Capítulo 3: Impersonal

1645 Words
El pepino es la mejor hortaliza del mundo, y no lo digo yo, lo dice la ciencia. Su sabor, su textura y humedad harán que te la puedas comer en lo que sea y cómo sea. Emparedados, gazpachos, bebidas. Y no solo cada rebanada de esta maravilla verde contiene apenas de 1 a 2 calorías, sino que sus propiedades anti inflamatorias hacen milagros en mis profundas ojeras. O eso quiero. O eso espero. Tengo un pedazo de este en cada uno de mis ojos, mientras tomo el descanso del mediodía del rodaje de la película. Para eso estoy pasivamente recostada de mi sillón, con la cabeza inclinada al techo y los pies en alto, porque no solo mi cara estaba hinchada por la falta de sueño, mis tobillos también. —¿Te descuido un segundo y te has armado una ensalada en la cara? — oigo entrar a mi espacio a Alexandra y cerrar la puerta tras de sí. Estábamos grabando algunas escenas en el exterior, por lo que mi camerino esta vez estaba en una casa rodante prácticamente. Lo de la ensalada tenía una enorme justificación, pude conciliar el sueño como a las 2 AM y a las 5 AM estaba camino a este set. —Es una forma de relajarme y deshincharme la cara, no he dormido casi nada — me defiendo con mis ojos todavía cerrados y mis manos cruzadas descansando en mi regazo. Ando en bata de spa para mayor información — Hay cambio de maquillaje para la siguiente escena. Puede que ahora tengan que usar menos kilos de corrector. —O que sea hora de que te dejes dar unos toquecitos de ácido hialurónico, no duele nada, a mí no me lo hizo — me recomienda. Aquí vamos otra vez, inyéctate aquí, sácate de allá, rebaja unos kilos más, gana más curvas allá. Sí, pero no. No, pero a su medida. Nunca era suficiente cómo te veías en este mundo, no importaba que tan bonita fueses, nunca era suficiente. Sin embargo, mientras pudiese evitarlo teniendo como excusa mi juventud, lo haría. —Pregúntame el siguiente mes — digo retirándome el pepino de la cara y con ello percatándome de algo que llama mi atención. Una canasta de flores ridículamente linda. Mi boca se curva en una sonrisa incontrolable y me levanto para ir hacia esta a observarla mejor. De que me regalaban muchos arreglos florales desde que soy famosa, lo hacían, pero este era encantador para mi propio gusto. Amaba el rosa, así que, tener todas estas rosas y claveles en este color era hermoso. —¿Quién me envío las flores? — pregunto. Alexandra debió traerlas consigo porque aquí no estaban. —Deben ser desde arriba porque dejaron que el repartidor me las diese. Tiene una tarjeta de todas formas — dice ella pendiente de su celular como siempre — en 10 minutos vienen a maquillarte, vístete con el tercer cambio, el blanco. Localizo la tarjeta de la que habla mientras ella se va. La abro para conseguir un mensaje escrito a mano muy simple: “Paso por ti a las 7” Volteo la tarjeta, busco cualquier otra cosa, y nada, no tiene nada. La peor parte es que sabía a la perfección quién era y a qué se refería. Lo de la cena era en serio, Enzo en serio quería llevarme a comer para convencerme de que trabajase con ese idiota. No sé qué es peor ya, si tener el presentimiento de que me acosaría hasta cumplir su palabra, o que me hayan gustado las flores. ¿Cómo sabía que me gustaban este tipo de flores siquiera? Para mí, Enzo era un desconocido prácticamente. No sabía su dirección, no sabía su fecha de nacimiento, no sabía si tenía esposa o novia… —Eso no es mi problema, aclaro — pronunció en voz alta y me siento ridícula por ello. —Amelia ¿puedo pasar? — me hace brincar del susto la voz de Oscar desde fuera del camerino. —Sí, sí — afirmo ocultando mi bochorno y arrugando la nota para tirarla a la basura. Con eso Oscar pasa. Él era mi co protagonista en esta película, en esta trilogía de películas, mejor dicho. Con Un beso en verano, la locura se desató y nos dio a ambos el saltó a la fama. Con Un beso en otoño pudimos explotar más nuestra “química actoral” y ganar uno que otro premio de popularidad. Y con la última, Un beso en invierno, esperábamos darle un buen cierre a este proyecto. Como había dicho, Sabrina era un personaje que me había dado el impulso necesario, pero realmente quería ser tomada como una actriz más seria. Quería llegar a lo alto de las críticas y quizás muy dentro de mí, no darle la satisfacción a mis padres de que tenían la razón. Si ellos eran exitosos en sus respectivos campos, yo también quería serlo en el mío. —¿Ocurre algo? — pregunto