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El Reino de los Dragones (La Era de los Hechiceros—Libro Uno)

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“Tiene todos los ingredientes para un éxito inmediato: argumentos, contraargumentos, misterio, valientes caballeros y relaciones que florecen repletas de corazones rotos, engaños y traición. Los mantendrá entretenidos durante horas, complaciendo a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (respecto a El Anillo del Hechicero)

“Allí están los comienzos de algo extraordinario”.

--San Francisco Book Review (respecto a La Senda de los Héroes)

De la escritora de USA Today y bestseller No. 1, Morgan Rice, autora de La Senda de los Héroes (más de 1.300 opiniones con cinco estrellas), llega el debut de una nueva serie de fantasía sorprendente.

EL REINO DE LOS DRAGONES (La Era de los Hechiceros—Libro uno) cuenta la historia de una épica llegada a la madurez de un joven de 16 años muy especial, el hijo de un herrero de una familia pobre, quien no tiene la oportunidad de demostrar sus habilidades para luchar e irrumpir en las filas de los nobles. Sin embargo, alberga un poder que no puede negar, y un destino que debe seguir.

Cuenta la historia de una princesa de 17 años en la víspera de su boda, destinada a la grandeza, y de su hermana menor, rechazada por la familia y muriéndose de plaga.

Cuenta la historia de tres hermanos, tres príncipes que no podrían ser más distintos, todos compitiendo por el poder.

Cuenta la historia de un reino al borde de un cambio, de una invasión, la historia de la extinción de la r**a de dragones, que caen diariamente del cielo.

Cuenta la historia de dos reinos rivales, de los rápidos que los separan, de un paisaje salpicado por volcanes inactivos y de una capital accesible solamente con la marea. Es una historia de amor, pasión, de odio y rivalidad entre hermanos; de delincuentes y tesoros escondidos; de monjes y guerreros secretos; de honor y gloria, y de traición y engaño.

Es la historia de Dragonfell, una historia de honor y valor, de hechiceros, magia y destino. Es una historia que no podrás dejar hasta las primeras horas, que te transportará a otro mundo y hará que te enamores de personajes que nunca olvidarás. Atrae a todas las edades y géneros.

Los libros dos y tres (TRONO DE DRAGONES y NACIDA DE DRAGONES) están disponibles ahora para reservar.

“Una fantasía animada…. Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes”.

--Midwest Book Review (respecto a La Senda de los Héroes)

“Lleno de acción…. La composición de Rice es sólida y el argumento, intrigante”.

--Publishers Weekly (respecto a La Senda de los Héroes)

