CAPÍTULO 13 No debes irte, no quiero que lo hagas

1767 Words
Bryce Bennet Era el momento de recoger a Isabela, y aunque sabía que si la llevaba a la cama podría tener un millón de dólares en mi bolsillo, lo último que deseaba era poseerla. No, mi deseo por ella era diferente; era un deseo que venía del amor. Al llegar a la biblioteca, pasé por un puesto de flores y compré un ramo hermoso. No solía ser de esos que daban detalles, pero hoy parecía la ocasión perfecta. Al entrar, vi a Isabela, quien me sonrió al verme, sus mejillas se sonrojaron con dulzura. —Hola, ¿cómo estás? —me acerqué a ella y, sin pensarlo, la besé suavemente en los labios. Sentía que tenía el derecho, habíamos dado un paso importante la noche anterior. —Bien, ¿y tú? ¿Cómo estuvo tu día? —me miró con esa dulzura que me derretía. —Bien, pero se me hizo largo… no sabes lo que ansiaba verte —le guiñé un ojo mientras le entregaba el ramo. Su sonrisa iluminó todo mi ser, tan pura, tan inocente, que me hizo sentir una punzada en el pecho, como si estuviera haciéndole algo incorrecto. —¿Para mí? Muchas gracias —exclamó, lanzándose hacia mí para darme un beso en la mejilla. —Vine a por ti, quiero invitarte a ver una película —le dije. Ella miró a su amiga Clement, buscando aprobación. Clement asintió y le hizo una seña para que fuera. —Pero, amiga, debo llevar mis cosas a tu casa —Isabela se preocupó. —Puedes llegar cuando quieras, mi madre no se va a enojar —le respondió Clement, guiñándole un ojo y sonriendo con picardía. Al menos tenía el permiso de su amiga para salir conmigo. —Bueno, ya la has oído —dije, sonriendo—. Además, no te preocupes por tus cosas, no me molestan en absoluto. Si quieres, puedes quedarte en mi apartamento el tiempo que necesites. —No, Bryce, no quiero invadir tu privacidad. Imagino que estás acostumbrado a vivir solo, y además… llevamos tan poco tiempo saliendo y... —las mejillas de Isabela se sonrojaron con vergüenza, y eso me hizo sentir como un criminal. —No, no es eso. Yo no me quedaré contigo todos los días, solo cuando tú quieras. Y no te preocupes, seguiré durmiendo en casa de mis padres, será solo algo temporal, hasta que encuentres un lugar donde quedarte —le expliqué, viendo la confusión en su rostro, aunque me emocionaba pensar que estaba considerando la idea. —Bueno, me dijiste que me llevarías al cine. ¿Vamos? —me dijo, tomando mi mano con entusiasmo. Su ternura me sorprendía cada vez más; se comportaba como una niña que nunca había experimentado las más simples muestras de cariño. Eso me llenaba de nostalgia. No sabía cuánto duraría lo de nosotros, ni cuánto tiempo podría seguir ocultándole la verdad sobre mi pasado, pero lo único que quería era estar a su lado. Tal vez era amor a primera vista. Fuimos al cine, y ella pidió toda la comida que se le ocurrió. Verla disfrutar tan libremente me hacía sentir una felicidad pura. Su voz, su manera de ser sencilla, su mirada tierna… todo lo que decía me llenaba de paz. Nunca había tenido la oportunidad de hablar con alguien que me recordara a mi niñez, a cuando las cosas eran más simples, antes de que mi padre se convirtiera en el hombre huraño y distante que era ahora. Isabela tomó el billete de 500 que llevaba en la cartera y pagó por todo lo que había pedido. Su emoción era palpable, como si nunca hubiera tenido la oportunidad de hacer algo así. —No vas a pagar tú, sé que estás sin empleo. Esta vez voy a pagar yo —le dije con firmeza. —No, Bryce, ¿cómo crees? Si he pedido comida para un batallón, debo ser yo quien pague —respondió, algo apenada. —Eso no importa, no se trata de la cantidad ni del precio. Si tú estás feliz, yo estaré encantado de complacerte —le dije, sacando mi tarjeta para pagar. Aunque un poco avergonzada, me sonrió. Jamás imaginé que existieran mujeres como ella, que aún pensaran en compartir los gastos. Con todas las que salía antes, tenía que darles hasta para las uñas, excepto con mi prometida, que era mucho más rica que yo. Desde que comenzamos a estar juntos, los besos nunca faltaron. La relación entre nosotros parecía sacada de un sueño, y eso me encantaba. A mi edad, nunca había tenido la oportunidad de vivir algo así. Aunque era demasiado pronto para saber si seguiríamos por este camino, lo que importaba era que estaba disfrutando el momento. Mientras la película avanzaba, todo era un juego entre nosotros: trozos de palomitas de maíz volando de un lado a otro, risas, y sobre todo, besos, algunos más apasionados que otros. Y aunque todo eso me emocionaba, decidí dejar que el tiempo hiciera su trabajo. —Gracias por la invitación, todo está espectacular —me dijo, mirándome con una sonrisa llena de felicidad. Desde que la conocí, jamás la había visto tan feliz. —Gracias a ti por darme la oportunidad de conocerte, eres preciosa —respondí, sintiendo cómo mis palabras salían con una sinceridad