¿Y tú? —Me miró con una mezcla de curiosidad y picardía.
—Yo... yo soy virgen, amiga. Aún no me siento preparada para entregarme completamente a un hombre, y tú lo sabes. Bryce es prácticamente mi primer novio.
—¡Aish! Si lo sé, pero dime, ¿cómo te fue ayer? No te noto emocionada. ¿Salieron al cine? ¿Qué pasó? Muero por saberlo todo. —No dejaba de insistir.
—Sí, tuvimos una cita, pero no pasó mucho. Estábamos en el cine cuando su jefe lo llamó, y tuvo que salir corriendo a trabajar. Me dejó en su apartamento y se fue.
—¡No te lo puedo creer! ¿Pasaste la noche sola en un lugar que no conoces?
—Sí, exactamente. Aunque estaba cómoda, como ya te he dicho, no es mi espacio. No pienso quedarme allí mucho más. Hoy, al salir, voy a buscar trabajo y un lugar donde vivir.
—Ya te lo dije, mi casa está abierta para ti, querida.
—No, Clement, quiero ser independiente, tener mis propias cosas. Aunque sea un espacio pequeño, no me gusta estorbar en la casa de nadie. Ese siempre ha sido mi sueño.
—Muy pronto todos tus sueños se van a hacer realidad. —Mi amiga seguía con su curiosidad en el pasillo de la biblioteca. Así pasamos toda la mañana, y yo ni siquiera había recibido un mensaje de Bryce. Comencé a pensar que tal vez ya era hora de escribirle, porque la situación me incomodaba.
Estaba a punto de sacar mi teléfono cuando vi a Bryce aparecer en la puerta de la biblioteca, acompañado de Jonathan. Mis ojos se abrieron sorprendidos, y un suspiro se escapó de mis labios. El corazón me latió con fuerza, y por un momento, temí que el cariño de Bryce ya se hubiera desvanecido.
—¡Bryce! —mi voz se llenó de emoción, y sin pensarlo, me lancé hacia él en un abrazo, como si fuera una niña enamorada.
—Hola, hermosa. ¿Cómo va tu día? —su voz grave y seductora me envolvió, y sus brazos me rodearon con una seguridad que me hizo sentir como si todo lo demás desapareciera. Sus besos, suaves y apasionados, aumentaron la sensación de éxtasis que compartíamos en ese momento.
—¿Y tú? ¿No me vas a recibir de la misma manera? —Jonathan, que estaba con Clement detrás del mostrador, le habló a Bryce, pero lo hacía con una tranquilidad que delataba su incomodidad ante la situación.
—Sabes que no, y además, entre tú y yo ya no hay nada. ¿A qué has venido? —le respondió Bryce con una firmeza que dejaba claro que su atención estaba en otro lugar.
—Vine porque quiero que me perdones. ¿Podemos hablar? —Jonathan le dijo esto a mi amiga, y al oírlo, un nudo se formó en mi estómago. Parecía que él le había roto el corazón a Clement, pero no me había contado nada.
—¿Cómo te fue anoche en el apartamento? ¿Pudiste dormir bien? No sabes cuánto te pensé. —La voz de Bryce me sacó de mis pensamientos y de nuevo me envolvió en la magia de estar en sus brazos.
—Sí, dormí bien, pero me hiciste mucha falta. Sin embargo, no quiero interrumpir tu privacidad, ni mucho menos tu trabajo. Esta misma tarde buscaré empleo y un lugar donde mudarme. —Le miré con una mezcla de tristeza y determinación.
—¿Y cómo piensas hacerlo, si ni siquiera tienes dinero? —su rostro mostró preocupación, y me sentí culpable por preocuparlo.
—Precisamente por eso quiero buscar un empleo, para ganar dinero, ayudar a mi familia y, sobre todo, ser independiente.
—No creas que me he olvidado de eso. Por ahora, quédate en mi apartamento. Encontraremos un trabajo que se ajuste a tus expectativas. No quiero que tengas que recurrir a esos empleos mal remunerados y agotadores, no mereces eso.
—Bryce, aún faltan unos meses para graduarme y poder ejercer como profesora, pero si tengo que trabajar en lo que sea, lo haré. Mi familia no puede esperar.
—Lo sé, pero esta misma tarde te llegará una buena cantidad de comida, al menos para dos semanas, mientras te acomodas en lo laboral.
—¿Qué? No hace falta, no puedo pagar por eso, Bryce. —Lo suelto de inmediato, caminando hacia un estante de la biblioteca. Me había molestado un poco.
—¿Cómo sabes dónde vivo?
