Capítulo 4: Tácticas demoniacas

1541 Words
No estoy nerviosa, me siento indiferente, poderosa y en control. Eso es algo que nunca me atrevería a decir en voz alta porque es una absoluta mentira. La gran verdad era que Amelia Fernández se sentía nerviosa, emocional, débil y muy descontrolada engullendo este roll de sushi. El responsable de mi estado era Enzo, el mismo Enzo que está sentado frente a mí en una pequeña mesa adornada con varios tipos de combinaciones de sabores. Ni idea de qué estaban compuestos, tampoco recordaba el nombre del que sea que estuviese en mi boca. Para ser más sincera, hasta mis papilas gustativas estaban nerviosas por lo que no podía diferenciar el cangrejo del camarón. ¿A qué se debían tantos nervios? Enumeraré las razones para sentirme mejor conmigo misma: 1. Estoy cenando con Enzo. 2. Estamos solos en el restaurante. Sí, solos. Al comunicarle el tipo de comida que prefería, solo él sabe lo que hizo al llevarme a un restaurante en el que somos los únicos clientes. Los meseros a la distancia aburridos esperando por nuestras peticiones, y todas esas mesas vacías, son intimidantes. Claro, algunas veces había reservado restaurantes para fiestas o había participado en eventos privados con reservas de este tipo, ciertas situaciones lo ameritaban. Pero, cerrar todo un restaurante, y uno tan famoso y concurrido como este, para… cenar conmigo. Sí, esta debía ser otra táctica de intimidación del diablo. Lo más triste es que estaba funcionando. —¿Te comieron la lengua los ratones? — pregunta Enzo manejando sus palillos. Mojo mi garganta con saliva para liberar una mentira. —¿Esperabas una actitud diferente de mí? No tuve la opción de negarme a esta invitación — pretendo estar bien y seguir comiendo. —Excepto que la tuviste — suelta y me hace mirarlo molesta — pudiste negarte, no lo hiciste. Tus pies caminaron hacia mí. —La llamada, las flores y que me buscases a mi casa, no me dieron ese mensaje si supieras — explico sonriendo. —Debemos tener un terrible problema de comunicación — espeta el descarado este como si nada — ¿lo solucionamos? Para eso debemos hablar. Tengo que mirar a otro lado para buscar paciencia. Inhalo y regreso a la carga. —Tú y yo no tenemos muchos temas de conversación en común hasta donde recuerdo. Él limpia un grano de arroz que quedó pegado a la comisura de su labio. Ese simple gesto me da una buena visión de sus manos, de su tamaño, de sus formas y de mi inconsistencia de pensamiento ciertamente. —Tenemos uno en común, lo sabes bien, la audición — asegura. —¿Cuál es tu insistencia a que haga audiciones para esa película? — digo confundida — te da lo mismo en lo que trabaje con tal de que produzca muchos de los verdes. Que la agencia me busque otros proyectos que paguen igual de bien. Puedo esperar, no tengo apuro. Doy la solución en la que estuve razonando, si su excusa era buscar elevar mi estatus como actriz, no había prisa en ello. Podía ocupar mi tiempo en algo más. A Enzo no le gusta mi solución. La paciencia con la que está tiñendo su rostro es eso, reveladora. —El tiempo adecuado, todo en esta vida es sobre el momento adecuado Amelia. Reflexiona sobre el destino de tu carrera profesional. Una vez estrenada Un beso en invierno, disfrutarás del apogeo publicitario. Pero sabes al mismo tiempo, que lo bien que le vaya en taquilla no equivaldrá en críticas positivas a tu actuación, ni al guion, ni a nada sólido — argumenta con sus malditos dedos entrelazados entre sí. Mi sonrisa de contención no puede ser más grande en este momento. —Linda forma de insinuar que la película es mediocre. —Oh, no lo estoy insinuando, lo estoy afirmando — asegura el hombre este. Olvidaré lo de que mi sonrisa no podía ser más grande, era otra mentira. Sí lo podía ser, y lo que más me dolía era la razón detrás de sus palabras. Le tenía cariño a esta trilogía, le había tomado cariño a mi equipo de trabajo, pero no era del tipo de películas que fuesen tomadas en serio o alabadas por la crítica. La gente se solía burlar de mis dotes actorales, de la cursilería en sus libretos, de cómo eran “cine basura”. ¿Qué tenían de malo las historias rosas y con finales felices? ¿El romance? El romance nunca debía morir, quizás que