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CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO El rey Godwin III del Reino del Norte había visto muchas cosas en su tiempo. Había visto marchar ejércitos y el funcionamiento de la magia, pero en este momento solo podía mirar fijamente al cuerpo de la criatura que yacía frente a él, postrado boca abajo e inmóvil sobre el pasto, con los huesos y escamas dando una sensación de irrealidad al momento en la luz nocturna. El rey desmontó su caballo, que se negaba a acercarse ya fuera por lo que era la criatura o simplemente por el lugar en donde estaban. Habían cabalgado más de un día hacia el sur de Royalsport, por lo que el rugido del río Slate estaba a solo unas pocas decenas de metros, en donde las tierras de su reino desaparecían en el rugido de esas aguas violentas y aceradas. Más allá del río podría haber observadores mirando desde el sur, incluso del otro lado de su amplia anchura. Godwin esperaba que no, y no solo porque él y los otros estaban muy lejos de casa, la que había quedado expuesta para cualquiera que pudiera cruzar los puentes entre los reinos. Él no quería que ellos vieran esto. El rey Godwin avanzó, mientras que a su alrededor, el pequeño grupo de gente que había venido con él intentaba decidirse si debería hacer lo mismo. No eran muchos porque esto…esto no era algo que él quisiera que la gente viera. Su hijo mayor, Rodry, estaba allí, tenía veintitrés y se parecía al hombre que Godwin había sido una vez, alto y corpulento, con el cabello rubio rapado en las sienes para que no obstruyera su manejo de la espada, el único recuerdo de su madre. Los hermanos de Rodry, Vars y Greave, se habían quedado en casa; no era del estilo de ninguno de los dos soportar algo así. Vars probablemente se quejaría de que Rodry había sido elegido para esto, aunque Vars nunca se ofrecería a nada que tuviera un indicio de peligro. Greave estaría encerrado en la biblioteca con sus libros. Francamente, hubiese sido más probable que sus hijas vinieran, o al menos dos de ellas. La más joven, Erin, hubiese disfrutado la aventura. Nerra hubiese querido ver lo extraño de la criatura, y probablemente hubiese llorado por su muerte a pesar de lo que era. Godwin sonrió al pensar en su bondad, aunque como siempre su sonrisa se borró levemente ante el recuerdo de su último acceso de tos y de la enfermedad que mantenían cuidadosamente oculta. Lenore probablemente hubiese preferido quedarse en el Castillo, aunque también es cierto que tenía que prepararse para su boda. En lugar de todos ellos, estaban Godwin y Rodry. Había media docena de los Caballeros de la Espuela con él: Lars y Borus, Halfin y Twell, Ursus y Jorin; todos hombres en los que Godwin confiaba, algunos de ellos cumplieron bien su cometido durante décadas, con las armaduras grabadas con los símbolos que ellos habían elegido brillando en la salpicadura del río. Estaban los pobladores que habían encontrado esto, y allí, sobre un caballo de aspecto enfermizo, estaba la silueta togada de su hechicero. —Gris —dijo el rey Godwin, haciéndole señas al hombre para que se acercara. Maese Gris se adelantó lentamente, apoyándose en sus hombres. En otras circunstancias, el rey Godwin se hubiese reído del contraste entre ellos. Gris era delgado, tenía la cabeza rapada y la piel tan pálida como su nombre, y vestía togas blancas y doradas. Godwin era más grande, de hombros anchos y francamente de barriga pronunciada en estos días, llevaba puesta la armadura y tenía una barba completa y el cabello oscuro hasta los hombros. —¿Crees que están mintiendo?—Le dijo el rey Godwin, sacudiendo la cabeza hacia los pobladores. Godwin sabía el modo en que los hombres lo intentaban, con huesos de vaca y mantas de cuero, pero su hechicero no le respondió la pregunta. Gris solo sacudió la cabeza y lo miró directo a los ojos. A Godwin le corrió un escalofrío por la espalda. No había dudas de la autenticidad de esto. No se trataba de una broma para intentar ganarse el favor o dinero o ambos. Esto era un dragón. Sus escamas eran rojas como la sangre derramada sobre hierro oxidado. Sus dientes como el marfil, tan largos como la estatura de un hombre, y sus garras afiladas. Sus grandes alas estaban extendidas, desgarradas y rotas, enormes y parecidas a las de un murciélago, y parecían apenas lo suficiente para sostener en el aire a tan enorme bestia. El cuerpo de la criatura estaba enrollado en el suelo, más largo que una decena de caballos, lo suficientemente grande para que, en vida, pudiese haber levantado a Godwin como a un juguete. — Nunca había visto a uno antes —admitió el rey Godwin, posando una mano sobre la piel escamosa. Casi esperaba que estuviese cálida, pero por el contrario, estaba fría como la quietud de la muerte. —Muy pocos lo han hecho —dijo Gris. Mientras la voz de Godwin era profunda y sonora, la de Gris era apenas un susurro. El rey asintió. Por supuesto que el hechicero no diría todo lo que sabía. No era un pensamiento que lo tranquilizara. Ver a un dragón ahora y muerto… —¿Qué sabemos de este?—preguntó el rey. Caminó a lo largo de este hasta lo que quedaba de su cola, que se extendía largamente detrás. —Una hembra —dijo el hechicero— y roja, con todo lo que ello implica. Por supuesto, no explicó lo que eso implicaba. El hechicero caminó alrededor mirando pensativamente. De vez en cuando miraba tierra adentro como si tuviese calculando algo. —¿Cómo murió?