El Jefe

Lev Ella todavía está aquí. Cuando vuelvo a salir a la habitación del hotel, sale el vapor del baño. Krystal, reclinada en la cama, todavía desnuda. Su cabello rubio, empapado de sudor, se pega a su piel y luce una sonrisa que algunos podrían considerar seductora. Aunque no por mí. Ella cumplió un propósito. Ahora hemos terminado. "Te dije que tienes que volver a la fiesta", le digo. Mientras me visto, mantengo mi mirada en ella, esperando una respuesta. Su lengua se mueve sobre su labio inferior. Sus manos se curvan alrededor de sus pechos. Ella piensa que estamos jugando una especie de juego: mi fuerza de voluntad versus mi libido. Lo que ella no sabe es que, si realmente viera el tipo de juegos que a mí me gusta jugar, saldría corriendo gritando. "Oh, pero pensé que podríamos ir a la segunda ronda", ronronea. "Apuesto a que no podrás follarme tan fuerte la segunda vez". No me molesto en responder a su obvio cebo. Recojo su vestido y se lo tiro antes de terminar de abrocharme la camisa. "Vístete y vete". Se pone de rodillas y la cama se mueve bajo su peso. Se frota las manos desde los pechos hasta los muslos, con los pulgares cruzando la raja. “Vamos, Lev. ¿Por favor? Visitemos tu lugar. He oído que tiene suficientes habitaciones para que podamos tener sexo durante horas. Sólo quiero ver la guarida de los leones. Podría ser tu pequeño gatito, ¿sabes? Ella vuelve a sonreír, rezumando sexo por cada poro. Sólo le devuelvo la mirada. "¿Eres un periodista?" —grito después de un tenso silencio. Ella parpadea y sus manos caen a los costados. "¿Qué? ¿Como... periódicos? "¿O trabajas para otra empresa de vodka?" Ella arruga la frente confundida. “Te lo dije cuando nos conocimos. Yo soy un modelo." “¿Por qué estás tan interesado en venir a mi casa? ¿Hay algo que quieras? Ella se ríe, una risita aguda. "Te quiero, Lev", dice arrastrando las palabras. “No te sorprendas tanto. Tienes el cuerpo de ese boxeador, ¿sabes? Todo músculo. Pero sin esas orejas asquerosas”. Hace una pausa, se muerde el labio y luego vuelve a mirarme con los ojos entrecerrados. “Sólo pensé que podía ver tu casa, eso es todo. Si no quieres eso, podemos quedarnos aquí y te mostraré lo que puedo hacer con mi lengua”. "No vas a ir a mi casa", afirmo. “No sé si otras personas piensan que este acto de perra tonta es entrañable, pero no me importa lo que quieras. No llegué a donde estoy atendiendo las necesidades y deseos de mujeres detestables y aburridas cuyo único talento es abrir las piernas”. Mis palabras tardan un momento en registrarse. Cuando lo hacen, su sonrisa se desvanece como si se la hubiera quitado de la cara a bofetadas. Un rubor rojo llena sus mejillas. "¡Hijo de puta!" grita, poniéndose el vestido por la cabeza. "¡Idiota narcisista!" Ella se cae de la cama, lo que sólo la enoja más. Intento no reírme. Krystal toma la botella de vino de la mesa de noche. Su brazo se levanta hacia atrás. Doy un paso hacia la izquierda mientras ella arroja la botella. La botella golpea contra el marco de la puerta del baño. De algún modo, milagrosamente, no se rompe. Simplemente cae a la alfombra con un ruido sordo. "¡Espero que mueras!" ella chilla. “Espero... espero que sepas que voy a hablar con los medios sobre ti. Voy a decirles a todos que eres un imbécil frío, sexista y ensimismado. Voy a decirles que eras terrible en la cama y que tu vodka sabe a mierda”. Sonrío levemente. “Los medios han dicho cosas mucho peores sobre mí. Y si supieras qué partes son ciertas, saldrías de mi maldita habitación. Señalo la puerta. Ella resopla y resopla, pero cuando ni siquiera parpadeo, ella simplemente silba y sale pisando fuerte. Cuando pasa a mi lado, intenta dar un golpe. Agarro su muñeca antes de que su puño llegue a mi cara. Nos miramos fijamente por un segundo antes de que ella baje la mirada y su mano se relaje. Solté su muñeca. Ella sale de la habitación, haciendo pucheros. Cuando ella se va, recojo la botella de vino. No le sale ni un solo chip. Sirvo un vaso y tomo un sorbo. No es fuerte, pero he estado bebiendo toda la noche. La habitación del hotel tiene grandes ventanales que permiten que pasen las luces de la ciudad de Nueva York. Otras personas podrían llamarlo hermoso. Todo lo que veo es territorio que ya me pertenece o que pronto me pertenecerá. Veo una ciudad que quiere estar bajo el control de alguien. Simplemente no lo sabe. Todavía. Saco mi billetera de la mesa de noche, la deslizo en mi bolsillo trasero y salgo. Cuando salgo de la habitación del hotel, una pareja borracha que pasa levanta su botella medio vacía de Mariya's Revenge para