Desde que su abuelo y ella restauraron la Gaviota, ella había sido la única persona que había timoteando el velero. Cederle el control a Angus, era la señal de respeto y confianza más importante le había mostrado nunca a nadie. Y hacerlo le había parecido algo completamente natural, lo que le había sorprendido aún más. Al día siguiente, hacia dos semanas que se habían casado ¿Cómo era posible que ella, el alma desconfiada, tal y como Bonnie, la llamaba, hubiera progresado tanto en aquella relación como para querer cederle los controles de lo que era su mayor orgullo? Sintió un nudo en el pecho. ¿Era eso lo que sentía una persona cuando se enamoraba?. No había pensado en ese sentimiento. De hecho, ni siquiera tenía idea cómo manejarlo. Casarse con Angus o, si era sincera consigo misma, con cualquiera que le hubiera estado esperando en el altar aquel día, había sido simplemente una solución para ella, el medio para conseguir un fin. Desarrollar sentimientos más profundos tan pronto… Era ridículo. La gente no se enamoraba tan rápidamente. «Pero ustedes sí», le susurró su conciencia. ¿Acaso no se habían conocido sus padres y se habían enamorado y casado en unas pocas semanas? ¿No habían siempre dicho ellos que habían sabido en el momento en el que se vieron que estaban destinados el uno para el otro y que no podía perder ni un momento en noviazgos y compromisos cuando, simplemente, podían empezar enseguida su vida en común? Incluso Bonnie, cuyo matrimonio se había acordado en la Thailandia, había sonreído con satisfacción y le había dicho:
–Cuando se sabe, se sabe. ¿Lo sabía Victoria?. No estaba segura. «Analicemos esto con inteligencia. A pesar de tus razones para casarte, has contraído matrimonio con un hombre que, seguramente, es el sueño de perfección de cualquier mujer sobre la tierra. No es él, una persona dominante, machista que habria creído que era. De hecho, no se parece ni remotamente a eso. En muchos sentidos, se parece a ti. Centrado. Dedicado a su trabajo. Listo para empezar una familia, para transmitir un legado…». Miró hacia el mar que se extendía bajo sus pies. No le gustaba la dirección que estaban tomando sus pensamientos.
—Creo que deberíamos regresar ya –dijo de repente en voz alta.
—Todo tuyo –contestó Angus, alzando la voz también.
Victoria, volvió a hacerse cargo del timón del velero y regresó al puerto. Desembarcaron, se quedó mirando la Gaviota, era para ella mirar a la Gaviota y no recordar a su abuelo. Amarraron el velero y empezaron a caminar, cuando de repente Angus, la abrazó por detrás y le dio la vuelta. Comenzó a besarla como si su vida dependiera de ello. Si así era como reaccionaba cuando Victoria, lo llevaba a volar, tendría que hacerlo más seguido. El deseo le prendió rápida y tórridamente por las venas. Ella le devolvió inmediatamente todo lo que Angus, le estaba dando.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que le había colocado las manos sobre la pechera de la camisa y había empezado a desabrocharle febrilmente los botones.
—Aquí no. En mi apartamento. Arriba. Le agarró de la mano y tiró de él hacia la puerta trasera. Allí, tomaron las escalerillas externas que llevaban al viejo apartamento de su abuelo. Después de que él muriera, Victoria, lo había convertido en el suyo, dado que no veía razón alguna para pagar un alquiler. Su proximidad con el trabajo era perfecta.
Angus, iba subiendo la escalera detrás de ella con firmes pasos. Con solo escucharlo, ya a Victoria, le hervía la sangre en las venas. Por fin, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. En el segundo en el que estuvieron en el interior, ella se dio la vuelta y empujó a Angus, contra la puerta. Lo besó con toda la pasión que llevaba dentro desde que empezaron a besarse en el embarcadero. Se desnudaron y fueron tirando la ropa al suelo mientras se dirigían al dormitorio. Segundos más tarde, caían sobre el colchón, con brazos y piernas enredados. Ella se subió sobre él a horcajadas. El sexo fue rápido y apasionado. El orgasmo llegó tan rápido que ella se quedó sin respiración. Instantes después, notó que Angus, se vertía dentro de ella. Angus, tiró de ella y los dos se tumbaron de costado. Angus, la miró con una inocente sonrisa en los labios. Tenía la respiración tan entrecortada como ella. Cuando Victoria le colocó la mano sobre el pecho, sintió los acelerados latidos de su corazón, similares a los de ella.
—¿Es aquí donde dices «increible»? –le preguntó él casi sin aliento. —Sí, este sería un buen momento –respondió ella. Se sentía agotada como si hubiera corrido una maratón.
—Increible. Victoria se echó a reír. El sonido surgió de lo más profundo de su ser y se adueñó de ella. La alegría la llenaba por completo. Angus, empezó también a reír y los dos estuvieron así, riendo como un par de tontos durante un rato. Al final, ella se tranquilizó y entrelazó los dedos con los de él.
—¿Eres así siempre que cedes el control? –le preguntó ella, riendo y apretándole la mano.
—Podría acostumbrarme –admitió él.
—Deberíamos hacerlo más a menudo –dijo ella–. Me refería a lo de salir a navegar juntos. Aunque el resto también ha estado muy bien.
—No podría estar más de acuerdo –comentó él mientras se ponía de espaldas.
—Gracias.
—¿Por el sexo? –bromeó ella.
—Por todo. No sabía cómo me sentiría no siendo el capitán al mando. Y no ha sido tan malo como suponía –comentó él con un suspiro–. De hecho, ha sido increíble. Eres increíble… y muy intrépida.
Victoria, se sintió que las alabanzas de Angus, le encantaban y las saboreó con gusto. Hacía mucho tiempo desde la última vez que alguien le había dicho que lo había hecho muy bien.
—Gracias, me alegro de que te haya gustado. Yo… comprendo lo que puede ser enfrentarse a los temores de uno, pero jamás diría que soy muy intrépida. Le tengo miedo a muchas cosas. De hecho, hasta hace unos pocos años, no podía meter la cabeza debajo del agua, luego de tanta práctica de natación se volvió un placer.
Comenzó a trazar pequeños círculos en el torso de Angus, con un dedo. Disfrutó el hecho de que podían estar allí tumbados todo el tiempo que quisieran dado que no había prisa para marcharse. Cuando Angus, habló, sintió las vibraciones de su voz en el cuerpo.
—Dime cuál es tu mayor temor. Tal vez podamos superarlo juntos, dado que, aparentemente, tú me has curado del hecho de querer estar siempre al mando. ¿Debería decírselo? ¿Podría hacerlo? Aunque estaban casados, eran esencialmente un par de desconocidos. Victoria, no le había dicho nunca a nadie lo de aquella noche, sobre la desesperación de formar parte del grupo de sus compañeros de universidad. Aún le avergonzaba pensar en por qué había permitido que eso fuera tan importante para ella.