—Toda la información está en tu hoja de vida. —La forma en que me lo dijo me dejó inquieta. ¿De dónde habría sacado el dinero para enviar comida a mi familia?
—¿Cuánto has gastado?
—¿Gastado en qué?
—En la comida que vas a mandar a mi casa. —Saco el único billete que me queda, ese que parece que me va a acompañar siempre, y no tengo el más mínimo deseo de gastarlo.
—No te preocupes por eso, no fue mucho. Solo quiero que te ocupes de ti, y también he dejado suficiente comida para ti en el apartamento.
—No, Bryce. Nos acabamos de conocer. No puedo aceptar tantas atenciones. ¿Y de dónde sacas tanto dinero?
—Recuerda que trabajo y no tengo ninguna obligación contigo. Por suerte para mí, en la mansión me pagan muy bien por mis servicios, así que me sobra bastante cada mes para poder ayudarte. No te preocupes por eso.
—Te lo prometo, te lo pagaré todo, lo haré.
—Dame 500 besos y dejamos todas las deudas saldadas. —Bryce acercó su rostro al mío, y no pude evitarlo, si él era el hombre más guapo y bueno que existía en este universo. Tomé su cara entre mis manos y comencé a llenarlo de besos, en sus mejillas, en sus ojos, en sus labios. Él solo suspiró, y me abrazó con más fuerza, pegándome a su cuerpo, correspondiendo con fervor a mis besos. Todo se sentía tan surreal, como si estuviéramos en un sueño del que no quería despertar. Si las cosas seguían así, muy pronto me iba a enamorar de él.
—Esta noche no voy a ir al apartamento. Cuando mi jefe está cerca, me pone a hacer todo, hasta sus compras. Así que lo más seguro es que por estos días nos veamos solo un poco. —Me dijo Bryce mientras separábamos nuestros labios para respirar.
—No puede ser. Pero sé que tienes mucho trabajo. Por favor, no te olvides de mí. También me gusta hablar contigo por teléfono. Anoche no me enviaste mensaje y me sentí muy sola.
—Lo sé, no lo volveré a hacer. Vamos, te llevo a casa de tu familia. Es importante que estés ahí cuando llegue la comida, ¿te parece?
—Sí, claro que sí, Bryce. Gracias, de verdad, gracias. Espero que mil bendiciones caigan sobre ti. —Cada día le agradecía al cielo por todo lo que Bryce hacía por mí y mi familia. Aunque mis sentimientos por él eran genuinos, su bondad me conquistaba aún más. Estaba segura de que jamás encontraría a alguien como él.
Me giré para despedirme de Clement, pero estaba perdida en un beso con Jonathan. Así que, sin decir nada, salí con Bryce. Tomamos un taxi y llegamos a mi casa. La expresión de Bryce palideció al ver lo humilde que era y el lugar donde vivía.
—Bryce, no quiero ser grosera contigo, y de verdad no quiero que lo tomes a mal, pero no creo que sea conveniente que entres conmigo a la casa. Además, muero de vergüenza.
—No te preocupes, lo haremos cuando te sientas cómoda. ¿Quieres que te espere?
—No, me tomaré la tarde con mi familia. Está bien, muchas gracias por traerme. —En ese momento solo quería que se fuera, mi casa no era nada bonita, pero me había prometido que algún día la remodelaría.
Bryce se acercó para besarme, pero su teléfono comenzó a sonar. Como si fuera un reflejo, sacó el teléfono y, al ver la pantalla, notó que era Camille.
—Contéstale, es tu jefe, seguramente te necesita. —No quería en absoluto interrumpir su trabajo.
—No, lo haré después.
—¿Estás seguro? ¿No tendrás problemas?
—No, claro que no. No te preocupes, solo voy a enviarle un mensaje.
—Está bien, espero que te vaya bien. Bryce, muchas gracias de nuevo. —Me colgué de su cuello y lo besé con toda la pasión que sentía en esos momentos. Él merecía que lo consintiera como él lo hacía conmigo, pero tenía miedo. No había tenido a ningún hombre antes de él.
Bryce se fue en un taxi y yo entré a mi casa. Justo en ese momento, vi llegar un camión pequeño lleno de cajas. El repartidor se acercó.
—¿La señorita Isabela Meyers?
—Sí, soy yo.
—Firme aquí, venimos a entregar un pedido. —Rápidamente golpeó la puerta y Loren salió acompañada de mis tres hermanitos. Por suerte, mi padrastro no estaba en casa. Mi madre apareció en pijama y se quedaron todos mirando. Eran montones de cajas llenas de comida, cereales, leche, huevos, artículos de limpieza, y hasta golosinas para los más pequeños. Jamás había visto tanto.