Oriana Valladares
Ignorar al señor Evans, junto a la imponente supermodelo que lo acompañaba, resultaba casi imposible. Hice lo mejor que pude por apartar la vista. ¿Quién no se sentiría mal al lado de "esa señorita"? Por suerte, no acepté el dichoso contrato que me ofrecía. Nadie duda de que se burla de mí, pero aun no entiendo por qué.
El trayecto de vuelta a casa es insoportable, más largo de lo normal por culpa del tráfico. Estoy agotada, los tacones prestados me han llenado los pies de ampollas, y siento que la pobreza me ahoga más que nunca. Si fuera cierto, cinco millones me convertirían en millonaria.
Suspiro, deseando una vida normal. Al llegar a mi vecindario, los gritos que rebozan desde mi casa se escuchan desde la calle. Me quito los zapatos apresuradamente y, descalza, corro para ver qué está ocurriendo.
Al abrir la puerta, veo a María gritándole a mi hermana mientras Estefanía la sujeta por el cabello. La escena me desgarró el alma, y sin pensarlo, corro a salvarla de esas arpías.
—¡¿Qué les pasa, malditas locas?! ¡Suéltala Estefanía, deja en paz a Kath, ahora mismo!
—No la soltaré hasta que me devuelva mi anillo de compromiso. ¡Es una maldita ladrona y se robó mi anillo! —Estefanía aprieta aún más el cabello de Kath, y siento que el mundo se me cae encima.
—¡Suéltala, idiota! —Grito, agarrando a Estefanía por el cabello también, iniciando una verdadera batalla campal. María, por su parte, toma un palo de la cocina y comienza a golpearme para separarme de su hija.
—¡Déjala, desgraciada, con ella no te metas! —me golpea con fuerza, y mi corazón se rompe aún más al ver a mi padre observándonos sin hacer nada para defendernos.
De pronto, la policía irrumpe en la casa. Tal vez algún vecino llamó al escuchar el escándalo. Nos separan. Kath está golpeada, yo tengo marcas de los golpes con el palo en los brazos y la cara rasguñada, mientras esas dos brujas, tranquilas, hablan con los oficiales y nos acusan de ladronas.
Abrazo a mi hermana con fuerza, tratando de darle consuelo.
—No te preocupes, vamos a salir de esto.
—Han estado golpeándome por mucho tiempo. Yo no robé el anillo de esa mujer, te lo juro.
—Lo sé, Kath, lo sé. Se lo diremos a la policía, pero por ahora cálmate.
En ese momento, uno de los agentes se acerca a nosotras y saca unas esposas del bolsillo.
—Lo siento mucho, hay una denuncia formal, y debo llevarme a la ladrona del anillo —dice sin una pizca de humanidad.
—¿Qué? Pero ninguna de nosotras lo robó. ¿Qué le pasa? ¿Tiene pruebas? —lo enfrento con firmeza
—Señorita, debo llevarme a alguna de las dos.
Miro a Kath, y su rostro se llena de pánico. Saco lo último que tengo en los bolsillos y se lo entrego. —Busca un hotel por al menos un par de noches, y aléjate de aquí. Yo me entregaré, ¿de acuerdo?
—No, Oriana. Eso es darles gusto a esas malditas. Nosotras no robamos nada, por favor. —la expresión de mi hermana refleja el pánico puro, y agarro su mejilla.
—No te pueden llevar a ti, Kath. Necesitas cuidar de Susan, especialmente ahora. Llama a mi trabajo y diles que no puedo ir, y habla con el señor Evans, por favor, él es el CEO de la compañía, por favor.
Mi hermana asiente mientras sus lágrimas caen en torrentes. Con un nudo en la garganta, extiendo mis manos hacia el agente.
—Lléveme a mí. Soy la única culpable.
Miro a María y a Estefanía, que se ríen con desdén. Es evidente que nadie robó el anillo, solo quieren hundirnos a Kath y a mí hasta que nos larguemos de esa casa. El corazón se me rompe. Así, tal como estoy, el agente me lleva.
—Espere, estoy descalza.
