Capitulo 3

1442 Words
Amaneció el día más esperado para Eileen, pero no para Marcello. Él ya no quería que ella le dijera lo que buscaba, porque eso significaba tener que dejarla ir y, en el caso de sus socios, matarla, como en cualquier otro caso que no fuera especial. Sin embargo, esta vez no se trataba de un caso cualquiera, se trataba de Eileen. La mujer que lo había cautivado sin necesidad de decir palabras románticas, sin quitarse la ropa, sin sonreírle ni mostrarse sumisa. Marcello se despertó con un pensamiento fijo en su mente: debía dejar de lado esas ideas. No había dormido en toda la noche, había pasado velando los sueños de Eileen, al menos eso creía. En medio de la madrugada, Eileen, medio dormida, abrió sus ojos y lo vio a él también dormido en el sofá. El mafioso había pasado la noche en un estado de somnolencia, pero sin duda había sido su guardián de sueño. A pesar de esto, no pudo evitar sobre analizar las cosas y llegó a la conclusión de que seguiría el plan que había acordado con su equipo. En la mañana, Marcello se encargó de llevarle el desayuno a Eileen. Mientras tanto, debajo suyos, sus socios murmuraban entre ellos porque él no había pasado la noche en la cabaña, especialmente Milena. Su instinto femenino le decía que el mafioso sentía atracción por Eileen, lo que a su vez la hacía odiarla. Todos los que participaron en la misión de asesinar al regidor ocuparon espacio en la oficina donde Eileen iba a ser interrogada. Le hicieron preguntas sobre todos los miembros del partido político, incluso tuvo que hablar de personas que le dolían en el alma, sabiendo que tenían esposas e hijos pequeños y que podrían ser asesinados de la misma forma que el regidor. Todo esto a causa de su intromisión en los asuntos delictivos de Marcello, lo que provocaba que él perdiera grandes cantidades de dinero en drogas, armas u trafico de órganos. Todo por la política. —¿Podrían explicarme por favor por qué asesinaron al regidor? He respondido a todas sus preguntas, he soportado sus malas respuestas y tratos. Solo pido, decentemente, saber eso— preguntó Eileen, mirando a cada uno de ellos a los ojos. —En algunos casos, políticos corruptos como tu jefe han estado involucrados en actividades ilegales como el narcotráfico. Esto puede suceder a través de la protección o colaboración con carteles de drogas, el uso de su influencia para beneficiar a redes de narcotráfico o el lavado de dinero proveniente del tráfico de drogas. Tu regidor, querida, estaba involucrado con nosotros en todas estas actividades delictivas para lucrarse, al igual que nosotros. Y de repente, al querer aparentar ser un político ''correcto'', ''intachable'', para aspirar nuevamente al próximo año, hizo que diez de nuestros hombres fueran capturados y luego asesinados por el ejército del gobierno. Y, por supuesto, toda la droga se perdió— respondió Milena a su inquietud. —La vida de esos diez hombres y la furgoneta de drogas le costaron su vida. ¿Lo entiendes?— terminó Augusto. Durante todo el interrogatorio, Marcello no había hecho ni una sola pregunta y ya había terminado. Sus socios cumplieron correctamente con su parte. Él solo podía mirar a Eileen y tragar saliva con dificultad. No entendía cómo se había enganchado de una mujer a la que apenas conocía. —De acuerdo, volvamos a la habitación— dijo Marcello por primera vez a Eileen. Ella se puso de pie, pero Milena intervino. —¿Volver a la habitación? ¿O al patio?— preguntó sin comprender. —Dije a la habitación— Marcello la miró y luego volvió a mirar a Eileen. —Vámonos— le dijo. —Ella tiene que morir porque nos ha visto a todos. La trajimos aquí y no saldrá viva de este lugar. Al menos eso es lo que hacemos con todos los rehenes— dijo Milena, furiosa. —Calma, Milena— Augusto intentó que su socia se calmara. —Si la dejas en libertad, entonces...