Capítulo 2: La maldición de Morfeo

1524 Words
¿Quién era realmente Enzo D’Angelo? Cuando trabajas para alguien, poco debería importarte la vida intima de tus compañeros laborales. Pero existían excepciones que era lógicas y con mucho sentido. Aparecer en tu vida con esa entrada dramática, y pasar de ser mi salvador a ser mi titiritero / carcelero, tenía que generar en mí curiosidad. Sin embargo, no sabía mucho de este. Más allá de tener fondos de inversión, un leve acento italiano, y su frialdad, nada tenía de él. Lo mismo ocurría con mis compañeros de la agencia, y lo más ridículo era como todos creían allí que yo, que yo, era la más cercana a ese hombre. Por su interés en “mi talento” es que había posado su mirada en la compra de la agencia, por su interés en “mi carrera” es que nos había bien posicionado con sus contactos. Aun así, de dónde había salido, o por qué se había antojado de patrocinar mi carrera era un misterio para mí. ¿Era que estaba dando caminatas alrededor del mismo punto con inutilidad? El mundo del espectáculo da mucho dinero, no mentía al decir que yo generaba mucho dinero. Él queriendo que trabaje con ese director estúpido del que he escuchado atrocidades, desde infidelidades con su hijastra hasta abuso de poder con sus actrices, era imposible de aceptar. Si podía evitarlo, lo haría. Ese fue el pensamiento que rondó mi cabeza en el rodaje del comercial y la prueba de maquillaje. Tampoco ha abandonado mi cabeza hasta ahora que estoy finalmente pisando mi hogar, dulce hogar. Vivía sola en una casa con estilo vintage, mucha madera blanca, flores en mi patio y arboles bajo los cuales resguardarme del sol. A mis 22 años me encontraba viviendo sola en una casa más grande de la que necesito, y lejos de donde mis padres quieren que esté, su propia casa. Pero lo que ellos no entendían es que desde que seguí mis propios sueños como actriz no pararía hasta hacerles admitir que esto no es un capricho o necedad de mi parte. Acortando la historia. Mi padre Michel es médico, mi madre Doris, es abogada. El primero es dueño de una clínica, la segunda es dueña de una firma de abogados e inmobiliaria. Y su hija mayor, una actriz. Una actriz “no real”. Me deshago de mis zapatos, cartera en la mesita más próxima y ando descalza hasta mi cocina. Esa en donde camino a oscuras y tomo un vaso de cristal que lleno de la llave. Bebo observando por la ventana la oscuridad de la noche. También percatándome en el reflejo de algo extraño. Las puertas corredizas que conectan con mi jardín están abiertas. Abandono mi vaso en el lavaplatos y voy hasta estas. Mis pies caminan luego sobre la grama, pero no veo una excusa para que las puertas estén abiertas. Apartando mi respiración, solo oigo el sonido de los grillos y me ilumina el resplandor de la luna. Hasta que escucho algo más, desde adentro de la casa proviene el estruendo del vidrio rompiéndose. Me impaciento, y asusto. Entro para averiguar qué rayos estaba ocurriendo. —Guau, guau — oigo dándome cuenta del desastre mojado en mi piso. El responsable del escándalo era mi perro, Zeus II. Sí, II porque sigue al original, el amado perro de mi papá que murió hace muchos años. Amaba a los perros desde niña por él, crecí en una casa rodeada de este, y de Fulgencio, Pepe, Hera, Roberta. Muchos, muchos perros. Tristemente la vida de los canes no es tan larga como debía ser. Y al conocer este Golden Retriever en un evento de adopción del que fui imagen, supe que estábamos destinados. O esos eran mis planes. —¡Zeus! — regaño a todo pulmón viendo que él fue el responsable de tumbar el florero de la mesilla. Mientras recojo los pedazos de vidrio, niego obstinada analizando que derribo el florero por hurgar en mi cartera. En esa donde le traía de sus bocadillos favoritos. El muy astuto ya estaba abriendo la bolsa con su hocico y comiendo. —¿Cuándo aprendiste a abrir la puerta del patio? ¿Y a robar de carteras ajenas? — hablo como si el perro entendiese específicamente mis quejas — esto no estaba en los papeles de adopción. Además, del vidrio, recojo la cartera del piso. —Un gracias sería lo mínimo que me deberías dar por recoger tus desastres — sigo con mi quejadera. Me desahogo más bien. Esto de estar viviendo sola