curiosa de su visita. Oscar se nota extrañado y tímido, como si no se atraviese a decirme lo que había planeado. De Oscar no puedo decir mucho tampoco a nivel personal, somos compañeros de trabajo que se hablan durante el rodaje y pre o post producción, del resto, ni amigos somos. Aunque he de acotar que es agradable trabajar con él, y es muy bueno besando. Lo digo por nuestras escenas besándonos, por supuesto. Es bastante guapo también con su cabello ondulado salvaje y esos ojos oscuros y profundos. Ahora que lo pensaba, era una lástima que nunca hubiese mostrado interés en mí. Yo le habría correspondido. ¿Por qué no has dado el primer paso tú tampoco señorita moderna? Pues… digamos que… desde esa noche con el productor… no había vuelto a ser la misma Amelia confiada en materia de hombres. —¿Estarás ocupada esta noche? Mi corazón se acelera y mis manos quieren cubrir mi rostro con rastros de pepino. Le miro impactada por lo que me acaba de decir… ¿estoy escuchando lo que creo estoy haciendo? —Es que, planeaba tener una reunión en mi casa. Estarán Nicole, Mariano, Alexandra… — me explica rascando su cuello y dándome una sonrisa apenada. —Ah ¿celebran algo en particular? — me excuso dándole la espalda para limpiar mi rostro observándome en el espejo. —Este… estoy cumpliendo años… Ay no, ay no, no, no. Cierro mis ojos abochornada. ¿Oscar está de cumpleaños y yo ni sabía? Tengo ganas de que el piso se abra y me lleve con este hasta el centro de la Tierra. —Soy la peor compañera de rodaje ¿verdad? — intento hacer un chiste de esto, pero en lugar de recibir una afirmación o risa de su parte, lo veo por el reflejo enfocado en las flores. —¿Hasta aquí te localizaron tus fanáticos? — cuestiona con un tono extraño, uno arisco. Arisca me siento yo al recordar al responsable de las flores. Y más agonizante, el responsable de que deba negar esta invitación por parte de Oscar. No podía aceptarla… Enzo… de alguna humillante forma, Enzo era un peligro que debía mantener en contingencia permanente. —Sí, sabes cómo son — ahora soy yo la que se toca mucho el cuello cuando le da el frente — felicidades por tu día, espero que la pases muy bien más tarde, pero… estoy ocupada esta noche. Será para la… próxima ¿sí? Su rostro de decepción es notable, aunque no es uno sorprendido tampoco que digamos. Se despide siendo el cordial hombre que es cada vez que interactuó con este, y a mí no me queda más que maldecir los tiempos caprichosos del destino. ……. ¿Cómo te vistes para una cita con el diablo? Digo, una cena de negocios y extorsión con el diablo. Lo más “decentemente” posible. Aunque el calor azotase la ciudad, aquí estaba yo en la sala de mi casa vistiendo un suéter n***o con cuello tortuga, y una chaqueta de cuero para más protección. Mi look era completado con una resistentes y pesadas botas de tacón cuadrado, por si tenía que usar mis pies en defensa personal. Además de mi cola de caballo, por si tenía que huir, para que mi visión no fuese entorpecida. Zeus Segundo se monta en el sofá donde espero nerviosamente por la llegada de Enzo, y me pide que lo acaricie. En eso me enfoco sin parar de escuchar las agujas del reloj avanzar. Mi pecho duele al ver a mi celular iluminarse con un mensaje de texto de su parte. “Sal”. Solo eso puedo leer. Solo eso tenía que decirme el susodicho. Me preparo para la emboscada que sea me tiene preparada Enzo. Esa de la que espero, salir con vida, aunque sea. Afuera, ¿debería sorprenderme que el auto que está esperando por mí es un Maserati n***o? Porque no lo hace, ni un poco. Incluso se podría decir que, como los perros, los autos se parecen a sus dueños. En correspondencia, el automóvil de mi jefe se parecía a él. Inalcanzable, lujoso e impersonal. Sí, esa es una buena palabra para describirle. Esa es la palabra en la que pienso al subirme a su lado. Esa es la palabra que permanece en mi cerebro al darle la primera mirada de la noche. Ese maldito cabello que lucía inalterable al viento, seguía ahí brillando; y esas facciones duras seguían haciéndome cuestionar muchas cosas sobre mi propia lógica. —¿Qué quieres comer? — es la primera pregunta que me hace el susodicho, ha iniciado a conducir. —Contigo nada. Pero ya que no tengo otra opción, sushi estaría bien — respondo cruzándome de brazos. Enzo se limita a hacer una mueca de diversión. Definitivamente, uno de los dos iba a disfrutar esta noche. Y no era yo.
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