esté muriendo sea lo que esté mal en el mundo. Aun así, aquí estaba, queriendo complacer a otros, porque mi vida dependía de la opinión de otros. No obstante, tenía límites, límites que quería conservar. Pongo otra carta sobre la mesa, una que podría serle de interés a este muro de hielo. —Enzo, no asociaré mi imagen con la de un director como ese. Sabes lo mucho que la he cuidado. Dañaré mi reputación — le explico. Por fin un gesto de duda leve se imprime en su rostro. Más le valía. En el mundo actoral todos teníamos una imagen que mantener. Estaban las actrices fiesteras, estaban las glamorosas, estaban las graciosas, y luego estaba mi categoría, la de “la chica buena”. Amelia Fernández tenía una imagen positiva, del tipo que los padres aprueban y compran mercancía a sus hijos de ella. Del tipo que sueles encontrar comentarios positivos por su personalidad en internet. Del tipo que no se involucra en escándalos, o fiestas desquiciadas o está en contacto con… criminales. —Las acusaciones a James son acusaciones que no han llegado a juicio. Eso es suficiente para nosotros — con eso borra la duda de la que tanto me alegre — No te afectará tanto como estás suponiendo. —¡No han llegado a juicio porque tiene comprado a medio mundo! Seguramente es culpable y lo siento, pero no hay forma de que me hagas trabajar con un hombre así. ¿Qué pasa si se mete conmigo ah? — le hablo impotente y desde los recuerdos desagradables de esa noche con el productor. Enzo se limita a verme con seguridad. —Si lo hace, será su fin — impone — ¿Alguien te ha vuelto a molestar desde que he entrado en tu vida Amelia? No, nadie lo había hecho. Ni siquiera Dylan volvió a interactuar conmigo o volví a escuchar de él. —Lo que te he ofrecido, te lo he concedido, protección. Y lo que te estoy ofreciendo actualmente, también te lo daré mientras cumplas tu papel, estatus actoral. ¿Por qué no saboreas la superficie de esta oportunidad? La forma en la que lo dice, la certeza con la que lo dice me hace sentir enferma, y al mismo tiempo tentada. Malditamente tentada. —No lo sé. Yo no… — me levanto de la silla y me acerco con mis brazos cruzados a la pared de cristal más cercana. El restaurante estaba ubicado en un séptimo piso, lo que le daba una vista bonita de las luces de la ciudad. Me pierdo en lo diminutas que lucen las personas al pasar por debajo, para alejar mi mente de lo que quería decirle. De la respuesta que quería darle. Una respuesta que queda en un aire entre cortado al sentirlo detrás de mí. Sé que Enzo está muy cerca de mi espalda, siento su calor, su presencia, y siento a mi cuerpo reaccionar. Para lo que no estoy preparada es para lo que está haciendo ahora. A través del reflejo me doy cuenta de cómo me pone en el cuello un collar. No cualquier tipo de collar, es uno que tiene como pieza central una gran esmeralda, y me temo que alrededor de ella unos cuantos diamantes. —¿Qué es esto? — alcanzo a decir. —Un regalo de bienvenida de Bulgari. — explica abrochando la pieza — Quieren que seas su nueva embajadora. Haremos el anuncio con el estreno de Miranda. ¿Lo comprendes? ¿Lo que esto significa? Lo comprendía. Para ser embajadora de una casa de lujo como Bulgari necesitaba un mayor estatus del que tenía. Era lo que quería, era lo que anhelaba y pesaba. Más pesa a mi oído los susurros de Enzo, a pesar de que no me toca directamente. —¿Qué importa la moral cuando el mundo puede ser tuyo? Me gustaría decir que mucho, me gustaría apartarme de Enzo y dejar de sentirme como me siento por su cercanía. No digo nada, en cambio, me dejo torturar por el contacto que hace conmigo al posar sus dedos en mis brazos, y al afincar su frente de la parte posterior de mi cabeza. Me cuesta respirar. —Te presentarás en esa audición, obtendrás el papel, el contrato con Bulgari y me harás sentir orgulloso una vez más de ti. ¿Será así? — habla bajo ridículamente cerca de mí. —Sí… — susurro como un animalito asustado. Lo veo sonreír por obra del cristal. —Buena chica, buena chica. ¿Una buena chica? ¿Una buena chica se sentiría de la forma en la que yo me siento por un hombre como Enzo? No lo sabía, y temía conocer la respuesta de ello.
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