2 años después
Mi mirada atónita no puede despegarse del maletín lleno de dinero en la mesa. Los billetes verdes están perfectamente apilados y plantean una propuesta que ya sabía tarde o temprano harían.
—Tómalo y aléjate de mi hijo. No serás digna de él ni volviendo a nacer — expone con soberbia la mujer.
Paran los sonidos del restaurante en donde ocupamos una mesa. Todos los presentes están concentrados en nuestra conversación. Entre la sorpresa, la curiosidad, compasión y ganas de grabar, sus gestos no me distraen de mi siguiente acción.
Mis dedos se dirigen a la manilla superior, la sostienen y hacen cerrar con fuerza esta muestra de humillación. Después mis pies me dirigen a levantarme con la barbilla en alto.
—No necesito volver a nacer para tener lo que ya me pertenece — alzo mi ceja arrogante ante ella.
—¡SABRINA! — me grita.
Pero mi espalda y manos ya se están despidiendo de mi odiada suegra. Hasta que sus dedos desean ser tan activos como los míos, me detienen por el hombro. Hace que gire para verle y me quieren alcanzar en una cachetada que neutralizo en el aire.
—¡Corte! — anuncia nuestro director — queda, buen trabajo el de hoy.
Los curiosos del restaurante terminan de observarnos como los extras que son; mi terrible suegra pasa a ser una compañera de trabajo con la que me burlo de nuestras escenas juntas; y las luces de este set van bajando de intensidad.
Más allá de mi visión decenas de personas desmontan, y transportan utilería. Del color, romance y drama de ser una pobre mujer enamorada de un hombre con una terrible familia, paso a ser yo. ¿Quién era yo? La misma Amelia de hace dos años, solo que con más reconocimiento y un par de años menos de vida. O algunos más a causa de las jornadas de trabajo maratónicas que como actriz debía soportar.
Sigo la rutina que llevaba tras culminar la grabación de mis escenas en el estudio. Desprenderme del vestuario, maquillaje y escuchar el parloteo de mi asistente Alexandra sobre la siguiente actividad en mi agenda. Algunas veces eran sesiones de fotos, otras entrevistas con los medios y otras reuniones de planificación con mi agencia.
Me siento frente al tocador del cuarto de maquillaje para que la estilista suelte el elaborado peinado que me hizo en la madrugada. Mientras, tomo una toallita de desmaquillante para limpiar mi rostro. Detestaba el estilismo que mi personaje Sabrina estaba teniendo en esta última película que tendría interpretándola. Era muy estrambótico, muy sobrecargado.
—El rodaje del comercial de Swarovski fue atrasado para las 5 PM — me informa concentrada en su celular Alexandra — Eso nos hace retrasar tu prueba de maquillaje para las 10 PM.
Y eso me hará a mí llegar a casa como a la medianoche y despertar a las 5 AM para seguir grabando esta película. Mi cuerpo se siente cansado, sin embargo, era lo que quería. Ser quién estaba siendo. Me relajo y lo proceso. Podría ser peor, mucho peor.
—Ah, y él… quiere verte hoy — dice en susurros nerviosos.
Susurros nerviosos que a mí me arrebatan la tranquilidad que quería ganar.
Él. Ese hombre. ¿Aquí?
—¿Hoy? ¿Por qué? ¿Cuándo llegó a la ciudad? — respondo con desagrado.
—Este… quiere reunirse con todo el equipo — por el espejo noto cómo Alexandra está rascando su cuello. Ella me conocía, sabía de mis sentimientos hacia él…
—¿A causa de su “aparición programada” es que no podré dormir esta noche no? — a pesar de las recomendaciones de mi dermatólogo froto con rabia mi rostro.
—¿Qué importa? No le des vueltas. Será rápido, te lo prometo — trata de animarme.
Aun así, yo sé que sus palabras de consuelo son eso. Palabras que no cambiarán el tener que lidiar con ese tipo. Terminamos de desprendernos de los últimos rastros de Sabrina, y me dirijo con Alexandra al edificio de nuestra agencia. En el trayecto aprovecho para estudiar mis escenas de mañana, pero mis niveles de concentración son paupérrimos.
Con cada línea que trato de impregnar en mi cerebro, a este se le antoja recordar su aroma a madera. Con cada mirada por la ventana del auto del que soy pasajera, recuerdo su imagen. Su rostro, su vestir, su voz. Todo de él tiene sabor a cenizas y humo.
Llegamos a donde no quisiera estar y atravesamos los pisos hasta la sala de reuniones. Allí, nos esperan los rostros principales de mi agencia A5 Cinema. Esa con la que había firmado y conseguido mi estrellato desde el comienzo, solo que mi propia inexperiencia no me dejó ver el precio que tendría sostener mi fama.
Nuestro director ejecutivo Reig me da la bienvenida, mata el tiempo charlando conmigo de lo felices que están con mi rendimiento. Pero mi mente sigue dando vueltas y vueltas. Sé también que lo sigue dando en quién esperamos.