que ni yo mismo había anticipado. —Disculpa si alguna vez dudé de ti y te traté mal cuando recién llegaste a la biblioteca. La verdad es que siempre ando un poco a la defensiva con las personas que llegan allí, ya sabes —me dijo, con una mirada algo apenada. —No te preocupes, eso fue lo que más me gustó de ti, tu forma de ser, ¡me encanta! —respondí, sinceramente. No me alcanzaría una vida entera para alabarla, de verdad que ella merecía todo lo bueno que pudiera darle. Todo parecía estar en perfecta armonía, hasta que mi teléfono sonó. Traté de ponerlo en silencio, pero las llamadas seguían llegando, era Camille. —¿Por qué no contestas? La película tiene el sonido alto, puedes hablar, no me importa —dijo Isabela con una sonrisa, pero yo ya estaba nervioso. —Es que no quiero interrumpir este hermoso momento contigo. No pasa nada, es más, voy a apagarlo —le respondí, pero los nervios me consumieron al darme cuenta de quién estaba llamando. En un fallido intento por apagar el teléfono, se me cayó al suelo, y la pantalla dejó al descubierto el nombre de quien llamaba: “Camille”. —¿Quién es ella? —me preguntó Isabela, algo apenada. Comprendía que no estábamos en el mejor momento para hablar de celos, pero no tenía ni idea de la verdad. —Ella es mi jefa, se pone muy intensa cuando regresa de viaje, tal vez algo ocurrió. Creo que tendré que contestarle —dije, intentando mantener la calma. Isabela asintió y volvió su mirada a la pantalla. Aproveché el momento para salir de la sala de cine y atender la llamada. —¡Por fin te dignas a contestarme! ¿Qué te pasa? ¿Con quién estás? ¡Ya me imagino! Ni siquiera necesitas contestarme —la voz de Camille sonaba cargada de reproche. —No es lo que estás pensando, Camille. Estaba conduciendo mi motocicleta y tuve que parar para responder la llamada. ¿Cómo estás? —traté de calmarla, aunque el tono de su voz me ponía incómodo. —Bien, acabo de llegar de Milán, estoy en el aeropuerto. Quiero que pases a buscarme para irnos a tu apartamento de soltero. Tenemos pendientes —me dijo con tono demandante. —¿A mi apartamento de soltero? —respondí, sorprendido, sin poder disimular mi confusión. —Si, ¿pasa algo? —Es que lo están remodelando, ¿podríamos ir al tuyo? —los nervios me están jugando una mala pasada, además no estaba solo, tendría que deshacerme de Isabela y no lo quería. —El mío también está en remodelación. ¿Olvidaste que vamos a vivir allí temporalmente después del matrimonio? ¿Qué pasa? — En ese instante, los peores pensamientos invadieron mi mente. No podía llevarla allí, porque José estaba quedándose en ese lugar. Si él tenía que regresar a su apartamento, Isabela tendría que irse, y no quería eso ahora. La quería cerca. —No importa, tendremos que quedarnos en la mansión. Ya le pedí a José que te recoja en el aeropuerto, ¿puedes esperarlo? —No, no quiero que él venga, quiero que vengas tú. — En ese momento, el miedo me invadió. El tiempo no me alcanzaba, pero debía actuar. —Estoy muy lejos, pero si me esperas una hora, voy por ti. —Sí, no tengo problema. Debo hacer unos trámites antes de salir del aeropuerto para mi próximo viaje. Nos vemos en la salida uno. Besos, bebé, te extrañé. — Me dejó desconcertado. Eso último me sorprendió. Actuaba como si nada hubiera pasado, o como si ya hubiese perdonado mi infidelidad sin ningún problema. Entré rápidamente al cine y, por suerte, la película estaba a punto de terminar. —Isabela, tengo un problema urgente, perdóname, nena. Mi jefe acaba de llegar al país y debo ir a recogerlo, es que estoy en horario laboral. — Qué mentiroso, ni siquiera trabajaba como decía. —No puede ser, ¿en serio? — Ella se levantó rápidamente, recogió nuestras cosas y salimos para poder hablar sin ser escuchados. —Perdóname, entiendo si te molestas, pero esto se me escapó de las manos y…— Mis nervios seguían traicionándome. —Te entiendo, el trabajo es trabajo. Me voy a la casa de Clement. —¿Cómo se te ocurre? Te dejaré en mi apartamento, quédate allí. Hoy trabajaré hasta tarde, pero te iré a buscar. Si no, me quedaré en la mansión de José, allí tengo mi cuarto de servicio. Me mira con una comprensión tan profunda que me duele, porque ni yo puedo creer cómo le estoy haciendo daño de esta manera. Salimos, tomamos un taxi. Ya le había enviado un mensaje a José para encontrarnos en el aeropuerto. Dejé a Isabela en el apartamento y me dirigí hacia allí. Llegué en el tiempo acordado, pero aún no entendía cómo, por una mentira, seguía complaciendo a alguien más sin poder olvidar lo que sentía. Camille se lanza hacia mí, me abraza y me besa con tal fuerza que me desconcierta. La última vez que nos vimos fue triste, devastadora, una consecuencia de mis malas decisiones. Y ahora, aquí estaba, jugando nuevamente con ella, solo que esta vez no era un juego cualquiera.
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