ya me estaba volviendo loca y paranoica, sola sin humanos quiero decir. Anteriormente, tenía la independencia y compañía justa con mi roomate y mejor amiga Jaz. Aunque todo cambio cuando uno de mis primos la atacó, amarró y embarazó. Ya tienen 3 hijos y apenas nos podemos sentar a charlar como antes. El destino no quiere que me siga quejando porque el teléfono de mi pared suena. Abro el bote de basura para tirar los restos del jarrón y flores, y voy a atender la llamada. —Sofía número 2 a la línea. ¿Quién al otro? — revolotea una voz que conocía ridículamente bien. —Sofía número 1 por nacimiento, y número 6 por deshonra familiar — contesto con una pequeña sonrisa en mi rostro. —Suenas pesimista número 6. ¿Un mal día? — me habla mi hermana Gabriela. Tenía dos hermanas gemelas, y las tres compartíamos como segundo nombre el Sofía. De allí los chistes. Incluyendo los de la deshonra familiar, Gabriela había decidido seguir los pasos de papá e iba por su tercer año de medicina. Por su parte, Estefanía los de mamá e iba por cuarto año de derecho. —El más terrible de todos los que puedas imaginar — me quejo afincándome de la pared — y mañana tengo que madrugar otra vez. —¿Será que fuimos maldecidas por Morfeo? Porque yo tampoco he podido dormir bien la última semana con los parciales. Me desinflo escuchando el martirizante sacrificio de una estudiante de medicina como mi hermanita. Entre su relato de la disección de cadáveres de la tarde y la pelea con el chico con que salía, mis encuentros con Enzo no suenan tan malos. —Apartando mis ganas de acapararte estrella de cine, también te llamaba para avisarte de la convocatoria familiar — me revela. —Ay no… —Ay sí. Es el próximo viernes en casa de nuestros padres. ¿Irás no? No quería ir, esa era la cruda verdad. No quería volver a escuchar los mismos sermones de siempre. —Debo revisar mi agenda — doy como excusa. —Amelia… no puedes evitar a mamá hasta que ganes un Oscar. Deja tu orgullo atrás. ¿Por qué eres así? —Te dije que revisaría mi agenda Gabriela. Tienes mi palabra — aseguro. —Mmm mentirosa. —Mmm mujer de poca fe — me burlo y cuelgo dándole la razón al final. Era una mentirosa. Y Morfeo debía tenerla en nuestra contra en serio porque ahora era mi celular el que estaba sonando sin contención. Rogando que mi número telefónico no haya sido localizado otra vez por algún ocioso o fanático obsesivo, lo busco en mi bolso. Peor que un ocioso o fanático obsesivo, la pantalla brillaba con su nombre. Era Enzo. Atiendo no con una voz juguetona como con mi hermana, sino con una arisca y desafiante. —Horarios. ¿Conoces de la importancia de no interrumpir los horarios de sueño? En lugar de escucharle hablar, oigo su risa. Después me maldigo por imaginármelo haciéndolo. Mi mente no debía ir en esa dirección. —Respeto. ¿Conoces de la importancia de respetar a tus mayores? — me devuelve este. Se notaba que Enzo era mayor que yo. Le calculaba más de 30, pero ni idea de cuántos específicamente. Y aunque estaba de acuerdo con eso del respeto a los mayores, algo me decía que, si me dejaba pisotear por un depredador como ese, sería mi fin. En simultáneo, el motor de mi agencia era su influencia, debía mantener un agotador equilibrio. —Mi error. Replantearé mi pregunta: ¿en qué puedo serte de ayuda? —Estoy interesado en tenerte de mi parte por las buenas Amelia. Estoy abierto al diálogo, siempre lo he estado cuando se trata de ti. ¿A qué se debe tu rebeldía? Frunzo mi ceño y pongo el celular en mi mesón en altavoz. Miro el reloj en la pantalla también. ¿Qué hacía este llamándome a estas horas? Lo que era peor. ¿Qué hacía queriendo negociar conmigo después de su amenaza de más temprano? —No me estoy rebelando a ti por no querer audicionar. No es sobre ti, es sobre mí. Oigo el chasquido que hace con su boca al otro lado de la línea. —Cenemos juntos mañana. Quedo estupefacta. —No puedo maña- Me cuelga sin dejarme rechazarle. Con las manos en el aire confundida y con mi agenda llena de puros problemas. Enfrentamientos familiares, enfrentamientos laborales y escuchando un segundo estruendo en el piso de arriba, sé que otro enfrentamiento domestico con un perro incontrolable.
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