El oficial aprieta las esposas con brusquedad y me ignora con desprecio.
—No hay tiempo para nada, vámonos.
Kath no deja de llorar tras de mí, completamente desesperada. Solo alcanzo a girar la cabeza para dedicarle una mirada de consuelo. Pronto saldríamos de esto. Pasamos junto a las brujas, que no pierden la oportunidad de burlarse. Yo solo rogaba al cielo que, al menos, mi hermana lograra salir de allí bien.
Mi padre, de pie junto a la puerta, como una estatua inerte, me observa en silencio. Niego con la cabeza, esperando alguna reacción, pero él solo se encoge de hombros.
—Al menos cuídala mientras se va, Arturo. No dejes que estas brujas le hagan daño —fue lo último que le dije.
Minutos más tarde, me encuentro encerrada en un calabozo de la estación de policía, acusada de robar un anillo que ni siquiera existe. Mi hermana sigue afuera, esperándome. Y estaba claro que al día siguiente no podría ir a la compañía Evans a trabajar.
Todo se derrumba, junto con mis esperanzas. No podía entender la maldad de mi propia familia. Me acurruco, esperando que la noche caiga. El frío del suelo me cala los huesos, y aunque el cansancio pesa, me cuesta conciliar el sueño. Cuando la madrugada finalmente avanza, caigo en un sueño ligero, sin dejar de pensar en Kath y Susan. Maldecía en silencio a María y Estefanía, eran lo peor que me había tocado conocer.
—Valladares, estás libre —una voz masculina retumba en mis oídos, despertándome de un sobresalto.
—¿De verdad? Así tiene que ser, yo no robé el anillo de mi hermana.
El guardia se ríe en mi cara.
—No seas ilusa. Alguien pagó tu fianza, así que apúrate, no estás en un hotel.
Sorprendida, me levanté rápidamente y lo seguí. Mi hermana era la única que sabía dónde estaba, pero ella no tenía dinero para una fianza. Sacudí mi falda, aún incrédula. Cuando llegué a la sala de la estación para firmar mi salida, el corazón se me aceleró al ver quién había pagado.
—Señorita Valladares, ¿qué hace sin zapatos? —Mathew Dominic Evans Tercero, de pie frente a mí.
—¿Qué hace aquí, señor Evans? —pregunté, aún sorprendida.
—Rescatando a mi asistente personal. Recuerda que, en mi compañía, el lema más importante es que los empleados estén bien. Tu hermana me avisó de lo sucedido, y vine a comprobar con mis propios ojos que estés a salvo.
Firmé el papel de salida y me acerqué a él.
—No tenía que venir, ya lo iba a solucionar… de verdad.
Mathew me miró fijamente, mordiéndose el labio inferior.
—Te ves terrible. Vamos, hay que cambiarse. Por cierto, ¿dónde están tus zapatos?
—No me dejaron ponérmelos anoche, tuve que venir descalza. Pero puedo ir a mi casa, y arreglarme allí.
—¿Qué casa? Tu hermana me contó que anoche las mujeres que viven allí sacaron todas tus cosas a la calle, incluidas las suyas.
Me detuve en seco, y el pánico empezó a crecer.
—¿Qué? ¡Dios mío! ¿Dónde estarán Kath y Susan? —Me llevé las manos a la cabeza y salí caminando rápido de la estación, con la intención de buscarlas. Mathew me siguió.
—Oriana, están bien. Tu hermana me llamó anoche y logré solucionarlo. Están en mi departamento de soltero, ¿vamos para allá? Están muy bien, o si prefieres, podemos ir a mi mansión, donde también puedes cambiarte. Así no preocupas a Kath.
Lo miré de arriba abajo, evaluando sus palabras. ¿Su mansión? ¿A solas con él? Era una propuesta tentadora.
—¿Solos? —pregunté, arqueando una ceja.
Mathew levantó las manos, sonrojándose ligeramente.
—No, no es lo que piensas. Solo quiero ayudarte.
