Capitulo 5

1530 Words
Narra Marcello —¿Enloqueciste? ¡Dime qué diablos fue eso, Sombra! — No fue una buena idea tomarle la llamada a Augusto. Bufé. —Simplemente fue lo que viste — le respondí al teléfono sin perder la calma. —Lo que vi no quiero ni pensarlo. Todos nos quedamos con la boca abierta allí — Augusto siguió insistiendo. —No me conoces, ¿verdad? Me importa muy poco cómo reaccionaron — fui sincero. —No debiste decirle esas cosas de esa manera tan directa a Milena — añadió. —Milena es igual que todos mis hombres, te recuerdo. Ella está por debajo de mí, no puede imponerme cosas ni decirme qué hacer. Las decisiones que tomo nunca se han cuestionado. ¿Por qué reaccionar así de manera tan agresiva? La apuntó con un arma. Me desafió— le recordé —Es obvio que estuvo muy mal que quisiera matarla. Sabes, como todos, que Milena está enamorada de ti, mientras que tú te has obsesionado desde que viste a la secretaria del senador. Es muy hermosa, no te lo negaré. Pero, vamos, Marcello, hay más mujeres. No debes mezclar el trabajo con lo personal. Tú mismo lo has dicho — Sé que él no me estaba viendo, pero sacudí mis hombros. No me importaba lo que había dicho antes, al menos para esta ocasión. —Hasta el más sabio se equivoca. Pero, no me arrepiento — soy un hombre. —Yo tampoco estaba de acuerdo con matarla. No porque ella me guste, hombre, para que no malinterpretes las cosas. Pero pensé que podías simplemente amenazarla con matar a su familia si hablaba. Estoy seguro de que ella no es problemática, no dirá nada. Ha visto de lo que somos capaces, no creo que vaya a meter la pata — —Sabes que no soy tonto. No trates de darme ideas o decirme qué hacer, porque simplemente no la voy a dejar ir. Se explote Milena, o se explote el mundo. ¿A ti te afecta en algo esto? — le dejé claro. —No me afecta en nada. Es solo que verte actuar así me hace desconocerte. Te has sensibilizado con ella como con nadie. No has ido a la cabaña a dormir por quedarte cuidándola, evitando que alguien se aproveche de ella. Y esta mañana la has defendido con uñas y dientes, protegiendo que Milena la matara, estuviste casi volándole la cabeza. No te había visto así nunca antes — —Ya has dicho todo, Augusto. Esa actitud es solo hacia ella. Las cosas siguen iguales para todos los demás y mi vida privada no afecta nuestros negocios. Sigo siendo el mismo hijo de puta despiadado. Ahora, si me disculpas, nos veremos el lunes. Pasa un buen fin de semana — le colgué. No había tenido un solo minuto de tranquilidad. No porque alguien me estuviera molestando, sino más bien porque mi mente no dejaba de pensar en ella. Había hecho un esfuerzo y me obligué a pensar como de costumbre. Observé los planos que yo mismo dibujaba, organizando cuáles serían mis próximas jugadas. Puse en orden mi cabeza y calculé cómo mantener mi imperio, porque no hay que esperar a que las cosas te golpeen si puedes actuar antes. Sobre la pizarra coloqué las notas de colores enumerando los pasos. El día había sido complejo. La mañana fue estresante; por un instante, le vuelo la cabeza a Milena por proteger a Eileen. Y la tarde había sido también complicada tras discutir con mi perdición. Porque así la llamaría. Esa rubia me volvía loco. La dejé tranquila y quise estarlo yo también. No la he molestado en toda la tarde ni lo que va de la noche. Tampoco quiero que colapse. Ordené que la cena fuera llevada a las habitaciones, para darle su espacio y no intimidarla tanto con mi presencia. Después de comer todo lo que habían servido a mi gusto en la bandeja, me di un baño. Dejé que el agua de la ducha recorriera todo mi cuerpo, llevándose los malos recuerdos y los pensamientos que abrumaban mi cabeza. Lo único que no quería que se borrara de mi memoria era aquel momento en que Eileen me correspondió el abrazo que le di al notarla entrar en una crisis de pánico después de lo sucedido con Milena. Su cuerpo encajó perfectamente en mis brazos. Mi pecho le sirvió de almohada por unos minutos mientras mis manos acariciaban su pelo. Y aunque nunca le dije una palabra, mis caricias y mi afecto gritaban por los cuatro vientos que se calmara. —Disculpe, señor. Vengo