Oriana Valladares
Lo miro fijamente a los ojos, como si de alguna manera me hubiera hipnotizado. Recibe la tarjeta de vuelta y me sonríe.
—Listo, problema solucionado. ¿Te apetece otra copa? —me ofrece, pero hasta ese momento no logro articular palabra, realmente no puedo creer que el hombre este hablando conmigo.
—Yo... creo que ya he bebido suficiente por esta noche —cierro la cremallera de mi chaqueta hasta el cuello, forzando una sonrisa. Me está poniendo cada vez más nerviosa.
—Mucho gusto, Matt Evans —extiende su mano, y por reflejo, extiendo la mía. Su piel es suave y fría, no de un frío que incomode, sino más bien una textura inusual.
—Oriana Valladares, un placer —digo, soltando su mano—. Pero ahora, señor Evans, debo irme. Dígame, ¿cómo puedo transferirle el dinero de la cuenta?
El señor Evans me examina de arriba abajo, como si estuviera escaneándome. Siento un nudo en la garganta y aparto la mirada.
—No hay forma de que me transfieras el dinero —dice finalmente, sus labios se curvan de manera sugerente—. Pero tienes una deuda conmigo.
Respiro hondo. ¿Quién demonios se cree? Solo está buscando comprarme.
—Bueno, entonces deberá encontrar otra forma, señor Evans, porque no pienso pagarle de otra manera —respondo, firme, aunque él me sonríe con suficiencia.
—Sé perfectamente cómo puedes pagarme, señorita Valladares —me recorre con la mirada de nuevo, su tono está cargado de insinuación. Es un maldito pervertido. Esto es demasiado incómodo. Maldita sea, ¿cómo puede ser tan guapo y a la vez... tan repulsivo?
—¿Y cómo, señor Evans? —le espeto, ya perdiendo la paciencia. Él lo nota, y simplemente se encoge de hombros, como si todo fuera un juego.
—Puedes hacerlo con lo más preciado que tienes —estira su mano y alcanza a rozar la piel de mi mano, me zafo bruscamente y lo miro con desprecio.
—¿Qué le pasa, imbécil? ¡Yo no le pedí que pagara mi cuenta, maldito cochino! —le grito sin poder contenerme. Él entreabre la boca, y se ríe, sorprendido por mi vocabulario, pero no parece dispuesto a rendirse.
—Tranquila, señorita Valladares, no tiene que pagarme ahora... pero —saca una tarjeta de su bolsillo— tengo una propuesta para usted.
Su mirada vuelve a recorrerme, y un escalofrío me recorre el cuerpo.
—Podría pagarle mucho más que esos 400... —dice con una sonrisa ladina— por una sola noche, podrían ser 1000.
¡Desgraciado! ¿Qué clase de persona cree que soy?
—¿Qué le pasa? —chillo, sintiendo la impotencia burbujeando dentro de mí. ¿Y si no me deja ir?
—Toma la tarjeta, te conviene. ¿2000, 3000? —sigue insistiendo. No sé por qué, pero termino tomando la tarjeta y la meto en mi bolso. Quizá solo quiero devolverle esos 400 lo antes posible.
—Le haré llegar sus 400. Gracias por haber pagado la cuenta, pero recuerde que no se lo pedí. —Agarro mi bolso con fuerza, sintiendo la tensión en todo mi cuerpo. Lo miro de reojo, evitando que diga una palabra más, y salgo de ahí con pasos decididos. No me atrevo a mirar atrás, por nada del mundo.
Por suerte, justo en ese momento pasa un taxi, y no dudo en subirme. Necesito alejarme de ese lugar cuanto antes. Todo esto ha sido tan extraño.
Mientras llego a casa, saco la tarjeta de mi bolso y empiezo a revisarla. Matt Evans, CEO de Evans Associates Industries. ¿Un CEO comportándose así? No lo puedo creer. Definitivamente, hay algo enfermo en él.
Lo más extraño de todo es que, por mucho que lo intento, no dejo de pensar en él. Su rostro, tan guapo, esos ojos intrigantes, el cuerpo perfecto... y su voz, su maldita voz. Todo él me desarma. Sacudo la cabeza, tratando de arrancar esos pensamientos absurdos.
Cuando llego a casa, me encuentro con un caos total. Cierro la puerta a mis espaldas, pero nadie parece notar mi presencia.
—¡Perra! ¡Eres una perra! Y esa mocosa será igual a ti —escucho a María gritarle a mi hermana Kath. Siento una oleada de rabia revolviéndome el estómago. Camino hacia ellas, y sin pensarlo, agarro a María del pelo.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a mi hermana? ¡Maldita abusadora, déjala en paz! —le grito con furia.
—¡Suéltame, desgraciada! —María forcejea conmigo, y en cuestión de segundos nos enredamos en una pelea salvaje. Kath observa con tristeza mientras abraza a Susan, mi pequeña sobrina llora desconsolada en sus brazos. María me da un golpe, y le devuelvo otro con toda mi fuerza.
—¿Qué demonios está pasando? —grita Estefanía desde atrás, interviniendo. Me agarra del cabello y trato de liberarme.
—¡Suéltame, perra! —le grito y le doy un golpe también. Todo se vuelve un terrible escenario, una pelea marginal y mercenaria entre nosotras.
—¡No más, por favor! ¡No más! —Kath llora, incapaz de calmar a Susan, mi pobre bebé no deja de gimotear en brazos de mi hermana. Me detengo al escuchar sus voces, mi cuerpo tiembla por la adrenalina, y voy hacia ellas.
