ISABELA
Ver las caras de felicidad de Loren y los más pequeños no tiene precio. Todo eso era gracias a Bryce. Yo también me sentía feliz. Él era un hombre encantador y me sentía afortunada de que hubiera llegado a mi vida.
—Veo que te está yendo muy bien, ¿de dónde has sacado todo el dinero para esa cantidad de comida, Isabela? —Mi madre no me agradecía, solo me enfrentaba con una mirada desafiante.
—De donde haya salido no es asunto tuyo. Solo quiero pedirte un favor: trata de sobrevivir con esto, al menos por un mes. Estoy sin trabajo y no sé cuándo podré ayudarte de nuevo.
—Si pudiste conseguir esto, estoy segura de que puedes conseguir mucho más. No vamos a cohibirnos de una buena alimentación, querida. Además, tu padre está trabajando para pagar la renta.
—¡Él no es mi padre! —le respondí, la rabia subiendo en mi pecho.
—Como si lo fuera. Deberías volver a la casa. A él le está quedando muy difícil ahora que no estás. Debes regresar y cubrir nuestras necesidades. —Mi madre encendió un cigarro frente a mí, sin inmutarse. Ni siquiera se dignó a ayudar a Loren a recibir las cajas de comida.
—No pienso regresar nunca, mamá, así que no pierdas el tiempo. Con permiso. —Le dije, dándome la vuelta. No quería quedarme allí, viéndola fumar y arrastrándonos a su propio abismo de frustración. Ella nunca cambiaba.
Me acerqué a mis hermanos y les ayudé con las compras. Saqué algo de dinero de mi bolsillo y, aunque corría el riesgo de quedarme sin nada, se lo entregué. Prefería que ellos estuvieran bien. Por suerte, tenía todo lo necesario en el apartamento de Bryce, pero necesitaba encontrar trabajo con urgencia.
—Gracias, hermanita, voy a hacer lo mejor posible para mantener nuestra casa al día. —Me dijo Loren con una sonrisa sincera, mientras me abrazaba.
—Lo sé, querida, no te preocupes. Mientras yo esté aquí, nunca les faltará nada. Esconde lo que puedas, no dejes que mi madre y su horrible esposo toquen ni un pedazo de lo nuestro, ¿me entiendes?
—Sí, entiendo, muchas gracias por la comida— mi hermana me abrazó con fuerza. Sabía que, en cuanto pudiera, la sacaría de ese lugar. Aún albergaba la esperanza de que mi madre, en algún momento, cambiaría. Que tomaría las riendas de los más pequeños, y Loren finalmente sería libre, como yo lo había sido. Aunque no cantaba victoria, llevaba tan solo unos días fuera de casa.
Después de ver el montón de comida que había traído y la alegría de mis hermanos, decidí regresar al apartamento de Bryce. Allí, él también se había encargado de dejar una buena provisión. Pero sin su presencia, todo era más difícil. El vacío de su ausencia me calaba hondo, y no podía evitar sentirme sola. Estaba en esa etapa en la que solo quería estar con él. Su compañía me llenaba de energía, y aunque apenas llevaba unas semanas en mi vida, sentía que él había transformado algo en mí. Me ofrecía un descanso profundo, no solo emocional, sino también físico.
Bryce
Volver a mi vida normal no me resulta totalmente atractivo, pero es algo que debo hacer, algo necesario. No puedo romper mi compromiso con Camille ahora, el riesgo sería demasiado grande.
Al regresar a la mansión, me la encuentro. Está claramente irritada, convencida de que en esa casa no tenemos la intimidad que necesitamos. Prefería mi apartamento de soltero, pero eso no era una opción, así que tenía que encontrar una solución.
—¿Cuándo vamos a regresar a tu apartamento, cariño? Aquí no tenemos ningún tipo de intimidad para lo que nos gusta.
—Lo sé, Camille, pero ahora está un poco difícil. Podemos ir al apartamento que tengo en las afueras de la ciudad, allí también es cómodo, o al estudio en el centro, tú decides.
—Ninguno de los dos me gusta, no son tan amplios ni tan agradables como tu apartamento. No entiendo, ¿cómo pudiste hacer mejoras si el apartamento estaba recién renovado? De verdad que no te entiendo, Bryce.
—Ya sabes cómo soy— contesté, sintiendo que las palabras se me quedaban vacías. No sabía cómo evitar a Camille, su presencia me desanimaba. No quería estar con ella, lo que deseaba era volver a los brazos de Isabela. Solo con ella me sentía vivo, me moría por estar junto a ella, en la cálida cama de José, eso tenía más valor para mí que estar en la mansión más lujosa del mundo con Camille. Aunque sabía que ella me quería, no me sentía bien a su lado en ningún momento.
