CAPÍTULO 14: Un verdadera farsa

1141 Words
—¿Cómo estuvo tu viaje a Milán? ¿Conseguiste los contratos que esperabas? —Me apartó ligeramente, su cercanía me incomodaba, especialmente después de haber probado los labios de la fascinante Isabela. —Sí, todo fue un éxito. Ya no necesito viajar más, ahora me concentraré en ti y en nuestro matrimonio. Estoy tan emocionada, falta solo un mes, y seré tu esposa. —Los ojos de Camille brillaban con una mezcla de ilusión y ternura. Aunque era fuerte y a menudo altiva, frente a mí se mostraba dócil, como si fuera la mujer más amorosa del mundo. —Me alegra tanto por ti. En poco tiempo seremos esposos, pero tengo una petición, algo especial que no sé si te molestará. —¿Qué? Dime. —Se acercó más a mí, su mirada era un reflejo de deseo y complicidad ante mis palabras. —Quiero que sea una boda pequeña, sin grandes ostentaciones. Simplemente una ceremonia reservada para nuestras familias, sin medios de comunicación. —Aunque la boda iba a ser noticia para la prensa del espectáculo, mi mayor temor era que Isabela se enterara de algo. No sabía cuánto tiempo me tomaría estar listo para decirle la verdad. —¿Eres consciente de lo que me estás pidiendo? Si ya tengo prácticamente todo organizado... Cancelar todo ahora sería muy desagradable. —Lo sé, Rox, lo sé. Pero ya sabes cómo me gustan las cosas, y no soy fan de las excentricidades. —Lo decía con la sinceridad de quien solo tenía una razón, aunque si Isabela no estuviera en el panorama, habría dejado todo por la ventana. —Así que, por favor, déjame encargarme de cancelar todo si te incomoda. —No, no tengo problema. Por suerte, las invitaciones se enviarían solo con tres meses de anticipación, así que me aseguraré de que no haya ninguna. Pero de verdad no te entiendo. Es el día más importante para los dos, y no quieres celebrarlo como tal. —Se alejó, caminando por el pasillo hasta mi cuarto, dejando que el silencio llenara la mansión. —No te enojes, Camille. Igualmente, será una boda bonita. Lo que importa es lo que vivamos. —Me hundí en el sofá, sintiendo un caos interior que no podía explicar. Mi vida estaba hecha un lío. Algo debía cambiar, pero no sabía qué. Tenía que decidir, pero no quería soltar ninguna de las dos situaciones. Y aunque el amor no era lo que me mantenía en ninguna de ellas, no entendía qué era lo que realmente me ataba. Para cerrar mi día, la figura de mi padre irrumpió en la casa. —Vi que Camille estaba molesta. ¿Qué le hiciste ahora, Bryce? —Ni siquiera me saludó. No había hablado con él en días, pero su tono no cambiaba. —No está molesta, papá. Por cierto, ¿cómo estás? —No tan bien como tú, pero aquí estamos de nuevo, en casa. He regresado de Inglaterra solo para asistir a tu boda. —Pero papá, falta mucho, son cuatro meses. Puedes volver cuando quieras, esta sigue siendo tu casa. —Tengo muchos asuntos pendientes en la ciudad, así que tu matrimonio es una buena excusa. Además, es hora de empezar a cumplir con lo que prometí. Voy a empezar a pasarte los negocios y demás. Parece que lo del matrimonio ya está decidido. —Sí, papá, ya es un hecho. Pero no pienses que me caso solo por lo que me vas a heredar. Durante este tiempo he hecho mis propios negocios y, ya sabes, el dinero no es lo que más me motiva. —Mi padre me miró fijamente y soltó una sonrisa burlona. —En la última reunión estuviste fatal, ¿lo has olvidado? Si vas a llevar los negocios de esa forma, déjame decirte que vas de mal en peor. Así no se manejan las cosas. De todas maneras, Bryce, acuerdo es acuerdo. Tu parte de la herencia ya está lista. El día que firmes el matrimonio con Camille, todo será transferido a tu nombre. —Me guiñó un ojo y se alejó, dejándome en silencio. Me sentí fatal. Me estaba convirtiendo en un mentiroso, pero, al mismo tiempo, era manipulado por mi propio padre. La sensación de humillación me caló hondo. Tomé mi teléfono y, sin pensarlo demasiado, envié un mensaje a la única persona que en ese momento podría darme un respiro. —¿Cómo estás? ¿Qué tal el apartamento? Si necesitas algo, no dudes en decírmelo. —Ni siquiera terminé de enviarlo cuando, dos minutos después, llegó la respuesta. —Estoy muy bien, aunque a este lugar le falta algo. —¿De verdad? Dime qué, y lo envío de inmediato. —¡Tu presencia! —Ver ese mensaje me sumió en una tormenta de sensaciones. Un nudo se instaló en mi estómago, algo como mariposas revoloteando, como si de alguna forma fuera el primer amor. Ninguna mujer había conseguido esto en mí. —Preciosa, estoy muy ocupado trabajando. Hoy lo más seguro es que tenga que quedarme en la mansión. Pero te prometo que mañana, en cuanto tenga un respiro, iré al apartamento. Necesito regresar. —En ese momento, Camille apareció por las escaleras, llamando mi atención. Era habitual en ella cambiar de ánimo rápidamente. Si hace 15 minutos me odiaba por cancelar la gran fiesta de boda, ahora me deseaba. Ya había aprendido a leerla. —Bryce, mi amor, te extraño tanto. ¿Quieres tomar una ducha conmigo? Quiero pasar la noche a tu lado. —Ya voy, Rox. —Subí las escaleras hacia mi habitación, resignado. No quería estar con ella, no deseaba su cuerpo, pero era una obligación marital. Ella era mi prometida, mi novia de muchos años. Cumpliría. Al llegar a la habitación, la encontré completamente desnuda en la cama, sus grandes pechos apuntando hacia mí, y su rostro lleno de deseo, un poema visual. Quería estar conmigo, disfrutando de los placeres mundanos que solíamos darnos. —Eres muy preciosa, ¿sabías? —Lo decía de corazón, porque, aunque las cosas no fueran simples, ella también merecía a alguien que la amara de verdad. —Y tú eres un hombre increíblemente guapo, Bryce. ¡Me encantas! —Se lanzó hacia mí, besándome con pasión, rozando su cuerpo desnudo contra el mío. Comenzó a desvestirme lentamente, pero aunque mi cuerpo estaba allí, mi mente y mi corazón estaban con Isabela, aunque aún no era mía, la sentía como tal. Camille fue la que me devoró, mientras yo apenas respondía, incapaz de besarla como ella lo merecía. Aunque estaba completamente absorta en mi falta de entrega, sabía que no era así como realmente le hacía el amor. Después de un par de asaltos, casi provocados por ella, me quedé profundamente dormido en sus brazos. No era agotamiento físico, sino una especie de agotamiento emocional.
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