— Augusto intentó hablar, pero Milena lo interrumpió nuevamente. —¡Es que no puede! ¡Debe matarla como acordamos! Fui yo quien sugirió traerla para obtener toda la información. Fui yo quien corrió peligro al ir a la misión con los demás hombres para matar al regidor. ¡Y Augusto te llamó para confirmar si podíamos secuestrarla y luego matarla, y tú dijiste que sí! ¡Lo sabes! ¿Y ahora no quieres deshacerte de ella? — Milena gritó con fuerza. Eileen entró en pánico una vez más. Todo su cuerpo se tensó y no pudo hacer otra cosa que mirar fijamente a Marcello. —No la voy a matar, ni daré la orden tampoco— sentenció el mafioso. —¡Pues entonces la mato yo!— Milena sacó su arma de debajo de su chaqueta y apuntó a la cabeza de Eileen. —¡Todos apunten a Milena! ¡Ahora!— Marcello dio la orden a sus hombres, incluyendo a Augusto, de apuntarla. —Anda, y antes de que tu disparo alcance a Eileen, tu cabeza habrá volado en pedazos— Marcello también la apuntó. La sangre hirviendo corrió por sus venas. Milena se vio obligada a bajar el arma. Ella no podía ni podrá con la sombra. Con él nadie lo ha logrado. —Nos vamos, Eileen— el mafioso tomó a su rehén del brazo y la arrastró con él, obligándola a bajar las escaleras en pocas palabras. No había tenido la oportunidad de procesar todo lo que había sucedido a su alrededor. La sacó de la pequeña vivienda y la subió a su vehículo, mientras Milena lo seguía por detrás. —¡No puedes hacer eso!— le gritó una vez más. No se cansaba esa mujer. —¿Por qué no? ¿Quién eres tú para impedírmelo?— le gritó Marcello. —¡Porque ese no fue el trato! Soy tu socia y te lo prohíbo— gritó Milena, segura de sí misma. La risa sarcástica del mafioso le puso los pelos de punta. —Mi socia, lo has dicho muy bien. No mi mujer — le dio una cachetada sin mano, hiriéndola una vez más. —Y si el detalle está en que eres mi socia, ya no lo eres más. No la voy a matar, ni porque tú lo quieras ni porque el mundo lo exija — le dejó claro, deseando que esas palabras resonaran en su cabeza para siempre. —La humillación que me has causado no te la voy a perdonar. Ni esta, ni las demás — declaró con firmeza. —No querer acostarme contigo no cuenta como humillación. ¡No estoy obligado! —Marcello hirió profundamente el orgullo de Milena, dejándola atónita y llenándola de odio hacia él. Subió a su automóvil y arrancó a toda velocidad, dándose cuenta de que Eileen estaba en un estado de pánico. No pudo conducir por mucho tiempo y se detuvo de repente, abrazándola. Eileen anhelaba unos brazos como aquellos más que cualquier cosa en el mundo, así que lloró, sintiéndose segura en medio de la oscuridad. Lloró con fuerza mientras él la abrazaba y acariciaba su cabello. Sentía una enorme culpa por haberla involucrado en su mundo sin querer. —Me llamo Marcello —le susurró. — Marcello Bianchi y... nadie te hará daño. Ni siquiera yo — Haberle revelado su nombre significaba que ya no podría deshacerse de él, nunca más. —Mucho gusto Marcello, mi nombre es Eileen — entre sollozos le respondió limpiando sus lagrimas. — Eileen Urriaga — Tal vez no era el mejor momento como para una presentación pero, de esta manera estaban enlazando una parte de ellos. —El gusto es todo mío, todo mío Eileen — Marcello trató de limpiar sus lagrimas con su pulgar. No sabia que estaba haciendo pero, se le daba bien. —Permíteme llevarte a mi casa, mi único lugar seguro. Allí estaremos a salvos tu y yo. Nadie conoce de mi ubicación. Mientras las cosas se calman y pienso qué hacer — —¿Estas pidiéndome permiso o aprobación? Después de lo que has hecho por mi, puedes llevarme a donde quieras. Te juro que sí. Estoy tan enojada contigo, pero a la vez tan agradecida que... — —Shshshs, no digas nada — la calló estrujándola una vez más contra su pecho. Nunca había hecho eso con ninguna mujer, tan solo lo había visto en puras peliculas. Sin embargo, se sentía muy bien al mirar como tenia el poder de calmarla. Era obvio que habían muchas cosas por hablar. Demasiadas. Pero aún no era el momento.
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