—Estas brujas no pueden seguir metiéndose contigo, ni con mi sobrina. Tenemos que irnos de esta maldita casa —le digo, tomando su mano, intentando consolarla.
Pero Kath está desesperada, la tomo del brazo y la alejo de esas mujeres.
—¿Y a dónde vamos a ir? No tenemos más opciones. Además, me llamaron del hospital... Susan no está bien.
Escuchar las palabras de kath rompen mi corazon en mil pedazos, pero si Susan tan solo tiene seis meses, como no está bien.
—Vamos a hacer todo lo posible para que esté bien, ¿de acuerdo, Kath? Te necesito fuerte —le susurro, intentando que sienta que estoy fuerte, pero que va, estaba más débil inclusive que ella.
Detrás de nosotras, escucho a mi madrastra y a Estefanía burlarse, y aunque la rabia me hierve por dentro, sé que mi hermana es más importante que esas dos.
—Se va a morir si no le hacemos la cirugía —Kath solloza, desesperada, mientras mira al par de brujas que no dejan de reírse.
—Esperemos a ver qué dice el pediatra mañana, ¿sí? —trato de tranquilizarla, pero sé que las palabras suenan vacías en este momento.
María se acerca, su mirada está cargada de un profundo odio. Puedo sentir su repulsión atravesándome, como si me quemara por dentro.
—Tienen una semana para largarse de esta casa —nos advierte con frialdad.
—¿Qué? Claro que no. Esta también es nuestra casa —respondo, con la voz quebrada
—¡Ja! —Estefanía suelta una carcajada fría y burlona— ¿Su casa? Por favor, esta casa es de mi madre y mía. Así que, lárguense.
Me acerco a ella, mirándola como la basura que es, mientras resoplo con desprecio.
—Te regalo a mi ex prometido, pero no te voy a regalar mi casa. No seas ilusa. Aquí nos quedaremos, te guste o no —le escupo las palabras en la cara, sin miedo.
—Eso lo veremos —gruñe Estefanía, como si fuera una maldita fiera. Sacudo mi cabeza, ignorando sus palabras. Tomo a Kath de la mano y nos dirigimos a la habitación que compartimos. La ira me consume. Quiero matarlas a ambas, acabar con todo esto de una vez por todas, pero no es el momento, no ahora.
—¿Dónde estabas, Oriana? Hueles a alcohol —me confronta Kath antes de que pueda explicarme.
—Solo salí un rato, no te preocupes —respondo mientras me quito los zapatos, tratando de restarle importancia.
—¿Podrías preguntarle a Christian si podemos ir a vivir a su casa antes? El tratamiento de Susan es complicado, y no creo que pueda manejarlo aquí con estas dos —su voz tiembla de preocupación, y siento una punzada en el pecho.
¿Cómo le explico lo que ha pasado?
—Mi amor... hay algo que debo decirte. Ya no estoy comprometida con Christian... ni tengo trabajo.
—¿Qué? —Kath palidece, y su rostro se desencaja, completamente sorprendida
—Lo encontré revolcándose con Estefanía en su oficina —mi voz se quiebra, y las palabras duelen al decirlas ,las lágrimas, que he estado conteniendo, caen sin control—. Me traicionó.
—¡Hijos de puta! —Kath se levanta de la cama, completamente furiosa—. Ahora sí la mato. ¿Quién se cree esa pelirroja desteñida? ¡Desgraciada!
—¡Ya, carajo! —le grito, tratando de mantener la calma—. Ya, Kath. Lo voy a resolver. Yo siempre resuelvo, ¿está bien?
Kath asiente con la cabeza, pero sus ojos me muestran lo que no quiere decir: Su corazón está hecho pedazos. Se deja caer en la cama y empieza a llorar. Durante toda la noche, sus sollozos llenan el cuarto. Mi pobre hermana y mi sobrina... no hay mucho que pueda hacer por ellas en este momento, y esa impotencia me carcome.
Cuando amanece, nos alistamos rápidamente para llevar a Susan al pediatra. Logramos salir de la casa sin que esas dos brujas se den cuenta.
En la clínica, la pediatra revisa los exámenes de Susan. Cada palabra que sale de su boca es como una daga que se clava profundamente en mi pecho.
—Los riñones de Susan no están funcionando bien —confirma la doctora, mientras Kath y yo la escuchamos en silencio, con el alma en vilo—. Va a necesitar una cirugía.
—Doctora, ¿Cuánto puede costar la cirugía? —le pregunto, tratando de no sonar desesperada, aunque la preocupación me quema por dentro.
—Alrededor de 1,500 a 2,000 dólares. Es costosa.
Siento que el suelo bajo mis pies se desvanece, y la impotencia invade por completo todo mi ser ¿De donde íbamos a a sacar tanto dinero y tan rápido?
Kath se derrumba en llanto, ambas estábamos conscientes de que, si juntábamos 100 entre las dos, era mucho dinero. Salimos con el corazón en la mano de ese consultorio, y quise morirme, daría lo que fuera por estar en el lugar de mi sobrina, no era justo que tan pequeña tuviera que sufrir tanto trauma.
Los siguientes días fueron peor, tratamos de conseguir el dinero, pero se convirtió en una maldita tarea imposible, al igual que la convivencia en la casa de mi padre, quise llorar, todos los días a todas horas quiero llorar, ¿en que momento la vida se convirtió en esto?
NOTA DE AUTOR: Les doy la bienvenida a esta nueva aventura, llena de apasionado romance, muchas escenas adultas, y emociones que pondrán a latir tu corazón acelerado, déjenme sus comentarios...