—Sí, es que cuando mi prima tuvo a su hija, vivía con nosotros y compró cantidades alarmantes de ropa de niña, juguetes y cosas de bebé. Realmente, muchas de esas cosas nunca se usaron y siguen nuevas, en sus empaques. Quise donarlas, pero no he tenido tiempo. Kath me mencionó que ustedes necesitaban esas cosas, claro, no quiero ofenderte, pero me gustaría que fuera Susan quien las tuviera.
Mathew se sonrojó ligeramente mientras hablaba. Parecía casi demasiado perfecto, como si fuera una mentira bien elaborada, pero la verdad es que Kath sí necesitaba muchas cosas para Susan. La idea de que fuera mi jefe quien las proporcionara me ponía un poco nerviosa, aunque también era una excusa perfecta para ir con él.
—Está bien... claro. Gracias, señor Evans.
—Llámame Math, o Mathew, como prefieras —dijo con una sonrisa.
Me sonrojé también y me acerqué a su lado. Su auto ya estaba esperándonos, y en menos de veinte minutos llegamos frente a su imponente mansión. Mathew se apresuró a bajar primero, extendiendo su mano para ayudarme a salir del auto.
No podía dejar de mirar a mi alrededor, la magnitud del lugar me dejó sin palabras.
—¿Es la mansión familiar? —pregunté, aún impactada.
—Era, ahora vivo solo aquí. Mis padres decidieron mudarse a la mansión en el campo. Es un poco grande para mí solo.
—Sí, me imagino —dije, aun procesando el lujo que me rodeaba.
Lo seguí hacia el interior y me quedé sorprendida al ver la cantidad de lujos. Antes admiraba a mi expareja porque tenía un bonito apartamento, bien amueblado, un auto y una cabaña. Pero solo la sala de estar de Evans superaba en valor todo eso.
En la sala, había una decena de cajas apiladas. Para mi sorpresa, no mentía. Había una cantidad abrumadora de cosas para bebé: ropa, mamelucos, biberones, pañales, juguetes... todas recién compradas, aún en sus empaques. Era una cantidad de cosas que ni en dos vidas podríamos comprarle a Susan. ¿De verdad tenía todo eso guardado?
—Mira, esto es lo que tenemos para tu sobrina, ¿lo aceptas?
Rodeé las cajas, completamente sorprendida. No parecían cosas que hubieran estado guardadas en un diván, más bien parecían recién compradas. Queria saber que pasaba en realidad.
—¿Está seguro de que quiere que me lleve todo esto, señor Evans? —pregunté, aún incrédula.
—Sí, claro, no tiene dueño —dijo, metiendo las manos en los bolsillos con tranquilidad. Mi corazón latía rápido; mi hermana se pondría tan feliz, pero no podía evitar preguntarme a cambio de qué estaba haciendo todo esto.
—Gracias... bueno, voy a ver cómo lo llevo, es que son muchas cosas.
—No te preocupes, yo me encargo de que lleguen a donde está tu hermana.
Me giré para mirarlo, completamente embelesada. Este hombre tenía algo enigmático, y no podía dejar de pensar en sus intenciones.
—¿Por qué está haciendo todo esto, señor Evans? —pregunté, sintiendo que debía obtener una respuesta.
Él se quedó en silencio por un momento, encogiéndose de hombros.
—Es algo normal —respondió con una sonrisa suave, esquivando cualquier explicación profunda—. ¿Vamos a bañarte y cambiarte antes de que te vayas?
Asentí como una tonta, siguiéndolo hasta el segundo piso de su impresionante mansión. Mientras subíamos las escaleras, no podía dejar de pensar en todo lo que estaba haciendo por mí y mi familia. Debía haber algún motivo oculto detrás de todo esto, y tenía que averiguarlo cuanto antes.
NOTA DE AUTOR: ¿Qué intenciones tiene este CEO con la pobre desvalida? ¿Serán buenas o malas?, sus comentarios me motivan a seguir escribiendo la novela, por favor, déjenlos aquí, de lo contrario para mi es muy difícil continuar sin saber si alguien me está leyendo. No olviden unirse al grupo de f.b novelas de LauraC. escritora