Camille comienza a desvestirse lentamente ante mí, intentando seducirme. Aunque ya está cayendo la noche y podría fingir que quiero descansar, ella no me dejaría escapar. Estábamos atrapados en una rutina de entrega, aunque no había amor real, disfrutábamos del sexo.
—En Milán me hice algunos arreglitos para mejorar mi cuerpo, ¿te gusta? — Se muestra completamente desnuda ante mis ojos. Su cuerpo es encantador, y cualquier hombre en mi lugar estaría fuera de sí por estar con ella.
—Sí, claro que me gusta— mi voz se quiebra, pero no precisamente porque me debilitara ante sus encantos. Es que mi cuerpo no reaccionaba como yo quería. No podía responderle como ella merecía.
—Tócame, siénteme, hazme tuya como solo tú sabes hacerlo, — sus palabras eran un susurro urgente mientras se acercaba, colocando mi mano sobre uno de sus senos. La firmeza de su piel me sorprendió; más erguido de lo que recordaba, mucho más tenso. La cirugía era evidente, pero yo ni siquiera lo había notado antes. Con una rapidez decidida, toma mi otra mano y la coloca sobre su otro pecho, moviendo su cuerpo desnudo frente a mí, dejándome sin defensas.
Comienza a besarme lentamente, recorriéndome el cuello con su lengua, mientras mis manos permanecen en sus senos. Su cuerpo se mueve con una sensualidad que me deja sin aliento. Intento concentrarme, corresponder sus besos con la misma pasión, absorber el aroma de su piel, deleitarme con cada gesto, pero algo en mí no responde. Mi cuerpo no reacciona como esperaba... no la deseo.
Camille es experta en el arte del amor, así que, sin preguntar, se arrodilla frente a mí, usando sus manos y su boca para darme placer. Puedo sentir cómo me devora, pero mi cuerpo sigue inerte. Mi deseo no se despierta, y, para colmo, ella se aparta y me mira con esos ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué pasa, Bryce? ¿Ya no me deseas? — Su mirada de confusión y dolor me hiere, y me quedo sin palabras, incapaz de entender lo que está pasando.
—No, es que estoy agotado, amor. Ha sido un día largo, trabajé mucho hoy. Perdóname, pero... sigamos intentándolo. — Mis palabras suenan vacías, la desilusión en sus ojos me destroza. En todos los años juntos, nunca había fallado así, y ahora ni siquiera sé qué me ocurre.
—¿Tienes a otra, verdad? — Su voz temblorosa corta el aire, y sin previo aviso, corre hacia la cama, cubriéndose con una bata. La sigo, la alcanzo y la abrazo por detrás, dispuesto a mentir como siempre.
—No, Cami, no hay nadie más. No sé qué me pasa, sólo estoy cansado y un poco enfermo. No tengo amante, ¿cómo podría tenerla? — Intento que mis labios la convenzan, besando su cuello, buscando que se encienda el deseo, pero no lo logro. Camille siempre fue una mujer que inspiraba, pero por alguna razón, mi mente no podía conectarse con ella en ese momento.
—No tienes que hacerlo si no quieres, Bryce. Es que llevamos tanto sin estar juntos, que no sabes cuánto te extraño. — Sus palabras son un susurro de cariño mientras toma mi mano y me besa, y yo me siento morir. Aunque arriesgaba mi matrimonio con Camille por Isabela, no podía priorizar algo tan reciente. No podía hacer nada que comprometiera lo que ya estaba establecido.
—Sí, sí quiero— pensé, convencido de que sí, pero de repente, la imagen de Isabela invadió mi mente, su rostro, su cuerpo... y, sin querer, me vi imaginando que era ella quien estaba casi desnuda frente a mí. Empecé a besar el cuello de Camille, cubriéndola con caricias, tocando cada rincón de su cuerpo rígido, su piel suave, su olor cautivador. Sin darme cuenta, me desconecté de Camille, y mi mente sólo seguía el recorrido del deseo que me unía a Isabela, en un interminable instante en el que la imaginaba bajo mí.
La llevé a la cama y la cubrí de besos desde el cuello hasta los pies, pero mis ojos estaban cerrados, ya que sólo veía a Isabela desnuda en mi mente. Sin pudor, me dejé llevar, y poseí a mi prometida como si no hubiera un mañana, dándole besos y caricias que no le pertenecían, pero que, por azar o destino, ella los recibió.
Así, llegamos al placer. Ella se quedó abrazada a mí, y aunque había salido del trance que me consumía, no me molestaba estar a su lado.
—Fue increíble, Bryce. No me habías hecho el amor así en mucho tiempo.
—Sí, para mí también lo fue, — respondí, sintiéndome un canalla por haberla usado de esa forma, pero sólo yo sabía lo que realmente había en mi corazón.