a retirar la bandeja — la servidumbre hizo presencia. —Gracias. Todo estuvo exquisito— —Me alegra escuchar eso. La señorita no ha comido absolutamente nada. Ni el almuerzo ni la cena. No ha probado bocado — que bueno que me lo dijo. Asentí levemente. —Hablaré con ella para ver qué sucede. Gracias otra vez — me cabreaba tanto esa actitud. Pero no podía culparla; han sido muchos cambios y sustos desde ayer hasta el día de hoy. Con pantalón de pijama, descalzo y sin nada que me cubriera el pecho, me adentré a su habitación encontrándola con la mirada perdida por la ventana. —Bonita ropa de dormir — no dudé en decirle desde que me miró al entrar. Las chicas del servicio sabían seguir mis órdenes. Ella y yo iríamos de compras más adelante, por el momento usaría lo que las sirvientas consiguieron. —No puedo decir lo mismo — recorrió mi cuerpo con su mirada. Reí para mis adentros. Avancé hacia ella sigilosamente, adentrando mis manos en mis bolsillos.—¿No vas a comer mientras estés aquí? — le pregunté. —No — respondió con dureza. —Ah, qué bien, no te maté yo, pero te dejarás morir por desnutrición. Quien no come, lamentablemente muere — la comencé a joder. —Eres un maldito cabrón — masculló entre dientes. Sus ojos me miraron con mucho enojo. Estaba molesta conmigo, y no era para menos. Pero aún así ella no dejaba de incitarme a que la tomara y la hiciera mía. —Las nenas buenas no dicen cosas groseras. Las nenas buenas se portan bien — continúe jodiendola. —No soy una nena! — se levantó del sillón donde reposaba junto a la ventana y me encaró. Esa pose ya la conocía. A penas la tengo conmigo desde ayer y ya sé cuando intentará golpearme. —¿por qué actúas como una entonces?— la provoqué acercándome lo suficiente como para terminar de hacerla explotar. —Porque te odio! — me golpeó el pecho. ¿Ya ven? No la iba a detener esta vez. —Porque es inhumano que ordenes matar a alguien y también quieras hacerle daño a quien no tiene nada que ver con el maldito asunto! Yo no tengo ni tuve ninguna participación en nada más que ser empleada del regidor para estar aquí! — continuó los golpes. Pero no causaba ni que me moviera. —Necesito llamar a mi familia!— me gritó. Al ver que ni me inmuté entonces paró. La miré largos segundos mientras ella tomaba aire como si hubiéramos tenido una pelea de boxeo. —¿Terminaste?— le pregunté, acortando la distancia entre nosotros. Sin embargo, ella retrocedió y se sentó en el sofá nuevamente. Era mejor para ambos. Me agaché y coloqué un brazo a cada lado de sus caderas, encarándola mientras podía escuchar lo agitada que se volvía su respiración. —Está claro que no tenías nada que ver en el asunto del regidor. Debes entender que no estás aquí por nada relacionado a su caso. Ya no estás aquí porque mi gente te secuestró. Eso ya lo arreglé — le respondí, intentando ser firme para que me escuchara. —Estás aquí porque así lo quiero yo. Simple. Porque quiero tenerte aquí. Sencillo — me atreví a acariciar su cabello detrás de la oreja y noté cómo tembló con mi tacto. Me había molestado mucho que volviera a golpearme y gritarme cuando lo único que quería era que se calmara. Llevé mi mano hasta su cuello y desde allí pasé a meter mis dedos entre su cabello, sujetándolos con firmeza en mi puño. —Con esa actitud tuya no vamos a entendernos. Dejando de comer, no vas a ganar nada de mi parte, te harás daño tú misma. Y con esa actitud de fiera, ya te dije que en la cama. Si quieres llamar a tu familia, gánatelo. Si quieres libertad, gánatela. Si quieres buen trato, gánatelo. No estás hablando con un príncipe azul. Estás con un asesino, narcotraficante. Con un monstruo que no ha hecho con nadie lo que contigo sí. Pero no es tu culpa, es suya por no saberse controlar ante una linda rubia — la sentencié, hablándole rozando con sus labios, sin dejar de mirarla a los ojos. —Pasa buenas noches — solté su cabello y con mucha fuerza de voluntad, me alejé de ella apresurándome hacia la puerta. Respiré hondo cuando salí de la habitación. Me costó no besarla. Me costó ser tan rudo cuando en realidad quería protegerla. Pero ella es necia.
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