Cuando Victoria y Angus, regresaron a la mansión, después de dejar al gatito con veterinario, estaban cubiertos de tierra y de pelos del gatito. Lo habían dejado en la clínica para que lo examinaran bien, lo hacearan y lo hidrataran. Angus, de una vez llamo a Thomas Davies, para que investigará más sobre el animalito ya que no poseía un microchip. Thomas trajo cómo resultado que no aparecía en ningún listado de animales perdidos o robados, por lo que no podía ser devuelto a sus propietarios.
Victoria, se había sorprendido gratamente por la reacción de Angus. Había visto una faceta de él que no sabía que existiera. Todo lo que había escuchado sobre él en el pasado había retratado a una persona sin escrúpulos y calculadora, no a alguien que pudiera sentir compasión por un animal abandonado. Y, ciertamente, tampoco alguien con quien se hubiera visto casada y, mucho menos, felizmente. No quería admitir que podría haberse equivocado porque, normalmente, cuando se decidía por algo, no solía cambiar de opinión. Sin embargo, debía formar sus propias opiniones sobre el hombre con el que se había casado y, hasta aquel momento, Angus, estaba resultando ser una persona muy interesante.
— Ven, vamos a cargar tus datos en la base de datos de seguridad biométrica para que puedas entrar y salir cuando quieras. Le indicó que se acercara al teclado y apretó unos cuantos botones antes de pedirle a Victoria que colocara el dedo en el sensor.
—Ya está. Hecho. Puedes salir y entrar cuando lo desees.
—¿Y si hay un corte de electricidad?
—Hay una batería de contingencia.
—¿Y si eso falla?
—Hay un generador. Victoria frunció los labios.
—¿Siempre piensas en todo?. ¿Verdad?.
—Los planes de contingencia son lo mío.
—¿Y existe una razón en particular para ello?
—No me gusta que me agarren desprevenido. Me ocurrió una vez y me juré que, en lo sucesivo, siempre estaría preparado.
—Parece que fue algo serio.
—Lo fue. Victoria, miró a Angus y vio que su mirada se había alterado un poco.
—¿Quieres hablar sobre eso? –le preguntó.
—Para ser sincero, no, pero te mereces que sea yo el que te lo cuente en vez de que te enteres por boca de otra persona. De hecho, me sorprende que no lo sepas aún.
—¿Que cosa?.
—El día que mi padre falleció –suspiró Angus, mientras se frotaba la barba con una mano–. Yo tenía dieciséis años y él me estaba dando una clase de buzeo. Simplemente, se murió. Allí, a mi lado… Dejó caer la cabeza y dejó de respirar. Su corazón había dejado de latir. Así de fácil. Un segundo antes estábamos hablando y, al siguiente, se había ido para siempre. No pude hacer nada para ayudarle. Aunque hubiera sabido cómo prestarle los primeros auxilios, me habría resultado imposible allí en el bote. Tenía que encender el motor para llegar a la playa tan rápidamente como pudiera para poder darle una oportunidad. Pero el motor no respondió.Pedí ayuda por radio y me revolcaron hasta el embarcadero.
—Dios santo… Debió de ser algo aterrador para ti…
—Habíamos realizado anteriormente varias prácticas. Pero el infarto fue repentino y ya era demasiado tarde para mi padre. Me dijeron que había sufrido un ataque al corazón muy fuerte y que no había nada que yo pudiera haber hecho. El silencio cayó entre ambos. Angus, sacudió la cabeza. —De todos modos, de eso hace casi veinte años. Ya forma parte del pasado y es parte de la razón por la que, en la actualidad, me gusta estar preparado para cualquier eventualidad
—Lamento, mucho lo de tu padre, Angus. Él la miró. Sus intensos ojos azules la atravesaban como si pudiera atravesar todas las barreras de Victoria para poder ver la genuina compasión que ella sentía por su pérdida.
—Gracias- dijo él dedicándole una agridulce sonrisa–. ¿Sabes una cosa? La mayoría de las personas, cuando se enteran de lo que ocurrió, se centran en lo de zarpar y aprendí que lo mas importante es volver. Muy pocos se acuerdan de que, aquel día, perdí a mi padre.
Victoria, trató de ignorar el vuelco del corazón.
—Bueno, no creo que nadie me pueda acusar nunca de ser como la mayoría de la gente.
—No eres en absoluto lo que había esperado.
—Pues entonces, ya somos dos –respondió ella tan despreocupadamente como pudo. Antes de que Angus, pudiera responder, comenzó a subir las escaleras–. Voy a darme esa ducha. Sintió la mirada de Angus, en la espalda, como si, en cierto modo, la estuviera evaluando. Le hizo preguntarse qué era exactamente lo que había esperado de ella cuando se dio cuenta que Victoria, iba a ser su futura esposa.
Ya en su habitación, preparó ropa limpia y se dirigió al cuarto de baño. El ama de llaves ya le había cambiado las toallas. Victoria decidió que la mujer debía de ser un fantasma, porque aún no la había visto por ninguna parte, pero se notaba dónde había estado. Colocó sus cosas sobre el lavado y abrió la llave de la ducha. Su anillo de bodas reflejó la luz y el diamante azul relucieron. Como no estaba acostumbrada a llevar joyas, Victoria, se sorprendió de lo rápidamente que se había acostumbrado al anillo. No era una pieza que ella hubiera elegido, pero no se mostraba contraria a ponérsela. El diseño era muy exótico y los diamantes que coronaba la alianza de platino le resultaban bastante atractivos. Se desnudó rápidamente y se metió en la ducha para lavarse el sudor de la mañana y la suciedad del gatito. Se preguntó cómo estaría. El pobre había estado muy débil, pero el veterinario, que era otro de los amigos de Angus les había tranquilizado y les había dicho que esperaba que estuviera plenamente recuperado en unos pocos días.
Victoria, se enjabonó y se frotó el cuerpo recordando lo delicadamente que Angus, había llevado al gatito en brazos hasta la casa. Sus manos la fascinaban. Eran anchas, pero con largos dedos llenos de fuerza y capacidad. ¿Qué sentiría si él la tocaba íntimamente? El pulso se le aceleró y el vientre se le tensó de deseo. Solo el tiempo podría decirlo, si duraban tanto.