Oriana Valladares
Me incorporo de un salto. ¿Qué? ¿Qué está haciendo aquí?
Mi corazón late a mil, ¿Cómo es posible que haya llegado hasta aquí? Es imposible que sepa dónde vivo; debe estar en casa de mi padre, sí, allí es donde debe estar. No hay forma de que alguien le haya dado mi dirección. No tiene sentido.
Respiro hondo, dejo el teléfono sobre la mesa y voy al baño a echarme agua en la cara. Justo cuando empiezo a calmarme un poco, el timbre del departamento suena...
¡No!
Salgo de mi habitación al mismo tiempo que Kath abre su puerta.
—Oriana, es tarde. ¿Esperas a alguien? —me pregunta, medio adormilada.
—Vuelve a la cama. Tal vez sea un domicilio —le contesto, tratando de sonar despreocupada.
Sus ojos se abren y se iluminan.
—¡Perfecto! ¡Es comida! Muero de hambre.
Trag