saludarme. “¡Qué bien, hermano! ¡Mejor aún!” —brama el hombre borracho. Su novia se ríe y lo hace callar. Los ignoro y bajo las escaleras hasta el nivel del suelo. La música atronadora del salón de baile principal del hotel hace temblar el suelo. Cuando entro al salón de baile, es un mundo de malas decisiones. Mi coordinadora de eventos, Anya, insistió en un tema naranja que encajara con la celebración, dado que estamos lanzando nuestro producto más nuevo: vodka Mariya's Revenge con crema de naranja. Pero todas las modelos vestidas en tonos mandarina parecen repulsivas bajo las luces. Debería haber estado más atento a los detalles, pero Anya ya debería conocer mejor mis expectativas. Tendré que expresarle mi disgusto por la mañana. Un hombre se acerca a mí antes de que llegue lejos. Su cara de bebé y su cabello puntiagudo me resultan familiares, pero no puedo identificar quién es. "Menudo vodka, señor Alekseiev", dice. “Y toda la fiesta. Deberías tenerlos todas las semanas”. “¿Con qué dinero?” -digo fríamente. "Tal vez deberías ser tú quien organice las fiestas". No tiene el comportamiento de un hombre de negocios. ¿De dónde lo conozco? “Absolutamente”, dice. Entonces, es rico. “Pero no sería bueno para mi imagen estar dando fiestas todo el tiempo. Mi publicista me mataría”. Rico, famoso y no se le puede ver de fiesta constantemente. Eso puede significar sólo un hombre: Brett Russell. Ofrezco una sonrisa irónica. "Señor. Russell, todo el mundo sabe que eres un hombre imposible de matar. Quería agradecerte por permitirnos patrocinarte para el campeonato de ciclismo”. Una bandeja de tragos de vodka pasa junto a nosotros. Tomo dos de los tragos y se los entrego a Brett, luego tomo dos más. "Por el éxito sin concesiones". Brett hace una mueca mientras traga los tragos. Los tomé a ambos antes de encontrar otro proveedor de catering a quien pasarle los vasos. "¿Puedo traerte algo más?" pregunta el camarero, mirándome a través de un abanico de pestañas. Otro más deseoso de desnudarlo todo por mí. "Más vodka". Hay un destello de ceño fruncido en su rostro antes de que vuelva a sonreír. "Por supuesto." Brett me levanta una ceja cuando ella se va y se ríe. “Dime, Lev: cuando llegas a tu categoría impositiva particular, ¿el IRS comienza a enviar mujeres directamente a tu habitación?” Antes de que pueda responder, Charles Schofield, el director ejecutivo de Everything Ice, se abre paso entre la multitud y se detiene frente a mí. "Señor. ¡Alekseiev! Está sudoroso, sin aliento y más que un poco borracho. Me ofrece su mano pero la suelta cuando no reacciono. "Ejem. Bien. He estado esperando conocerte. Disfruté mucho viendo cómo llevó su negocio a tal éxito en un corto período de tiempo. Como alguien que ha estado en este negocio por bastante tiempo, ciertamente puedo decir que usted tiene una mente única. Con esa mente y mi visión, podríamos desarrollar algo realmente grandioso. Quiero que consideres cómo podrían colaborar Mariya's Revenge y Everything Ice: joyas de lujo y vodka de lujo. Un hombre sofisticado le pone un collar sofisticado a su mujer y beben hasta meterse juntos en la cama”. Su divagante discurso cae en oídos sordos. Intento no hacer una mueca de dolor, pero bebo dos tragos más para terminar su propuesta de negocios. Luego lo despido con un breve apretón de manos y una vaga promesa de conectarnos en las próximas semanas, aunque no tengo ninguna intención de cumplirlo. No llegué a mi posición en la vida haciendo tratos imprudentes mientras estaba borracho en una fiesta. Brett desaparece en algún momento durante los balbuceos de Schofield. Cuando despido a Schofield, hago mi vuelta obligatoria de las festividades, entregándome alegremente y sonriendo con los dientes apretados. Tomo tragos con cualquiera con quien hablo durante más de un par de minutos y sigo esperando que más vodka me proporcione una sensación de comodidad, pero hay aristas agudas en todos mis pensamientos que ninguna cantidad de alcohol parece capaz de atenuar. Una mano me da una palmada en el hombro. Me giro, con todos esos bordes afilados listos para cortar a alguien, y dejo escapar un lento suspiro cuando veo a Ilya Sevostyanov. Siempre parece un poco enfermizo: piel pálida, cabello pálido, ojeras debajo de los ojos. Algunos piensan que una mano derecha debería estar hecha de un material más duro. Pero Ilya es la lealtad personificada. Nada es más importante en mi negocio. “Duilio Colosimo y Siro Vozzella están en la sede”, afirma. "Joder", murmuro. No es el informe que quería escuchar. Termino mi último disparo y lo dejo. "Vámonos entonces".