—preguntó Godwin. Había estado en batallas en su tiempo, pero no podía ver la herida de un hacha o espada en la criatura, no se podía imaginar qué arma podría dañar a una bestia de este tipo. — Quizás fue la edad… Godwin se lo quedó mirando. —Pensé que vivían para siempre —dijo Godwin. En ese momento no era el rey sino el niño que por primera vez había acudido a Gris hacía todos esos años, buscando su ayuda y sabiduría. El hechicero le había parecido anciano incluso en ese entonces. — No para siempre. Mil años, nacen sólo en la luna de dragón —dijo Grey como si estuviese citando algo. — Aun así, mil años es demasiado para que hayamos encontrado uno muerto aquí, ahora —dijo el rey Godwin— No me gusta. Se parece mucho a un presagio. —Posiblemente —admitió Gris, y era un hombre que rara vez admitía algo así—. La muerte es a veces un poderoso presagio. A veces es solo una muerte. Y a veces, también es vida. Volvió a mirar hacia el reino. El rey Godwin suspiró, desalentado por nunca poder verdaderamente entender al hombre, y se quedó observando a la bestia, intentando entender cómo algo tan poderoso y magnífico podía haber muerto. No tenía señales de haber luchado ni heridas visibles. Observe los ojos de la criatura como si le pudiesen ofrecer algún tipo de respuesta. —¿Padre? —Gritó Rodry. El rey Godwin se volteó hacia su hijo. Se parecía mucho a Godwin a esa edad, musculoso y fuerte, aunque con un rastro de la belleza y el cabello más claro de su madre para recordarla ahora que ya no estaba. Estaba sentado sobre un corcel y tenía una armadura incrustada con brillos azules. Parecía impaciente ante la perspectiva de estar atrapado allí, haciendo nada. Probablemente cuando supo que había un dragón habría esperado pelear con él. Aún era bastante joven para pensar que él le podía ganar a todo. Los caballeros a su alrededor esperaron pacientemente las órdenes del rey. El rey Godwin sabía que no podían estar mucho tiempo allí afuera. Al estar tan cerca del río, corrían el riesgo de que los sureños se escabulleran por uno de los puentes, y además estaba oscureciendo. —Si demoramos mucho la reina pensará que estamos intentando rehuir de los preparativos de la boda —señaló Rodry—. Nos llevará bastante volver, incluso cabalgando rápido. Estaba eso. Faltando solo una semana para la boda de Lenore, era poco probable que Aethe los perdonara, menos aún si se había ido con Rodry. A pesar de sus esfuerzos, ella aún creía que él favorecía más a sus tres hijos con Illia que a las tres hijas que ella le había dado. —Volveremos lo antes posible —dijo el rey Godwin—. Aunque primero debemos hacer algo al respecto. El rey Godwin miró a Gris antes de continuar. —Si la gente se entera de que apareció un dragón, por no hablar de un dragón muerto, pensarán que es un mal presagio, y no quiero que haya malos presagios en la semana de la boda de Lenore. —No, claro que no —dijo Rodry, sintiéndose avergonzado por no haberlo pensado—. ¿Qué hacemos entonces? El rey ya había pensado en eso. Se acercó primero a los pobladores sacando todas las monedas que tenía. —Tienen mi agradecimiento por haberme contado esto —dijo él mientras les entregaba las monedas —. Ahora vuelvan a sus casas y no le cuenten a nadie lo que vieron. Ustedes no estuvieron aquí, esto no ocurrió. Si escucho otra cosa… Recibieron la amenaza tácita haciendo una apresurada reverencia. —Sí, mi rey —dijo uno, antes de que ambos se fueran rápidamente. —Ahora —dijo él, volviéndose hacia Rodry y los caballeros—. Ursus, eres el más fuerte; veamos cuánta fuerza tienes realmente. Uno de ustedes traiga cuerdas para que podamos arrastrar a la bestia. El caballero más alto asintió y todos comenzaron a trabajar, buscando en las alforjas hasta que uno encontró unas cuerdas gruesas. Twell, el planificador, era la persona en quien confiar que tiene todo lo que se necesita. Ataron los restos del dragón, lo que les llevó más tiempo de lo que el rey Godwin hubiese querido. El enorme volumen de la bestia parecía resistirse a los intentos por contenerlo, por lo que Jorin, siempre el más ágil, tuvo que treparse a la criatura con las cuerdas sobre sus hombros para atarla. Se bajó fácilmente de un salto, aún teniendo la armadura. Finalmente, lograron amarrarla. El rey descendió hasta ellos y asió la cuerda. —¿Y?—le dijo al resto— ¿Creen que voy a arrastrarlo al río yo solo? Hubo un tiempo en el que podría haberlo hecho, cuando había sido tan fuerte como Ursus, sí, o Rodry. Pero ahora, él se conocía lo suficiente para saber cuándo necesitaba ayuda. Los hombres captaron el mensaje y agarraron la cuerda. El rey Godwin sintió el momento en que su hijo sumó su potencia al esfuerzo, empujando el cuerpo del dragón desde el otro extremo y gruñendo por el esfuerzo. Lentamente comenzó a moverse, dejando huellas en la tierra mientras ellos desplazaban su peso. Solo Gris no sumó su esfuerzo a la cuerda, y francamente no habría servido de mucho de todos modos. Poco a poco, lograron acercar el dragón al río. Finalmente llegaron al borde, dejándolo preparado en el punto en donde el terreno descendía abruptamente hacia el río que era tanto el límite del reino como su defensa. Permaneció sentado ahí, tan perfectamente equilibrado que un soplo lo podría haber derribado, mirando momentáneamente hacia el rey Godwin como si estuviese en posición para volar hacia las tierras sureñas. Apoyó una bota en el flanco y con un grito de esfuerzo lo empujó hacia la orilla. —Ya está —dijo cuando cayó al agua con un chapoteo. Sin embargo, no desapareció. En cambio permaneció meciéndose allí, la furia pura de las aguas color gris acero era suficiente para arrastrar el cuerpo del dragón río abajo al tiempo que se golpeaba contra las rocas y giraba con la corriente. Ningún hombre podría nadar contra esa corriente, para la que el peso del dragón era algo minúsculo. Lo arrastraba en la dirección el mar expectante, las aguas oscuras se apresuraban para juntarse en la masa de agua más inmensa. —Esperemos que no haya dejado huevos —susurró Gris. El rey Godwin permaneció parado allí, demasiado cansado para cuestionar al hombre, mirando al cuerpo de la criatura hasta que desapareció de su vista. Se dijo a sí mismo que lo hacía para asegurarse de que la marea no lo llevara a su reino y de que no volviera a causar problemas otra vez. Se dijo a sí mismo que estaba recobrando el aliento porque ya no era más un hombre joven. Sin embargo, no era verdad. La verdad era que estaba preocupado. Él había gobernado su reino durante mucho tiempo, y nunca había visto algo parecido antes. Para que ocurriera ahora, algo tenía que estar sucediendo. Y el rey Godwin sabía que, fuera lo que fuese, estaba por afectar a todo su reino.

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