Él no llega con puntualidad a donde sea que anuncie que llegará, le gusta desequilibrar y obstinar a las personas bajo sus órdenes. Y los 30 minutos de retraso son la señal que me esperaba de este.
El momento llega, allí está él haciendo su entrada triunfal y ubicándose a la cabeza de nuestra mesa.
Por más meses que pasen, no me acostumbro a tenerlo cerca, ni me dejo de cuestionar si hice bien al hacer ese trato con él. Ciertamente, siento como si mi alma hubiese sido vendida y me metí en cosas fuera de mi entendimiento.
¿Qué era lo que había hecho?
Permitir que Enzo D’Angelo invirtiese su capital en mi entonces pequeña agencia actoral. Al salvarme esa noche de ese productor que trató de abusar de mí y plantearme que mi agencia era tan insignificante para protegerme como debería haberlo hecho, el diablo comenzó con su seducción hacia mí.
Y le seguí la jugarreta, creí que se trataba de un hombre adinerado buscando invertir en América, creía que depositaría dinero, obtendría sus ganancias y se marcharía. Pero sus inversiones eran cuidadas con pulcritud por su mano firme. Mientras Reig era el supuesto CEO de este lugar, todos sabíamos que Enzo era el que tenía los hilos en sus dedos.
¿Dónde quedaba yo en el esquema? En lo que Enzo me había moldeado. En el rostro de esta agencia, su actriz más popular, la de la reputación más perfecta, querida y aclamada por su público juvenil y joven adulto. Amelia Fernández pasó de protagonizar una comedia romántica, a protagonizar dos películas más en base a Sabrina. Él tenía los contactos, él tenía el dinero y me necesitaba a mí como una pieza de su juego.
Aunque ¿en qué consistía su juego? No lo sabía, ciertas veces ni lo quería sospechar.
En medio de las pláticas de futuros proyectos y buenas noticias para alegrar a Enzo, me pierdo con la vista baja en la mesa. Hasta que lo siento, los vellos de mi brazo erizándose, y la criatura sobrenatural que estoy segura en mi imaginación es, me está llamando.
—Amelia, me gustaría hablar contigo a solas — dice este.
Dice y su palabra es la ley. Uno por uno los presentes buscan excusas para irse, incluyendo Alexandra indicándome que estará en la cafetería. Eso nos deja a solas, y lo que es peor a este cerca de mí a tres puestos.
—Escuché el rumor de que te rehúsas a audicionar para Miranda — comenta ligeramente.
Ese rol…
—No estoy interesada en trabajar en el proyecto de un director déspota como ese — defiendo mi postura.
Miranda era el nombre de una nueva película que buscaba a su protagonista. El guion era mesmerizante, los nombres sospechados que participarían eran un sueño. Menos el del director, famoso por su mala fama y otros delitos más. Ya había tenido suficiente con el productor de aquella traumática noche.
—¿Tampoco estás interesada en ser una actriz real? Hasta donde recordaba, esa es tu ambición más grande…
“Actriz real”, Enzo estaba refiriéndose a que mi éxito se debía al cine romántico y de comedia. Conocía que no era alabada por mi actuación, y eso era lo que quería que hicieran, respetarme como actriz. Pero no a costa de…
—Tal vez, mi ambición no sea más grande que mis principios. Ya otra oportunidad vendrá — aseguro.
Enzo se me queda mirando como si fuera tonta, más bien como si fuera una niña tonta. Lo que más me mata es el suspiro decepcionado que suelta a continuación.
—Te he consentido en exceso Amelia, las facturas se están acumulando en mi correo — resuelve.
—Tal vez, debas despedir a tus contadores porque mucho dinero he producido para ti a base de mi trabajo — digo pretendiendo ser confiada.
Confiada lo era la mayor parte del tiempo, no en su presencia. No viéndolo acercarse a mí, enfocándome en sus nudillos rojizos, en el cinturón de su pantalón y en su mandíbula fuerte. Tampoco en la forma en la que toma mi barbilla para que le mire directamente a sus ojos aterradores ojos azules.
—Tal vez — imita la forma en la que lo repetí dos veces — esos rumores que escuché son eso, rumores que no son reales. Te presentarás la siguiente semana.
Mis ojos se saldrán de sus orbitas y mi corazón por la boca. No puedo defenderme, Enzo corta contacto conmigo, y se quiere marchar. Por más que quisiera imitar la escena que grabe más temprano e incluir una cachetada, no soy capaz de hacerlo. De lo que sí es… de no dejarle ganar.
—El rumor sí se hará realidad. No au-di-cio-na-ré — doy con mi última patada de ahogada.
Él se limita a darme una mirada por encima de su hombro. Una burlona y victoriosa.
—Eso lo sabremos en una semana.
Con el sonido de la puerta cerrándose, puedo volver a respirar a un ritmo normal. Lo que no puedo es volver calmar el desenfreno de mis pensamientos, ni de mi cuerpo.